Capítulo 17

Las manos de Duncan se posaron sobre la cintura de su esposa, quien se aferró a él con fuerza e hizo que el beso fuera más demandante para él.

Se apegó a su cuerpo y pronto se vio intentando desabrochar el cinturón del rey quien en ese momento no oponía ninguna resistencia; contrario a todo, estaba bastante cooperativo y colando las manos bajo la ropa de Sabrina.

La mujer comenzó a avanzar hacia adelante, haciendo que Duncan retrocediera hasta chocar en el borde de la cama.

Sabrina lo empujó y sin darle tiempo a nada desabrochó su cinturón y tiró de la ropa para dejar al descubierto su miembro frente a ella. Sonrió al darse cuenta que después de todo Duncan no era diferente al resto; al contrario, como cualquier hombre promedio respondía a la sensualidad de su mujer.

Frente a él quien ya tenía el falo erecto, se situó Sabrina para tomarlo entre sus manos y comenzar a masturbarlo.

Estaba tan duro que podía ver como las venas se marcaban sobre la longitud del tronco y cómo en la punta brillaba el producto de su excitación.

Sabrina dejó correr sus manos por la piel rugosa de su pene y pasó con cuidado la lengua por todo la longitud al mismo tiempo que su otra mano agarraba los testículos de su esposo y los apretaba con suavidad buscando un mayor placer.

Escuchó un pequeño quejido de él en medio del delirio que le provocaba sentir la calidez de su lengua en el miembro.

La masturbación por parte de Sabrina comenzó despacio, tomando el pene y arrastrando su mano por el tronco haciendo un poco de fuerza, solo un poco para provocar que Duncan sacara esa parte de sí que a ella en algún momento le gustó tanto.

Tomó uno de los cojines y se arrodilló sobre él en medio de las piernas de su esposo. Lo vio cerrar los ojos y fruncir el ceño ante las sensaciones y solo entonces pasó su lengua a lo largo del pene y haciendo pequeñas succiones en el glande para volver y prestar atención al frenillo.

Lo escuchó lanzar una maldición y sonrió complacida, recordando los primeros días de su matrimonio. Esos mismo días donde Duncan no solo le dio placer, fue bueno y un caballero con ella. Rememoró los días en que el rey había sido un esposo y no un extraño con ella y en que ella había sido su reina.

Se esforzó por complacerlo tomando el miembro y abriendo bien la boca trató de relajar la garganta para poder llevarlo lo más profundo que le fuera posible.

Pronto se sintió llena y comenzó tomando un ritmo para poder hacer la felación. Se ayudó con las manos para masturbarlo y para juguetear con sus testículos mientras disfrutaba de los gemidos de su marido, quien no decía una palabra pero gemía en medio del éxtasis.

Poco a poco fue tomando su ritmo, moviendo la cabeza arriba y abajo subiendo la intensidad a ratos y dejando que su falo la invadiera por completo.

Sintió las manos de su esposo sobre su cabeza para ayudarla y tomó su cabello en una coleta mientras murmuraba algo que ella no entendía.

Duncan, por su parte, intentaba pensar con claridad por un momento pero cuando no pudo hacerlo, simplemente se dejó caer en la cama y se dejó arrastrar por el placer.

Las imágenes de Yekaterina llegaron a su mente con total claridad, esas escenas donde ella se acercaba a él y lo llevaba a su boca para realizarle una mamada.

Quiso concentrarse y ordenar sus ideas pero las imágenes de la rubia moviéndose sobre él o disfrutando debajo de él le avasallaban la mente incapaz de poder pensar en nada más que en Yekaterina en medio del sexo.

En algún momento llevó su mano a la cabeza de la mujer que tenía en medio de las piernas, cuando supo que se correría pero al ver que no era capaz de responder terminó corriéndose de nuevo en la boca de su esposa mientras de sus labios salía en forma de un gemido lastimero... el nombre de la rusa.

—Yekaterina —susurró apenas audible pero lo suficiente para que su esposa lo escuchara y se pusiera de pie de un salto al escucharlo.

Indignada por lo que acababa de escuchar y sin poder creer que su marido estuviera pensando en su amante mientras estaba con ella tomó el cojín y lo lanzó sobre la cara de Duncan, quien luchaba por recuperar la cordura.

—¿¡Cómo puedes hacerme esto!? —gritó furiosa con su esposo, quien solo espabilaba y se levantó mirando a su mujer.

Duncan miró a su esposa, quien tenía los ojos llorosos y no supo cómo reaccionar. Se acomodó la ropa y trató de ordenar sus palabras.

—Lo lamento. —Fue lo único que salió de su boca—. Esto no debió pasar.

Sabrina se lanzó sobre él y golpeó su pecho en medio de gritos.

—¿Cómo puedes ser tan desgraciado? —preguntó en medio del llanto—. Soy tu esposa. ¡Tu esposa, maldita sea! No es justo que me hagas esto.

—Es claro que fui un idiota —respondió mirando a Sabrina—, pero los dos sabemos lo que es esto. Bien sabes que hace mucho esta farsa de relación se fue a la mierda, no duró ni un mes y no hay razón para hacerte la víctima ni para que yo lo haga.

—Me disculpé mil veces por el error que cometí —dijo ella limpiando sus lágrimas—. Te pedí perdón por lo que pasó, te supliqué que lo pasaras por alto y en cambio solo recibí tu indiferencia.

—Estuve dispuesto a intentarlo, me case contigo para asegurar el futuro de mis hermanos; sin embargo, estuve dispuesto a intentar ser un buen esposo, a hacerte feliz y lo único que pedí a cambio fue respeto y lealtad. No me diste ninguna de las dos, me mentiste y estabas dispuesta a continuar con la mentira de no ser porque te fallaron las cuentas. El respeto entre nosotros se acabó hace mucho y no queda nada, ni siquiera palabras. ¿Cómo esperas que tenga respeto por ti si hace mucho lo perdí? ¡Tú me lo perdiste! ¿Vas a decirme que no sabías de mis constantes amoríos? ¡Te haces la ofendida, cuando estoy seguro de que también tienes un maldito amante! ¡Dejemos las caretas un momento. No me vengas ahora con que eres la esposa ofendida. Ya no te creo nada!

—No estoy negando lo que hice, solo creí que podíamos intentarlo de nuevo —dijo mirando a Duncan—. Quizás no nos dimos el tiempo de conocernos.

—Han pasado tantos años, que hace mucho dejó de interesarme una vida marital —respondió Duncan—. Hace mucho que no queda ni siquiera un gesto amable entre nosotros. No hagamos esto más largo.

Sabrina se quedó observando a su marido antes de darse la vuelta y salir de ahí dando un portazo mientras Duncan miraba su partida y por un momento pensó en detenerla.

Mehmet entró unos segundos después.

—Los gritos se escuchaban hasta Turquía —dijo y Duncan solo apretó los labios—. ¿Hasta cuándo piensas llevar esta vida?

—Bien sabes hasta cuándo —respondió incómodo.

—¿El trono lo vale? —preguntó el turco—. No voy a hablar de Yekaterina, es claro que esa mujer te tiene encandilado, pero hablemos de Sabrina. Ella te gustaba, realmente lo hacía, te emborrachaste días cuando te enteraste de su traición, lloraste por ello.

La mirada de Duncan se posó sobre su mejor amigo quien dio un suspiro.

—No voy a preguntar si fue porque te dolió la traición y esas lágrimas fueron de rabia y orgullo macho herido o si fueron por un corazón roto —dijo Mehmet—. Eso solo lo sabes tú y yo no soy quien para decirte nada ni sacar conjeturas. Tú hazlo, tú piensa en lo que realmente sentiste y pregúntate si esto lo vale.

—Mis hermanos lo valen todo —dijo visiblemente molesto—. No me vengas con que debo intentarlo con mi esposa.

—No pongas palabras en mi boca —dijo Mehmet—. A mí tu esposa me es indiferente, pero eres mi amigo y te conozco lo suficiente para saber qué hay cosas que faltan en tu vida. Tus hermanos son unos hombres y casi podría jurar que responsables, tanto que apoyarían cualquier decisión que tomes, incluso si esa significa perder el trono.

Duncan se quedó callado y solo agachó la vista mostrando entonces esa debilidad que nadie sabía que tenía.

—Encárgate de llevar a Yekaterina sana y salva —dijo luego de unos minutos en el que escondió sus temores y sus frustraciones volviendo a su rol como lo que era. Iré a verla mañana pero necesito saber que está a salvo.

—Voy a sacarla por el oeste, haremos más tiempo pero es más seguro —dijo Mehmet—. No he estudiado a Yaroslav pero no soy estúpido y sé que estará vigilando y no voy a arriesgarme a perder uno solo hombre.

—Entonces espérame, iré contigo —dijo Duncan—. Quiero asegurarme de que llegará bien.

—No lo puedo creer. En fin, te espero afuera —dijo el turco.

Este miró a Mehmet salir de ahí y simplemente se metió a la ducha para darse un baño con rapidez y salir cuanto antes al encuentro de su amigo tratando de mejorar su mal humor.

Bajó las escaleras con rapidez y tratando de ser silencioso y una vez estuvo afuera miró a su amigo junto a una Yekaterina que sonreía ante lo que el hombre decía y por alguna razón le molestó y mucho.

Se acercó hasta ella y la tomó de la cintura sorprendiendo a Yekaterina, quien dio un respingo pero le sonrió en cuanto lo vio y se recostó sobre él.

—Estamos listos —dijo Mehmet—. Es hora de irnos.

—¿Vendrás conmigo? —preguntó ella al ver a Duncan llevarla para abordar y subirse a su lado.

—No me gustaría que te fueras sola —respondió y ella sonrió antes de verla tomar una de sus manos y entrelazar sus dedos con los de ella.

—Me encantas —dijo Yekaterina y dejó un beso en su mandíbula.

Duncan no respondió puesto que seguía pensando en lo que pasó en su habitación. Seguía pensando en su esposa y de alguna manera se sintió mal con ella haciendo que su humor empeorara.

—¿Pasa algo? —preguntó Yekaterina al ver que tomaban un desvío.

—Iremos por un camino diferente. Yaroslav debe estar al pendiente y es mejor no darle pistas —respondió.

—Ya veo, pero también me refería a si pasa algo contigo —añadió mirándolo—. Te veo tenso.

—No pasa nada, solo he tenido un mal día. ¿Es que tampoco puedo tener un mal día? —inquirió visiblemente molesto—. Ni siquiera deberías estar preguntando nada, no olvides cuál es tu lugar.

Yekaterina se apartó de él al verlo así pero fiel a su palabra de callar y aguantar se dio la vuelta y miró por la ventanilla. Duncan no se acercó en todo el largo camino así que cuando el auto se detuvo luego de un extenso recorrido, Yekaterina supo que habían llegado a su destino. Abrieron la puerta para que el rey saliera y posteriormente una mano se extendió para ella.

Mehmet la ayudó a bajar mientras ella sonreía. Se bajó el auto y tropezó viéndose sujeta por Mehmet quien solo le sonrió mientras Duncan observaba el intercambio visiblemente enojado.

Se acercó a Yekaterina al verla reír para Mehmet y la tomó de la muñeca prácticamente, arrastrándola dentro.

Apenas cruzaron la puerta, cerró sin dejar que nadie más entrara.

Yekaterina miró la pequeña casa pero muy acogedora en medio de tanta naturaleza.

—Es bonita —dijo paseándose por el vestíbulo.

—¿Qué demonios tienes con Mehmet? —preguntó desde su lugar ignorando la declaración de la joven—. No has dejado de estar en medio de risitas estúpidas con él...

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