Capítulo 14
Duncan se apresuró a ir a la habitación de su esposa, sabía que le esperaba una de las batallas más duras conociendo a Sabrina.
Apenas estuvo fuera de la casa, respiró escuchando los gritos de su esposa quien era evidente, estaba rompiendo todo.
Abrió la puerta. Sabrina se giró a verlo, tenía la mirada colérica y el rostro descompuesto de coraje.
Le lanzó un frasco de perfume que Duncan esquivó con dificultad y terminó por estallar en la puerta.
Un pedazo de cristal del envase saltó golpeando y cortando la mejilla de Duncan, quien se apartó y se acercó con actitud amenazante a ella.
Duncan no habló, solo la miró con el cinismo y el descaro del que se había armado por años. Esa coraza de indiferencia e indolencia que había cultivado con los años y que le había valido de mucho para no demostrar cuánto le afectaban las cosas. Sin embargo, para quien lo conociera de verdad sabría que Duncan Rockerfeller sufría en silencio, escondido bajo todo ese temple y serenidad que demandaba su posición.
Años habían pasado desde que tomó la decisión de aceptar ser rey, más que por su pueblo, lo hizo por proteger a sus hermanos y no estaba arrepentido, ni siquiera en momento como los que tenía en ese instante junto a su esposa. Esa misma de la que no la separaría nadie según el acuerdo. No podría dejar nunca a Sabrina porque su padre le había asegurado el futuro de reina hasta su último día de vida.
A Sabrina le temblaba la mandíbula de rabia y tenía los ojos llenos de lágrimas, mismas que quizás en otro momento habrían causado algún efecto en el rey; no obstante hacía tanto que su esposa le resultaba un objeto más en el palacio que le daba igual.
Sabía que esas lágrimas no eran de dolor sino de rabia, la misma rabia que había sentido él años atrás pero tuvo que tragársela.
Siguió callado en espera de que hablara.
—¡Sacas a esa perra de mi casa en este mismo instante! —gritó furiosa.
El rey se quedó callado y solo la observó conociendo los estallidos de su esposa.
—¡No voy a permitir que metas a ninguna puta en mi casa! —gritó furiosa—. ¡Escúchame bien...!
—Escúchame tú a mí —gritó furioso—. A mí nadie me dice lo que tengo o no tengo que hacer y mucho menos tú.
—¡No se te olvide que soy tu esposa, maldito imbécil! —gritó lanzando lo primero que encontró.
—¡Y a ti no se te olvide que sin mí no eres nada! —gritó rabiando enfrentando a su esposa y sacando todo el coraje que llevaba años callando—. ¡El maldito rey soy yo! Tú no eres más que un puto cero a la izquierda que solo vale a los ojos de todo mundo cuando estoy a su lado.
—Parece que es a otro al que se le olvida que no puedes dejarme jamás y que sin mí tu maldito reino se va al demonio —dijo sonriendo victoriosa al ver a su marido intentando dar la vuelta a las cosas—. No olvides que nunca en tu asquerosa vida voy a dejar de ser reina.
Duncan comenzó a reír a carcajadas poniéndola de peor humor de lo que estaba.
—Creo que eres tú quien no se da cuenta de que en cualquier momento yo podría quedarme viudo —dijo con una sonrisa malévola—. Aquí cualquiera puede ser reina, pero no cualquiera puede ser rey. No lo olvides nunca.
—La sacas ahora mismo o haré que la saquen a patadas —decretó Sabrina apretando los dientes y retando a su esposo.
La sonrisa cínica de Duncan no se hizo esperar.
—Antes sales tú que ella —añadió con total autoridad—. Aquí el único que decide quién se va y quién se queda en esta maldita casa soy yo. Y ella se queda y punto.
El tono bajo que uso fue modulador pero también amenazante.
—No voy a permitir que me humilles así —dijo con las primeras lágrimas cayendo por su mejilla.
Duncan se dio la vuelta pero Sabrina se lanzó sobre él tomándolo del cabello y comenzando a golpearlo con fuerza.
Le arañó la cara hasta que Duncan se la quitó de encima lanzándola al piso.
—¡Basta! —gritó enojado—. Me tienes harto con tus arranques de esposa ofendida pero claro no dices nada de tu amante, de tu embarazo a solo semanas de habernos casado, no dices nada de que querías hacer pasar a un bastardo como el próximo rey de este país arrebatando el derecho a un hijo legítimo y a los futuros hijos de mis hermanos, de todo eso no te acuerdas, ¿verdad? Solo te acuerdas de todo aquello que te conviene.
—Fue un error —dijo tratando de calmarse y recomponer las cosas—. Éramos muy jóvenes, yo estaba renuente a casarme con un hombre que no conocía. No me puedes culpar por serte infiel cuando ni siquiera nos conocíamos.
—No, no te puedo culpar por una infidelidad, incluso no me importa, pero sí te puedo culpar por mentir y tratar de engañarme más de una vez; te culpo porque no puedo confiar ni en mi esposa —dijo y ella guardó silencio.
—Cometí un error —dijo y él asintió.
—Entonces considera a mi amante como uno de los errores que el rey tiene derecho a cometer —respondió con cinismo—. Yekaterina se irá de aquí pronto pero no porque tú lo ordenes sino porque lo digo yo.
—¡Te exijo que la dejes! —gritó furiosa—. Si no lo haces, te juro que haré caer tu reino en pedazos. No voy a permitir que viva en esta casa ni en ninguna de nuestras propiedades. ¡Sácala de tu vida, ya!
La mano de Duncan se posó sobre la mandíbula de su esposa apretando fuerte hasta hacerla retroceder.
—Tú a mí no me amenazas —dijo con los ojos fijos en ella—. Tú y tu padre no fueron más que una escoria oportunista que se aprovecharon del mío para lograr que esta unión se concretara y jamás fuera posible romperla, así que, mi amor. —Se burló—. Solo tienes dos opciones, o te aguantas o me dejas viudo. No olvides que si intentas enviudar tendrías que matar a cuatro más en la línea de sucesión y sería sospechoso, ¿no crees?
—Supongo que sí, querido —dijo ella con una sonrisa fingida—, pero eso no significa que yo esté dispuesta a permitir a tu puta en mi casa, la sacas ahora mismo o vas a tener que lidiar con las consecuencias.
—Ya te dije que se va cuando a mí me dé la gana —dijo frustrado—. Haz lo que quieras pero ella se queda aquí y punto ¡y si me da la gana come en la misma maldita mesa que tú!
Sabrina apretó los labios con total fastidio sabiendo que lo decía en serio y sería capaz de hacerlo, así que solo respiró antes de hablar.
—Entonces prepárate.
—Vivo preparado —respondió—. No te preocupes por eso, solo hazlo bien y mantente alerta al desquite.
Se dio la vuelta y salió de habitación enojado y dando un portazo que hizo a su mujer lanzar un grito y terminar de destruirlo todo.
Bajó las escaleras para ir a la sala de estar donde encontró a sus hermanos reunidos juntos a Mehmet quien fumaba con tranquilidad y fruncía el entrecejo al escuchar los gritos de la reina y el sonido de las cosas romperse.
—Te pediría un resumen de lo que pasó, pero los escuchamos todo hasta con eco —dijo Archie—. Por Dios, que cuerdas vocales tan fuertes tienen, me impresionan.
Winston soltó una risa ante las tonterías de su hermano menor.
—Me incomoda un poco que hay visitantes y tengamos este asunto tan tenso —dijo Rudolf—. Lo bueno de todo es que creo que no escucharon nada.
—Afortunadamente fueron trasladados al ala opuesta —dijo Winston—. No me imagino el espectáculo.
—Ya es día, no he dormido, movilicé a todo el palacio por cuidar que el rey no saliera herido y resulta que tiene el rostro peor que Cristo en la película de Mel Gibson gracias a su esposa —dijo Mehmet—. Espero un aumento de sueldo sustancioso o de plano voy a ayudar a cumplir los planes de Yaroslav la próxima vez.
Duncan comenzó a reír y se acercó a su amigo para darle un abrazo.
—Vayan a dormir —dijo divertido—. Más tarde tendremos a los invitados de vuelta.
Comenzaron a caminar hacia el vestíbulo pero Duncan se detuvo al ver a dos mujeres del servicio recibiendo indicaciones del ama de llaves.
—¿A dónde van? —preguntó a la mujer, quien le sonrió maternal pero intentó limpiar su rostro de las pequeñas heridas—. Estoy bien.
La mujer le miró preocupada. Había servido a esa casa y a la familia desde los diecisiete años y quería a todos esos demonios de hombres muchísimo, los había visto crecer y convertirse en hombres, sobre todo a Duncan, el rey. El mismo que niño que vio corretear por ahí y que ahora era un hombre que ella estaba segura acababa de encontrar el amor aunque no se diera cuenta aún.
—¿Quieres que cure eso? —dijo señalando su rostro.
—No, no quiero que cures nada, será mejor que hagas tus cosas —dijo riendo y dándole un guiño a la mujer.
—El desayuno está casi listo y justo ahora enviaba a las chicas a limpiar la habitación —dijo la mujer.
—Dejen la habitación tal cual, mi esposa será educada y recogerá el desorden.
La mujer abrió los ojos sabiendo que aquello provocaría un nuevo enfrentamiento entre ellos.
—Es nuestra trabajo...
—He dicho que nadie va a limpiar mi habitación y yo me encargaré de que Sabrina arregle las pequeñas cosas que dejó fuera de su lugar —dijo abrazando a la mujer—. Tampoco es tanto trabajo.
La mujer no dijo nada y solo terminó por asentir antes de alejarse para dar la orden a sabiendas de que sería peor e incluso molesta de saber que el rey fuera tan buscapleitos.
Duncan volvió con el grupo y miró a Archie.
—Me siento muy avergonzado de ti —dijo Archie—. Ni en mis mejores años de promiscuo he salido herido por una gata.
Duncan sonrió.
—Habrá un hombre que va a romperte la cara cuando se entere de que estás con su mujer —dijo enarcando una ceja sabiendo que Archie tenía un gusto particular por las casadas.
—Nunca he entendido el gusto de Archie por las casadas —dijo Winston—. Mujeres solteras hay por todos lados.
—Son problemáticas —respondió el aludido pasando sus manos por su cabello teñido de gris—. Las mujeres casadas no esperan nada de mi que no sea regalos o tiempo a medias, incluso son discretas. Una mujer soltera espera que la lleve al altar o me arrodille en la segunda cita.
—Al paso que vas terminarás como momia —dijo una voz detrás de ellos.
Se giraron para ver a Andrew.
—Las mujeres mayores roban la juventud de otros, o eso dicen —añadió con un gesto aburrido.
—Pues el cabello plateado ya lo tiene —dijo Duncan.
—Un día de estos le dolerá la rodilla —dijo Mehmet.
—Confirmo —añadió Andrew—. Mi amigo Maddox todo el tiempo estaba malhumorado, ya saben sus gustos geriátricos.
Archie comenzó a reír.
—Las casadas que elijo son jóvenes —replicó.
—A todo esto, ¿qué demonios le pasó a tu cara? —dijo Andrew señalando el rostro de Duncan.
—Son heridas de guerra, debes ver cómo quedó Sabrina —dijo un orgulloso Mehmet.
—¿Golpeaste a tu esposa? —preguntó Andrew con los ojos muy abiertos.
—Claro que no —dijo Duncan—. No les hagas caso, son un cuarteto de locos.
—Yo lo decía porque Sabrina salió vencedora y evidentemente se salpicó de sangre.
—Yo solo quiero saber que piensas hacer con el payaso de Yaroslav —dijo Petrov quien entró al lugar de la mano de su esposa...
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