El ruso terminó en el suelo mientras Duncan lo molía a golpes sacando toda la furia que en ese momento le recorría.
Los golpeó hasta cansarse y nadie hizo nada para detenerlo; al contrario, sus hombres parecían dispuestos a dejarlo acabar sus puños en el rostro de Yaroslav mientras que los matones del ruso solo miraban incapaces de moverse al nuevamente verse sobrepasado en números.
Fue Archie quien terminó por intervenir y tomar a su hermano de la chaqueta y jalarlo para detenerlo.
Duncan se vio agarrado por su jefe de seguridad para evitar que de nuevo se lanzará contra él, en cambio Archie se acercó a Yaroslav y asestó una patada en el rostro que lo hizo lanzar un alarido de dolor.
—Lo siento, no te vi —dijo con fingida consternación—. En fin, solo espero no volverte a ver por aquí. No me interesa si vienes a regar las plantitas, a tomar el té o intentar matar a mi hermano, si cruzas de nuevo el sendero real vas a estar en un serio problema y lo único que va a esperarte es la muerte.
—Échenlo como al perro que es —dijo Duncan mientras Yaroslav mantenía la mirada colérica sobre él, como si aquello fuera una promesa de guerra en la que definitivamente no podía haber un empate.
La gente de seguridad solo caminó unos pasos para sacarlo de ahí al mismo tiempo que el resto de su gente salía tras él, nuevamente humillados y más aún cuando sabían que ahora los ojos del rey estarían sobre ellos.
Salieron de ahí al mismo tiempo que el jefe de seguridad ordenaba que se monitoreara y despejara todas las salidas.
Duncan se soltó de un tirón y miró a sus hombres con rabia antes de girarse a mirar a Yekaterina.
Ella solo agachó la vista sabiendo que iba a reprenderla por haberse mostrado ante el ruso.
—Voy a revisar que esté todo en orden —dijo Mehmet y se alejó de ahí de inmediato.
Duncan, en cambio, no esperó más y salió de ahí tomando del brazo a Yekaterina pero fue detenido por su propia seguridad.
Se adentró con ella a su despacho y la guió a través de los pasadizos para recorrer hasta una habitación y hablar con ella.
Yekaterina miraba la espalda tensa de Duncan y sabía que apenas estuviera dentro explotaría de coraje.
Se adentraron en una habitación donde él se giró hacia ella con mirada atronadora.
—¡En qué demonios pensabas! —dijo visiblemente molesto.
—Solo me dejé llevar por mis impulsos —dijo retorciendo sus manos—. Conozco a Yaroslav y sé que es la personas más dañina que existe y que no va a dejar esto así.
—¿Y te piensas que voy a permitir que me haga daño o a mi familia? ¡Por quién carajos me tomas! —El grito hizo que la joven diera un respingo.
Esa parte de Duncan no la había conocido, tampoco quería entrar en una relación con un hombre violento. Ya bastante había padecido con Yaroslav.
Si bien, había elegido al rey precisamente porque era un monarca, casi imposible de vencer pero también porque lo había visto mirarla y supo entonces que lo tenía atrapado y que con él podría conseguir ayuda.
Retrocedió de manera instintiva al verlo pasearse como toro embravecido y solo en ese momento, Duncan supo que debía calmarse.
Se acercó a ella y la tomó de la cintura.
—Siento si te asusté —dijo suavizando el tono y acercando su frente a la de ella—. Solo estoy un poco alterado por todo esto.
Ella asintió de forma repetida mientras le miraba con sus grandes ojos azules.
—No vuelvas a exponerte así —añadió abrazando su cintura—. Si te digo que te quedes aquí, solo hazme caso, es por tu seguridad.
—Lo lamento —dijo como respuesta y recostando su cabeza en el pecho de Duncan.
El rey la tomó de la barbilla y la hizo mirarlo antes de separarse y darle un beso que hizo a la joven abrazarse a su cuello.
Duncan retrocedió unos pasos hasta dejarse caer sobre uno de los sofás que había en la habitación.
Ella sonrió y se mantuvo abrazada a él.
—Prometiste ir a verme a casa luego de la fiesta —dijo de forma sensual.
Se puso de pie y desabrochó su vestido dejándolo caer al suelo junto con las bragas diminutas que llevaba puestas.
Se quedó completamente desnuda frente a un Duncan que como cada vez que la veía sin ropa, se olvidaba de todo.
—Mañana hablaremos muchas cosas —dijo y ella asintió.
—Mañana hablamos lo que quieras siempre que esta noche me hagas tuya —dijo de una forma tan erótica que provocó que el duro pene de Duncan se pusiera cuál barra de hierro.
Duncan se desvistió rápidamente hasta quedar completamente desnudo y olvidando todo que aquello que había afuera, incluso sus invitados, su gente, su esposa y al mismo Yaroslav que seguía siendo un problema y ahora uno más fuerte.
Desnudo y sin poder pensar con claridad ante la mujer que tenía enfrente.
Sentado en el sofá, frotaba la erección con su mano de arriba a abajo mientras habló.
—Siéntate sobre mí dándome la espalda —dijo palmeando sus piernas para enfatizar su declaración.
Ella lo hizo, se acercó a él para sentarse en sus piernas.
En cuanto lo hizo, Duncan separó de golpe sus piernas y la arrastró hasta que su culo quedó sobre su duro miembro. Separó los muslos de la joven y subió cada sobre los suyos, dejándola abierta de piernas por completo y con el sexo a su entera disposición.
Duncan sintió el peso y la piel caliente de Yekaterina sobre el suyo y contuvo las ganas de lanzarse sobre ella y penetrarla en ese momento, sobre todo cuando la sintió removerse sobre él buscando frotarse con su falo.
Repartió besos por su cuello al mismo tiempo que sus manos amasaban los senos de la joven. Disfrutaba de pasear su lengua por su cuello y a su vez tiraba de los pezones o los frotaba con sus enormes manos.
Gemidos bajitos salieron de la garganta de la rubia al sentirse tocada por Duncan.
Los labios del rey rozaban sus piel, las yemas de sus dedos recorrían traviesos su sexo húmedo y sus labios se apoderaban de toda la carne que fueran capaces de besar.
Colocó las manos sobre los muslos de la chica y recorrió de arriba a abajo, desde la rodilla hasta sus ingles y de nuevo volvió despacio antes de que llevara su mano hasta el encharcado sexo donde repasó con sus yemas la hendidura de su vagina. Abrió la palma entera de su mano y presionó su entrepierna provocando un estremecimiento en la joven que hizo que se retorciera sobre él.
—Me vuelves loco —musitó apoderándose de su cuello y su nuca a besos.
Mientras tanto metía sus dedos en el sexo de Yekaterina disfrutando de la exagerada humedad que le recibía cuando la tocaba.
La joven lanzó un suspiro y llevó su mano a la de Duncan para indicar dónde quería que la tocara y cómo quería que lo hiciera.
—Me gustas mucho —dijo Duncan al mismo que separaba los labios vaginales de la joven y paseaba los dedos por sus pliegues sacando suspiros de estremecimiento.
Frotó, tocó, pellizco e hizo círculos sobre el clítoris de Yekaterina, quien simplemente se retorcía entre sus brazos mientras gemía de forma descontrolada y buscaba desesperadamente el orgasmo.
Arqueó la espalda cuando este le avasalló y terminó rendida sobre el pecho de Duncan.
El rey la tomó de la cintura, la giró con una velocidad que no sabía que poseía para dejarla frente a él.
Le sonrió al mismo tiempo que ella paseaba sus manos de forma despreocupada por el pecho de Duncan y se movía sobre él buscando que la penetrara.
Se incorporó un poco solo para que él pudiera colocar su miembro en la entrada de su sexo y después descendió lento, dejándose invadir por él, quien cerró los ojos y echó la cabeza atrás disfrutando de ella, como cada vez que lograba adentrarse en el cuerpo de la rusa.
La sintió moverse en círculos sobre él y suspiró sosteniendo su cintura para impulsarla. Ella entendió de inmediato y apoyándose en el respaldo del sofá comenzó a cabalgar sobre Duncan sin el menor control sacando jadeos en el rey, quien solo besaba y estrujaba los senos de la chica.
Los senos de Yekaterina rebotaban frente a él, por lo que los tomaba entre sus manos y pellizcaba los pezones al mismo tiempo que llevaba su boca hacia ellos y disfrutaba de ver cómo la joven se movía y parecía danzar sobre su miembro.
Asestó una nalgada cuando sintió que no podía soportarlo más y cogió entre sus manos el trasero de la chica. Ella entendió y se quedó quieta recostada sobre su pecho a esperar a que él se moviera.
No tardó en hacerlo, Duncan comenzó a penetrarla con fuerza y salvajismo tal, que en la habitación solo se escuchaban los gemidos y el golpeteo de sus cuerpos chocando con rudeza.
Apretó el trasero de la chica cuando ella gritó y se aferró a su cuello con los brazos dejando en claro que sucumbía al placer.
Entró y salió de ella una vez tras otra a un ritmo bestial hasta que finalmente con un rugido de placer se corrió dentro y dejó caer los brazos a sus costados totalmente agotado.
Yekaterina permaneció sobre él, jadeante y satisfecha; acariciaba su pecho y escuchaba los latidos acelerados de Duncan.
—Yaroslav se llevó a mi hermana —dijo luego de un largo silencio y levantando la vista hacia él—. Cree que es un chico, pero es mujer. Se la llevó lejos y la vendió.
—¿Trafica personas? —inquirió sorprendido.
—Trafica todo —respondió y lo vio cerrar los ojos—. Solo quiero que me ayudes a encontrarla, yo voy a servirte en todo lo que tú quieras, no voy a provocar problemas con tu esposa, viviré donde quieras que viva, no daré ningún pendiente y a cambio quiero que me ayudes a estar con ella. Después de ello te prometo que nos iremos y no nos volverás a ver.
Duncan se quedó callado escuchando las palabras de la chica y asintió para ver la sonrisa de agradecimiento.
—Gracias —dijo antes de abrazarlo, esta vez sin tintes sexuales.
Duncan la sostuvo unos segundos y luego se separó para verla a los ojos y acariciar su rostro.
—No sé si algún día quiera dejarte ir —confesó con sinceridad al darse cuenta de que ella le gustaba mucho, lo suficiente para no poder controlarse a la vista de todo mundo.
Se mantuvieron abrazados largo rato y después de vistieron, al menos un poco, ella se había cambiado por completo pero él aún seguía solo con el pantalón cuando la puerta de abrió de golpe para dar paso a Sabrina quien lucía un gesto feroz.
—¡Así que tienes viviendo a tu zorra en la misma casa que yo! —gritó lanzándose sobre Yekaterina y tomándola del cabello—. ¡Ahora mismo te largas de aquí, perra!
La arrastró fuera de la habitación ante la vista de algunos pocos hombres de seguridad que estaban ahí.
La tiró al suelo.
—¡Échenla a la calle como la perra callejera que es! —gritó y los hombres de inmediato tomaron a Yekaterina de los brazos para sacarla.
—¡No la toquen o se largan ahora mismo! —resonó la voz de Duncan contradiciendo a la reina. Este salía de la habitación, a medio vestir, pero con un aspecto atronador que hizo a los hombre obedecer de inmediato.
Sabrina se giró a ver a su marido, quien tenía una mirada colérica sobre ella.
—Lleven a Sabrina a su habitación —ordenó y los hombres obedecieron a pesar de que ella gritaba que la soltaran, amenazando con que los echaría.
Duncan se acercó a Yekaterina y la abrazó.
—¿Está bien? —preguntó acariciando su rostro y ella asintió asustada—. Bien, vuelve a tu casa, pide que te lleven bajo mi orden y estaré ahí más tarde. Voy a arreglar esto.
Ella asintió y caminó en la dirección opuesta a Duncan mientras él sabía lo que le esperaba en la habitación de su esposa...
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