Capítulo 1
Tres hombres bajaron del auto e inmediatamente compusieron su mejor semblante a la luz de todos los reflectores y al saberse el blanco de la prensa.
Posaron con una sonrisa falsa a toda las cámaras y ajustaron su perfecto traje de etiqueta no sin antes darse una mirada de consuelo disfrazado de amabilidad.
El sonido de una motocicleta irrumpió el lugar de donde una cuarta persona bajó alertando a la seguridad de los hombres que se detuvo al ver al sujeto quitarse el casto y revelar su identidad.
—Siento la tardanza —dijo colocándose a un costado de los otros tres que le miraron con ojos muy abiertos y durante escasos segundos antes de recomponer el semblante.
Las fotografías no se hicieron esperar y pronto se giraron para ir hacia la entrada seguido de todo el personal.
—Se puede saber qué demonios te pasó en la cabeza —dijo el mayor al recién llegado con una sonrisa y los dientes apretados.
—Me puse a la moda actual —dijo el aludido—. Deja de ser tan aguafiestas.
—Al menos debiste venir presentable —dijo el otro con los ojos azules puestos sobre él.
—Si van a estar con sus regaños mejor me voy —respondió.
—¿Al menos podrías guardar la compostura? —dijo el tercero con una sonrisa fingida.
—Hombre, por supuesto que podría, faltaba más —contestó con rapidez—. El problema es que no quiero. Me importa un carajo el protocolo, la etiqueta y demás, ya saben, solo soy un simple conde.
El mayor de los cuatro pensaba hablar pero fue interrumpido por la voz de una mujer.
—Pero miren nada más quienes están aquí —dijo la mujer que bien podría ser la madre de todos—. Los Rockerfeller en persona. Majestad, altezas —continuó haciendo una venia.
El acento extraño de la mujer los hizo hacer una mueca pero ella tenía los ojos puestos en el último de los chicos que terminó dando un guiño para disgusto de sus hermanos.
—Buenas noches —dijo el mayor viendo a la mujer mirar a su hermano y darle un guiño.
Duncan Rockerfeller, el mayor de los cuatro hermanos y actual monarca de su país miró a sus hermanos, todos tan diferentes entre sí, pero conscientes de su lugar, al menos casi todos, menos Archibaldo, el menor de ellos, quien pasaba de escándalo en escándalo y que se acababa de presentar a la apertura de uno de los hoteles más prestigiosos que se abrían en el país vestido con botas, chaqueta de cuero, pantalones rotos y el cabello gris.
Archie, como lo llamaban desde pequeño no era más que el chico rebelde de los cuatro y al que poco le importaba ser el actual marqués de Wescliff y conde de Mutdick. El más problemático de los hermanos y a quien poco le interesaba la opinión ajena.
Duncan miró a su hermano menor coquetear con la mujer y se acercó discretamente para interrumpir.
—No tenemos el placer de conocerla —dijo mirando a Winston su segundo hermano y príncipe actual.
—Así es, le ruego disculpe nuestra poca caballerosidad y mala memoria —dijo Rudolf, el último de los hermanos y actual duque de Lomburg.
—Valery Riley —dijo la mujer extendiendo la mano hacia el rey quien simplemente la tomó pero no besó, ni sus hermanos—. Su alteza, Archibaldo fue novio de mi hija.
Una risilla salió de los labios del menor que atrajo la atención de sus hermanos.
—¿Y su hija es? —preguntó Duncan.
—Denisse Riley —dijo la mujer viendo que ninguno reconocía quién era su hija—. Una prestigiosa abogada del país.
—Por supuesto —dijo Winston—. Nos encantaría poder seguir conversando de su talentosa hija pero tenemos un protocolo por seguir, seguramente más adelante podremos seguir con esta refrescante conversación.
Archie dio a la mujer un último guiño y se giró a ver a sus hermanos.
—¿Qué? —preguntó fingiendo inocencia—. Dejen de hacerse los santos, bien sabemos que tienen escondido por ahí sus cosas, al menos yo no las escondo, les doy su lugar.
—Eres un cínico —dijo Winston.
—Habló la dulce princesa —replicó.
—Al menos esta noche compórtate —añadió Rudolf entre dientes.
—La duquesa no podía quedarse atrás —respondió—. Y aún falta la reina.
—Solo pido que seas discreto —dijo Duncan.
—Discreción es mi segundo nombre —dijo mientras cruzaban la puerta de la entrada—. En fin, cada quien lo suyo y nos vemos luego en casa para hacer el recuento de daños, darnos abrazos y felicitarnos por el buen desempeño. Duncan, encárgate de las palabras emotivas y de la prensa, Winston haz lo tuyo con el protocolo y las risitas de comercial de dentrífico, Rudolf, demuestra porque eres el sucesor en caso de que esos dos mueran o no dejen descendencia, enseña el cobre; yo me encargo del alcohol y las mujeres. Esa es mi especialidad. Nos vemos temprano en casa.
—Temprano a qué horas —dijo Duncan.
—A eso de las diez —dijo sin preocuparse.
—Ya son las diez de la noche —respondió.
—Yo hablaba de las diez de la mañana del día de mañana —respondió con cinismo—. Para que no hayan confusiones, que sea a mediodía.
—Dime que no te acostaste con la hija de la mujer —dijo Winston señalando lo ridícula que se veía la mujer desde el otro extremo coqueteando con jóvenes.
—De hecho sí, también con la suegra, ya sabes, hay que ser cordial con todas las mujeres. Una visita de cortesía, una copa, una cosa llevó a la otra y bueno... —dijo con aburrimiento—. Vayan a hacer lo suyo y despreocúpense de mí, estaré bien.
Se fue dejando a sus hermanos que como siempre intentaban controlar su indómito carácter al mismo tiempo que luchaban por controlarse entre ellos.
—Necesito un trago —dijo Winston riendo con fingido hizo sabiendo que toda la gente los veía—. Archie saca lo peor de mí.
—Y de mí —dijo Rudolf—. Creo que no va a madurar nunca.
—Dejen de hacerse los puritanos —dijo Duncan—. Al menos no lo podemos culpar de hipócrita, hace lo que nosotros no nos atrevemos. Vive su vida.
—Yo vivo mi vida pero soy discreto —dijo Winston.
—Lo que dijo él —secundó Rudolf.
—Total —dijo Winston.
—Buenas noches caballeros —dijo una voz ronca y con un acento peculiar.
Duncan, quien le daba la espalda se giró de inmediato encontrando al dueño del complejo al que esa noche se veían obligados a asistir.
Yaroslav Tolstòi, un inversor ruso dispuesto a apoderarse de todo el lugar se paró frente a ellos sujetando de la cintura a una joven que de inmediato atrajo la mirada del rey.
—Me alegra que hayan aceptado la invitación de un simple mortal —dijo el ruso quien apretó más a su cuerpo a la mujer que le acompañaba al ver la mirada del rey sobre ella.
—Es un placer estar aquí —dijo Winston.
—Así es —secundó Rudolf—. De hecho mi hermano Archibaldo debe estar por ahí conociendo las instalaciones.
—Pensaba hacer eso en unos momentos, tal vez pueda darme un recorrido —dijo Duncan mirando al ruso.
—Estaré encantado —dijo mientras señalaba el pasillo.
—Nosotros nos quedaremos aquí atendiendo un poco la prensa —dijeron sus hermanos para librarse del compromiso y solo Duncan partió con la pareja.
Los hombres recorrieron el lugar mientras el ruso hablaba de los detalles arquitectónicos y de vez en cuando hacía mención del elevado costo de la construcción.
Finalmente le mostró el inmenso salón que serviría como club nocturno en el mismo hotel.
—Antisonoro —dijo al recorrerlo—. Así evitaremos molestar a los inquilinos.
—Estupenda idea —dijo Duncan.
Siguieron recorriendo antes de que llegarán al bar y se adentraran.
La luz tenue del lugar y la poca gente que había dejaba ver el sitio a la perfección.
Alguien se acercó al ruso y susurró algo a su oído.
—Majestad, me apena mucho pero me temo que ha llegado el cargamento de insumos que debo supervisar con prontitud, lo dejo en las mejores manos —dijo sonriendo amable y dando una mirada a la joven.
—No se preocupe, adelante, el deber llama —respondió Duncan quien se quedó solo con la chica.
Ella le dio una sonrisa y caminó por el lugar con Duncan detrás de ella. Este último mirando el respingón trasero de la chica, su estrecha cintura y su nívea piel.
El andar perfecto de la joven y el estilizado cuerpo bajo aquel largo vestido brillante dejaba a Duncan un tanto contrariado, por un lado le parecía que debía tener no más de veinticinco años, por otro lado la chica se veía tan mujer que se vio desviando sus pensamientos a unos mucho más placenteros. Su cuerpo reaccionó al de una jovencita que parecía tenerlo todo en apenas una mirada y que incluso lograba atraerlo sin apenas esfuerzo.
—Vamos de este lado para que conozco el spa y las habitaciones principales y de lujo —dijo la chica hablando por primera vez.
—¿Cómo te llamas se vio preguntando? —Ella se giró a verle con sus increíbles ojos.
Guardó silencio algunos segundos antes de hablar.
—Yekaterina —dijo un tanto incómoda—. Aunque Yaroslav prefiere llamarme Katyusha.
—¿Por qué? —preguntó con una sonrisa—. Si te llamas Yekaterina, por qué cambiarlo.
—Es el diminutivo —respondió y luego guardó silencio mientras recorrían un tramo que parecía no tener fin hasta que se detuvieron dónde ella señaló y posteriormente abría las puertas de una de las habitaciones.
—La habitación principal de esta zona, exclusiva y muy apartada; ya sabe para clientes muy elitistas —dijo moviendo la mano para mostrar alrededor.
—Es gigante —dijo Duncan.
Se apresuró a recorrer el lugar bajo la mirada atenta de la rubia que sopesaba cada una de sus palabras y pensaba en cada paso.
Cerró la puerta con cuidado y se acercó hasta él que miraba por el enorme ventanal.
—El lugar es perfecto, me alegra que la modernidad empiece a llegar a este lugar —dijo Duncan—. A mi padre le habría gustado verlo.
—A veces las cosas más bellas esconden secretos terribles —respondió la mujer haciendo que Duncan se girará a verlo.
—No estoy entendiendo —dijo mirándola.
—No tiene que entender nada —replicó Yekaterina con ese acento ruso que se colaba por los oídos de Duncan como el sonido más erótico que había escuchado en su vida.
—Disculpa el atrevimiento —dijo pensando sus palabras—. ¿Ustedes tienen una relación?
Yekaterina se quedó pensando antes de responder.
—No —contestó finalmente—. No lo llamaría jamás una relación.
El tono que usó le dio una impresión mala a Duncan pero se guardó su opinión sobre eso.
—Ya veo, creí que sí por la forma en que te abrazaba —dijo pero ella le miró y le sonrió.
Duncan tuvo que recordarse a sí mismo su posición aunque no pudo negar que tenía unas inmensas ganas de desvestirla.
La mujer parecía ser lo más sensual que existía y con solo una sonrisa provocaba algo en él que le hacía desear quitarle la ropa.
—¿Entonces no tienes una pareja? —continuó tomando su cintura discretamente y espera de ser rechazado o de recibir luz verde.
Yekaterina siguió con la vista sus manos y se acercó a él sabiendo las intenciones del rey.
—No, no la tengo, ¿es esto una proposición? —preguntó.
—Es una invitación —respondió.
—¿A qué?
—Tú sabes a qué —finalizó acercándose a ella hasta que sus labios estaban junto a los de la joven quien no apartaba la vista de él.
Yekaterina pensó en su respuesta unos segundos sopesando lo que arriesgaba y lo que podía ganar. También pensaba en lo que podía perder y que bien podía costarle la vida, pero también si lograba su cometido bien podría ser su boleto a la libertad.
Era un riesgo que debía tomar y para ello llevaba meses investigando aquello, investigando al rey sin conocerlo y ahora por fin lo tenía frente a sí.
—Sí la respuesta fuera un no, ya estaría fuera de aquí, ¿no lo cree así, majestad? —dijo con total seguridad sobre los labios de un hombre que en ese momento no estaba pensando con total claridad.
La tomó de la cintura y sin más unió sus labios a los de ella que respondió el beso sin reparo...
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