50
Camila
Arrastro los pies cuando camino hasta la cafetería. Sé lo que me espera hoy, volver a verlo no estaba en mis planes.
Todavía lo amo, me di cuenta cuando me sentí aliviada de verlo con vida, pero a la vez lo odio tanto. Venir de esa manera a preguntar si todavía podía trabajar, sin siquiera tener vergüenza de lo que hizo, de cómo me trató... está claro que nunca me quiso.
Bufo cuando lo encuentro en la puerta, menos mal que también están Celeste y Eliana.
—Me olvidé la llave —dice mi prima—. Por eso no abrí.
—Ja, no hay problema —replico abriendo.
Acomodamos todo, nos ponemos el delantal y noto una fuerte mirada sobre mí que ya sé de dónde proviene, pero no pienso verlo. Estoy nerviosa y tengo ganas de vomitar.
—¿Cómo te fue ayer? —me pregunta Celeste por lo bajo. Resoplo.
—Mal, el idiota de Jonathan no fue. Así que van a repetirlo una vez más y si no va, vamos a juicio —contesto. Ayer tuve la primera mediación sobre la tenencia de Daiana y a mi ex le dio igual.
Cuando Andrés me dejó fui a hablar con su padre y le dije que ya no era necesario que me ayude a pagarle al abogado, pero insistió en que no tenía problema, que lo que hiciera su hijo no iba a cambiar sus pensamientos y que yo le caía muy bien, así que decidió seguir pagando. Ese hombre es muy bueno y supongo que Emanuel salió a él, no como el otro demonio.
—Es un pedazo de idiota ese Jonathan —murmura ella—. ¿Estás bien?
—Sí. —Esbozo una sonrisa falsa y niega con la cabeza—. Estaba pensando en que el sábado podemos hacer algo con temática primaveral, ¿no?
—¡Me encanta la idea! —exclama.
—Genial, le voy a pedir a Merlina que... —Me interrumpo al ver a Andrés acercarse y pongo mala cara—. Voy a buscar algo al depósito —expreso antes de alejarme y encerrarme en el lugar mencionado.
En cuanto cierro la puerta, me vengo abajo. Siento taquicardia y me pican los ojos. Lucho por no llorar, pero es imposible. Me duele verlo y no puedo fingir. No puedo ni siquiera hablarle, ¿cómo voy a pretender tenerlo de empleado? Su cercanía solo me hace doler hasta el alma.
Como sabía que hoy iba a verlo, traje el anillo que me dio la última vez con esa estúpida promesa de que iba a salir todo bien. Sigo llorando mientras aprieto el objeto con fuerza y se me escapa un sollozo de la garganta. Me alejo de la puerta para que no me escuchen y me escondo entre las cajas vacías del fondo.
No sé cuánto tiempo pasa hasta que la puerta se abre. Veo las zapatillas de mi prima antes de que se agache a mi lado y suspira.
—Cami, hace media hora que estás acá —murmura acariciando mi pelo. Nota mis ojos rojos y chasquea la lengua—. Prima, sos fuerte. Tenés que hacerle frente a ese tipo.
—No puedo, no soy tan fuerte —respondo con voz temblorosa.
—Lo echo, ni siquiera es necesario, tenemos a Eli. Sé que todavía lo querés, tenerlo cerca no va a ayudarte a superarlo. Además, cada vez que lo veo quiero arrancarle los dientes con una pinza y cortarle las bolas —manifiesta. Suelto una risa y sacudo la cabeza.
—No vale la pena, Cele. Solo quiero devolverle algo que me dio y mandarlo a limpiar baños.
—Bueno, pero antes te acompaño al baño y te arreglás, porque estás hecha un desastre —dice sonriendo.
Dejo que me maquille un poco y vuelvo a trabajar. Eliana me aprieta la mano en un gesto de consuelo y veo a Andrés debajo de las mesas, sacando chicles con cara de asco.
—No es buena idea —comenta mi prima por lo bajo sabiendo que estoy pensando en acercarme.
—Tengo que hacerlo —replico. Suspira y termina asintiendo, no sin antes darme un abrazo.
Inspiro hondo para tomar fuerza, me dirijo hacia él y me aclaro la voz.
—Andrés —lo llamo intentando sonar lo más fría posible. Del susto se golpea la cabeza y se incorpora frotándose la zona. Tengo ganas de reírme fuerte, pero me sigo manteniendo seria.
—Auch. Morocha, ¿qué pasó?
Frunzo el ceño, ¿morocha? ¿De verdad me va a seguir diciendo así? Con ese maldito apodo cariñoso...
—Evelyn o jefa —expreso con firmeza. Traga saliva.
—Sí, perdón. ¿Qué pasó? —Me saco el anillo del bolsillo y se lo doy. Pone una mueca de disgusto y niega con la cabeza—. No, no, yo te lo regalé, los regalos no se devuelven.
—Es dártelo o metérmelo en el culo como la mierda que es —suelto. Aprieta la mandíbula y termina aceptando el objeto con expresión angustiada.
—Me gustaría hablar con vos a solas —murmura. Ruedo los ojos.
—No pienso darte un minuto de mi vida —replico—. Bastante tiempo perdí estando con vos.
—Evelyn...
—Si estás acá es porque separo lo que es el empleo con la vida personal, pero debería ser una basura, así como vos lo fuiste conmigo —lo interrumpo y comienzo a caminar.
—Morocha, no... —Toma mi mano para impedir que me aleje y me giro para darle una cachetada que le da vuelta la cara. La palma me queda cosquilleando y su rostro se enrojece.
Hay un par de clientes que miran la escena con sorpresa, ya que varios sabían que estábamos juntos.
—No vuelvas a decirme morocha, ni tampoco vuelvas a dirigirme la palabra. ¿No te bastó jugar conmigo? ¿Todavía querés seguir jodiéndome la existencia? —expreso entre dientes. Me mira a los ojos, pero no dice nada.
Su mano alrededor de mi muñeca comienza a quemar y me sacudo para que me suelte, cosa que hace de inmediato.
—No puedo pedirte que me creas, ni tampoco que me escuches, solo quiero decirte que te dejé por tu bien y porque te amo tanto que prefiero que me odies antes de que sufras por algo más —susurra con mirada triste.
Me alejo a paso rápido y me meto detrás del mostrador para ponerme a limpiar y dejar de pensar en lo que me dijo. ¿Por qué me dice que me ama? No entiendo, no quiero seguir pensando. Jonathan también me decía que me amaba cada vez que la cagaba y si le hago caso, voy a repetir la misma historia dos veces.
—Tengo que irme —le digo a Celeste—. No puedo estar acá, al menos no ahora.
—Quedate tranquila, nosotras nos las arreglamos.
Justo cuando estoy yéndome, mi hermano aparece con Daiana. Seguramente van a desayunar algo antes de irse al colegio y al trabajo.
—¡Quiero chocolatada, mamá! —exclama ella sentándose.
—Bueno, mi vida, ya te traigo. —Miro a Marco—. ¿Vos querés algo?
—Café con leche. —Se sientan y lo miran a Andrés, que está pasando el trapo a una mesa—. ¿Qué hace este idiota acá? —masculla él.
Le hago un gesto para que no hable así frente a mi hija, pero ella es la primera en poner mala cara. Andrés se da cuenta de su presencia y la saluda con la mano, pero ella le muestra el dedo del medio. Él suspira y continúa limpiando.
—¡Daiana! —digo con tono de reproche.
—¿Volvieron? —pregunta Marco. Niego con la cabeza.
—Solo lo tengo para el trabajo sucio —manifiesto—. Voy a prepararles las bebidas.
Estoy distraída detrás del mostrador cuando escucho gritos. Mi prima le grita a mi hermano, Daiana tiene los ojos tapados y Andrés está tirado en el suelo mientras se limpia la nariz y la boca. Veo que tiene sangre y bufo.
—¿¡Qué están haciendo!? —interrogo enojada.
—Este tipo se acercó a pedir disculpas, cree que te la pasaste de fiesta cuando te dejó, nosotros sabemos lo mal que la pasaste y la seguís pasando. Piensa que con unas disculpas va a solucionar todo, y eso se lo debía —responde mi hermano.
—No es la manera, Marco, menos delante de Daiana.
Aprieta la mandíbula y hace un sonido de dolor viendo sus nudillos. Andrés sigue tirado en el suelo, con la camiseta llena de sangre. Chasqueo la lengua y lo ayudo a ponerse de pie, esta vez me pongo del lado de él, nunca voy a estar a favor de la violencia. El problema lo tiene conmigo, no con mi familia.
—Yo ya le di una cachetada —le digo a Marco—. No hacía falta esto.
Arrastro a Andrés hasta el baño mientras gime de dolor. Agarro el botiquín, un poco de algodón y alcohol y le limpio la herida que tiene en la nariz.
—Creo que me rompió el tabique —expresa. Lo examino y hago un sonido negativo—. Me lo merecía.
—Sí.
Está tan cerca que puedo sentir el calor de su cuerpo. Mi garganta se cierra y por mi cabeza se cruza la maldita idea de darle un beso. Me doy una cachetada mental y me mantengo firme. Le aprieto un poco más fuerte el algodón y suelta un gruñido.
—De verdad, te amo —comenta.
No respondo, cambio el algodón y comienzo a limpiar la sangre de su boca.
—No me interesa.
—Necesito que me escuches.
—No.
—¿Otra vez volvimos al inicio? ¿Otra vez es un no todo el tiempo? Sabés que soy insistente y no voy a parar hasta que me dejes hablar.
—Que sea rápido.
—Me amenazaron para que te deje. Me hicieron tener ese accidente, me mandaron un mensaje apuntándote con un arma y me dijeron que te deje o te mataban, todo con tal de que Jonathan se quede con Daiana. Se pudo casar, y sabía que si nosotros seguíamos juntos todavía tenías chances de quedarte con ella. Preferí dejarte y que vivas, yo sabía que tenías oportunidad de pelear su tenencia estando sola, pero si seguías conmigo te iban a matar —dice.
Sacudo la cabeza, cierro los ojos y respiro hondo.
—¿O sea que me rompiste el corazón en veinte mil pedazos supuestamente porque me iban a matar? ¿No era más fácil decirme la verdad desde un principio? —quiero saber soltando una risa cargada de incredulidad. Niega con la cabeza.
—Si te decía la verdad ibas a querer quedarte conmigo, no te iba a importar la amenaza.
—Bueno, el amor es superar las cosas juntos —murmuro.
—¿El amor no es proteger al otro? —interroga mirándome a los ojos. Desvío la vista.
—El amor es decir la verdad, apoyarse mutuamente y no lastimar al otro —digo.
—Dame otra oportunidad, voy a demostrarte que te amo.
—No —respondo con firmeza—. No puedo, sufrí mucho y sé cómo son las cosas, te doy una oportunidad y después volvés a dejarme y es el ciclo sin fin.
—Te juro que no va a pasar eso.
—No puedo creerte. Esta vez es un no definitivo, Andrés, esta vez te digo que no de verdad. —Me separo y suspiro—. Te recomiendo que vayas al médico, no parás de sangrar.
—Voy a buscar la manera de que me digas que sí otra vez, porque realmente te amo.
Pongo los ojos en blanco y salgo del baño. Esto es demasiado para mi corazón, no lo resisto más. Necesito alejarme de él.
Le digo que no para siempre.
.........
10 más y el que sigue, esto es muy rápido jaja
Gracias por leer!
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