49

Andrés

Dos semanas internado, ¿de verdad era necesario? No daba más, ya me duele la columna de tanto estar en esa camilla de porquería. 

Y también los ojos de tanto llorar, ya parezco un bebé. 

Fueron las dos semanas más aburridas y mierdas de mi vida. Por mi habitación desfilaba mi hermano, el Chino y Merlina. En mi celular solo tenía mensajes de mis fans y algunos días venían los chicos del reality para filmar mi recuperación, pero ella no apareció. 

Por supuesto, si la traté como si fuera una basura, si le dije cosas horribles. Era de esperarse que no apareciera, pero lo que más me duele es que creyó demasiado rápido en mis palabras, lo que significa que nunca se sintió amada por mí o que jamás confió en que yo pudiera cambiar por ella. 

Entro a casa, Emanuel tira las llaves sobre la mesa de entrada y suspira.

—Bienvenido de nuevo —dice.

—Gracias... Me doy una ducha y voy a pasar por la cafetería para ver si mañana puedo trabajar.

—¿Estás loco? —me pregunta con expresión atónita—. ¿De verdad vas a volver a trabajar ahí? Tu jefa te va a echar de una patada. 

—No tengo opción, tengo que arriesgarme. Estoy alquilando una casa y si no trabajo no tengo dinero para pagarla —contesto. Resopla y hace una mueca de disgusto.

—Allá vos, te van a tener que internar dos semanas más por quemaduras de café hirviendo —expresa dirigiéndose a la heladera.

Trago saliva mientras camino hasta el lugar. La verdad es que no puedo volver a mirar a la cara a la morocha. Recuerdo muy bien cómo la traté y también me enteré de lo que le pasó después de que la dejé. Casi muere por mi culpa.

En cuanto la vea, sé que mi corazón va a saltar disparado como el galope de un caballo. Llego al local y miro por el vidrio desde afuera. Diviso a Celeste y a la nueva chica, pero ni rastro de la jefa.

Entro y me aclaro la voz para llamar la atención de mi compañera. Enseguida me dirige una mirada cargada de odio y una mueca de asco.

—¿Qué mierda estás haciendo acá? —me pregunta.

—Me dieron de alta hoy y quiero saber si puedo seguir trabajando...

—¿Estás mal de la cabeza? ¿Después de lo que le hiciste a mi prima? —me interrumpe—. Es obvio que ya no sos recibido acá, cancelado.

Asiento con lentitud y bufo. La verdad es que no me esperaba que me odiara tanto, pero lo merezco.

—Dejalo, Cele —dice una voz que reconozco muy bien. Me giro para verla y ella evita mi mirada limpiando el mostrador.

—Pero...

—Necesitamos a alguien que destape los baños, saque los chicles de debajo de la mesa y limpie los vómitos de los sábados —agrega la morocha esbozando una sonrisa falsa. Celeste suspira y asiente.

—Es verdad, no pienso seguir haciendo eso —dice la chica nueva. Ellas se ríen y arqueo las cejas. ¿Hasta esa me hace bullying?

—Bien, entonces empiezo mañana —murmuro—. Los sábados...

—Canta mi novio —me interrumpe la gordita.

—Uf, me encanta —comenta Celeste—. Exitazo total.

Miro a la jefa, que está dada vuelta lavando algunas tazas, y luego gira. Me mira a los ojos con dureza y frialdad, como la primera vez que la vi o incluso peor.

—Mañana, seis y media en la puerta. Un minuto tarde y te echo —manifiesta con tono cortante.

—Sí, gracias —murmuro antes de irme.

Vuelvo a casa pateando piedras. ¿Qué esperaba? ¿Que saltara sobre mí? ¿Qué me besara y me diga que me extrañó?

Tengo mis motivos para haberla dejado, son razones muy fuertes que ella no debería saber jamás, y prefiero que me odie antes de que lo sepa. La lastimé mucho, le dije cosas que ni yo me creí, pero ella sí, ella se tragó todas mis palabras.

Lloré como un idiota por días, sabiendo que dejé ir a la única mujer que me hizo sentir afortunado, que me demostró lo que es el amor. La amaba, la amo y la voy a amar por toda mi vida, pero quizás debería haber respetado esos "no" que tantas veces me dijo antes de que se dejara atrapar por mí. Desde un principio no debería haber intentado conquistarla, soy un ridículo. Siempre obtuve lo que quise y ella no iba a ser la excepción, pero tuve que decirle cosas horribles para alejarla, y si yo sufrí, no me imagino lo que habrá sufrido ella. 

En el camino me cruzo con la colorada, que está vestida como si saliera de una fiesta con un vestido rojo y un tapado de leopardo, y me mira de arriba abajo antes de sonreír.

—¡Andrés! —exclama—. Hace mucho que no te veía, ¿cómo estás?

—Hola, Diana. Bien, tuve un accidente y estuve internado por dos semanas, me acaban de dar el alta... Y también estoy soltero otra vez.

Arquea una ceja con interés y sonríe.

—Entonces... ¿te gustaría venir a mi casa esta noche? —pregunta.

—Eh, bueno —contesto con algo de duda.

—A las nueve.

—Bien.

Me tira un beso antes de seguir caminando y bufo. No sé qué estoy haciendo, pero tengo que olvidarme de la morocha y quizás la única manera sea acostarme con otras mujeres, así como lo hacía antes.

Vuelvo a casa y mi hermano se ríe de mi expresión abatida.

—Me odia —comento.

—¿Qué esperabas? —interroga—. No iba a recibirte con bombos y platillos, Andrés. Al menos volviste entero... físicamente. Por dentro parecés destrozado.

—¿Cómo puedo hacer para que vuelva a amarme? —pregunto. Ríe con ironía.

—Contale la verdad y vas a ver que te perdona. Eso lo sé de sobra. 

—Lo dudo, perdí su confianza por completo. Para colmo, acepté la invitación de una mujer que me tiene ganas y esta noche tengo que ir a verla.

—No cambias más —masculla poniendo los ojos en blanco—. En fin, tengo que ir a la empresa. Cuidate y cualquier cosa me llamás.

Duermo un rato, luego voy a darme un baño y me preparo para la cita de esta noche. Tengo que hacerlo, extraño a la morocha, pero ella ya no está más en mi vida ni va a estarlo.

Cuando llega la hora indicada, salgo hacia la casa de la colorada. Ya había estado en su casa algunas veces por el tema del reality, pero nunca a solas. Me abre la puerta vestida con un vestido blanco, corto por encima de las rodillas y descalza. Mi cuerpo reacciona, teniendo en cuenta que hace dos semanas que no tengo relaciones, lo necesito.

—Traje un vino —expreso. Sonríe y agarra la botella.

—Perfecto, gracias. Pasá, estoy preparando la comida.

Me hace un gesto para que la siga. Camina moviendo su cintura hacia la cocina. Hay una luz tenue, velas aromáticas encendidas, un hogar que calienta el ambiente y un olor a carne riquísimo.

Me mira con expresión divertida y arqueo las cejas.

—Parecés nervioso —comenta—. ¿Querés que te haga unos masajes?

—La verdad es que no me vendrían nada mal.

Me siento y comienza a masajear mis hombros con sus manos pequeñas. Suelto un gemido de gusto.

—Deberías sacarte la camisa —murmura. Hago caso a su pedido y continúa con sus masajes sobre mi piel.

Esas dos semanas en las que estuve internado adelgacé como cinco kilos por culpa de la comida asquerosa del hospital. Además me pusieron a hacer ejercicio para que no se me atrofiaran los músculos y...

La boca de Diana sobre mi espalda me saca de mis pensamientos. En un abrir y cerrar de ojos se sienta sobre mis piernas y me besa con intensidad mientras mueve sus caderas. Me pongo de pie y la apoyo sobre la mesa. La desvisto rápidamente, sus pechos redondos, blancos y rosados saltan en cuanto le quito el vestido. No puedo evitar mordisquearlos y disgustarlos con mi lengua.

Me desnudo y me coloco un preservativo, aunque me dice que ella se cuida prefiero no arriesgarme, al fin y al cabo es una fan más y tengo miedo de que me ate con un hijo.

La penetro de golpe y suelta un gemido de placer. Tomo su cintura y la embisto con rapidez mientras ella se dedica a tocarse. Es una escena que me calienta demasiado y en cuanto termina me dejo llevar por mi orgasmo. Suelto un bufido mientras me recupero apoyando mi cabeza en su hombro y cierro los ojos.

De repente me acuerdo de la morocha, de la manera en la que me sentía después de tener sexo con ella. Era algo más, no era solo soltar lo que tenía adentro. Aprieto la mandíbula y como si fuera una broma, me pongo a llorar. Noto que Diana se tensa e intenta mirarme.

—¿Estás bien? —me pregunta con el ceño fruncido—. ¿Sos de esos que lloran de placer?

Niego con la cabeza y me alejo para vestirme. Ella suspira y también vuelve a ponerse sus prendas.

—Parezco un idiota —digo—. Diana, sos hermosa y estás muy buena, pero no puedo hacer esto.

—No entiendo.

—Que todavía la amo a ella...

—¿A la camarera? —interroga y hago un sonido afirmativo. Resopla y se cruza de brazos—. No sé qué pasó entre ustedes, pero supongo que algo muy serio como para que llores después de tener un orgasmo.

—Era muy serio y ahora me odia.

—¿Vos la dejaste? —quiere saber y asiento mientras seco una lágrima rebelde—. ¿Por qué? Si tanto la amabas...

—El accidente... choqué porque dos tipos me estaban siguiendo y me mandaron un mensaje, me distraje por culpa de eso y me di contra el paredón. Leí el mensaje mientras estaba consciente, era una amenaza. O la dejaba, o la mataban. El hijo de puta de su ex sabía que si yo seguía con ella había probabilidades de que no pudiera tener la tenencia de su hija. Me amenazaron con una maldita foto de un tipo en la cafetería, con un arma en la mano, apuntándole a la morocha. Le dije cosas horribles con tal de que me olvide, le dije que no la amaba, que la usé, que ya no la quería conmigo.

—Andy... deberías decírselo —murmura. Niego con la cabeza.

—No, ella está mejor así, no quiero ponerla en peligro.

Me mira con tristeza y se encoge de hombros.

—No sé qué decirte.

—¿Qué te parece si comemos y hablamos? —cuestiono. Esboza una sonrisa y asiente.

La ayudo a poner la mesa y cenamos mientras charlamos de trivialidades. La verdad es que no la conocía mucho, pero me parece una mujer muy linda, divertida y buena.

—Deberías hablar con ella, de verdad —me dice—. Yo la vi la semana pasada y se veía demacrada.

—Me da miedo que le hagan algo y no va a creerme.

—Si todavía tenés el mensaje, se lo podés mostrar...

No había pensado en eso. Es verdad, todavía lo tengo. Va a tener que hacerme caso.

Mañana voy a hablar con ella y espero que vuelva a darme otra oportunidad.

......

¡Primer capítulo de la maratón!

10 votitos y subo el que sigue <3

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top