43
Andrés
No sé si es muy normal despertar como si estuviera flotando. La luz del sol se filtra por la ventana, avisando que va a ser un día hermoso, y al girar en la cama observo a mi acompañante, que aún mantiene sus ojos cerrados y su respiración lenta, pausada y relajada.
Hago un gesto de victoria y aguanto las ganas de ponerme a gritar como un loco. ¿De verdad lo hice con esta mujer? Que alguien me pellizque porque debe ser mentira, ¿lo habré soñado? Esbozo una sonrisa y acaricio su mejilla con suavidad. Suspira y abre sus ojos con lentitud.
—Hola —susurro. Arquea las cejas y luego frunce el ceño. La que falta es que se haya arrepentido de estar conmigo.
—¿Cómo hacés para verte tan bien si solo dormiste dos horas? —pregunta esbozando una sonrisa. Suelto un bufido de alivio y me mira con diversión.
—Mi secreto es amanecer con una preciosura después de una intensa noche de sexo —replico acercándome a ella. Abro los ojos como platos al notar que ya recuperé mi voz. Me parece que me dolía la garganta por la cantidad de ganas acumulas que tenía.
—Ya volviste a ser vos —comenta tirando mi cabello hacia atrás.
Estamos vestidos apenas con la ropa interior y mi cuerpo reacciona a su cercanía. Definitivamente, no voy a poder parar.
Nos besamos con suavidad y mi estómago ruge hambriento. Ella lo escucha y suelta una carcajada.
—Creo que mejor voy a preparar el desayuno o te voy a terminar comiendo —expreso mordiendo su mejilla con suavidad. Deja escapar una risita y la miro obnubilado.
Está diferente. Se ve más feliz, más relajada, como si al fin se hubiera liberado de un gran peso y pudiera ser quién es. Sus ojos brillan, sus labios están hinchados a causa de los besos que nos dimos, y sus rulos están revueltos.
—Me decís que yo me veo bien, pero vos te ves muy, muy hermosa —comento saboreando sus labios. Noto que se sonroja y sonrío—. ¿Podemos quedarnos en la cama todo el día?
—Ya quisiera, pero al menos yo tengo que trabajar. —Bufa—. Tu papá quiere pagarle al abogado y me da vergüenza.
—¿De verdad? —pregunto sorprendido, nunca esperé ese gesto de su parte. Ella asiente.
—Además, yo creo que no vamos a arreglar las cosas en la mediación, seguro que vamos a juicio. Y Mario me dijo que voy a tener que buscar una casa propia y alguna manera de hacerle saber al juez que Daiana tiene una familia estable. —Hace una mueca y acaricio su mejilla.
—Ya vamos a encontrar la solución, pero dejá que mi papá le pague al tipo ese, él nunca hace esas cosas. Creo que le caíste muy bien.
—No quiero aprovecharme.
—Vos no se lo pediste, él lo hizo solo. —Me encojo de hombros y me siento en la cama—. Voy a preparar el desayuno, si querés podés ir a usar la ducha.
Ella duda antes de asentir y se levanta para ir al baño mientras yo me dirijo a la cocina y pienso en cómo se usa la tostadora. ¿Nada más pongo el pan y ya? Chasqueo la lengua y rasco mi cabeza.
Mejor agarro un pan, lo corto al medio y le pongo queso. Luego preparo un poco de café y busco leche. Arrugo la nariz al ver que es leche de almendra y descubro que el queso está hecho sin lactosa, por lo que debe ser asqueroso. Mi hermano y su maldita intolerancia.
—Morocha, no tengo idea de qué desayuno hacer —digo asomándome por la puerta del baño. Suelta una carcajada.
—No hay problema, desayunamos en la cafetería —contesta entre risas.
—Sí, mejor...
Observo la sombra de su cuerpo a través de la cortina y contengo mis ganas de entrar con ella. No sé si es capaz de aguantar más, además probablemente necesita privacidad.
La morocha sale del baño con el pelo mojado y un toallón envolviendo su cuerpo. Me mira con una pequeña sonrisa mientras yo me quedo mirándola con la boca abierta, creo que se me está cayendo la baba.
Se aleja al ver que me acerco de a poco, pero soy más rápido y la agarro del brazo. La atraigo hacia mí y la apoyo contra la pared en una milésima de segundo. Acaricio su piel desnuda con mis labios y noto que su respiración se acelera, su cuerpo se tensa y se estremece.
—Tenemos que irnos —susurra tragando saliva. Arqueo una ceja y suspiro. Siento que está asustada, así que mejor la dejo ir.
—Claro, andá a vestirte —contesto alejándome—. Voy a darme una ducha rápida.
Ella desaparece con rapidez y me cruzo de brazos. Me desnudo antes de entrar al agua y no dejo de pensar en la reacción que tuvo hace un momento. No la entiendo, sinceramente, parece bipolar. Un segundo está bien, y al otro parece una persona distinta. ¿Por qué de repente parece fría y se aleja? Siento que estoy haciendo cosas mal, ¿será porque no sé cocinar?
Me baño en cinco minutos, ella ya está vestida y le hago un gesto para que me espere mientras me cambio.
—¿Vamos? —pregunta cuando salgo de la habitación con la ropa puesta. Asiento con la cabeza y busco las llaves de casa.
—¿Estás bien abrigada? —cuestiono abriendo la puerta. Hace un gesto afirmativo y salimos.
Es un día hermoso, el sol se refleja en la calle, incluso puede sentirse un poco de calor, no hay viento y las plantas están comenzando a florecer. No hay dudas de que ya está por llegar la primavera.
Tomo su mano mientras caminamos y me siento tonto y extraño. La verdad es que nunca caminé de la mano de ninguna mujer, menos después de haber tenido sexo, usualmente ni siquiera dormía con esa mujer. Con ella es todo tan distinto, que pareciera que estoy volviendo a nacer.
Llegamos a la cafetería en silencio, con nuestros dedos entrelazados y Celeste, que ya abrió el lugar, nos observa con una sonrisa de suficiencia.
—Buenas —dice. Su primera la saluda con un abrazo y yo choco mi puño con el de ella.
—Hola, Cele. —Esboza una sonrisa gigante.
—¡Te volvió la voz! —exclama.
—Sí, bueno, todavía estoy un poco ronco, pero voy a estar bien —contesto.
Mi novia sirve café en tres vasitos y los deja sobre el mostrador. Su prima y yo agarramos uno y de paso robo un par de medialunas.
—Muero de hambre —comento.
—A mí me duele todo —murmura la morocha haciendo círculos con su cabeza para relajar su cuello.
—¿Dormiste mal? —inquiere Celeste. Me río por lo bajo.
—No durmió —murmuro.
La chica abre la boca con sorpresa y la jefa se sonroja. Como cada vez que se siente avergonzada, se pone a limpiar. Mi compañera choca los cinco conmigo y me guiña un ojo.
Entonces, como si fuera un huracán, arrollador e indeseado, Jonathan entra corriendo y a los gritos.
—¿¡Te pensás que con esto me vas a asustar!? —le cuestiona a su ex a los gritos mostrando un papel. Ella solo rueda los ojos, como si estuviera acostumbrada a estas escenas. Yo ya me preparo para golpearlo. El tipo suelta una carcajada y rompe la carta documento frente a la cara de la morocha— . Te voy a sacar a la nena, ninguna mediación va a poder ayudarte.
—Eso ya lo vamos a ver —replica ella con tono tranquilo y desafiante.
—¡No vamos a ver nada! —exclama Jonathan—. Desde ya te digo, no me intimida ese papel de mierda. ¡No tenés nada! Solo este negocio de porquería y... —Me mira con desdén—. Y a este músico fracasado que se acuesta con la primera loca que se le cruza en el camino.
Celeste me detiene antes de que lo golpee y niega con la cabeza.
—Está buscando verte violento —murmura—. Si le pegás, va a tener pruebas.
Aprieto la mandíbula y bufo. Tiene razón, debe estar buscando algo con lo que pueda hacer una contra.
—Papi, seré un músico fracasado, pero por lo menos no me mantiene una vieja —expreso.
—Pero te mantuvo —replica.
—Ni eso, desde adolescente que mi mamá me dejó solo y tuve que valerme por mí mismo. ¿Y sabés qué? También te va a abandonar a vos, porque no sos más que un simple juego para ella. No quiso a sus propios hijos, ¿pensás que va a querer un amante? —expreso con seguridad.
—Andate, Jonathan, nos vemos en la audiencia —le dice la morocha. El interpelado me mira fijo y finalmente asiente con expresión molesta.
—Esto va a ser entre vos y yo —agrega dándome un papel. Luego da media vuelta y se va.
Cuando veo lo que es, frunzo el ceño y niego con incredulidad.
Andrés Lezcano, invitado de honor.
Te esperamos en nuestra boda el sábado 11 de septiembre a las 21:00 hs. En la capilla San Marco.
Jonathan y Marcela.
¿Esto es una joda? ¿Cómo se supone que voy a cancelar esta boda? ¡Faltan menos de dos semanas! No puedo evitar mirar a la morocha con algo de lástima. Tengo la mala sensación de que va a perder a su hija.
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