42
Camila
Me tapo con las sábanas y el olor del dueño de la cama me inunda por completo. Suelto un gemido de gusto, su perfume es riquísimo y mi cuerpo se estremece por completo al sentirlo. Resoplo, por más sueño que tenga, no voy a poder dormir.
Quiero que él esté conmigo, pero soy demasiado tímida como para decírselo en la cara y además tengo miedo de que sea él quien me rechace ahora, me lo merezco.
Doy vueltas en la cama de plaza y media como por una hora, y al final me termino cayendo. Suelto un grito a la vez que intento sostenerme de la mesita de luz, pero igual voy a parar al suelo.
Andrés entra corriendo, iluminando el lugar con su linterna, y sonrío.
—Me caí —expreso avergonzada. Él suelta una risa y toma mi mano para ayudarme a ponerme de pie. Su cuerpo roza al mío, erizándome la piel y mandando una onda de electricidad hasta mis extremidades. Siento mis mejillas arder y él se aleja como si se hubiera quemado.
—¿Estás bien? —me pregunta. Asiento con la cabeza, así que da media vuelta y comienza a irse.
—Andrés —lo llamo y gira para mirarme—. Quedate.
—¿Cómo?
Maldita sea, ya me dio vergüenza otra vez. Me aclaro la voz.
—Que si podés quedarte hasta que me duerma —agrego.
Se acerca asintiendo y se acuesta junto a mí, rodeándome con sus brazos. Siento el calor que emana su cuerpo y el golpe de su corazón contra su pecho. Cinco minutos después, estamos tan tapados y juntos que el calor comienza a sentirse. Lo miro y esboza una sonrisa. Su linterna sigue encendida y es la única iluminación que tenemos.
—Deberías dormir ya —murmura—. Mañana nos tenemos que levantar temprano.
—No puedo, estoy con insomnio —contesto con el mismo tono de voz. Se queda en silencio y traga saliva con fuerza—. Y ni siquiera podemos hablar porque no podés...
—¿Entonces qué hacemos? —quiere saber. Mi corazón se acelera e intento no parecer nerviosa cuando me acerco un poco más a él—. ¿Jugamos a algo?
—¿A qué querés jugar? —pregunto.
Al instante siento su mano sobre la piel desnuda de mis muslos, un cosquilleo recorre mi cuerpo como un relámpago y siento que lo necesito muchísimo.
—Yo sé muchos juegos en la cama que son muy divertidos —replica con tono seductor.
—Enseñame —susurro rozando sus labios.
Mi boca busca la suya y comienzo a darle un beso tímido que él modifica a su antojo, haciéndolo apasionado e intenso de un segundo al otro. En un rápido movimiento se posiciona sobre mí, besa mi cuello a la vez que sus caricias van desde mis piernas hasta meterse por debajo de la camiseta y recorrer mi cintura. Sus manos suben un poco más por mi espalda, buscando el broche de mi corpiño, pero ni siquiera lo tengo puesto.
Su lengua acaricia la mía con impaciencia mientras sus dedos rozan mis pezones con suavidad.
Suelto un suspiro y pienso que debo estar pareciendo una desesperada, pero la verdad es que me está empezando a dar igual.
Giro hasta quedar sentada sobre él y le quito la ropa en un gesto rápido, pero suave. Paso las yemas de mis dedos por su abdomen hasta llegar a los botones de su pantalón, los cuales desabrocho con torpeza, y finalmente los bajo hasta dejarlo en calzoncillos.
Él se incorpora un poco para quitarme la camiseta con velocidad y sus manos aprietan y acarician mis pechos con delicadeza a la vez que su lengua juega con los pezones. No puedo evitar soltar un pequeño gemido y enredo mis dedos en su pelo. Siento su erección
a través de la tela de la ropa interior y cierro los ojos para disfrutar de la sensación de la boca de Andrés.
Gira otra vez y sus labios bajan por mi estómago hasta posicionarse en mi entrepierna. Sus dedos acarician el elástico de la única prenda que me queda y la desliza por mis piernas con lentitud para dejarme desnuda por completo.
No me deja ni pensar, porque al instante su lengua recorre mi intimidad con movimientos expertos, concentrándose en el punto más placentero, al mismo tiempo que introduce un dedo en mi interior. Mis caderas toman vida propia y se mueven a medida que él incrementa la velocidad, un cosquilleo comienza a formarse en mi bajo vientre y él se detiene con una sonrisa traviesa. Se baja los calzones con rapidez y estira su mano hasta el cajón de la mesita de luz para sacar un preservativo, el cual abre con los dientes. Arqueo las cejas, es como un profesional en esto y además se vio demasiado sexy.
Cuando está listo, abre mis piernas y acaricia mi intimidad con su miembro algunas veces, provocando que lo desee aún más y creando expectativa, hasta que me penetra de un solo golpe y sin avisar. Un gemido se escapa de mi garganta y suelta un gruñido de placer. Agarra mi cintura con firmeza y sus embestidas son tan duras pero lentas, que pierdo todo tipo de razón y me dejo llevar. Juega con la velocidad y la fuerza hasta que ninguno de los podemos seguir aguantando.
Comienza a moverse con rapidez, su mano toca mi clítoris acompañando el movimiento y en cuestión de minutos el orgasmo se apodera de mi cuerpo, estremeciéndome, y me pierdo en esa sensación por un instante hasta que él cae sobre mí con un bufido y me besa.
—No sabés cuánto te necesitaba, morocha —susurra contra mis labios—. Pero esto recién empieza —agrega con tono ronco y sugerente.
—Y yo no quiero que termine —expreso quedando sobre él.
Acaricia mi espalda con suavidad y vuelve a atraerme a su boca. Me da un beso con dulzura y me pide un momento para cambiar el condón. Luego, entre besos, me guía posicionándose en mi entrada y bajo hasta tenerlo dentro de mí.
—Hace mucho que no hago esto —comento comenzando a moverme con algo de torpeza, aunque a él no parece importarle ya que suelta unos gemidos de placer que me elevan un poco el ego.
—Lo hacés más que bien, nena —replica poniendo sus manos en mi cintura.
Debo admitir que me creo esas palabras y me siento como nunca antes, segura de mí misma, sensual y caliente. Además, él está más que entregado y me hace sentir como si fuera una diosa.
Se sienta y me pega hacia él para besarme apasionadamente mientras yo sigo moviéndome. El silencio es llenado por nuestras respiraciones, nuestros besos y los roces de nuestra piel. Me abraza con fuerza, como si quisiera fundirse conmigo, su respiración se acelera y ambos llegamos al clímax de una manera increíble.
Bajo la velocidad y apoyo mi cabeza sobre su hombro mientras intento calmar mis pulsaciones. Creo que no salgo viva de acá.
—Morocha, ¿qué carajo me hiciste? —interroga acariciando mis mejillas.
—¿Te cogí? —replico y suelta una carcajada.
—¡Y de qué manera, mi amor!, pero es que siento... —Suspira y nos acostamos abrazados un momento para recuperarnos y acaricia mis hombros con suavidad—. Siento que tenemos una conexión increíble. Digo, no me gusta hablarte de mi pasado, pero nunca jamás había sentido esto con una mujer.
—¿Y qué es "esto" para vos?
—Además de una conexión, es química, fuego y algo más. No solo son ganas de tener sexo, pienso que de ahora en más solo voy a poder estar con vos, que no necesito más,
porque al fin te encontré y ni siquiera te estaba buscando —expresa con ese hilo de voz que tiene.
—¿Qué significa eso? —quiero saber jugando con los vellos de su pecho.
—Que estoy enamorado de vos, morocha. Te quiero, necesito tenerte a mi lado, yo ni siquiera estaba buscando amar hasta que vi tu sonrisa y tus ojos tan dulces.
Un nudo se forma en mi garganta a causa de la emoción. Que me diga algo tan lindo solo me demuestra que él cambió, que ya no es el mujeriego engreído que aparentaba en un principio.
—Ya dejá de hablar, que te vas a desgarrar las cuerdas vocales si seguís haciendo fuerza —expreso—. Y por cierto, yo también siento todo eso y debo admitir que tengo miedo de tanta conexión, pero al mismo tiempo quiero todo con vos.
—¿Todo? —pregunta. Incluso en la poca luz noto su sonrisa pícara, hago un sonido afirmativo y me da un beso en la frente—. Vos sabés que soy bueno con los dedos porque tengo que tocar la guitarra... —agrega llevando su mano a mi entrepierna para continuar donde lo dejamos.
Él enciende el velador y eso termina de excitarnos, al parecer vernos a los ojos mientras me da placer se va a convertir en nuestro pasatiempo favorito.
De repente conozco toda su habitación, me pasea por la puerta, me apoya en la pared, sobre la cómoda, contra el armario, contra la ventana, rodamos por la alfombra y volvemos a la cama para terminar con algo más tranquilo hasta que terminamos agotados. 365 días es una porquería comparada a lo que nosotros acabamos de hacer.
—Deberías quedarte a dormir todos los días —dice besando mi hombro. Esbozo una sonrisa y lo miro. Su semblante está relajado y se nota que está aliviado ya que tiene una sonrisa de oreja a oreja.
—No creo poder aguantar esto todos los días —contesto sintiendo cómo mis extremidades hormiguean—. Mañana no voy a poder moverme.
Nos reímos y me besa con suavidad.
—Ya deberíamos dormir, despertamos en... dos horas.
Casi me muero ahogada cuando noto que pasaron cinco horas. Entre besos y descansos no me di cuenta del tiempo.
—¿Cómo mierda lo hicimos por cinco horas? —pregunto asombrada.
—Mmm, bueno, dada mi resistencia y las ganas tremendas que tenía... te la metí como si no hubiera un mañana, espero que estés satisfecha —ríe por lo bajo.
—¿Va a haber un mañana? —interrogo.
—Un mañana, y un pasado mañana, y un pasado pasado mañana... y muchos pasado mañana hasta que te canses.
—Gracias —susurro acurrucándome junto a él—. Gracias por cuidarme y haberme respetado todo este tiempo en el que no podía avanzar.
—Pero la espera valió la pena totalmente, morocha. —Se estira para apagar la luz y escucho que bosteza—. Nos vemos en unas horas.
Pero eso apenas lo escucho. Yo ya tenía mis ojos cerrados y la oscuridad provocó que caiga en el sueño al instante.
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