38
Camila
Reviso los mensajes que envié anoche y me tapo la cara con la almohada. Definitivamente, estar caliente no es una buena idea. Está bien, no mostré nada ni tampoco escribí algo demasiado fuerte, pero me desconozco. Hace meses habría jurado que nunca iba a mandar este tipo de cosas... Es que él me hace sentir segura.
Me obligo a arrastrar los pies hasta el baño y entro a la ducha. Suspiro mientras me peino, hoy mis rulos están más rebeldes que de costumbre a causa de la humedad y al ver mis puntas creo que ya debo cortarlo.
Me visto para ir a la cafetería con una camisa negra básica y una calza térmica de algodón. Sé que afuera hace frío así que me pongo un abrigo polar, ya falta poco para primavera. Tengo que aguantar unas semanas más.
Le doy un beso en la frente a Dai, que está dormida, y me voy a trabajar. Cuando llego, me sorprendo al ver que Andrés todavía no llegó. Estos días estuvo llegando más temprano, quizás hoy se quedó dormido.
Celeste aparece cinco minutos después y me ayuda a ordenar mientras yo pongo a calentar un poco de café para desayunar.
—¿Hoy no viene tu amor? —pregunta arqueando una ceja. Me encojo de hombros y miro el celular para ver si tengo algún mensaje, pero nada.
—No sé, no me mandó nada. Seguro que no le sonó el despertador. Igual, anoche nos quedamos hablando hasta tarde por mi culpa, así que voy a perdonar su tardanza —contesto. Esboza una sonrisa pícara y me guiña un ojo.
—Bien, prima, me alegra que al fin te estés liberando. —Y hace un movimiento con las caderas que me hace reír y avergonzar.
—De eso nada, él no va tan rápido como pensé que haría y eso me gusta —expreso. Hace una mueca de disgusto y luego bufa.
—Qué aburrido.
—Si cocinas rápido la carne, queda dura y asquerosa. En cambio, si lo cocinas a fuego lento, queda tierno y sabroso. Así es el amor.
Rueda los ojos y ni siquiera yo sé qué quise decir con esa referencia. Desayunamos tranquilas, pero comienzo a impacientarme cuando ya pasan las ocho y Andrés no aparece. Los primeros clientes comienzan a llegar y empezamos a atender, por lo que el tiempo pasa un poco más rápido. Al ver la hora, ya son más de las diez.
Mi prima frunce el ceño y resoplo, ni señales de vida de Andrés, ni siquiera cuando lo llamo.
De repente estoy asustada. ¿Y si se arrepintió de lo de ayer? ¿Si le dio miedo tanto compromiso con una relación y esta es su manera de dejarme?
Y de casualidad, Merlina y Emanuel entran y se sientan en una de las mesas. Voy a atenderlos a ver si me dicen algo.
—Buen día, chicos —los saludo—. ¿Qué van a pedir?
—Dos café cortados y cuatro medialunas —replica él. Mira alrededor y arquea las cejas—. ¿No está mi hermano?
Trago saliva y niego con la cabeza.
—No, de hecho le iba a preguntar a ustedes si lo vieron. Él no llegó y tampoco me responde las llamadas —contesto preocupada. Ellos se miran con el mismo semblante—. ¿Lo vieron salir?
—No lo vimos, y él suele desayunar con nosotros. Pensamos que quizás salió temprano —dice Merlina.
—Él llegó a casa anoche —afirma su hermano—. Lo escuché cuando entró, pero la verdad es que no lo escuché salir esta mañana. Aunque tampoco escuché sus ronquidos.
—Deberían ir a ver si está bien en su casa o en su habitación —digo. Ellos asienten y Merlina chasquea la lengua.
—Yo no puedo, tengo una cita con un cliente en diez minutos. Vayan ustedes —manifiesta.
—Sí, Cami, vos andá a mi casa. Tomá las llaves, yo voy con el auto a ese cuartucho que está alquilando. Vamos, primero te llevo así llegas más rápido —comenta Emanuel. Asiento y le digo a Celeste que se encargue por un momento y ella solo me empuja para que me vaya.
Ni siquiera recuerdo ponerme el abrigo, solo salgo y subo a su coche, conduce rápido las cinco cuadras hasta su casa y me deja en la puerta con total confianza antes de salir disparado. Abro la puerta y voy a paso seguro hacia la habitación de Andrés. Recuerdo bien cuál es.
Lo encuentro acurrucado en su cama, debajo de una pila de mantas y abrigos. Me acerco y resoplo al ver que está durmiendo, pero está temblando, transpirado, pálido y caliente. Debe estar volando de fiebre.
Lo sacudo para que despierte y gruñe por lo bajo.
—Hola —murmuro despejando su rostro, tirando su cabello hacia atrás.
—¿Morocha? —pregunta sin abrir los ojos. Hago un sonido afirmativo y tose con fuerza—. Creo que voy a morir.
—Sí, creo lo mismo. Necesito que estés lo suficientemente lúcido como para recordar si tienen un botiquín con pastillas o algún medicamento.
—En el baño —es lo único que dice.
Me dirijo a dicha habitación y rebusco en los muebles para ver si hay, aunque sea, un paracetamol. Abro el último cajón y ahí encuentro todo tipo de pastillas que la verdad no tengo idea de para qué son. Hay ibuprofeno, así que agarro eso y se lo llevo para que tome. De paso encuentro un termómetro para tomar la fiebre.
Saco sus frazadas, dejándolo solo con las sábanas y se queja de frío por lo bajo. Le digo que se incorpore, algo que hace a duras penas, y toma la pastilla sin chistar mientras le tomo la temperatura. Cuando ya pasa el tiempo suficiente, veo en cuánto está y abro los ojos con sorpresa. ¿Treinta y nueve grados? Es demasiado.
Suspiro y llamo a Merlina para avisarle que Andrés está acá y que le diga a su novio, ya que yo no tengo su número.
Luego voy a buscar algún trapo limpio y lo mojo en agua fría para ponerlo sobre su frente.
Emanuel llega cinco minutos después, entra en la habitación y bufa al mirar a su hermano.
—Se ve realmente mal —comenta. Asiento con la cabeza y hago una mueca cuando Andrés vuelve a toser—. Eso es porque sale a fumar con tres grados de temperatura y no se abriga.
—Sí, seguro, pero anoche él estaba bien. Al menos hasta que me dejó en casa...
—¿Te quedás con él? —inquiere—. ¡Por favor, dos horas aunque sea! Tengo una reunión importantísima en la empresa y no puedo cancelarla.
Resoplo y le pido un momento para llamar a mi prima y preguntarle cómo va todo. Al parecer, su amigovio —el barman de los sábados— la está ayudando, así que me quedo tranquila.
—Está bien, me quedo hasta que se le baje la fiebre —digo asintiendo.
—¡Mil gracias! Prometo volver en cuanto termine la reunión.
Se va y me cruzo de brazos, mirando a un Andrés callado y decaído, se me hace raro verlo así. Vuelvo a mojar el trapo, que ya está caliente, y se lo pongo otra vez. Esboza una media sonrisa con los ojos cerrados y arqueo las cejas mientras me siento en un espacio libre de la cama.
—¿Ya no voy a morir? —pregunta con tono ronco. Sonrío.
—Seguro que no, deberías tomar un poco de agua para reponerte, se nota que tenés la garganta seca.
Agarra el vaso que le doy con un ojo abierto y otro cerrado.
—¿Podés cerrar la cortina? La luz me perfora la cabeza —expresa. Me levanto y hago lo que me pidió, por lo que la habitación se vuelve roja ya que es el color de la cortina reflejada en la pared blanca—. Gracias.
Lo noto un poco mejor, al menos ya no está tiritando. Cambio su paño cinco veces más mientras continúa durmiendo. Su piel deja de estar tan caliente, así que decido volver a tomarle la temperatura. Bajó a treinta y ocho.
Como es hora del almuerzo, voy a la cocina a preparar algún caldo de verduras que lo ayude a reponerse. Cuando Dai tiene fiebre —que por suerte no suele pasar seguido— preparo la receta que mi mamá me hacía a mí y siempre funciona. Ella decía "el amor es el ingrediente secreto".
Cada tanto me fijo que Andrés siga dormido, y la verdad es que está roncando bastante.
Cuando la sopa ya está lista, la sirvo en un plato hondo, la coloco sobre una bandeja y se la llevo. La dejo sobre la mesa de luz y lo despierto otra vez. Esta vez logra abrir los ojos, así que cuando se sienta le pongo almohadones contra el respaldo de la cama para que esté más cómodo.
—Este es el caldo milagroso, te va a hacer bien —le digo. Él mira el plato y arruga la nariz.
—No me gustan las verduras —murmura. Ruedo los ojos, parece un nene chiquito.
—Te van a ayudar a recuperarte, dale.
Suspira y agarra la cuchara para comer. Sopla un poco antes de meter la comida a su boca y hace una mueca de sorpresa.
—Está rico —expresa. Sonrío y lo observo mientras deja el plato vacío—. Me siento mejor.
—Me alegro —digo llevándome la bandeja a la cocina. Vuelvo a la habitación y pongo una mano sobre su frente. La temperatura le bajó mucho, pero sigue teniendo un poco—. Bueno, deberías ir a darte una ducha mientras te cambio las sábanas, pero con agua tibia, no caliente.
—Hace frío.
—Hay calefacción.
Refunfuña por lo bajo y termina asintiendo mientras se levanta. Apenas me doy cuenta de que está solo en calzoncillos.
—Vuelvo en cinco minutos —dice arrastrando los pies.
Cambio sus sábanas y voy a buscar algún lugar en el que pueda dejar la ropa sucia. La puerta del baño está entreabierta y sale un vapor impresionante, avisando que se está duchando con agua caliente. Chasqueo la lengua y entro sin pensarlo. La cortina de baño transparente está empañada, así que la deslizo. Él se sobresalta y me mira con expresión curiosa.
—¡Te dije que con agua tibia! Esto no te va a bajar la fiebre —manifiesto metiendo la mano para girar la perilla del agua fría.
Pero yo no sé si ya mejoró o si nunca tuvo fiebre, porque agarra mi brazo en un rápido movimiento y tira de mí para meterme abajo del agua. Suelto un chillido y vuelvo a abrir el agua caliente, provocando que se ría.
—¡Maldito! —exclamo. Da un paso más hacia mí, dejándome atrapada entre la pared y su cuerpo desnudo—. Me estoy mojando toda la ropa —agrego en un murmullo.
—Sacatela —replica encogiéndose de hombros.
—¿No estabas con fiebre? —pregunto con ironía. Hace un sonido afirmativo.
—Y probablemente sigo teniendo, pero ahora estoy con otro tema... más importante.
Mira hacia abajo y mis ojos no pueden evitar seguirlo. Su excitación está a la vista, y no sé si ayudarlo con eso o rezar mil padre nuestro. El tipo está enfermo y aún así está pensando en sexo. Y debo admitir que se ve tan sensual con el agua cayendo por su cuerpo y el calor que emana hacia el mío.
—Todavía te estás mojando —susurra a centímetros de mis labios.
Mi corazón late a toda velocidad y mi silencio solo provoca que él comience a desabrochar los botones de mi camisa. En cuanto deja al descubierto mi piel y mi sostén de encaje negro, cubre mi boca con la suya para darme un beso cargado de intensidad.
Me dejo llevar hasta que escucho un ruido proveniente de la cocina. Él también se detiene y suelta un insulto por lo bajo cuando distingue la voz de su hermano.
Sale con la toalla envuelta y solo resoplo cerrando la ducha. Vuelvo a abrochar mi camisa y también agarro una toalla para secarme.
—Tengo que ir a ayudar a Celeste —expreso. Emanuel me ve con diversión al notar que estoy empapada, pero Andrés me dedica una mirada de sufrimiento.
—Al menos esperá a que se seque tu ropa —me dice.
Termino aceptando porque no quiero irme toda mojada, así que Andrés me presta algo de ropa para cambiarme mientras pongo la mía a secar en su estufa. Él también se viste y vuelve a acostarse, dejándome un lugar.
—No me voy a acostar con vos, sos un maldito —digo. Se ríe con expresión traviesa y vuelve a insistir para que vaya a su lado.
—Prometo no hacer nada —murmura. Hago una mueca de incredulidad, pero termino acostándome. Nos tapamos y él me abraza.
—Te bajó la fiebre —digo.
—Sí, debe ser ese caldo milagroso que me diste. —Esboza una sonrisa y me da un beso en la mejilla—. Gracias por estar conmigo —agrega antes de cerrar sus ojos.
Yo solo me quedo observándolo mientras siento cómo las mariposas en mi estómago revolotean con más fuerza que nunca.
Quizás, esto sí puede ser algo duradero.
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