35
Andrés
Al otro día, todo marcha perfecto, tanto que me da miedo.
La morocha habla con Celeste mientras me dedico a destapar el baño. Maldito sea el que tira el papel al inodoro. Termino de limpiar justo cuando Marco aparece con expresión preocupada.
—Nena, tengo que hablar con vos —le dice a su hermana, que rápidamente se acerca hasta él.
—¿Le pasó algo a Dai? —cuestiona asustada. Él niega con la cabeza y luego se encoge de hombros.
—Llamaron de la escuela, Jonathan sacó antes de horario a Dai, y también llegó el correo...
Se van a hablar a un rincón para tener más privacidad. Marco le da un papel, y en cuanto ella lo lee, se le transforma la cara por completo. Niega con la cabeza y resopla con los ojos llenos de lágrimas. Celeste va a ver qué pasó y de lejos veo que la abraza con suavidad.
—No pasa nada, vas a ver que no va a ganar —le dice. Entonces me acerco por curiosidad y leo la carta, es la notificación de Jonathan sobre la tenencia de su hija. Bufo y acaricio la espalda de la morocha con suavidad.
—Tranquila, te voy a ayudar. Te dije que conozco buenos abogados —expreso. Me mira con poca fe pero termina asintiendo.
—Voy a hacer lo que sea para que no me saquen a mi hija, aunque me endeude —replica.
—Voy a mandarle un mensaje a mi papá, a ver si puede pasarme algún contacto.
—Gracias —murmura—. Ahora quisiera saber dónde se la llevó, si la fue a retirar temprano debe estar en su casa...
Se aleja para llamar a Dai. Gracias a que ahora tiene celular, puede mantenerse en contacto con ella. Mientras tanto, yo le escribo a mi padre para saber si conoce a algún buen abogado que se dedique a tratar temas de familia. Yo supongo que sí, ya que él ganó nuestra custodia cuando se separó de mamá... aunque según la versión de Ema, mamá nos entregó en bandeja.
Como respuesta, solo obtengo una invitación a cenar. Suelto un resoplido y termino diciendo que sí. Comer con mi padre es una tortura, le molestan los ruidos al masticar, los codos apoyados, si uno está con la espalda encorvada y si está el celular sobre la mesa. Incluso le molesta cuando corto el pan con la mano y no con un cuchillo.
La morocha despide a su hermano y aprovecho que tiene ese instante de soledad para acercarme a ella.
—¿Te animás a venir a cenar conmigo y con... mi papá? —le pregunto. Me mira con el ceño fruncido y rasca su ceja con expresión pensativa—. Me invitó a mí, pero si vas puede que entienda mejor la situación.
—No quiero molestar... —susurra.
—No molestas para nada, solo le aviso que voy acompañado y ya está.
—Bien, bueno...
—Lo único que te debo advertir es que él es muy anticuado. Te voy a tener que presentar como mi novia, porque si digo que sos mi amiga no va a querer colaborar mucho —agrego. Se sonroja al escucharme decir eso y suspira.
—Está bien, no tengo problema. —Esboza una pequeña sonrisa y me abraza con suavidad—. Gracias por todo.
—No es nada, morocha, haría lo que fuera por vos.
—Perdón por hacer que pases esta situación cuando ni siquiera debería importarte, Dai no es tu hija ni nada, pero igual te preocupas...
—No es mi hija, pero es la tuya. Y es una nena muy dulce con una mamá muy fuerte, y quiero que seas feliz con ella porque si ustedes están bien, entonces yo también —contesto tomando sus manos. Sus ojos se iluminan y me da un beso tierno en los labios—. ¿Te contestó la llamada?
—Sí, me dejó un poco más tranquila, están en la casa de tu madre. —Pone una mala cara y suspira—. Sigamos trabajando —comenta mientras se aleja.
Esbozo una sonrisa tonta y no tengo idea de porqué me siento tan embobado. No conocía este lado de mi personalidad, no sé si siempre fui cariñoso y atento o si ella me hace ser así, pero debo admitir que me siento bien, creo que tengo corazón; pensé que lo había perdido hace mucho.
—Enamorado —murmura Celeste en mi oído, haciéndome sobresaltar. Suelta una carcajada y me tira un trapo a la cara—. Gracias por ayudar a mi prima, de verdad, con este gesto hasta va a aceptar subirte el sueldo.
—Bah, lo hago porque lo necesita, no porque quiero un favor a cambio —replico dirigiéndome a una mesa para limpiarla—. Cele, ¿puedo pedirte un consejo?
Arquea una ceja y se cruza de brazos esperando a que continúe, pero la verdad es que no tengo idea de cómo decir esto sin sentir vergüenza.
—Bueno... ¿tu prima prefiere las rosas o los chocolates? —inquiero.
—Los chocolates —responde la jefa detrás de mí. Mi compañera se ríe por lo bajo y yo siento mi cara roja—. Si son blancos y aireados, mejor, me encantan. Si es chocolate negro, amo los que tienen maní —continúa—. ¿Y a vos cuál te gusta?
—Prefiero lo salado —murmuro embelesado mirando sus ojos y esa pequeña sonrisa que tiene grabada en su rostro. Mi corazón late tan fuerte que siento que me va a dar taquicardia—, pero si tengo que elegir algo dulce... —Tomo su mano y la atraigo hacia mí—. Elijo tus labios.
La beso con suavidad y Celeste nos mira con la nariz arrugada.
—Me está dando diabetes —comenta dando media vuelta para seguir trabajando.
La morocha me sonríe y me da un apretón de manos antes de esconderse atrás del mostrador ante las atentas miradas de los clientes que nos observan divertidos, excepto por una que está escondida en un rincón... Diana. Maldita sea.
Me acerco a ella rascándome la barbilla y me mira con expresión ofendida.
—Ya me atendieron —suelta cortante.
—Vengo para que hablemos. Esto... lo nuestro, sabías que era falso.
—Sí, pero tenía la ilusión de que se hiciera realidad en algún momento —contesta con voz ahogada.
—Perdón, Diana, de verdad, pero estoy saliendo con la morocha. Y es algo que va en serio, no es de mentira ni tampoco es algo que vaya a durar una noche —manifiesto. Rueda los ojos y niega con la cabeza.
—Tarde o temprano te vas a aburrir de estar con una sola, y vas a caer. Los hombres como vos son así, quizás ahora pienses que sí vas a aguantar, pero yo sé que no lo vas a lograr. Y cuando pase eso, me vas a volver a llamar —responde con seguridad.
—No va a pasar eso —expreso con semblante serio. Hace una mueca de incredulidad y la morocha le trae su pedido.
—Nena, voy a hacerte una apuesta —le dice la colorada—. Creo que Andrés no va a aguantar estar solo con vos, ¿cuánto tiempo le das hasta que se tire a otra?
—Diana —digo mirándola con expresión de reproche.
—Es verdad —responde la morocha sorprendiéndome—. Sí, es cierto, él probablemente algún día se canse de estar solo conmigo, pero tengo la certeza de que si llega a ser así, me lo va a decir.
—No podría cansarme de vos —comento mirándola a los ojos.
—Yo sé que sí, Andrés.
Esboza una sonrisa triste y simplemente se va. Miro a la colorada, que está sonriendo con expresión triunfante.
—Diana, olvidate de seguir siendo la estrella del reality —manifiesto antes de dar media vuelta y salir corriendo detrás de mi jefa.
—Eve —la llamo y me mira interrogante mientras cambia las cápsulas de la máquina—. Perdón, ya la dejé. Ahora que soy oficialmente soltero, ¿querés ser mi novia? Mi novia real, que aparezca conmigo en la cámara y a la que le dedico canciones.
Frunce el ceño y pone una mano sobre mi frente.
—¿Estás enfermo? —quiere saber y niego con la cabeza—. Andrés, que me pidas esto significa que estás comprometiéndote en una relación que podría durar hasta años, no sé si estás seguro, vas a tener que ser fiel porque yo no tolero las infidelidades y además vas a tener que aguantar mi mal carácter la mayoría del tiempo.
—Sí a todo —la interrumpo y sonrío—. Estoy seguro, quiero que seas mi novia.
Esboza una pequeña sonrisa y hace un gesto negativo, arqueo las cejas y hago puchero con la boca.
—No es momento para responderte eso —murmura.
—¿Y cuándo es el momento? —quiero saber.
—Después de la cena te doy mi respuesta —replica.
Asiento tragando saliva. ¿Será que va a evaluar cómo me comporto con mi padre o si él la acepta? Ahora sí voy a tener que esforzarme en ser buen hijo.
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