34
Camila
«Morocha, te quiero»
Esa frase no para de dar vueltas en mi cabeza. Me lo dijo con tanta seguridad y dulzura al mismo tiempo, que me dejó sin habla. ¿Qué podría responderle? "¿Yo también?" "¿No te creo?" "¿De verdad?". Preferí quedarme callada y solo le sonreí. ¿Qué más podría hacer?
Hace tanto que no escuchaba eso (que no viniera de mi hija) que me sorprendí por completo. Había olvidado lo lindo que se sentía.
—Esta noche tengo práctica con mi banda, ¿querés venir? —me pregunta cuando empezamos a acomodar todo para cerrar el negocio. Hago una mueca.
—No sé... estoy un poco cansada y hace mucho frío.
—Entiendo —expresa esbozando una sonrisa comprensiva—. Igual te voy a dejar la dirección, por si te animás... Las novias de mis amigos van, no vas a ser la única chica, si eso te preocupa.
¿Me está invitando que vaya a ver cómo toca su banda como las novias de sus compañeros? ¿Será que también me considera como una novia? Anota la dirección en un papel, lo guardo en el bolsillo y nos quedamos mirando.
—Pensé que no tocabas más en la banda, ¿no te habías hecho solista? —quiero saber mientras busco la llave del negocio y paso el cartel de abierto a cerrado.
—Sí, pero volvimos... es época de concursos y queremos participar. Más que nada porque necesitamos la plata que dan. —Se ríe por lo bajo.
—Pueden tocar acá los sábados, no tengo problema. Incluso podrían... no sé, cobrar la entrada o pedir propina. —Me encojo de hombros—. Bah, no sé cómo funcionan esas cosas.
—Sí, está bueno, le voy a comentar a los chicos si quieren venir a tocar. —Asiente y suspira—. Voy a tener que ir al gimnasio, quiero quedar como el muñequito de torta.
Suelto una carcajada y niego con la cabeza.
—Estás bien así, no te hace falta estar tan marcado. No puedo imaginar a un tipo muy musculoso tocando la guitarra —contesto poniéndome el abrigo.
—Es verdad, la mayoría de los músicos no son como un ropero —responde riendo.
—Bueno, ya tenemos que irnos. No veo la hora de llegar a casa y meterme en la cama —expreso apagando las luces. Esboza una media sonrisa traviesa, pero no dice nada.
Salimos del local, el frío nos impacta con fuerza y me subo la bufanda hasta la nariz. Odio el invierno con toda el alma, ya quiero que termine.
—Te acompaño a la parada hasta que venga tu colectivo —dice.
—¡No! Andá a tu casa que estás desabrigado y te vas a enfermar.
—¡Estoy bien, me la aguanto! —exclama.
Hago una mueca de incredulidad, pero termino aceptando. Mientras esperamos, envuelve mi cuerpo con sus brazos y me da un beso en la frente. Por suerte para él, el transporte llega a los cinco minutos. Sale corriendo en cuanto me subo, creo que tenía frío de verdad.
En el camino a casa sigo dándole vueltas a su te quiero. Y a esa extraña invitación de "las novias de mis amigos van a estar". Saco el papel del bolsillo y miro la dirección, es un galpón que está a unas cinco cuadras de mi casa, no me queda nada lejos, pero la hora... ¿Por qué tocan a las doce de la noche de un lunes?
Llego al resguardo de mi hogar y me doy una ducha caliente mientras mi cuñada prepara la cena. Hoy a mi hermano le toca quedarse en el restaurante, mi sobrino se durmió temprano y Dai se quedó en una pijamada con amigas, así que prácticamente estamos solas.
Confío mucho en ella ya que también es como mi hermana, así que mientras cenamos, decido soltar lo que siento.
—Tengo un problema.
—¿Qué pasa? —interroga preocupada.
—Nada grave... o no sé. Bueno, creo que de verdad estoy enamorada de Andrés.
Su sonrisa se amplía y hace un baile que me hace reír.
—¿Y cuál es el problema de eso? Si se nota que él también está enamorado de vos, y para colmo Dai ya lo adora —comenta.
—El problema es que hoy me dijo que me quiere. ¿No es muy rápido? Digo, apenas llevamos una semana, pero es que ya no confío en relaciones que van a está velocidad...
—Te dijo que te quiere, no que te ama. Es normal, si no te quisiera no estaría con vos, Cami. Yo sé que Jonathan te arruinó todo lo que creías sobre el amor, pero creo que Andrés no es como él. Y en el fondo también lo sabés.
Asiento mientras termino de comer en silencio. Es cierto, tengo que confiar más en él.
—En un ratito voy a salir, no sé a qué hora voy a volver —digo. Ella hace un sonido afirmativo y me guiña un ojo.
—Pasalo lindo y dejá de ser tan seria. El amor no se piensa, se siente. —Me da un beso en la coronilla con aspecto maternal y bosteza—. Me voy a dormir, no doy más del sueño.
—Dale, que descanses.
Me visto con un pantalón de jean gastado, borcegos de cuero, una blusa térmica, varios suéteres y una chaqueta de cuero muy caliente que tiene peluche por dentro. Me maquillo como hace tiempo no lo hacía, con los labios pintados de rojo intenso, respiro hondo y me dirijo al galpón donde la banda de Andrés está tocando.
Escucho música y por un momento sopeso la idea de dar media vuelta y volver a casa, pero niego con la cabeza y me doy fuerzas antes de abrir la puerta corrediza.
La música se detiene, las tres chicas que están sentadas me miran con curiosidad mientras Andrés baja del escenario de un salto y se acerca corriendo a mí.
—¡Morocha, viniste! —exclama esbozando una enorme sonrisa. Me estrecha entre sus brazos y me mira con interés—. Estás hermosa.
—Eh, gracias... —murmuro sonrojada—. Estaba en casa, aburrida, así que... vine.
—Gracias por venir.
Toma mi cintura y me atrae hacia su cuerpo para besarme solo como él sabe hacerlo. Luego toma mi mano y me lleva hasta los demás.
—Chicas, chicos, ella es Eve, alias la morocha —me presenta. Ellos me saludan como si me conocieran, con abrazos incluidos.
—¡Sos real! Yo pensaba que eras imaginación de Andy —comenta una rubia que me da ternura porque es bajita. El nombrado le hace un gesto para que no hable.
—Ja, sí, creo que soy real —replico riendo.
—Por poco pensé que hablaba de su muñeca inflable —expresa un muchacho que se va detrás del teclado soltando una risotada. Andrés se pone rojo y chista.
—Mejor toquemos —dice subiendo al escenario otra vez.
Nunca lo había visto tan avergonzado, lo que me causa mucha simpatía. Las chicas me dejan un espacio y me siento mientras me pasan un vaso con cerveza y miro como tocan. Ellas cantan la canción y asienten al ritmo del rock, mientras yo solo miro con atención. Son buenos, la voz de Andrés me sumerge en la canción y los instrumentos lo acompañan de una manera espectacular, pero lo que más me gusta es... él.
Sonríe cuando termina la canción y aplaudimos, entonces se ponen a practicar varias cosas que podrían ajustar mientras las chicas me miran.
—De verdad, cuando Andrés dijo que estaba enamorado, no lo podía creer, pero ahora que te veo, ¿cómo no va a estarlo? —dice la rubia que habló hace un momento.
Una chica de pelo corto que mastica chicle asiente dándole la razón.
—¡Sos una bomba! —exclama.
—Pero él siempre tiene mujeres así —comenta una teñida de rosa mientras rueda los ojos. Arqueo las cejas.
—Sí, siempre son lindas, pero nunca dijo que estuviera enamorado de ninguna —replica la de pelo corto—. Además, jamás había invitado a ninguna chica a las prácticas.
¿Por qué hablan como si no estuviera? Decido tomar la cerveza en silencio y suspiro.
—Por cierto, ¿cómo se llaman? —digo.
—Yo soy Lara —replica la rubia.
—More —se presenta la de pelo corto.
—Joana —expresa la de pelo rosa con mala cara. Creo que ella es la mala onda del grupo—. Eve, te voy a ser sincera, Andrés es como un hermano para mí, más bien como un cuñado, y no lo vi nunca tan ilusionado por alguien. Si sos de esas mujeres que solo están con alguien por su fama, lo mejor es que ahora mismo te levantes y te vayas.
—Joa... —la interrumpe Lara por lo bajo.
—No me interesa la fama —digo con seguridad—. Si fuera así, hubiera aceptado estar con él desde que puso un pie en mi cafetería.
Se queda en silencio y frunce el ceño.
—¿No sos la que finge ser su novia en el reality? —cuestiona confundida.
—¡Ay, Joa! Esa es Diana, la colorada, vino el otro día... —Morena se interrumpe a sí misma.
—¿No era que yo soy la primera en venir acá? —pregunto.
—Sí, sí, es que Diana vino solo para filmar un episodio, no como la novia... digo, Andrés no dijo que estuviera enamorado de ella ni nada —comenta Joana con verborragia. De repente ya no me odia más.
—Ya veo —murmuro.
Andrés va a tener que cortar con esa falsa relación en cuanto sea posible, porque yo no voy a permitir que ande besuqueando a otra. No soy celosa, pero me interesa la fidelidad.
Miro el reloj y hago una mueca.
—Ya es muy tarde... —manifiesto.
Justo en ese momento, los chicos bajan del escenario y Andrés me envuelve entre sus brazos por atrás.
—Espero que hayan dicho cosas lindas de mí —dice él. Las chicas hacen caras raras y resopla—. Ya veo que no.
Me río por lo bajo. No hablaron nada raro, pensé que iban a contar más cosas sobre su oscuro pasado. Saludo a las parejas antes de que se vayan y Andrés guarda la guitarra en su estuche. Luego me mira.
—¿Te gustó la banda? —interroga. Asiento con una sonrisa.
—Me encantaron, son geniales. Toquen en la cafetería los sábados —replico.
Se acerca y me da un beso muy lento en los labios, es tan suave que mis piernas se vuelven gelatina. Una mano descansa en mi cuello mientras la otra acaricia mi cintura y me pega más a él.
—¿Te cansaste de que sea solista? —pregunta divertido contra mis labios. Niego con la cabeza.
—No, no. Si te gusta ser solista entonces...
—Morocha, voy a hacer lo que me digas. Si me pedís que siga siendo solista, lo hago, si me pedís que vaya con la banda, lo hago... a contrario de vos, no puedo decirte que no a nada —expresa.
—Bueno, pero en este caso te dejo elegir a vos, sos el músico y solo quiero que estés cómodo —contesto antes de que vuelva a besarme.
Sus malditos besos son un infierno caliente y tortuoso, lleno de pecado, pero adictivos. No puedo parar de buscar sus labios y cuando su lengua roza la mía no puedo evitar soltar un gemido que lo enciende más.
Me besa con una intensidad tremenda, tan sexual que llega directo a mi intimidad y no sé si voy a ser capaz de contenerme. Me apoya contra una pared mientras sus labios bajan por mi cuello y lo mordisquea con suavidad, mientras yo intento calmar mi respiración.
—Morocha... te acompaño a tu casa, porque te necesito tanto que soy capaz de hacértelo acá mismo y hace mucho frío —susurra en mi oído. Suelto una risa y asiento con la cabeza.
Cuando llegamos a mi domicilio, lo invito a entrar, pero dice que está muy cansado y decide irse. Eso es algo que me sorprende, pero simplemente quedamos en vernos mañana y vuelve a besarme de esa manera que me deja flotando.
Ya en la cama, no puedo evitar seguir pensando en que me dijo que me quiere. Y, la verdad, es que yo también lo quiero.
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