31
Andrés
Mi... ¿cuñado? se acerca a mí con expresión curiosa.
—¿Fumás? —me pregunta. Miro de reojo a la morocha, que está hablando animadamente con sus primas, y asiento—. Vení.
Lo sigo hasta el patio trasero, me da un cigarrillo y el encendedor y nos ponemos a fumar en silencio.
—A tu hermana no le gusta que fume —comento.
—Lo sé. —Sonríe—. Me lo dice todos los días. Nuestro abuelo murió por fumar y no quiere que me pase lo mismo. Celeste, nuestra prima, también fumaba mucho y... Eve la desintoxicó.
—¿Cómo hizo eso? —pregunto. Suelta una risa.
—La mantuvo en observación por dos semanas, le hacía la comida, y cuando Cele quería fumar iban al gimnasio. Una completa locura porque se la pasaba en el gimnasio.
No puedo evitar reír.
—Entonces voy a tener que dejar a la fuerza porque soy pésimo haciendo ejercicio —expreso soltando el humo, el cual se mezcla con el vapor del frío—. ¿De verdad se llama Evelyn?
—Bueno... me va a matar. Su segundo nombre es Evelyn, el primero es otro pero por algún motivo no quiere decírtelo. Igual ella siempre fue así de rara.
—Esa respuesta me basta.
—Andrés, ¿la querés? —me pregunta de repente. Me quedo callado, meditando la respuesta.
—Si te soy sincero, no sé lo que es querer a alguien y menos a una mujer como pareja. —Me mira con expresión inquisidora—. Yo tuve un pasado de mierda, y eso hizo que caiga en cosas que me jodieron más la vida. Era alcohólico, drogadicto y ludópata, además de un nene de papá, mantenido y con comodidades. Un día me encontré durmiendo en la calle, a punto de robar para conseguir droga, para conseguir plata para jugar, ni siquiera pensaba en comer. Y en un instante de lucidez dije "no puedo seguir así". Me interné por voluntad propia y como si fuera un mensaje del cielo, una loca organizadora me llamó para que actúe en su fiesta. Esa chica ahora es mi cuñada y la adoro como si fuera mi ángel, porque si no me hubiera llamado, yo no estaría acá.
—Increíble.
—Sí, pero el segundo ángel es tu hermana. Ella terminó de sacarme del pozo, pensé que tenía un alma oscura, que estaba destinado a estar solo o con muchas mujeres pero vacío por dentro... hasta que me sonrió. Fue la primera vez que me fijé más en la sonrisa de una mujer que en su escote. —Resoplo—. Me doy vergüenza solo de escucharme.
—Está bien, es tu pasado y seguro que mi hermana lo acepta, pero quiero decirte algo. —Toma aire—. Ella sufrió mucho con Jonathan, el papá de la nena.
—Lo sé.
—No quiero que vuelva a sufrir.
—No pienso hacerla sufrir.
—Ni siquiera sabés si la querés, Andrés.
Aprieto la mandíbula y tiro la colilla del cigarro en un cenicero.
—¿Querer a alguien se traduce a intentar hacerla feliz, pensar en ella las veinticuatro horas del día, estar dispuesto a cambiar y mejorar como persona...?
—Sí, se traduce a eso. —Esboza una sonrisa y me da una palmada en la espalda—. No la cagues, vas bien. Y hablando de cagar, me estoy cagando de frío, ¿volvemos a entrar?
Asiento soltando una risa y lo sigo. Me saco la chaqueta de cuero al sentir el calor del aire acondicionado y veo que la morocha está bailando con sus primas y las nenas como si estuvieran haciendo una ronda.
La observo con seriedad, mientras ella está sonriendo, y sus ojos miel caen sobre mí por un instante. Se sonroja al notar que la estoy mirando con intensidad y vuelve a jugar.
Sí, la quiero. Puedo darme cuenta porque mi corazón se dispara cuando estoy cerca de ella, la quiero porque es la única que llena mi mente y la quiero porque solo con ella puedo sentir estas horribles cosquillas en mi estómago.
—Andrés, ¿más pizza? —me pregunta su tío. Asiento mientras agarro una porción y Marco me sirve un poco más de cerveza. Debo admitir que me siento bastante bienvenido en esta familia.
—¡Novio de mamá! —grita la cumpleañera. Su madre repite que soy su amigo, pero ella no le hace caso. Miro a la nena y me hace un gesto para que me acerque.
—¿Qué pasa, enana? —pregunto. Hace que me agache y pone sus manos tapando mi oído para contarme un secreto.
—Mi mamá está bailando horrible y me da vergüenza.
Suelto una carcajada.
—Sí, me di cuenta —contesto—. ¿Y qué hacemos?
—O la sacas de acá, o bailás con ella.
—¿Qué me gano si bailo con ella?
—Una bolsita de caramelos.
—Trato.
Estrechamos las manos y sonrío.
—Solo una condición —expreso—. Yo elijo la música.
Me da el visto bueno y pongo Jailhouse Rock de Elvis Presley. Los tíos gritan animados. Al principio me pongo a bailar como él mientras me acerco a Eve (o como se llame), y me mira sin poder creerlo, pero tomo su mano y la hago bailar como si supiera lo que está haciendo, ya que se deja llevar.
De repente todo el mundo se mueve, los tíos, los primos, las amiguitas, aunque probablemente ni conocen a Elvis y todo se convierte en una fiesta hasta que el timbre suena.
Marco sale a abrir cuando la canción termina y me encuentro a solo centímetros de los labios de la morocha, pero no sé si quiere que la bese delante de su familia y mucho menos de su hija, así que me alejo.
Nuestras sonrisas se borran en cuanto vemos quién entra. El idiota de Jonathan, mi madre y mi hermanita.
—¡Andy! —exclama la pequeña corriendo hasta mí. La abrazo y le doy un beso en la coronilla mientras no aparto la vista del tipo.
—Hola, papá —lo saluda Dai con una pequeña sonrisa incómoda.
—Hija, feliz cumpleaños. —Se agacha y le da un beso mientras le da un regalo. Todo está en silencio y hay demasiada tensión en el ambiente—. Prometí que iba a darte esto.
La nena se desilusiona al ver que es otro teléfono, pero bastante usado. Ruedo los ojos, el idiota ni siquiera pudo comprar algo nuevo. Ni siquiera yo con mi sueldo pobre pensé en regalarle uno usado.
—Gracias, papá, pero ya me regalaron uno... —dice Dai devolviéndole el celular mientras me mira. Jonathan clava sus ojos en mí y bufa.
—Ya veo —expresa.
—¿Andrés? —pregunta mi madre—. ¿Qué estás haciendo acá?
—Lo mismo me pregunto —replico con tono cortante.
—No me invitaron a la fiesta de mi propia hija —dice su novio frunciendo el ceño y apretando los puños.
—Acá no —expresa mi acompañante por lo bajo. La tranquilizo poniéndole una mano en la cintura—. Pensé que estabas ocupado, como casi todos los cumpleaños de ella... Hablamos afuera.
Su ex hace un gesto afirmativo y ambos salen a hablar al jardín. Yo los sigo, pero Marco me detiene.
—Lo mejor es que se arreglen solos —manifiesta, y empiezan a escucharse gritos—. Hay que distraer a Dai.
Pongo música y hago un show de magia con una moneda y con trucos que usaba para conquistar chicas. Las nenas están entretenidas y las mantengo así hasta que los padres de Daiana vuelven a aparecer.
En sus rostros se nota que no terminó muy bien la charla.
—Hijo, de verdad... ¿de verdad estás saliendo con esta mujer? —interroga mi madre con preocupación.
—Sí, ¿algún problema? —contesto con tono cortante. Suspira y niega con la cabeza.
—Perdón, mi amor, pero Jonathan le va a sacar la tenencia de su hija —murmura.
—¿Cómo?
Entonces su novio la agarra de la mano y la arrastra a ella y a mi hermanita afuera. Saluda a su hija y se va con una sonrisa socarrona.
—Vamos a cantar el feliz cumpleaños —dice la morocha intentando sonar normal, pero veo que sus ojos están a punto de explotar.
Su hermano se acerca, pero le hago un gesto y la llevo hasta la cocina para hacer de cuenta que vamos a buscar la torta, pero nos encierro.
—¿Qué pasa? —le pregunto—. ¿Qué te dijo ese idiota?
—Me va a sacar a Dai —responde soltando un sollozo.
—No, no, no te la va a sacar. Es mentira, no te preocupes —le digo. Ella asiente y luego niega con la cabeza.
—Es verdad, Andrés, me la va a sacar. Consiguió trabajo, gana el doble que yo, tiene una familia formada y una casa nueva. ¡Se va a casar con tu mamá! Yo no tengo nada, ni siquiera casa. —Llora—. Y el juez va a preferir que la nena viva en un mejor ambiente con un padre que tiene la estabilidad económica y familiar necesaria, no con una madre soltera que vive de prestado en lo de su hermano, con una cafetería que apenas me da para comer.
—¿Gana el doble y le regaló un celular usado a Dai? ¡No puede ser! Vamos a arreglarlo, tiene que haber una manera de hacer que no pierdas la tenencia... —pronuncio intentando consolarla.
—No puedo hacer nada.
—¡Nos casamos! —exclamo. Me mira como si estuviera loco y rueda los ojos—. ¿Qué? Así tendrías una familia estable.
—Definitivamente, no.
—Dijiste que estabas cansada de decirme que no.
Al menos la hice sonreír. Seco sus lágrimas y le doy un beso en la frente.
—Eve, o como te llames, ese hombre es el típico que quiere llevarse el mundo por delante, pero no puede llevarse ni un poco de pasto. Y sé que vas a ganar.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Porque tengo un papá millonario que conoce a todos los abogados, porque mi papá odia a mi madre y quiere hundirla, porque el ex de mi mamá también la odia y no va a permitir que su hija viva con un tipo como Jonathan... y porque yo siempre gano, bebé. —Le guiño un ojo—. Eso lo sabés bien, aunque sea por insistencia, pero gano.
—Me di cuenta. —Ríe—. Gracias —susurra.
—No hay de qué.
Me acerco a ella y la beso como quise hacer durante toda la noche. Apasionado, intenso y cargado de excitación. Suelta un pequeño grito de sorpresa cuando la levanto y la deposito en la mesada de la cocina y continúo besándola. Me coloco entre sus piernas y suspira al sentir mi erección a través de la tela.
La necesito demasiado, pero sé que no es el lugar ni el momento adecuado, así que me alejo de ella de a poco.
—El feliz cumpleaños —expreso para devolverla a la tierra.
—Eso —murmura avergonzada.
Baja de la mesada de un salto y la ayudo a llevar la torta hasta Dai.
Al menos la noche termina bien, parece que logra olvidarse de la amenaza de su ex al menos por un momento y nos dedicamos a festejar el cumpleaños de la enana.
En tan solo un par de horas, pienso y decido que esta vida de casado no me molesta en absoluto.
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