27
Andrés
Muevo un poco las piernas para que tenga más espacio y se siente con comodidad, cosa que hace con un suspiro.
—Tengo una hija de ocho años, es de Jonathan —suelta.
Trago saliva y asiento. O sea que tuvo algo realmente serio con ese tipo, y ahora anda suelto haciéndose pasar por el padre de mi hermana cuando seguro que no le da ni la hora a su propia hija.
—¿Y él es un buen padre? —quiero saber. Suelta un bufido.
—Cuando quiere, últimamente estuvo jugando a ser buen padre, pero la mayoría de las veces está meses sin verla ni preguntar por ella. Lo que más me duele es que Dai sigue confiando en él, todavía no descubre lo mierda que es ese tipo —contesta con tristeza.
—¿Por qué se separaron? —inquiero.
—Porque se le subieron los humos, se creyó dueño de mi vida, empezó a salir los fines de semana y a mí me dejaba encerrada con la nena. Al principio solo volvía borracho, después no solo volvía en ese estado, sino que además volvía con chupones y la bragueta baja, ¿qué te parece que hacía?
No puedo creer que una mujer tan hermosa como ella haya sido humillada de esa manera, ahora entiendo porqué no quiere saber nada con tener relaciones, ese hijo de puta le jodió la vida.
—Lo peor de todo es que me culpé —continúa y arqueo las cejas—. Había tenido un bebé hacía meses, estar con ella y cuidarla me dejaba exhausta, y yo no tenía deseos de nada. Así que supongo que tenía que sacarse las ganas con otras. Y lo perdonaba todo el tiempo a causa de esa culpa.
—Bueno, pero es normal que no tuvieras ganas, creo —comento. Se encoge de hombros.
—Técnicamente sí, pero según viejas amigas, tenía que hacerlo igual si no quería perderlo. Era una perspectiva muy machista, obvio que no les hice caso. Cuando nos separamos definitivamente, él perdió su trabajo y yo abrí la cafetería, entonces dejó de pasarme el dinero de la manutención y me pedía plata como si fuera millonaria. Que tenía que pagar su alojamiento, su comida, su ropa y sus putas —expresa con la mirada perdida—. Cuando no le daba la plata, me amenazaba con secuestrar a mi hija.
—Dios mío —es lo único que puedo decir soltando aire con fuerza.
Asiente y esboza una sonrisa que claramente no demuestra felicidad. No puedo evitar acariciar su mejilla y la noto incómoda. Suspira y se pone de pie.
—Me voy, tengo que volver con Celeste, me está esperando —dice. Chasqueo la lengua y vuelvo a tomar su mano.
—Quedate, no quiero quedarme solo, tengo miedo de morir —le digo. Bufa.
—No te vas a morir.
—Si te vas, sí.
—Sos un exagerado, si te morís voy a tener que buscar un reemplazo rápido —replica con diversión. Entrecierro los ojos y oculto una sonrisa.
—¿Tan rápido me olvidarías? —interrogo mirándola con profundidad. Se sonroja y aparta sus ojos hacia algún otro punto de la habitación—. Al menos, haceme compañía hasta que venga mi hermano.
—¿Almorzaste hoy? —cuestiona. Niego con la cabeza—. Seguro que te desmayaste por eso, voy a prepararte algo.
Sale corriendo del cuarto y me río por lo bajo. La pongo muy nerviosa y eso me encanta porque significa que le gusto aunque sea un poco. Escucho ruidos de ollas y cucharas desde la cocina y me levanto a ver qué hace, pero en cuanto me ve asomar la cabeza me manda de nuevo a la cama, cosa que hago rápido. Parece mi abuela cuando me cuidaba mientras estaba enfermo.
Veo que son las dos de la tarde, mi hermano llega en aproximadamente cuatro horas, pero le mando un mensaje explicando lo que me pasó y pidiéndole por favor que no llegue en todo el día. Él solo responde que estoy loco y que va a llegar cuando tenga ganas. Que maldito que es, yo lo ayudé muchísimas veces con Merlina, me debe una. Entonces empiezo a enumerar todas esas veces que me echó de la casa y que me dejó afuera con tal de estar con ella, así que al final solo pone un "Ok". Logré mi cometido.
Vuelvo a vestirme para ir a la cocina, no quiero incomodarla y si me sigue viendo en calzoncillos se va a querer ir. Hace una mueca de desaprobación en cuanto me ve, pero no me dice nada cuando me siento en la silla. Le pido agua, cosa que ella me da, y tomo de a poco. La verdad es que el agua me da asco y me provoca arcadas, pero tengo que parecer sano frente a ella. Bastante con que confesé mi adicción, no tiene porqué saber que soy fanático de las bebidas energéticas, la coca-cola y la comida rápida.
La miro mientras cocina y sonrío. Emanuel me dijo que ella me veía con ojos de madre, y supongo que ahora comprendo porqué tiene esa expresión. Seguro que es una mamá genial. Y al contrario de lo que podría pensar, que sea madre no cambia el hecho de que me guste. Es más, ahora me gusta mucho más, es como una sugar mommy con poca plata.
Se mueve de acá para allá en la cocina, en silencio, prestando atención a lo que está haciendo y no al cosquilleo que debe sentir en el cuello por culpa de mi mirada.
—Después repongo todo lo que usé —comenta girándose para verme, pero se asusta al darse cuenta de que me coloqué tras ella y está solo a centímetros de mi rostro. Suelta un jadeo de sorpresa y se trastabilla con sus propios pies, pero la sostengo antes de que se caiga.
—No te preocupes por eso —murmuro—. De todos modos, mi hermano siempre come afuera y yo termino pidiendo delivery, así que terminamos tirando la comida.
—Mi hermano es cocinero —dice—. Está acostumbrado a tirar comida, pero yo no lo soporto.
Así que tengo un cuñado. Cada vez agrando más la familia.
—¿Y vos sacaste sus dotes culinarios? —quiero saber mirando lo que cocinó. Me río al ver que es carne hervida con papas y ella sonríe.
—No, como verás, pero esto es sano y te va a hacer bien —replica alejándose de mí para servirme la comida.
—Lo que me va a hacer bien es un beso tuyo —manifiesto.
—¿Sabés lo que le digo a mi hija cuando quiere algo y no se lo puedo dar? —pregunta. Niego con la cabeza y la miro con interés para que prosiga—. Que se lo va a traer Papá Noel. ¿Vos creés en él?
Esbozo una sonrisa y me encojo de hombros.
—No, no creo, sé que Papá Noel son los padres y puedo tener mi regalo cuando y como quiera —contesto volviendo a cortar el espacio entre nosotros.
—¿Siempre te dieron todo? —interroga. Hago un sonido afirmativo y suspira—. Se nota. Y seguro que a tu hermano le dieron la mitad porque tus padres se dieron cuenta que dar todo lo que un niño quiere de golpe no es bueno, por eso él se toma las cosas más en serio.
Frunzo el ceño y me cruzo de brazos. No entiendo qué quiere decir con eso.
—¿Cómo?
—Te voy a ser sincera. Si yo te beso y te doy lo que querés, mañana ya no voy a existir para vos. Estás acostumbrado a tener todo tan rápido, que ni siquiera luchás por ello, solo lo exigís hasta que te lo dan, y cuando al fin lo tenés... ya no sabés qué hacer con eso, te aburrís y lo reemplazas por otro desafío que vas a conseguir con la misma facilidad.
—No es así —me defiendo.
—¿No? A ver, decíme una cosa que te haya costado y que no hayas abandonado.
Me exprimo la cabeza buscando algo, pero no encuentro nada. De verdad que siempre tuve lo que quise, ni siquiera me costó crear una banda, no me costó tener mujeres, no me costó nada en la vida. Mi semblante debe responderle a su pregunta y se ríe con ironía.
—¿Ves? Nada te costó. Entonces, cuando yo quiera darte un beso, te lo voy a dar. No funciona que me lo pidas a cada rato —agrega y me da el plato junto a un gesto para que coma.
Resoplo y vuelvo a sentarme. Esta morocha tiene razón, seguro que se piensa que voy a implorar por sus besos. Ja, está loca.
Se sienta frente a mí y se pone a comer. Miro cómo relame sus labios, como parpadea en modo cámara lenta, su pelo se mueve como si una suave brisa lo peinara y no puedo evitar soltar un suspiro.
Me mira con una ceja arqueada y una media sonrisa de manera divertida.
—¿Está rico? —me pregunta. Salgo de mi ensoñación y asiento.
—Sí, sí, cocinás mejor que mi mamá.
—Bueno, entonces Jonathan va a morirse de hambre —comenta. Al principio la miro confundida hasta que recuerdo que ese tipo ahora es mi padrastro.
—Morocha —digo enderezándome—. Si Jonathan es mi padrastro, significa que tu hija es mi hermanastra, ¿no?
—Eeh... ¿sí? —Me observa como si estuviera loco por pensar en esas cosas.
—Entonces la puedo conocer y convencer de que su papá es un hombre horrible.
—No —responde tajante—. Ella se tiene que dar cuenta por sí sola, no quiero llenarle la cabeza. Es como si le hicieras eso a tu propia hermana, que tengo entendido que tenés una hermana chiquita, ¿no?
—Sí, pobre de ella, pero soy capaz de hacerlo. No quiero que confíe en ese tipo, es más, le voy a decir a Emanuel que la traigamos con nosotros. Va a estar más protegida acá, además, puede ser amiga de tu hija, seguro se llevarían genial —digo masticando.
Ella sonríe, me observa por un instante poniéndose colorada y mira su plato de nuevo.
No sé qué es lo que le pasa por la cabeza, y si bien hace un instante dije que no iba a implorar y denigrar mi dignidad para que me dé un beso, creo que me estoy engañando a mí mismo.
Moriría si tuviera la certeza de que lo último que sintiera fueran sus labios, así que solo tomo su mano por encima de la mesa y la miro a los ojos.
—Voy a luchar por vos —digo—. Aunque me cueste, sé que no me voy a arrepentir de haberlo dado todo.
Esboza una pequeña sonrisa y vuelve a prestar atención a su comida. Al menos esta vez no me dijo que no.
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