22
Andrés
Mi hermano bufa por quinta vez en un minuto y se revuelve el pelo. Se sienta en el rincón de la celda y niega con la cabeza.
—No sé ni para qué te hice caso, no deberíamos habernos metido —expresa.
Ruedo los ojos y contengo un quejido de dolor cuando abro la boca, ese idiota de Jonathan me hizo mierda los labios y el pómulo lo tengo inflamado, pero sé que él quedó peor y eso me alivia.
Emanuel apenas tiene un corte en una ceja, como practicó boxeo y va al gimnasio supo defenderse un poco más.
—Además, esa chica no va a venir, debería haber llamado a Merlina —agrega con tono pesimista.
—Sí que va a venir, es que la cafetería está a media hora de acá, apenas pasaron diez minutos —replico mirando mi reloj.
—Entonces, ¿el ex de esa tipa es quien ahora está saliendo con mamá? —pregunta. Asiento con la cabeza.
—Es un tóxico, llegó borracho al local y tuve que sacarlo a patadas. No sé porqué sigue molestando a la morocha si ahora está con otra mujer, aunque me preocupa que esa otra sea nuestra madre. Ojalá no le haga nada malo.
—Lo que yo no puedo creer es que esa señora esté con un hombre veinte años menor que ella. Digo, ¡podría ser su hijo!
—Bueno, yo una vez estuve con una señora grande y la verdad es que tenía muchísima experiencia —comento recordando a la mujer de cuarenta años que me hizo ver las estrellas a mis veinte. Ema pone los ojos en blanco y hace una mueca de asco, a lo que no puedo evitar reír—. En fin, en parte es cierto que da un poco de repugnancia que mamá esté con un tipo que puede llegar a ser nuestro hermano.
—No vuelvo a seguirte nunca más en mi vida. Estamos metidos acá por tu culpa, se supone que íbamos a hablar con nuestra madre y terminamos a las piñas con su amante. Yo debería estar trabajando, no perdiendo mi tiempo entre estas cuatro paredes con olor a orina.
—No tuviste adolescencia, hermano. ¿Sabés cuántas veces estuve metido en una comisaría?
—Que vos hayas sido un rebelde no es mi culpa, yo sí tuve adolescencia y decencia.
Hago una mueca burlona y termino sentándome a su lado. Ahora sí tengo miedo de que la morocha no venga a buscarnos, pero no quiero darle la razón a mi acompañante. La única llamada que teníamos disponible la gasté en alguien a quien ni siquiera le importo.
—¿Cómo te diste cuenta de que estabas enamorado de Mer? —le pregunto con tono entre curioso y aburrido. Esboza una sonrisa tonta y se encoge de hombros.
—No sé, simplemente cuando la vi sonreír no podía de dejar de pensar en ella. Y cuando nos besamos fue mi perdición.
—Mmm... ¿pero sentías algo especial? Digo, además de tener ganas de tener sexo con ella todo el día.
Me mira con los ojos entrecerrados y bufa. Espero que no me mienta por respeto y esa caballerosidad tonta, que escucho muy bien todas las cosas que hace con su novia en la habitación.
—Andrés, simplemente te das cuenta de que es la mujer indicada, no hay flechas ni musiquita avisando que es ella, solo vas a sentir algo diferente y ya. ¿Por qué tantas preguntas? —comenta un poco cansado de tantas interrogaciones.
—Me acosté con ella —confieso. Arquea las cejas—. Con la morocha.
—Pobre chica —murmura. Suelto una risa irónica.
—¿Pobre? ¡Si la pasó de diez!
—Bue... tampoco exageres. En fin, digo pobre porque seguro que ahora pasaste página y ella terminó enganchada con vos, lo típico que te pasa siempre.
—De hecho, no. Creo que estoy enamoradísimo de esa chica, pero ella es la que pasó página —comento. Tuerce la boca en una sonrisa socarrona y luego palmea mi espalda.
—¡Felicidades! Bienvenido al mundo del amor.
Pongo los ojos en blanco y estoy por responder cuando escucho pasos y ruido de llaves. Un policía medio gordito con una placa que dice "Gabriel Hernández" aparece, seguido de mi salvadora. Me pongo de pie de un salto y ayudo a mi hermano a levantarse.
—Su fianza está pagada —dice mirando a Emanuel. Alzo las cejas y frunzo el ceño cuando deja salir solo a él.
—Morocha, ¿qué pasó? ¡Yo también estoy preso! —exclamo con confusión. La interpelada cruza una mirada con el policía, que hace un bufido y nos deja solos.
—Quiero saber qué hiciste antes de sacarte. Estoy segura de que la mala idea no fue de tu hermano, sino tuya —replica. Hago una mueca de disgusto y suspiro mientras me apoyo contra la pared.
—Es que no puedo decirte.
—Estás golpeado —agrega con preocupación, mirándome atentamente—. ¿Qué hiciste?
—Nada, me peleé con unos viejos conocidos en la calle, nada más —miento evitando sus ojos oscuros e incrédulos.
—Si no me decís la verdad, me temo que vas a tener que pasar toda la noche acá —manifiesta con tono enojado—. Ya que voy a gastar plata en liberarte, mínimo me debés una explicación.
Me cruzo de brazos y sopeso la posibilidad de dormir en el piso. No es tan incómodo y no sería la primera vez que pase encerrado en una celda, pero tiene razón, merece saber la verdad.
—Bien, mi mamá tiene un novio nuevo.
—Ajá, ¿y...?
—Que es tu ex.
Se queda en silencio, noto algo de duda en su rostro y luego resignación.
—Bueno, es mi ex, él puede hacer lo que quiere con su vida —termina diciendo, aunque no la veo muy convencida sobre eso—. ¿Y te molesta que esté con tu madre?
—¡Por supuesto que me molesta! Amo a mi mamá, y ya te jodió la vida a vos, no quiero que también se la joda a ella. Además, podría ser mi hermano. ¡Es un horror!
Sonríe con dulzura y luego niega con la cabeza.
—¿Y los golpes? —inquiere.
—Cuando fui a casa de mi madre para hablar con ella, ese idiota estaba ahí. Le dije que esa era mi mamá y que no iba a permitir su relación. El tipo se rio y dijo "Mejor andate con la negra esa". Me enojé y lo golpeé, mi hermano se metió, mi madre solo estaba a los gritos y mi hermanita solo veía. —Me encojo de hombros—. En fin, todo se descontroló a tal punto que mi mamá llamó a la policía. Y resulta que nos metieron presos a nosotros porque "invadimos" propiedad privada. ¿Desde cuándo es propiedad privada la casa de mi propia madre?
Mi acompañante se ríe divertida y arqueo las cejas. La que falta es que esté riéndose de mí y mis desgracias, aún así, me uno a sus carcajadas y luego me agarro de los barrotes de la celda con cara de perrito triste.
—¿Me vas a sacar? —interrogo—. Juro que esa es la verdad, y nada más que la verdad.
—Bien, te voy a sacar, solo espero que le hayas dejado la cara hecha pedazos a Jonathan —murmura. Sonrío.
—Mi hermano pega fuerte, digamos que lo noqueó antes de que él me noqueé a mí. La verdad, y me da vergüenza decirlo, ya no tengo veinte años y no peleo con la misma fuerza que antes —admito. Noto que está intentando contener una carcajada y no puedo evitar reír—. Sos una maldita, te estás riendo porque soy viejo —agrego entrecerrando los ojos, logrando que al final suelte una risa con todas las ganas.
—Yo no te dije eso, vos lo pensaste. —Se encoge de hombros y me mira de manera divertida.
—¿Entonces de qué te reías? —cuestiono con curiosidad.
—No importa —replica entre risas. Sus ojos brillan, sus rulos bailan al ritmo de sus carcajadas y sus mejillas están sonrosadas, no puedo evitar admirarla y sentir un cosquilleo por todo mi cuerpo.
—¿Ya te dije que sos hermosa?
Interrumpe su sonrisa para sonrojarse aún más y esta vez soy yo quién curva los labios de manera pícara. Rueda los ojos y suspira.
—Voy a sacarte de acá —dice—, pero me tenés que prometer que no vas a pelear más con Jonathan.
—Si no se me aparece más en el camino, prometo que no lo haré. Si lo tengo enfrente... bueno, ahí no puedo prometerte nada. —Hace mala cara y resoplo—. Está bien, prometo que al menos voy a intentar no pelearme con él.
—Bien —contesta satisfecha, sabe que no puede pedirme más.
Da media vuelta y la observo alejarse a paso rápido. Bufo y vuelvo a apoyarme contra la pared. La verdad es que por un momento sí temía que no viniera a rescatarme, de todos modos, no es nada mío como para encargarse de mí ni de mis problemas, pero aún así, llegó. No sé cómo voy a agradecerle este favor, sé que con sexo no va a ser, pero podría intentarlo.
Sacudo la cabeza para intentar despejarla, aunque funciona más para marearme que para olvidar los recuerdos, lo único que aparece en mi mente son las imágenes de ella desnuda y su voz susurrando mi nombre.
Pasan unos eternos cinco minutos cuando vuelvo a escuchar el característico ruido de un llavero y segundos más tarde el policía Gabriel me mira con sus ojos verdes entrecerrados. Se relame los labios que tenía sucios con azúcar y abre la puerta de la celda con expresión burlona.
—Pollerudo —comenta por lo bajo. Me contengo para no contestarle, pero la verdad es que es una falta de respeto total. ¿Esta gente supuestamente cuida a los ciudadanos?
Salgo a paso rápido y mi hermano me mira de arriba abajo.
—Subite la bragueta antes de salir —expresa sonriendo y cruza una mirada cómplice con la morocha, quien se sonroja y luego se ríe.
Así que eso era lo que le causaba gracia hace un momento, probablemente no se animaba a decírmelo.
Al salir a la calle miro a mi jefa, quien se estremece al sentir el frío que hace.
—¿Vuelvo a la cafetería? —pregunto.
—¡No! —replica en un grito, lo que me hace abrir los ojos con sorpresa—. No hace falta, estás golpeado, lo mejor es que vayas a descansar. Nos vemos mañana —dice.
Nos saluda a ambos con un beso rápido en la mejilla y sale corriendo a toda velocidad.
Emanuel me dirige una mirada inquisidora, probablemente sin entender la reacción de la chica. Está claro que algo raro hay, ¿o es que quiere mantenerse alejada de mí durante el mayor tiempo posible? Puede ser, quizás la abrumo mucho.
—Jamás te vi esa mirada de idiota —comenta mi acompañante emitiendo una risotada. Lo miro con expresión seria.
—¿Vos viste cómo me mira? Es obvio que me quiere.
—Perdón, pero te mira como si fueras su hijo.
—¿Qué?
—¿No te diste cuenta de que tiene mirada de madre? —cuestiona.
—¿Mirada de madre? —repito incrédulo—. Es que me mira con cariño, debe ser eso.
De repente me siento algo inquieto. Si estuviera embarazada, ¿es posible que ya se le noten cambios? No, imposible, apenas pasaron dos días de esa noche.
Bufo y caminamos en silencio hasta casa. Emanuel abrió una puerta en mis pensamientos que no sé si voy a poder cerrar muy fácilmente. Tiene mirada de madre... ¿qué significará?
Tendré que descubrirlo y estar muy atento a los movimientos de la morocha, no vaya a ser que me toque tener mirada de padre.
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