14
Andrés
Creo que todo lo que tenía construido se derrumbó en un segundo por culpa de sus hermosos ojos color miel, tan dulces como sus labios.
Adiós a mi búsqueda constante de mujeres y a mi coquetería con muchas a la vez, acaba de romper todas mis reglas, pero es que es tan hermosa. No solo físicamente, sino que tiene ese noséqué que me encanta, quizás sea porque es tan difícil de conquistar y a la vez esa timidez tan inocente, pero que estoy seguro de que siente lo mismo por mí.
Le aguanto la mirada sin inmutarme hasta que ella se sonroja y mira hacia otro lado. Se pone de pie rápidamente y la detengo, pero niega con la cabeza y se aclara la voz.
—Hoy es un día en el que tengo que trabajar mucho, no puedo quedarme sentada —comenta con tono firme. Bufo y la observo con preocupación mientras camina rengueando.
Le hago un gesto a Celeste, quien viene casi corriendo al verme.
—¿Qué le pasó? —interroga frunciendo el ceño.
—Se tropezó queriendo escapar de mí —replico esbozando una media sonrisa. Me mira con expresión divertida—. Se resbaló con una parte muy embarrada y se dobló el pie, casi no puede caminar, pero es tan terca que no entiende que se tiene que quedar quieta. Me preocupa que se le agrave eso.
—¿Pero tiene algo? —cuestiona. Niego con la cabeza.
—No, no tiene inflamado, ni rojo, ni nada, pero le puede agarrar algo si hace mucho esfuerzo —contesto sin poder dejar de mirar a la morocha—. Hoy está hermosa, ¿no?
Mi compañera se ríe y se cruza de brazos, recorriendo mi rostro con sus ojos claros.
—Esa chica te tiene como loco —expresa. Hago una mueca inocente y niega con incredulidad—. Bueno, yo la conozco, seguro que a ella también le gustas.
—Sí, yo creo lo mismo. Ya va a caer rendida, solo tengo que darle tiempo, se ve que es bastante dura con sus sentimientos.
—Y sí, después de lo que le pasó... —dice Celeste viendo a unos clientes entrar. Se da cuenta de que habló de más y sonríe con nerviosismo—. Algún día lo sabrás, tengo que atender.
Y sin dejarme decir algo más, sale corriendo a recibir a las personas que entraron. Suspiro y me pongo a limpiar las mesas que quedaron vacías. ¿Después de lo que le pasó? Ahora me quedé con la intriga, voy a tener que averiguarlo por mí mismo ya que sé que ninguna de las dos me va a decir algo.
Esbozo una sonrisa tonta. No dejo de pensar en la reacción de mis padres cuando les diga que estoy enamorado.
¿Decirle a mis padres que estoy enamorado? Bufo por dentro, estoy volviéndome loco, definitivamente. No haría eso ni en mis sueños, pero ahora tengo ganas de presentarle a la morocha como mi novia. ¡Novia! ¿Desde cuándo soy así? Necesito ayuda psicológica, no estoy normal, debo tener algún problema mental.
—¿Andrés? —Escucho que me llama una voz femenina. Al mirar hacia ella, me doy cuenta de que es la pelirroja... ¿cómo era el nombre? Ah, sí, Diana. Arqueo las cejas en su dirección—. ¿Estás bien?
—Eh, sí, ¿por qué?
Observo el mostrador, donde están mis dos compañeras cuchicheando entre ellas y hago una mueca de disgusto. No me gusta para nada, me siento excluido.
La chica frente a mí sonríe y se sienta en la mesa que estoy limpiando.
—Te vi distraído —contesta encogiéndose de hombros—. En cinco minutos vienen mis amigas, ¿podés ir preparando un cortado, una lágrima y un submarino?
—Ajá, ¿van a acompañar con algo? —cuestiono sin dejar de mirar a mi hermosa morena.
Noto que rueda los ojos y suspira.
—No, solo eso.
—Bueno, ya te lo traigo —digo y salgo corriendo hacia el mostrador.
Me pongo a hacer lo que me pidió Diana como puedo, ya que aún no manejo muy bien la cafetera, pero con la oreja parada para ver si puedo entender algo de lo que están hablando. Igualmente, no logro distinguir ni una sola palabra, parece que hablan demasiado en secreto. De repente, Celeste suelta una carcajada y su prima le da un golpe suave en el hombro con una media sonrisa que me encanta.
Mierda, muero por volver a besarla.
—¿Necesitas ayuda? —me pregunta ella al notar que la estoy mirando demasiado y que el café comienza a desbordarse. Chasqueo la lengua y le presto atención al trabajo. Estoy demasiado distraído, esto no puedo seguir así.
Es que no imagino nada más que agarrarla y llevarla lejos de acá. Sacudo la cabeza y me doy una cachetada en la mejilla enfrente de todos. Celeste me mira con diversión y la morocha como si estuviera loco. Genial, ahora van a pensar que soy masoquista o algo así.
—Es que tengo sueño y me golpeo para despertarme —expreso como para excusarme, aunque al instante me doy cuenta de que eso sonó más tonto de lo que pensaba.
—Espero que no te quedes dormido esta noche —dice la jefa.
—Prometo que no.
Esbozo una sonrisa y le guiño un ojo, a lo que ella mira hacia otro lado ocultando su sonrojo. ¿Puede ser más hermosa? Lo dudo.
Finalmente, decido concentrarme al cien por ciento en el trabajo. Le sirvo los cafés a Diana un minuto antes de que sus amigas entren, por lo que la muchacha aprovecha para lanzarme unas miradas coquetas que le devuelvo descaradamente.
¡Qué lío que tengo en la cabeza! Entre mis ganas de tener relaciones y mi estúpida nueva fidelidad con la morocha, no sé qué hacer. Siento que no voy a poder estar con otra mujer hasta que esté con quien deseo, y me parece que falta mucho para eso.
—¿Esta noche vas a cantar, no? —interroga una de las amigas de la colorada, una rubia con unos ojos espectaculares. ¿O será que de repente todas me parecen lindas?
—Sí —contesto esbozando una sonrisa—. Después de tanto tiempo voy a volver a pisar un escenario, espero no desafinar.
—Nadie le va a prestar atención a tu voz, Andy —expresa Diana con tono seductor—. Al menos yo voy a estar concentrada en otra cosa.
Me mira de arriba abajo y se relame los labios. Me aclaro la voz y me siento torpe de repente. Mi viejo yo la hubiera agarrado y arrastrado hasta el baño en este preciso momento, pero ahora no puedo. Dios mío, no sé qué hacer.
Resoplo y hago un gesto de que voy a seguir trabajando, aunque no haya nada para hacer.
Hago de cuenta que me pongo a limpiar mesas, pero mis compañeras están sentadas riéndose y el único esclavizado soy yo. Chasqueo la lengua y me acerco a ellas.
—Hoy están muy risueñas —comento.
—Estamos ansiosas por la inauguración del bar —dice Celeste—. Le estaba comentando a... —Se queda en silencio y cruza una mirada con su prima, probablemente estaba a punto de decirme su nombre—. Digo, le estaba comentando a ella que el chico que prepara los tragos es un bombonazo, es como si estuviese creado por los mismos dioses.
—Ah, sí, Celeste hizo un casting y eligió al más lindo —agrega la morocha riendo—. Me mostró una foto, pero no es de mi tipo.
—¿Y cuál es tu tipo? —pregunto con interés. Me mira a los ojos y suspira—. Está bien, no digo nada.
Sonrío de manera triunfante, es obvio que le gusto. Ella se ríe con nerviosismo y se para de golpe, aunque hace una mueca de dolor.
—No deberías pararte —digo con preocupación—. ¿No querés ir al médico para que te revise eso?
—Ja, ni loca. —Da un paso y suelta un gemido de dolor—. Estoy bien, mañana se me va a pasar.
—No sé, morocha.
—Prima, Andrés tiene razón. ¿Si te pasó algo grave?
La interpelada bufa y niega repetidas veces.
—Definitivamente, no. Tengo muchas cosas que hacer hoy y es imposible que pierda tiempo en el hospital para que solo me digan que me tengo que poner una tobillera y aplicar hielo, así que no se discute más.
Abro la boca para hablar, pero levanta una mano y me calla con su mirada. Bueno, cuando quiere es una mujer seria y mandona. Me encanta.
—¿Te acompaño al baño? —inquiero. Arquea las cejas.
—No hace falta, yo puedo sola. —Vuelve a dar otro paso y otra vez se queja.
—Bah, no seas cabeza dura, te llevo.
Antes de que pueda responder, la tomo de las piernas y la acuno en mis brazos. Estoy un poco fuera de forma y me cuesta sostenerla, aunque no pese nada. Creo que voy a tener que ir al gimnasio con mi hermano.
Ella suelta un grito de sorpresa y siento la mirada de Diana sobre mí cuando nota que estoy alzando a mi jefa, pero le hago caso omiso.
Me dirijo hasta el baño con la chica en brazos, la cual se aferra a mí como piojo en el pelo. Me río ante esa comparación y ella me mira con el ceño fruncido.
—¿De qué te reís? —pregunta.
—Nada, solo me da risa la situación —comento.
Rueda los ojos y yo la observo con interés. Está muy cerca de mí, solo que se hace la distraída mirando hacia otro lado para no hacer contacto visual conmigo.
La deposito sobre el suelo con lentitud cuando llego al baño de empleados y hace una mueca de culpa.
—Gracias —susurra.
Aprieto mis puños para resistir esta necesidad tan fuerte de atraparla entre mi cuerpo y la pared. Tengo que respetarla, ella no es como las otras.
—De nada —digo dando un paso hacia ella de manera inconsciente.
¡Maldita sea! No puedo conmigo, mi cuerpo manda, no capta las órdenes de mi cerebro. Esta mujer es demasiado para mí y, en vez de alejarse, se queda quieta en el lugar. Probablemente esté luchando internamente como yo, pensando en si se rinde o sigue diciéndome que no.
Tengo que buscar la manera en la que se derrita y me dé una chance. Mi mano viaja hasta su cintura y su respiración se agita, indicándome que está nerviosa, pero que le gusta ese roce. Y a mí no solo me gusta, me encanta. Solo con esto siento que mi pantalón comienza a quedar ajustado en la entrepierna. Por Dios, parezco un adolescente sin experiencia.
No logro controlarme y sí, en un solo movimiento, termino encerrándola contra la pared. Ella tampoco se resiste, así que aprieto mi cuerpo contra el suyo para que sienta mi calor.
Contiene un gemido y cierra los ojos. Se nota que está muy caliente, ¿hace cuánto no estará así de cerca con algún hombre? ¿Será que se resiste a tener aunque sea una noche de diversión a causa de su timidez?
Mi erección termina dándole a entender cuánto la deseo y dirijo mis labios a su cuello para rozar su piel con mi boca. Tiene un olor exquisito a dulce y café, y quema tanto como si estuviera hirviendo. Deposito pequeños besos en el lugar, la siento suspirar de placer y alza la cabeza para dejarme el paso libre. Es mi oportunidad.
Mis dedos, incontrolables, se cuelan por su ropa e intentan desabrochar ese jean de tiro alto que molesta tanto mientras le sigo prestando atención a su piel. ¿Estaré soñando?
Mi habilidad me permite desprender los botones y deslizar el cierre del pantalón con facilidad, pero de pronto, cuando comienzo a deslizar mi mano por su prenda interior y me acerco a su boca para comérsela a besos, a tan solo centímetros, susurra un débil "no".
Fue imperceptible, solo movió los labios, pero es lo único que basta para detenerme.
En sus ojos noto que quiere que siga, incluso su cuerpo, pero un no es un no, y no puedo obligarla a que haga algo que, por más que desee, no pueda.
Entonces sonrío con expresión comprensible y vuelvo a poner los botones en su lugar. Baja la vista, notablemente avergonzada, pero tomo su barbilla y levanto su rostro para que me mire. Traga saliva sin dejar de sostenerme la mirada.
—Yo voy a estar acá todo el tiempo que necesites hasta que estés lista —digo—, porque me di cuenta de que no te quiero solo para una noche, sino para muchas. Para todas las noches que quieras.
No sé de dónde saqué tanto romanticismo, pero no la dejo responder y le planto un beso suave en sus labios. Al menos, obtengo un poco de lo que tanto deseo.
Me alejo de ella con rapidez y dejo que haga sus necesidades en el baño con tranquilidad.
Debo admitir que estoy sonriendo como un tonto, pero al menos sé que ella también siente lo mismo por mí.
Y la voy a esperar durante el tiempo que ella quiera.
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