03

Camila.

Luego de comunicarle eso al nuevo empleado, lo observo completamente sorprendida por su cambio de energía. Pasó de estar aburrido, sin ganas de hacer nada, a atender cinco mesas en un minuto. Creo que él funciona a base de retos.

—¿Realmente confiás tanto en él como para ponerlo a cargo de algo tan importante como la inauguración de los shows? —le pregunto a mi prima, la cual está con los codos apoyados sobre el mostrador y observando con diversión a Andrés. Gira su cuerpo hacia mí para responder.

—Cami, hace más de dos semanas que ese chico viene acá, ya es mi amigo, creo que confío lo suficiente como para saber que no va a meter la pata, menos adelante de vos. —Me guiña un ojo y no puedo evitar sonreír—. Además, ¿viste cómo canta? ¡Yo soy fan de ese hombre! Aunque aún no me animo a pedirle un autógrafo. —Nos reímos.

La verdad, yo todavía no confío en él, pero lo estoy poniendo a prueba. Si él realmente quiere trabajar en esta cafetería, aunque sea por mí, tendrá que esforzarse. Este lugar lo creamos junto con Celeste, fue nuestro sueño cuando éramos chicas, y que haya un desconocido metido en nuestro negocio me preocupa. Aunque, por otro lado, debo admitir que Andrés me genera un poco de ternura. Parece rebelde, pero a la vez es muy fácil de manipular. Además, si llega a hacer algo malo, lo echo y listo, no es para tanto... creo.

—Quiero que me enseñes a usar esta máquina —dice él acercándose a mí. De paso me entrega la lista con lo que pidieron los clientes y yo se la doy a Celeste. Andrés tiene una pequeña sonrisa en sus labios y resoplo. ¿Por qué se la pasa sonriendo? ¿Quién puede tener tanto optimismo?

—Cuando cerremos te enseño con tranquilidad —replico con seriedad. Debo mantener mi compostura y hacerme la fuerte, la jefa.

—Bueno, como diga, señora —murmura él rodando los ojos—. ¿Tengo que hacer algo más?

—Por ahora no, solo quiero que pienses en qué vas a hacer el sábado —le pido con más suavidad, dándome cuenta de que antes soné demasiado brusca y mala onda.

Él asiente con la cabeza y se sienta en un taburete que está del otro lado del mostrador. Saca su celular del bolsillo del delantal y se pone a escribir con rapidez. Yo respiro hondo, no tengo que llevar los problemas de mi vida personal al trabajo, no tengo porqué tratar mal a mi pobre compañero solo por pensar en que todos los hombres son iguales. Es un hombre, es una persona.

—¿Estás bien? —interroga Celeste en un murmullo luego de haber entregado los pedidos a las mesas. Hago un gesto afirmativo sin decir una palabra—. Estuviste seria todo el día. ¿Pasó algo? —agrega.

—No, estaba pensando en el sábado —contesto rápidamente. Frunce el ceño y me observa con atención.

—No te creo, prima.

Suspiro y asiento con la cabeza, dándole la razón. Termino de secar una taza y me cruzo de brazos.

—Reapareció Jonathan —le comunico entredientes para que Andrés no escuche. Su expresión se endurece y aprieta la mandíbula. Sé que lo odia—. Supuestamente con ganas de volver conmigo, de ver a su hija... pero cuando le dije que no, lo único que hizo fue pedirme plata.

—¡Ah, no! ¡Si yo sé que es un asqueroso mal nacido! —exclama en voz alta. Nuestro acompañante levanta la vista del teléfono y nos mira con las cejas arqueadas—. No hablamos de vos, Andy, no te preocupes —le dice ella sonriendo con simpatía.

—¿A quién hay que torturar? —cuestiona él con tono interesado. Celeste abre la boca, pero la silencio con una mirada.

—A nadie, es solo chusmerío familiar, continuá con lo tuyo —le digo sonando con tranquilidad. Andrés entrecierra los ojos y luego suspira, volviendo a centrar la atención en su móvil.

Mi prima me hace una mueca de disgusto, no le gusta que trate mal al muchacho, ¡pero si ahora no le dije nada malo! Bufo y vuelvo a lo que estaba haciendo.

El día pasa relativamente rápido, Andrés se turna con Celeste para atender mesas, yo hago las bebidas y lavo las tazas que van quedando vacías. Al final de la jornada, cuando se va el último cliente, cambio el cartel de abierto a cerrado y me dirijo a la caja para contar las ganancias del día. Celeste tuvo que irse corriendo porque su perrita estaba a punto de tener cachorritos, así que estoy sola con mi compañero masculino.

—Pregunto algo, porque acepté este trabajo sin pensar siquiera en cuánto voy a cobrar, ¿me pagan mensualmente o cómo sería? ¿Y cuánto? —interroga dejando de barrer, haciendo una mueca pensativa y rascándose la barbilla.

—Pago semanal, trabajas de lunes a sábado. Son cuatro mil por semana —replico guardando los billetes más altos en la caja fuerte.

—Ah... perfecto, para ser mi primer trabajo real no está mal, aunque ganaba más viajando por el mundo —replica encogiéndose de hombros.

—Ser músico es un trabajo real, también —comento. Él me dirige una mirada profunda e interesada, esperando a que continúe—. Digo, me imagino que tenés que preparar los conciertos, escribir las melodías y las letras de las canciones, eso cuesta y es un gran trabajo. De hecho, admiro mucho a los artistas, tienen la imaginación y creatividad que a mí me falta. —Suelto una risita y él sonríe.

—En realidad, los conciertos los maneja el representante, pero todo lo demás es cierto y nunca lo había pensado de esa manera. Es verdad, crear música lleva su tiempo y muchas veces nuestro trabajo es muy criticado —responde. Su tono demuestra entusiasmo, se nota que realmente le apasiona ser artista—. Uff, la de veces que tuve que aguantarme las ganas de golpear a ciertos jueces musicales...

—Bueno, no todos tienen los mismos gustos...

—Por supuesto, vos a mí me encantás, por ejemplo, pero quizás a alguien no —suelta, provocando que me sonroje. Quiero la seguridad de este hombre, ¡por favor!—. La verdad, a mí no me da vergüenza decir que algo me gusta. Ya sea el gusto de helado de menta granizada, o una chica.

—¿Te gusta la menta granizada? —pregunto atónita. Asiente con la cabeza.

—Sí, y me da igual si te parece asqueroso. —Largo una carcajada.

—¡A mí también me gusta! —exclamo divertida. Él abre la boca con sorpresa—. Ok, es raro encontrar a alguien que también le guste ese sabor de helado, pero...

—Al menos ya tenemos algo en común —me interrumpe con un brillo en sus ojos. Sacude la cabeza y suspira—. Mejor sigo barriendo así cerramos esto rápido.

Cuando ya terminamos de acomodar todo, bajo la persiana del negocio, apago todas las luces y salimos. Él me ayuda a colocar la puerta de rejas y nos quedamos mirando un instante. El frío que hace es impresionante.

—Mañana vení media hora antes así te enseño a usar la cafetera —le digo. Asiente con la cabeza e inhala. Se pone la capucha de la campera para no congelarse las orejas, cosa que imito.

—¿Vivís muy lejos? —me pregunta. Hago un gesto con la mano para indicarle que más o menos—. ¿Te acompaño? Ya es de noche y...

—Estoy bien, en la esquina para el colectivo, así que no pasa nada. Andá tranquilo, nos vemos mañana.

—Espero a que venga el colectivo así veo que te vas bien, total yo vivo a cinco cuadras. —Se aclara la voz—. Si no te molesta, claro.

Me encojo de hombros.

—Si a vos no te molesta morirte de frío esperando, entonces no hay problema —contesto. Nos dirigimos a la parada y nos quedamos uno junto al otro, en silencio. Siento su mirada clavada en mí, pero hago de cuenta que no lo noto.

Aunque me gusta estar sola, debo admitir que su compañía me mantiene tranquila. Claro que puedo cuidarme sola, pero me siento protegida.

—¿Vas a decirme tu nombre alguna vez? —inquiere—. Yo ahora te veo rostro de Lucía.

—Muy frío —le respondo sonriendo—. Podrías decirme todos los nombres del mundo hasta que le pegues. —Observo como mi transporte dobla en la otra cuadra y busco la tarjeta para pagar en mi mochila—. Ya me voy, nos vemos mañana.

Lo saludo con la mano antes de subir al colectivo, pago el boleto y me siento.

Observo la ventana empañada por el frío y resoplo. Limpio el vidrio con el puño de mi abrigo e intento distinguir lo de afuera, la que falta es que me pase de parada o que baje antes y tenga que caminar.

Debo aceptar que Andrés no me cayó tan mal como pensaba, pensé que era más creído y terminó siendo... humilde.

Llego a mi casa en menos tiempo de lo esperado. Lo único que quiero es estar en un lugar cálido y abrazar a mi nena. Al entrar, noto que mi hermano está preparando una súper cena, como si viniera la reina de Inglaterra a comer. Frunzo el ceño y me mira con preocupación.

—¿Viene tu jefe otra vez? —interrogo. Hace una mueca y niega con la cabeza.

—No te pongas mal, pero... tu hija invitó a cenar a Jonathan. Él está en el baño ahora —dice en voz baja y con calma.

Genial, cuando creía que mi noche iba a ser tranquila, llega este maldito hombre a joderme el fin del día.

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