Capítulo 7: ¿Quién los necesita? (editado)

Cleavon abrió los ojos y notó que el mundo giraba como nunca antes lo había hecho. Un quejido de dolor salió de su boca mientras se levantaba, llevando sus manos a sus sienes. Levantó la cabeza y miró al techo, notando que el color no era el mismo que el de su cuarto.

Demonios, ¿cuánto bebí anoche?

Miró la habitación intentando encontrar algo familiar, y a pesar del mareo y el dolor de cabeza, la reconoció en menos de dos segundos. No necesitó comprobar que estaba desnudo cuando vio el cuerpo en cueros de Isak a su lado, murmurando algo en sueños, con el ceño fruncido. Se levantó de la cama y se encontró con la ropa tirada por el suelo, aunque no toda. Sus pantalones y ropa interior estaban ahí, pero no había rastro de su camisa. Se vistió de manera silenciosa para no despertar a Isak y salió del cuarto para buscar lo que faltaba, aunque justo al salir, un rostro conocido bloqueó su camino por el pasillo con un cubo de agua en sus manos.

—Oh, señorito, veo que se ha despertado —Cleavon sonrió avergonzado.

—Así es, Eliza. Y perdón por todo el desorden —Aunque no recordaba los detalles, era probable que no se equivocase.

Sus pequeños ojos castaños lo miraron con diversión. Seguramente porque resultaba obvio que tenía una resaca impresionante. Ella sonrió. Llevaba un vestido largo hasta los tobillos, sencillo por gusto, y que se le arrugaba en las faldas. Las mangas de éste estaban subidas, por comodidad para limpiar, aunque no era lo que debería estar haciendo.

—No se preocupe. He dejado una bañera preparada por si quería usarla antes de irse —Cleavon casi gruñó del gusto, sonaba tan bien que no quería rechazarla, pero aún así sabía que ese baño debería ser para Isak.

—Gracias, pero Isak-

—Isak no se despertará hasta pasado mediodía, o hasta la tarde-noche. Así que, por favor no rechace la oferta —Ella se puso una mano en la cadera. Cleavon se mordió el labio antes de asentir—. Bien, pues ya sabe dónde está el baño.

—Muchas gracias, Eliza, y disculpa, de nuevo —Ella negó con una sonrisa, pasándose un mechón plateado por detrás de la oreja, y dejándole espacio en el pasillo. Su cabello era lacio, y estaba peinado con trenzas en la cima de la cabeza.

Se notaba que era familia de Isak, no solo por el cabello plateado, sino por la gracia de sus movimientos y la actitud permisiva que presentaba. Aunque después de todo, había sido su tía Eliza quien lo había criado después de que su madre se marchara. Cleavon sabía que aún la resentía por eso.

Sin embargo, a niveles de magia y parecido facial, eran dos personas completamente diferentes. Su tía tenía el rostro de las gentes de la Corte oscura, con ojos grandes y redondos de pestañas espesas, y unos labios finos. Isak tenía los ojos rasgados por su padre, quien era del Reino del aire, y tenía mullidos labios que se le resecaban con facilidad.

Cleavon se metió en la bañera con el rostro de Isak en su mente. Era muy apuesto, y su esbelta figura hacía que fuera aún más atractivo. Cleavon fue rápido a la hora de bañarse, de desprenderse de las evidencias de la pasada noche, ya que si todavía quería llegar a tiempo al trabajo, no podía distraerse.

Apenas le quedaba mucho por ahorrar, no con todo lo que había trabajado desde que habían llegado. Y aún así, aún era suficiente para mantenerlo ahí atrapado en esa vida durante un par de meses, quizá menos.

Cleavon se dio cuenta de la silla que estaba dentro del baño, y de la ropa sobre ésta, y no necesitó leer la nota para saber que estaba ahí para él, a pesar de que no era suya.

Salió de la bañera y se secó con un gesto de la mano, haciendo que las gotas de agua y la humedad abandonaran su piel y su pelo en un instante. Cleavon había estado acostumbrado secarse como cualquier otro con una toalla, ya que al principio había habido algunas veces que lo había dejado sediento o incluso deshidratado hasta que había finalmente podido controlar bien su poder. Sin embargo, la mayoría de veces olvidaba que podía hacerlo.

Cleavon tomó la camisa después de anudarse la toalla a la cintura. La camisa azul cielo era demasiado llamativa, sobre todo cuando fuera allí abajo, donde predominaban los colores oscuros, pero los pantalones, que ciertamente le estaban un tanto cortos, eran negros como la mayoría de los suyos. Gracias a los dioses, las camisas de Isak siempre solían ser anchas y largas, por lo que le quedaban bien.

Salió del baño y subió corriendo con pasos ágiles y silenciosos los escalones hasta llegar a la habitación de Isak, la última puerta en el pasillo. Se calzó una bota sentado en la cama y la otra la encontró debajo de ésta, con otras cosas que prefirió no mirar. La camisa de Cleavon se deslizó de un agarre de la parte de atrás hacia abajo, y cuando se giró, contempló a un Isak apenas consciente aferrándose a la prenda.

—¿Te marchas? —preguntó con la cara aplastada contra la almohada y con los ojos cerrados.

—Así es —afirmó con voz suave —. Aunque luego me pasaré a dejar tu ropa y a coger la mía.

Un ojo achocolatado se abrió para su deleite, y lo miró cuanto pudo.

—¿Y te queda bien? —preguntó extrañado con un bostezo que lo hizo sonreír.

—Los pantalones en absoluto —reconoció subiendo la pierna para que lo viera, a lo que él rió—. ¿Nos vemos luego, cuando vuelva?

—Claro, aquí te estaré esperando —Se puso del revés para estar cara a cara, tomó sus brazos y tiró de Cleavon hacia él. Cleavon supo lo que buscaba sin tener que pensarlo y él le compensó lo mejor que pudo, fundiendo sus labios con los suyos.

—Intentaré no tardar —prometió en un susurro, con sus rostros a milímetros de distancia—. Y entonces podrás contarme lo que pasó anoche. La gran parte de la noche.

—Si piensas que yo lo voy a saber mejor que tú es que todavía no me conoces demasiado bien —Cleavon rió.

—Tienes razón —dijo levantándose. Cuando salió de su cuarto, Cleavon lo pilló mirándolo antes de volverse a esconder entre las sábanas.

Estando abajo, observó que la casa estaba impecable como siempre, y que todo brillaba por los restos de agua que se había dejado Eliza sin secar del todo. Cleavon la vio acabando con el alfeizar de una de las ventanas que daba a la calle, pasando el trapo húmedo por éste y finalmente poniendo sus manos en las caderas, satisfecha por su trabajo.

Antes de irse, Cleavon le dijo —Sabes que si te ve, se cabreará —le advirtió con una sonrisa a la mujer. Ella sonrió con él.

—Lo sé, pero él también sabe que es lo suficientemente mayor para no necesitar una niñera. Hace tiempo que no le hago falta.

—Yo no estaría tan seguro —admitió.

—Igualmente siempre viene bien un poco de ayuda para mantener la casa —Cleavon se encogió de hombros. Realmente, con una casa grande como era esa, a lo mejor tenía razón, aunque tuvieran un par de sirvientes que hicieran gran parte del trabajo.

Cuando Cleavon llegó a las partes subterráneas, sonrió. Al parecer, no era el único que ayer se lo había pasado demasiado bien, ya que al llegar, sólo vio a Jessie en su puesto, y no con buena cara. También notó que la mitad de los faes no habían aparecido, lo que no parecía hacerle ninguna gracia a su jefe. Jessie lo vio cuando apenas estaba a unos metros de él y lo saludó con un movimiento de cabeza, bastante menos activo de lo normal.

—Pensaba que tú tampoco vendrías —admitió con la voz ronca y un bostezo.

—El jefe nos compensará por ser tan pocos, así que era algo obligatorio el venir para mí —Él suspiró y le tendió un casco que ya tenía en la mano—. ¿No decías que pensabas que no vendría?

—Ya, porque tú no te viste ayer, pero también sé lo importante que es para ti.

—Me conoces demasiado bien —admitió sin remedio. Él sonrió con una amplia y torcida sonrisa.

—¿Qué esperabas? Llevo mucho tiempo cuidando del trasero de mi mejor amigo —Cleavon le dio un codazo y él se rió, arrastrándolo posteriormente con él hacia el túnel, antes de coger los picos. 

Tampoco era que fuese verdad que hubiese cuidado de su trasero, ya que no lo había necesitado, pues no se metía en líos, pero era cierto que sabía que siempre estaría cuidando su espalda. Pero también era correspondido. Habían cuidado el uno del otro desde que se habían conocido, hermanos de diferentes padres.

Las lámparas de fuego azul en el techo iluminaron el camino, ondeándose por un viento inexistente, mientras pasaban de largo a sus compañeros, que ya habían empezado a trabajar. El característico olor a sudor sólo consiguió molestarlo durante los primeros minutos, hasta que su olfato se acostumbró, y Cleavon tiró el pico que llevaba en su mano hacia arriba, apenas unos centímetros en un giro, consciente de que no se le iba a hacer corto el día, y todavía menos si no había ido Abigail. La cabeza tampoco le ayudaba, palpitando como estaba y no por el alcohol de la noche anterior, ya que hacía varios días que le pasaba.

No era dolor, no exactamente, más bien una intensa molestia. Cleavon solo esperaba que se detuviera dentro de poco, después de todo, la había empezado a sentir hacía meses, aunque en aquel entonces había sido algo sin importancia, tan débil que casi podía ignorarlo con la misma facilidad con la que caminaba o respiraba. Sin embargo, desde hacía un par de días, había aumentado, haciéndole más consciente de ello.

Cuando por fin empezaron a picar, el silencio se cernió entre ellos y apenas conversaciones distantes o susurros se oyeron. Cleavon frunció el ceño mirando de reojo a Jessie. Jessie no era una persona del tipo callado, y que no hubiese abierto la boca en casi media hora era extraño. Cleavon lo miró de nuevo por el rabillo del ojo y aunque parecía hacer lo mismo que todos los demás, parecía perdido en sus pensamientos.

—¿Estás bien? —preguntó Cleavon volviendo su mirada al frente, lo que le hizo volver en sí, sorprendido al escuchar su voz.

—Sólo estaba pensando —contestó él.

—Pues ten cuidado, el jefe no nos paga por pensar y es algo que le gusta recordarnos —Una de las comisuras de sus labios se elevó en una sonrisa torcida con una mirada de diversión.

—Pues lo tiene complicado conmigo.

—Lo sé —admitió levantando las manos para que no pensara algo que no era—. Pero, en serio, ¿en qué pensabas?

—En Tarhem y Rasis —Cleavon frunció el ceño sin saber qué le había llevado a pensar en ellos. Menos siendo él.

—¿Por qué? —Una pequeña sonrisa siguió decorando su rostro mientras se encogía de hombros.

—Pues porque, ¿dónde estaban ellos cuando mataban a todo el mundo? ¿Por qué a pesar de que nos han diezmado les seguimos rezando? Dioses de la muerte y la vida mis cojones.

Jamás había dicho esos pensamientos en voz alta, no sólo porque sabía lo que significaban para Cleavon, por su fe, sino porque siempre le habían dado igual los temas divinos. Simplemente no creía en nada de eso, para Jessie, creer en ellos era igual que creer en unicornios, una tontería. Aunque los unicornios por lo menos, sabían que habían existido en algún momento, antes de extinguirse. A los humanos les había gustado cazarlos.

—¿A qué viene eso? —le preguntó desconcertado.

—E-ellos, los humanos, tienen un dios, uno diferente y extraño que apareció poco después de que dominaran a todas las especies. ¿Es gracias a él? —Su duda era... era tan real como lo eran ellos, bajo esa montaña. El sonido que producían sus cuerdas vocales sufrió un temblor que lo hizo desviar la mirada avergonzado—. ¿Es gracias a él que están en el eslabón más alto?

—Jessie, ¿qué dices? —preguntó con una sonrisa despreocupada intentando calmarlo—. Sabes tan bien como yo porqué están ahí.

—Pero, ¿cómo es que-

—Los humanos, aunque débiles, saben defenderse —dijo con calma—. Simplemente fuimos lo bastante estúpidos para subestimarlos, para pensar que nos tenían el suficiente miedo como para doblegarse, sin darnos cuenta de que el miedo nos hace peligrosos. Y que a ellos también.

—Aún así, entonces, ¿qué hace que nuestros dioses sean reales y los suyos una blasfemia? —preguntó todavía inseguro.

—Nuestros dioses nos han acompañado desde hace milenios, Jessie, el suyo apareció cuando casi habían ganado la guerra. Les dio esperanza, les hizo creer que, si tenían a los dioses- a su dios, de su lado, serían imparables —Su mirada se desvió todavía cabizbajo. Cleavon cogió su brazo para que lo mirara y dijo con seguridad—. Si eso no te basta, te diré algo que sí. Convirtámonos en nuestros propios dioses, no hagamos cosas por quienes no podemos ver o por quienes no nos responden, hagámoslo por nosotros y por nuestra gente.

Una parte de él, le gritaba que dejase de decir tales blasfemias, que era un insulto a los dioses, intentando ponerse a su nivel. Pero si era lo que necesitaba, si era lo que haría que quitase esa mueca de su rostro... haría lo que fuera. Lo que fuera con tal de mantener consigo a los que todavía tenía. 

Cleavon sintió que una parte de sí sujetaba en esos segundos, en los que se mostraba transparente como el cristal, a un Jessie que estaba al borde de un acantilado de oscuridad. Sin embargo, muy dentro de sí, sabía que no era verdad, y que el chico al que conocía desde que el mundo se había puesto al revés era mucho más fuerte, incluso más que él, lo que demostró con sus palabras.

—No necesitamos a nadie para levantarnos —dijo apenas en un susurro asintiendo. Cleavon pudo leer sus pensamientos tan bien como si fuesen los suyos. Con un resoplido escapándose como una semi-risa, lo miró con determinación—. Pero no dioses, seamos esperanza.

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