Capítulo 41: El protector (editado)

Para cuando Dylan llegó a la alcoba de Dani, Chris ya estaba allí. Él todavía reía por algo que ella había dicho y los grandes ojos marrones de Dani lo miraban con detenimiento, satisfecha de escucharlo. Luego lo miró a él, que acababa de entrar sin llamar, como siempre, y Chris aún mantenía su sonrisa cuando le prestó su atención.

—Veo que has venido directamente —le dijo a Chris. Él asintió. Dylan cruzó la alcoba para que no tuvieran que retorcer el cuello para mirarlo, y se apoyó en la chimenea.

—No tenía nada que hacer, así que no le encontré sentido a esperar —respondió encogiéndose de hombros. Dylan miró a Dani, preguntándose si le había contado todo lo que había pasado, y ella, que lo conocía como a la palma de su mano, asintió.

—Os quiero hablar sobre lo que te escribí, Dani —Ella arqueó una ceja, curiosa.

—Con todo lo que ha pasado, e incluso antes, es obvio que no puedo actuar libremente —Desde hacía meses habían mediado tanto cada uno de sus pasos, de sus palabras, que la forma que estaba tomando con rapidez su movimiento había ido, no debilitándose, pero sí perdiendo velocidad.

—Ya, eso lo sabíamos desde hace meses —respondió Dani.

—Solo que hace meses las cosas no estaban así de mal. Yo no puedo ir y arriesgarme a que la zorra de Helene me eche de menos, pero vosotros... —continuó.

—¿Qué necesitas? —preguntó Chris, que haría lo que le pidiera ciegamente. Dylan sonrió, apreciando su confianza, pero Dani no parecía tan contenta.

—Primero debemos encargarnos de ella —Por la mirada de incomprensión de ambos, aclaró—. Debemos hacerla cruzar.

—Deberías habértela llevado a la frontera, a ambas —se quejó Dani—. Habían muchísimas distracciones, y nadie se habría dado cuenta —Tanto Dylan como Chris negaron.

—Era demasiado peligroso —respondió Chris—. Todo podría haber ido mal, y nos necesitaban allí —Dani resopló, admitiendo que tenían razón.

—¿Y qué hay de mí? Como Helene advierta algo, mi familia está jodida —Dylan negó. No llegaría a eso.

—No serán más que unos cuantos días, y tengo también algo ideado para eso —respondió, Dani suspiró. Aunque era algo arriesgado, no iba a negarse. Al ver que cedía, Dylan sonrió y sacó una nota de su bolsillo—. ¿Le darías esto a Bianca?

—Pensaba que eso ya estaba en el pasado —comentó Chris confuso. Dani ladeó la cabeza.

—¿Ha pasado algo aparte de... ya sabes, esa cena horrible? —Dylan negó, no tenía ni el tiempo ni las ganas de explicarle nada.

—Es diferente, es parte del plan, y tienes que quedarte con ella mientras la lee. Te necesitará si acepta, y también tengo que hablar con su marido, Dominic.

—Por favor, dime que tú también estás perdido —le pidió Dani a Chris, y éste asintió.

—Todo va a cambiar a partir de ahora —dijo—. Por eso, necesito terminar todo lo que tenga pendiente.

—Cálmate —Dani parecía preocuparse más por momentos, pero ya no había tiempo que perder—, sé que ya no va ser lo mismo, pero-

—No, Dani —La voz de Chris la enmudeció—. Dylan, sé que no estás actuando impulsivamente, pero, ¿de verdad es lo que quieres? Podríamos encontrar otra forma —Dylan negó.

"Ojalá" pensó "Desearía que nada de esto estuviese tomando el camino que creo". Sin embargo, debían prepararse, ya no podía arriesgarse tanto.

—¿Tienes papel? —le preguntó a Dani.

—Claro, está en el escritorio —Dylan se acercó a éste mientras ambos se levantaban acercándose a él. Abrió el cajón y sacó la lámina y sumergió la pluma en tinta pétrea. Aunque pensaba dejarlo todo en manos de su padre, primero debería avisarlo.

Escribió una escueta nota, poco más de unas cuantas líneas, pero todas precisas y bastante incriminatorias, pero sabía que el fuego destruiría las palabras en cuanto hubieran sido leídas, así que no se contuvo. Dobló la hoja y echó un poco de cera por encima, que antes de que se enfriara, la marcó con el sello de Dani. Luego escribió «Hunter» en la parte trasera.

—Así que te has decidido —replicó Dani finalmente, antes de aceptar la carta.

—Hacédselas llegar personalmente a cada uno —dijo. Chris asintió, dándole a entender que lo diese por sentado—. Ahora preparaos, haced el equipaje. Mañana nos vamos.

En una hora, ya estaba todo dicho y hecho. Dylan hizo saber a su padre que se marchaba, y que consigo se llevaba tanto a Dani como a Chris, pero éste no pareció muy contento al tener que hacérselo saber al padre de Dani, que debía llegar poco después de marcharse.

...

Dylan apenas pegó ojo esperando a que amaneciera, pero en unas horas ya estaban en las puertas del castillo, listos para marchar. Un carruaje salió antes que el suyo, pero Dylan prestó toda su atención en verificar que hicieran un buen espectáculo, una buena farsa, con Dani y él dentro del carruaje, Chris sentado junto al conductor, cuatro caballos dispuestos a tirar, y un par de baúles a su cola.

Salieron por la muralla tras despedirse del padre de Dylan, y Dylan vio una figura oscura observando por la ventana. No tenía ni que pensar quién era para saberlo, aunque pronto salieron del alcance de su visión.

Atravesaron la linde del bosque, siguiendo la gran vía que cruzaba el reino, desde Realm en el sur subiendo hasta la capital y pasando por las frías tierras de Icylands hasta el ducado de Aurea en el noroeste. El camino real, lo llamaban, por donde los reyes y reinas más arcaicos habían desfilado, haciéndolo una tradición, y dejándose ver por sus gentes, sonriendo, saludando y festejando por donde sus carrozas se detenían.

Siguieron el camino y tomaron el primer desvío, adentrándose en territorio de Icylands, donde las altas montañas les brindaban su sombría protección un poco más al norte.

Tomaron otro desvío, que llegaba casi hasta la frontera de Dern, y se detuvieron en medio del bosque, en donde Dylan salió, cerrando la puertezuela detrás de él, con las cortinas tapando el interior. Otro carruaje los esperaba a un lado del camino. Tanto el conductor como Chris descendieron, procediendo a desatar un par de caballos mientras Dylan se acercaba para ayudar a bajar a la joven.

Sus usuales cabellos platinos habían sido reemplazados por unos rojos, y aunque en un principio la idea había sido que se lo tiñera, se habían dado cuenta que no podría salir del castillo así, lo que se había solucionado con una rápida visita de Chris a su querido prostíbulo de confianza. La de accesorios que poseían.

Dylan extendió su mano hacia Bianca y ella la aceptó, bajando del carruaje. Sus ojos ahora hacían juego con su cabello, de un tono no del todo similar al de Dani.

—Ni siquiera con este cabello me parezco a Dani —resopló. Dylan sonrió.

—Nadie se acercará lo suficiente para saberlo. Te lo prometo —Ella suspiró.

—Te tomo la palabra —Dylan asintió mientras metía las manos en el bolsillo al acercarse a Chris y a Davis, el conductor.

—Toma, Davis —le dijo al hombre, un viejo y humilde trabajador de casa. Le ofreció unos cuantos reales y un par de coronas, suficientes para que por un tiempo trabajase desahogadamente, o que no trabajase en absoluto. Él negó.

—Ya me habéis dado suficiente.

—Lo sé, pero es como agradecimiento —le dijo. Cada persona que los ayudaba se convertía directamente en un cómplice, por lo que era lo menos que podía hacer.

—Anda y tómalo —respondió Chris a Davis, pasándole las riendas del corcel a Dylan, y llevándose los otros al carruaje—. ¡O lo haré yo!

Dylan resopló divertido, aunque pareció escucharlo, ya que lo aceptó. Además, también se podría haber dicho que era el precio de su silencio, ya que el de su trabajo ya había sido pagado.

—Oh, y hola Bi —dijo Chris. Bianca sonrió.

—Hola, Chris —respondió cruzándose de brazos—, aunque si no llego a participar en esto, seguro que ni te molestas en pasarte a saludar.

—Imposible —dijo él dándole un toque en la frente, que la hizo quejarse—. Ya sabes que siempre voy con prisa.

—Sí, no es que seas muy puntual.

—¡Auh!

Dylan los dejó medio discutiendo y volvió al carruaje, donde tocó en la puertezuela —¿Dani, te queda mucho?

La puerta se abrió, casi golpeándolo, y con unos inestables pasos hacia atrás, vio cómo Dani salía, vestida con una camisa, unos pantalones y botas altas. Parecía ella misma de nuevo, no por su vestidura, sino por su amplia sonrisa. Le sentaba bien.

Le entregó, casi obligándole, su vestido y demás parafernalias molestas, cargándole como una mula, para llevarse las manos al cabello, y atarlo en una coleta. Le guió hacia los baúles y abrió el de arriba, sacando unas cuantas bolsas llenas, Dylan supuso que de dinero, suministros y algo de ropa, y Dylan metió, sin molestarse en que estuviera bien puesto, la carga de la que se había deshecho.

—¡Ah! He dejado algunas cosas en el carruaje, cuando llegues si eso podrías guardarlas también —le dijo con una sonrisa, y Dylan resopló.

Se reunieron con los otros y Dani saludó a Bianca con un abrazo, burlándose de la peluca. Luego colocó las bolsas en las monturas, subiéndose a una de éstas, la desocupada, y Chris le sonrió a su lado, feliz de que fueran a hacer eso juntos.

—Nos vemos en una semana —dijo él.

—Intentaré no echaros mucho de menos —contestó Dylan.

—Te deseo suerte, pues —dijo Dani tranquilizando a su caballo inquieto—. Ya que se trata de una ardua tarea si somos nosotros —Dylan sonrió cruzándose de brazos y negando—. Adiós, y no te metas en problemas.

—¡No prometo nada! —respondió mientras picaban espuelas y se desviaban del camino en dirección contraria. Bianca los despidió zarandeando su brazo de un lado a otro.

—Hora de volver a casa —Bianca no dijo nada, subiéndose al carruaje. Dylan se metió detrás de ella y ésta le mostró con una ceja alzada y una sonrisa divertida que se había sentado sobre un par de guantes, unas pinzas para el cabello, y un corsé. Dylan negó divertido.

...

El carruaje se detuvo frente a la fachada de la mansión de Tirsell, el hogar principal de la familia. Todo estaba cómo Dylan lo recordaba, aunque ya hacía meses que no había pisado sus tierras, y mucho menos, traspasado sus puertas.

Su madrastra se apresuró cruzando por el césped recortado en vez de seguir el camino de piedra, quitándose los guantes de jardinería. Dylan esbozó una sonrisa mientras se acercaba a ella, con más tranquilidad, y la sostenía con sus brazos elevándola en el aire. Ella rió.

—¡Dylan! ¡Bájame ya! —le pidió con tono risueño. Dylan hizo lo que le dijo y la observó.

Llevaba la cara con restos secos de tierra, y un fino mechón castaño se le escapaba del a priori moño meticulosamente hecho. Sobre su vestido, uno negro de fina tela, llevaba un delantal, aunque éste no había evitado que se manchase entera. Dylan supuso que llevaba toda la tarde en el invernadero. Sus ojos se agrandaron cuando ayudó a Bianca a salir, y su expresión fue un poema cuando vio la peluca.

—¡Bianca! —La abrazó con ímpetu, y cuando se separó, preguntó—. ¿Qué llevas en la cabeza, querida? —Ambos rieron.

—Ahora te lo explico, madre —dijo Dylan. Ella frunció el ceño.

—¿Habéis comido ya? —preguntó. Dylan negó, a lo que le puso mala cara—. Papá me dijo que ninguno estabais heridos, por cierto, pero espero que no me esté suavizando nada que tenga que ver con tu salud o la de tu padre.

—Tranquila, madre —respondió—. Rasguños y raspones, nada más —Aunque no era enteramente cierto, y además le estaba ocultando lo que había pasado justo antes, prefería no preocuparla. Además, casi estaba curado.

—Estarás contenta de que Dominic no fuera, ¿cierto? —Bianca asintió.

—Aunque quería estar allí y no dejó de quejarse —respondió con una sonrisa. Natalie negó.

—Agh, jamás los entenderé —Se abrazó a sí misma con expresión sombría—. ¿A quién puede gustarle las guerras? —Dylan negó.

—A nadie, pero hacemos lo que debemos para proteger a los nuestros —Le pasó el brazo por la espalda y la abrazó hacia él—. Entremos, que me estoy muriendo de hambre.

Los sirvientes los saludaron contentos, aunque no dejó que vieran mucho a Bianca, escondiéndola detrás de él. La señora Lane lo miró con una advertencia. Siempre había sido bastante travieso, así que debía suponer que tenía algo entre manos, pero Dylan ya tenía una edad, y no pensaba que no hacía falta que lo mirara igual que cuando tenía doce años. Aún así, le sacó la lengua sin que ni Natalie ni Bianca se dieran cuenta. La vio negar, aunque no pudo evitar la sutil sonrisa de su rostro.

—Bienvenido, señor —replicó ella cuando llegó hasta ellos, en medio del vestíbulo, mientras Dylan se sacaba el abrigo. Miró a Bianca, pero Dylan habló para llamar su atención. Si le veía la cara, sabría de quién se trataba, y cuantos menos lo supieran, mejor. Menos posibilidades de que se rumorease nada extraño.

—¡Cuánto tiempo sin vernos! —dijo fingiendo que lo hacía por cortesía. Petra entrecerró los ojos.

—Petra, haz que preparen algo caliente —Ella asintió, pero él negó.

—No, por favor, con un poco de pan y unos cuantos embutidos vamos bien —contestó Bianca para ahorrarles trabajo. Dylan la secundó.

—No se preocupen, hay sobras de la comida que les llegarán mucho más al estómago, y no nos cuesta nada ponerlas al fuego unos minutos —Dylan suspiró, cediendo, y con él, también ella.

—Está bien, gracias —respondió.

Se dirigieron al comedor, y Dylan vio la larga mesa de madera de roble vacía y solitaria, con un puñado de sillas que habían debido de estar vacías durante algún tiempo. Era imposible que su madrastra comiera aquí, sola en esta amplia sala, por lo que imaginaba que lo haría en los salones de té, en las mesas del jardín o en cualquier otro lado. Le guió hacia la silla que coronaba la mesa, la que le pertenecía a su padre, pero se sentó igualmente, ya que no era que estuviera allí. Su madrastra se sentó a su derecha.

—Supongo que no estáis aquí para verme —renegó. Dylan sonrió con una mirada de disculpa—. Ni que estés probando un nuevo estilo de peinado.

—Ni hablar —contestó Bianca.

—Pero dejemos vuestras mentiras para más tarde, ¿sí? Ahora cuéntame, hijo, ¿qué tal en palacio? —preguntó.

—La situación es tensa, como debes imaginar —empezó a explicar—. Aunque de momento es lady Helene quien controla la situación, no creo que tarden en surgir pretendientes a la corona cryumdin-

—No me refiero a eso, viví muchos años en la corte, no hace falta que me cuentes sus maquinaciones, las veo a leguas —Lo detuvo con suaves palabras cargadas de experiencia y un tanto de cansancio.

—¿Entonces?

—Te está preguntando por tu vida, Dylan —Bianca esbozó una sonrisa.

—No eres muy comunicativo, querido —dijo ella con un suspiro—. Apenas escribes, y cuando lo haces, tampoco cuentas nada... ¿Cómo te ha ido en la corte? Quise ir a verte, pero ya conoces a tu padre, no se fía ni de su propia sombra.

—Como debe ser, la corte no es un lugar se... —Ella lo miró con el ceño fruncido cruzándose de brazos —, s-seguro. Vale, está bien... Helene era abrumadora, y me sentía frustrado por no poder moverme libremente, por no poder ser yo. No pude ir al entierro de Jordy, ni levantarme de la cama, ni buscar a... —Dejó las palabras colgando en el aire —. A Rob y ya sabes.

—A "Taissa", ¿cierto? La chica que apareció súbitamente en tu vida, y salió de ésta con la misma rapidez —contestó ella. Dylan suspiró, mirando de reojo a Bianca, que se miraba las manos incómoda.

—Esperaba que papá te lo hubiese explicado.

Después de la muerte del tío Henry, de la de Alicia y la de Jordy, Dylan había despertado en una cama desconocida, pero ella le sujetaba de la mano. Había estado recluido en palacio todo el tiempo, mientras los sucesos se "aclaraban", y la situación se calmaba. Y en ese tiempo, tampoco tenía muchas ganas de explicarle cómo se había ido todo al infierno, ni quién era Taissa. Finalmente, no había tenido más remedio que contárselo a su padre, pero esperaba que fuera él quien se lo contara a ella, y lo había hecho, pero si en algo se parecía a él, era en dar los mínimos detalles para no preocupar a nadie querido. Dylan supuso que era lo que había hecho.

Unos sirvientes entraron, con manteles y platos, pero Natalie les hizo un gesto con la mano.

—Solo van a ser ellos, no es necesario poner tanto la mesa —Ambos coincidieron.

—Está bien, milady —La sirvienta se llevó con ella los manteles mientras el otro colocaba la vajilla, con los cubiertos y un vaso. Otro sirviente trajo una botella de vino.

—¿Señor? —preguntó inclinando la botella. Dylan asintió, y el líquido rojo se derramó hacia la copa de cristal. Dylan tomó un sorbo mientras éste se marchaba. Bianca lo rechazó cuando llegó su turno.

—Y sí, claro que me lo contó. Una princesa fae viviendo en Corona durante cuánto, ¿una década y media? —Dylan casi se atragantó. Y la expresión de Bianca se volvió pálida.

—P-pensaba que lo sabía —respondió Natalie al ver su reacción.

—Eso ya no importa, aunque perdón por no contártelo, pero ya sabes —contestó Dylan sabiendo que no diría nada. Ella asintió —. Y sí, más o menos.

—Pero entonces, entre vosotros...

—Céntrate, madre —Impidió que continuase. Ahora no era el momento de hablar de lo que sabía que tenía en la mente. La sujetó del brazo con suavidad y dijo —. Necesito que le digas a papá que a partir de ahora, él tiene que ocupar mi lugar. Encargarse de todo.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó preocupada.

—Quiero mantener un perfil bajo por un tiempo... Muy bajo. Podría intentar pasaros información cuando vuelva a servir a lady Helene, pero nada de reuniones conspirativas. Entre papá, Dani y los demás podrán hacerlo.

—Pero Dylan, es tu lucha. Con lo involucrado que has estado, ¿cómo vamos a arrebatarte esto? —Dylan negó. Ya no era su lucha, era de todos, y por su supervivencia, debía alejarse por un tiempo.

—Es por su bien. Por eso ha venido Bianca, Dani ahora está... ocupada, y Bianca la está suplantando.

—Pues, más vale que nadie la mire de cerca —Bianca suspiró.

—Ya lo sé...

Dylan sintió una especie de cálida ráfaga, como una corriente de viento que le hizo girarse, y fue tan suave, que en un principio no la habría notado, sin embargo, no era la primera vez que la sentía. Y el recuerdo le embriagó y a la vez le despertó más que nunca. Su presencia se materializó, y una figura, en un principio semitransparente, que dejaba pasar la luz del sol a través de ella, se hizo totalmente corpórea.

Dylan echó la silla hacia atrás y se levantó casi con un salto, y no fue el único, Natalie exclamó asustada levantándose de su silla con una mano tapándose la boca. Y Bianca tiró su silla al suelo, tan asustada como ella.

Llevaba un vestido color púrpura. Un vestido de un estilo muy diferente a los de esa parte del mundo, con un escote en corazón pronunciado y decorado con una gargantilla unida a un colgante de plata que hacía parecer una armadura. La tela del vestido se cernía a su cuerpo, y se abría a cada lado exterior de sus piernas. Debajo, llevaba unos pantalones de un tono más oscuro. Sus pies estaban descalzos, y sus cobaltos cabellos caían en lisas ondas por encima de sus hombros.

—¿¡Taissa!?

—¡Dylan!

—¡Dios mío! —Natalie estaba a punto de gritar, pero se tapó la boca, lo suficiente para que se calmase. Ella lo miró, y luego a ella, y luego de nuevo a él. Sus ojos se agrandaron y Dylan asintió.

—Es ella —susurró Bianca. Ambas compartieron una mirada, pero pronto Taissa la desvió hacia Dylan.

—No sé cuánto tiempo tenemos —Su tono era preocupado, y aún así, cierta emoción se colaba entre la preocupación. Emoción de volver a verse.

Dylan se acercó a ella con un par de zancadas y Taissa ya estaba abriendo sus brazos para recibirlo. La vio sonreír ampliamente antes de que su cuerpo se entrelazase con el suyo, y la elevase haciendo que sus pies dejasen de tocar el suelo.

—¡Por Dios santo! —exclamó su madrastra como observadora. Se movió inquieta sin saber qué hacer antes de decir—. Voy... Voy a vigilar.

—Sí, yo también —dijo Bianca.

Taissa abrió la boca rápidamente, antes de que ninguna diese un paso.

—Es un placer conocerla, milady. Dylan me habló de vos, y siempre dulcemente —dijo ella rápidamente. Natalie la miró sorprendida sin articular palabra.

—A-ah.... E-el placer es mío... ¡Y por dios mío, cerrad las cortinas por lo menos! —Exclamó asustada por si alguien los veía.

—Tienes razón —dijo Dylan, y entre Taissa y él las cerraron completamente.

—Impediré que los sirvientes entren —dijo Bianca escaqueándose seguida por Natalie. Taissa la miró con el ceño fruncido, sin saber quién era, hasta que desapareció.

Entonces Dylan miró a Taissa.

—¿Estás bien? —preguntó llevando sus manos a su rostro, ella asintió—. Me dejaste preocupado.

—No debes preocuparte por eso, de verdad —contestó. Tenía el rostro pálido, pero no parecía que fuera a morir en los siguientes segundos, así que Dylan se tranquilizó—, pero me fue imposible volver a ponerme en contacto... hasta ahora. Y no sé cuándo podré volverme a poner.

—¿Por qué? —La idea de no volverla a ver durante siquiera una semana ya era dolorosa, pero por su expresión, no tenía pinta de que solo fuese cuestión de semanas. Ella se frotó las sienes.

—Tengo que contarte tantas cosas... —Cogió aire y soltó—. Mi padre está vivo. Y no sólo eso, sino que me ha reconocido como su hija.

—¿De verdad? ¡Pero eso cambia las cosas!

—Espera, Dylan. Hay un consejo, y el poder del rey no es absoluto. Aunque él me haya reconocido... El consejo me ha puesto a prueba.

—¿A prueba? —Ella asintió.

—Por eso no sé cuando volveré a contactar contigo. Ojalá estuvieras aquí... —Su expresión fue decayendo por momentos, y de un segundo a otro, casi pareció que iba a echarse a llorar—. Y mis poderes... No sabes lo que casi he hecho —Reunió toda su fuerza de voluntad para no colapsar. Debía haber sido algo grave.

—Lo que sea que haya pasado, no es tu culpa —le aseguró.

—Ni siquiera sabes qué fue, ¿cómo puedes estar tan seguro? —preguntó con la cabeza gacha. Dylan puso sus dedos bajo su barbilla y la obligó a alzar el rostro, a mirarle.

—Porque no tengo la más mínima duda de que jamás harías daño a alguien queriendo —Ella suspiró, casi como un lamento—. O si no tuvieses más remedio —Ella negó.

—¿De qué sirve poder saciar toda la sed del mundo, si no puedo controlar el agua y los acabo ahogando, Dylan?

—Escúchame, ningún niño, por muy fae que sea, nació sabiendo a andar, mucho menos a utilizar la magia —le intentó explicar. Ella lo miró con esos grandes ojos celestes, escuchándole con toda su atención. Casi podía sentir sus latidos, ver cada respiración que sus pulmones soltaban, cada vez más tranquila, creyendo en sus palabras. Aunque todavía con apariencia enfermiza.

—¿Cómo voy a sobrevivir sin ti? —preguntó.

—Teniendo otros aliados, teniendo gente que se preocupe por ti a tu lado, gente con la que puedas hablar siempre que lo necesites.

No esto. Esto no era lo que necesitaba.

Pero tú la necesitas.

Y aún así no podía anclarla.

Ella ladeó la cabeza, frunciendo el ceño. Pero Dylan sonrió, intentando no inquietarla.

—Pero aún te necesito a ti.

—Tengo noticias que contarte —dijo, ignorando sus palabras, arrancadas directamente de su alma—. Necesito que haya alguien esperando en el puerto de Hargeon.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó.

—Voy a sacar a tu madre de Cryum —Taissa se cubrió la boca con las manos, emocionada—, oh, y a tu amiga, Samantha.

—¡¿A Sam?! Pero, ¡¿por qué?! Su familia... —Dylan entendía su sorpresa, pero debería entenderlo, como ellos sospechaban, nadie habría detenido a Helene de obtener respuestas.

—Sí, lo sé, pero Taissa, algo ha pasado, malas noticias. El rey ha muerto. Sabes lo que significa, ¿verdad? —Ella elevó las manos al aire, maldiciendo y moviéndose inquieta por la sala. Pero aún había algo que debía confesarle, algo que no podía seguir guardándose para él. Algo que debía haberle contado cuando se habían vuelto a ver—. Y hay... Hay algo que no te he contado —admitió. Ella hundió el ceño un poco más, ya alterada, aunque sin preocuparle demasiado lo que pudiera haberle ocultado. Porque confiaba en él.

—¿Qué es? —Sus hombros se hundieron. Estaba agotada, y la felicidad por la noticia de su madre ya se había desvanecido de su expresión. Se frotó los ojos, y Dylan se acercó los pasos que ella había puesto de distancia entre ellos, pero se detuvo ante sus palabras—. Espera un poco más —murmuró, con la mirada en otra parte. Cuando vio su duda, dijo rápidamente—. N-no iba por ti. Hay alguien... Este fae que me está ayudando... Da igual, ¿qué pasa?

Dylan se acercó a ella del todo, y la mano de Taissa se dirigió a su manga, aferrándose a ella, sin ser consciente.

—Es sobre lo que pasó cuando os fuisteis —explicó—. Mientras yo estaba inconsciente, Dani se encargó de esconder a tu madre, y por si acaso, también a tu amiga. Bueno, no ella directamente, pero ya sabes —Taissa asintió—. P-pero... Yo... Lo siento mucho, de verdad, lo siento —Sus cejas se arquearon. Dylan notó el incipiente miedo en su semblante—. Ninguno pudo imaginarse hasta dónde llegaría.

—¿Qué hizo, Dylan? —preguntó. Volvió a mirar a otro lado, como con la mirada perdida—. ¡Espérate, por Dios! —Taissa volvió a mirarlo—. Dylan...

—Fue a Corona, y sus soldados sacaron toda la información que pudieron sobre ti... Dónde vivías, dónde trabajabas, dónde estudiaste —Dylan suspiró, deseando no tener que contárselo—. Como tu casa estaba vacía, y no había nadie a quién pudieran interrogar, utilizaron todo lo que hallaron...

Taissa se separó de él, dando unos pasos hacia atrás.

—¿A quiénes? —preguntó.

—Mató a toda tu promoción. A los 11 que iban a tu clase —Taissa se quedó paralizada, como una estatua, con los ojos abiertos de par en par. Eran chicos y chicas de su edad. Dylan maldijo no poder acabar ahí—. Y a la familia de Samantha.

Sus ojos se cristalizaron, y una gota cayó de su ojo derecho, luego del izquierdo, y otras más detrás de esas. Ella negó. Le dio la espalda, cubriéndose la boca.

Pero Dylan no pudo contárselo todo. No le contó que ni siquiera los habían utilizado de carnada para ella, sino que habían sido un castigo, y una advertencia.

«Sé amigo de un fae y asume las consecuencias».

—Tú... —Taissa se giró y sus ojos rojos le apuntaban con desconfianza—, no me lo contaste, aquel día. Pudiste hacerlo y preferiste ocultármelo —Sus palabras salieron llenas de rencor.

—Taissa, no sabía cómo-

—¡Cállate! ¡Sácame de aquí! ¡Quiero irme! —gritó a... No a Dylan, estaba claro. Era él de quién quería alejarse.

—Taissa...

Y su cuerpo se desvaneció.

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