Capítulo 40: El consejo (editado)

Ya habían pasado varios días. Taissa se recostó en la silla y descansó un poco los ojos. Cabeceó un poco y los volvió a abrir. Estaba muy cansada. Sus párpados se resistían a mantenerse abiertos, pero Taissa los obligó. Quería estar pendiente de él, por si algo pasaba, por si necesitaba su ayuda, aunque los sanadores le hubieran dicho que estaba fuera de peligro.

Después de casi matarlo, la habían separado de él bruscamente, alejándolo de sus brazos, y entre varios guardias, lo habían llevado a la enfermería. Allí alguien se había encargado de sacarle el agua de los pulmones, y de curar cualquier herida que le hubiese infringido.

Había estado muerto.

Y luego había vuelto, lo habían traído de vuelta, y cada vez que Taissa cerraba los ojos, que se dormía, que estaba en la oscuridad, veía su pálido rostro, falto de color, con los labios azules. Ahora descansaba, y Taissa esperaba, era lo único que podía hacer.

Su cabeza palpitaba, con un pinchazo de dolor, antes de que Cleavon entrara por la puerta seguido por Isak. Su visión aún estaba borrosa cuando Cleavon se arrodilló frente a ella. Taissa se masajeó las sienes.

—Te hemos traído algo de comer —explicó. Taissa negó—. Ya sé que no tienes hambre, pero tienes que comer algo.

—Y que dormir —añadió Isak cruzado de brazos con semblante preocupado. Taissa supuso que debía tener un aspecto horrible. Así era como se sentía, al menos.

Escuchó un bostezo y giró el rostro hacia un soñoliento Rob, en una silla detrás de la suya. Se crujió el cuello y se frotó los ojos. Había estado allí desde que habían vuelto. Isak dio un paso hacia atrás, alejándose de él, con una sombra en sus ojos. No le gustaba su presencia, pero la respetaba, solo por ella.

—¿Aún no has dormido nada? —le preguntó Rob, removiéndose en su silla incómodo. Se levantó y se estiró como un gato. Taissa supuso que había escuchado la conversación—. Agh, me duele el culo —Taissa puso los ojos en blanco.

—Sí he dormido... una cabezadita —dijo. Los oyó suspirar y otro pinchazo le martilleó la cabeza.

—No es suficiente, han pasado cuatro días —dijo Cleavon, que en parte también sentía su dolor. Era algo que arreglarían pronto. Difuminar un poco el vínculo.

—No estoy tan mal —les aclaró, es decir, siempre podría estar peor.

—Y tienes que dejar que te de algo el aire —sugirió Rob. Taissa negó. Había miles de personas bajo sus pies que no tenían ese privilegio. Taissa creía que podía aguantar unos días como ellos habían hecho durante años.

Alguien llamó a la puerta, y por la cortesía de hacerlo, Rob se escondió tras la cortina. Alyssa era la única que faltaba, y ella jamás habría llamado a la puerta. Y no podían tener a todo el palacio cuchicheando sobre un humano. Un mayordomo entró y se inclinó.

—Milady —utilizó, en vez de "alteza real", ya que se desconocía su identidad—, el consejo la ha convocado.

Taissa arqueó las cejas con asombro, no podían ser más inconvenientes. Taissa los miró, dudando en qué hacer. Quería quedarse, pero sabía que debía ir.

—Ve —dijo Isak—, él está en buenas manos.

Taissa asintió, solo sería por unos minutos. "Nada le pasará" se dijo "Estará a salvo cuando vuelva".

—Está bien —Se levantó de la silla, y casi se derrumbó. Cleavon la sostuvo con su brazo, y ella se recompuso. Volvió a levantarse del todo y se alejó de su ayuda. No había esperado estar con tan poca fuerza—. Estoy bien, estoy bien —les tranquilizó.

Otro pinchazo la sacudió, y Taissa apretó la mandíbula. Llevaba con esos dolores desde que habían tenido la pelea, el duelo. Taissa removió la espalda incómoda, y se acercó al mayordomo. Éste asintió.

—Avisadme si hay algún cambio.

—Claro —dijo Isak antes de que se marchara.

—Voy contigo —saltó Cleavon cuando pasaron el umbral de la puerta. Taissa se giró.

—Lo siento, es una invitación personal —respondió el guía.

—Y yo su escolta —respondió él. Aunque era cierto que su sangre le daba el derecho, y que el vínculo los ataba, todavía no habían hablado del tema. No había podido pedirle todavía que se quedara.

—Está bien —Y Cleavon los siguió por el castillo. Tanto él como Taissa no sabían dónde los llevaban exactamente, ya que no conocían el castillo, pero ambos tragaron duro cuando se detuvieron ante unas puertas dobles custodiadas por dos guardias con sus lanzas entrecruzadas. Las separaron y cada uno abrió una puerta, por las que entraron. Taissa disimuló el dolor que le hizo perder el enfoque.

—Junto al rey —susurró el mayordomo, quien se quedó fuera de la sala.

Mientras el dolor se disipaba, Taissa pudo observar la sala del Consejo. Estaba compuesta por un anfiteatro que rodeaba a una de las paredes, a la izquierda de la puerta. Y en cada dos filas, había unos emblemas, pero ninguno de las cortes. Éstos eran los estandartes de las casas que componían el Consejo. Había ocho de ellas, y por cada una, Taissa contó diez miembros. Por lo que supuso que en la sala habría unos cien faes, contando el restante personal que no pertenecía a ellos. Como el rey.

—Te arrodillas ante el rey, y luego ante la Cámara del Consejo —murmuró Cleavon. Taissa asintió sutilmente.

Se aproximó al centro de la sala, seguida por Cleavon, a dos pasos por detrás de ella, y se arrodillaron frente a su padre, el rey de Annwyn. Taissa intentó respirar acompasadamente, resistir los nervios que amenazaban con hacerle temblar.

—Levantaos —dijo él junto a un gesto de su mano. Taissa se levantó dubitativa, y Cleavon la imitó. El rey le tendió una mano y Taissa se acercó a él—. A mi lado, querida.

Un hombre, con retorcidos cuernos blanquecinos sobre un cabello anaranjado, y una barriga rolliza, se levantó de su asiento. Taissa supuso que sería el portavoz del Consejo.

—Por la presente, decreto el 31 de Abril del año 45 d.U, la resolución de la legitimidad de la presunta señorita Deanna, aquí presente —Taissa cerró los puños y esperó. Tenía la visión borrosa, y la espalda le empezaba a doler más, pero lo disimuló con magnificencia—. Tras una deliberación prolongada de los miembros del Consejo, hemos decidido que la aspirante debe pasar una prueba.

Taissa miró de reojo al rey, intentando deducir si él sabía exactamente de qué prueba hablaban, pero no sacó nada en claro de su expresión.

—Para que el Consejo legitimice a la presente aspirante al trono, convirtiéndola así en heredera de los tronos de las Cortes oscura y luminosa, heredera del trono de Annwyn, deberá obtener la aprobación sellada de la Cacería Salvaje —Taissa frunció el ceño sin identificar el nombre usado—. Para aceptar la prueba, debéis firmar a la antigua usanza, marcando el papiro con vuestra sangre.

—Está bien —Cleavon intentó hablar, seguramente para decir algún argumento por el cual era una mala idea, pero Taissa lo detuvo con una mano. No tenía tiempo para calmar sus dudas mientras intentaba disimular que la falta de sueño y de alimento probablemente le hubieran hecho mella.

—Esto es mala idea, Deanna —susurró Cleavon sin darle importancia a que eran el centro de atención y que todos estaban escuchando.

—¿Qué podemos perder? —le preguntó.

—Créeme, cuando hayas pasado un tiempo entre nosotros —Sus susurros, aunque bajos, eran muy claros—, no volverás a hacer esa pregunta.

Taissa se acercó al papiro, al otro lado de la sala, y el mismo hombre que había hablado le tendió una daga. Taissa la tomó y se hizo un corte en el pulgar. Lo aplastó contra el papel y un segundo después, el corte desapareció.

—Lo has hecho bien —le dijo el rey, y Taissa no pudo evitar sonreír.

—Gracias, aunque ahora es cuando todo empieza —dijo, quitándose el sudor de la frente.

—Ciertamente —Cruzaron la sala y abrieron las puertas, Alyssa que parecía haber estado esperando, se acercó a ellos rápidamente. Aunque primero, se inclinó frente al rey.

—He venido a avisaros, alteza —le dijo a Taissa. El título le hizo fruncir el ceño evitando que le prestase demasiada atención al resto de la frase.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Dreid ha despertado —Taissa agrandó los ojos.

—Majestad, disculpad pero debo irme —Él asintió. Sabía lo que había pasado, pues había ido el primer día y los había obligado a atenderle junto a Dreid, aunque Taissa pensaba que él debería haber recibido toda la atención.

—Me alegro que haya recuperado la consciencia —dijo el rey con las manos en la espalda—. Así podrá acompañarte a los campos de la cacería la semana que viene.

Taissa no supo qué le sorprendió más, que esperase que estuviera de pie y trabajando en tan poco tiempo, o que debiera marcharse tan rápido.

—¿La semana que viene? —preguntó Alyssa. Él asintió. Apenas quedaban 4 días.

—Cuanto antes mejor. Ahora marchaos, ¿no querías verlo? —Taissa asintió. Se inclinó y dieron la vuelta. Taissa se contuvo para no correr, aunque en su condición actual, probablemente se habría estampado contra el suelo.

Recorrieron el palacio a pasos rápidos, y la respiración le empezó a fallar. Se sujetó del brazo de Cleavon y consiguieron llegar a su habitación sin perder el ritmo. Abrió la puerta sin llamar.

Rob ya se había marchado, como era de esperar, y Dreid estaba sentado en la cama, oliendo con mala cara un brebaje que el sanador le habría dado. Estaba con el torso descubierto y a Taissa le alegró ver que no había ningún rastro de cualquier quemadura o herida que hubiese podido producirle. Junto a Dreid estaba Isak, que le urgía a beber. Dreid giró la cabeza y los vio bajo la puerta. Taissa contuvo la sonrisa al verlo tan entero. Con su usual mueca de fastidio.

—Si fui yo el que acabo así, ¿por qué eres tú la que se ve tan mal? —preguntó arqueando la ceja.

—Que te arranque la cabeza la próxima vez, ¿dices? —inquirió. Él esbozó una sonrisa y un peso salió del cuerpo de Taissa. Se cruzó de brazos cuando dijo—. Más te vale recuperarte rápido, porque el trabajo no espera.

—¿Hmm?

Taissa pasó una hora más allí, explicándoles el veredicto del Consejo y la decisión del rey de que la acompañase. Dreid, por su parte, fue quien le explicó qué era la Cacería Salvaje, ya que tenía experiencia con ellos.

Al parecer, habían sido durante siglos el cuerpo de élite de los reyes oscuros. Su mano derecha, oculta en las sombras. Y como su nombre indicaba, cazadores. Perseguían y ejecutaban por orden del rey, o de la reina, y envenenaban y torturaban de ser necesario. Eran verdugos. Aunque su principal característica era su malévola forma de aceptar más miembros entre la Cacería, recolectando supervivientes que aún pudieran luchar de los campos de batalla en los que habían salido victoriosos, dándoles dos opciones, morir o luchar.

Esos o prisioneros que aceptaran un vida perpetua juramentada a la cacería a sus condenas en prisión. Luego, los más inusuales eran aquellos enviados por el rey, tal vez como castigo, tal vez como ofrenda, o los que se unían a ellos de manera voluntaria, esos eran casos extraordinarios, aunque no imposibles. Y una vez dentro, no había manera de salir, o al menos, no una diferente a la muerte. Si alguien desertaba, el castigo era la muerte. Y nadie escapaba de los cazadores.

Dreid le advirtió entonces, antes de que lo dejara descansar a solas, que no sería fácil, que tal vez ni siquiera lo conseguiría. Que incluso su vida podía estar en juego. Y Taissa decidió que había llegado el momento.

Quería volver a hablar con él.

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