Capítulo 4: Fiesta de primavera (editado)
Cleavon se ajustó la camisa holgada, y se puso las botas. Si era rápido, aún podría llegar a la hora, aunque seguro que acababa llegando al menos unos minutos tarde. Aquella noche se celebraba en la capital (una forma bonita de describir a básicamente la última ciudad que quedaba en pie) las fiestas de primavera. Habría música, comida, y mucha gente, y aunque a Cleavon no le gustase acudir a ese tipo de eventos, Jessie siempre conseguía convencerlo. Además de que el resto de sus amigos también iría.
Ya completamente listo, salió de su casa dejando a su tío los dioses sabían haciendo qué, y se dirigió a la cuarta planta donde se vería con Jessie. Al llegar, él ya estaba esperándole, un poco impaciente por empezar.
—No estás nada mal —Jessie llevaba su pelo rizado despeinado, aunque a Cleavon le sorprendió que hubiese podido quitarse toda la roña de la cara.
—Siento no poder decir lo mismo de ti —Riéndose, se dio la vuelta dejándole atrás y se dirigió hacia la salida de la planta donde estaban.
Salieron por el túnel al exterior, guardado por dos guardias, y escucharon la música de fondo mientras fueron acercándose. Mientras vagaban por el camino, contemplaron los adornos que iban de árbol en árbol como lianas, algunos iluminando la oscuridad de la noche, y otros simplemente decorando. Sin embargo, en lo que más se fijó Cleavon fue en el reflejo rojo que producían los exspiravit en el cielo, sólo detectable desde ese lado del hechizo. La única razón por la que seguían con vida.
Al llegar, una gran hoguera reunía a toda la gente en medio de todo el espectáculo, sentados y hablando, otros bailando al son de la música alrededor de las hogueras más pequeñas, pero Cleavon paseó la mirada un par de veces más, todavía sin ver a una de las razones por las que Jessie había podido convencerlo para venir.
—Mira, allí están Víctor y los demás —Se acercaron a ellos, y al estar más cerca, Cleavon se percató de que al igual que ellos, todos se habían puesto lo más presentables posible. Todo el mundo lo intentaba para las grandes fiestas.
—Sí que habéis tardado en llegar —Abigail sonrió a Jessie mientras lo decía. Llevaba el pelo recogido en una trenza que había decorado con algunas flores. Cleavon sonrió. Le resultaba raro verla con un vestido, además de tela fina y semitransparente en las piernas, ya que estaba acostumbrado al mono que todos llevaban allí abajo para trabajar. Sin embargo, le sentaba bien.
El tiempo empezó a correr sentados en uno de los bancos cerca de la hoguera, hablando de cosas sin importancia y con jarras en las manos. Cleavon estaba cómodo entre ellos, ya que eran una parte de él, pero no pudo evitar emocionarse al comprobar que la mirada que sentía sobre él de una esquina alejada en la parte residencial no se la estaba imaginando. Se le escapó una sonrisa tonta nada más ver la figura, y no tardó ni un segundo en levantarse y dirigirse hacia allí disculpándose con sus acompañantes.
Cuando Cleavon llegó, él estaba hablando con alguien, dándole la espalda, con una chica que no había tardado en acercarse nada más notar que estaba, y que llevaba el pelo suelto por encima de los hombros, blanco y ondulado. Cuando Cleavon llegó a ellos, la chica se calló como si lo que estuviesen hablando fuese de alto secreto. Isak se dio la vuelta al notar que ya había llegado y le cambió la cara por una sonrisa auténtica. Al parecer, acababa de ser su salvación.
—Ya hablamos otro día —Se despidió de ella y se dio la vuelta sin dejarla siquiera rechistar.
—Hola —Cleavon creyó que había sonado un poco estúpido, pero estar cerca de él le nublaba el juicio.
Isak lo agarró de la camisa y los escondió un poco más, entre dos casas con paredes de piedra y tejados a dos aguas, muy parecidas a donde Isak vivía, mientras le arrastraba con él y llevaba su mano a su cuello acercándole para darle un beso. Cleavon no pudo evitar mirar hacia los lados por si alguien los había visto, pero gracias a los dioses no había sido el caso.
—Sabes que no puedes hacer eso, es peligroso.
—No quiero seguir ocultándolo —Su confesión hizo que le diera un vuelco al corazón. A pesar de cómo le hacían sentir sus palabras, Isak sabía que sus palabras no eran más que esperanza malgastada. Su relación era un secreto, y Cleavon ya se había acostumbrado a ello. No necesitaba que le subieran la esperanza para luego machacársela.
—Ya lo hemos hablado otras veces —Cleavon no pudo evitar que le saliera un suspiro cansado de tener siempre la misma conversación—. Sabes que por tu posición no podemos hacerlo público, lo único que harán será separarnos. Y he tardado demasiado en encontrarte como para perderte ahora.
Sus palabras se incrustaron en el corazón de Isak y Cleavon lo supo por sus ojos, que no podían ocultarle nada. Pero para ellos los faes, el amor era algo esencial, fundamental. Podían amar de manera tan desmesurada que eran capaces de morir de tristeza si ese amor les era arrebatado, pero era comprensible cuando llevabas quinientos años con la misma persona, que ésta se convirtiese en tu mundo. Sin embargo, ese no era su caso todavía, ya que Cleavon sólo tenía 22 años. Y aún así, era como se sentía en ese momento.
Pero para desgracia de ambos, lo que era aún más apreciado que el amor, eran los nacimientos. Los faes eran prácticamente inmortales, por lo que el universo equilibraba la balanza con escasos y complicados embarazos, apenas unos cuantos en décadas. Por eso, eran apenas 20 fae en Wir'Iuhm los que se encontraban entre los 0-50 años.
A parte de eso, tampoco ayudaba que Isak fuese un tipo de príncipe hada, más o menos. Era el sobrino del rey, hijastro de su fallecido hermano el príncipe Arian. Y su familia, la que quedaba con él, estaba obsesionada con asegurar su poder, aunque Cleavon no los culpaba, y la mejor manera era a través del matrimonio.
—Lo sé —dijo. Se veía tan cansado como él, siendo imperdonable estando en lo que se suponía que era una fiesta. Cleavon podía oler el alcohol de su boca, e imaginó que era eso lo que le había empujado a decir algo tan imprudente—. Pero me agota tener que escondernos.
—¿Crees que a mí no? Pero tenemos que aguantar —le suplicó—. Venga, vayamos a ponerle una ofrenda a Rasis, para que nos ayude en esta primavera.
Su sonrisa desesperanzadora le advirtió de sus siguientes palabras —Está bien, pero ya deberías saber que los dioses nos han abandonado.
—No seas hereje, Isak.
—Soy realista —dijo antes de darle un rápido pico en los labios y aún así tirar de él hacia los altares. No le molestaba que los viesen, aunque nadie se fijara realmente en ellos. Era una fiesta, una de las más grandes, y el ambiente era caótico y divertido, y a nadie le importaba quién besara a quién. E igualmente, hasta que no lo hiciera oficial, podrían bien ser nada, así que no dejó que sus manos unidas le preocupasen—. Es como pensar que el rey va a hacer algo por mejorar nuestra situación.
—¿Qué quieres decir? Claro que lo hará.
—¿Estás tan seguro? —Por su pregunta, Cleavon supo que tenía información que él desconocía. Se encogió de hombros para que le sacase de dudas—. Se ha rendido, igual que la mayoría.
—Debemos dejarle su tiempo, no es fácil perder a tu familia —reflexionó. Después de todo lo que había pasado, había perdido a mucha gente, y Cleavon comprendió cómo se debía de sentir. Sus corazones tardaban mucho en sanar, y cuanto mayor se era, más costaba recuperarse.
En el caso de Isak, éste había perdido a su padre biológico antes de nacer. Y su madre, para así fortalecer una vez más los vínculos entre ambas cortes, se había casado entonces con el príncipe Arian de la corte luminosa. La reina y ella, siendo primas hermanas, habían sido uña y carne, e Isak se había criado en el palacio, con el título de príncipe, aunque en realidad no lo fuera.
Y pocos años después, para sorpresa de toda la corte, el matrimonio había culminado en el nacimiento de su hermana, quien nunca había llegado a conocer a su padre, ya que éste se había ido a luchar a la guerra antes de que naciera, y nunca había vuelto.
Ahora, ambos estaban muertos.
Ellos, su prima, quien había sido la heredera al trono, y su tía, la reina Lara.
Cleavon había oído rumores de que habían incendiado el castillo con todos dentro, pero otros decían que para cuando éste había ardido, todos habían estado ya muertos.
Sin embargo, Cleavon sabía que no era lo mismo. El rey había ido a la guerra para protegerlos a todos, y al final había perdido a toda su familia.
—Está asustado, Cleavon. Lo he visto. Si sólo estuviese ella...
Isak aún culpaba a la reina Lara, ya que de no ser por ella, probablemente todo sería diferente. Su madre estaría con él, su hermana estaría viva y ni la reina ni la princesa Deanna estarían muertas... El rey habría querido seguir luchando.
Su madre había sido demasiado leal a su prima, la había amado demasiado, y había dejado a su hija con ella hasta que había sido demasiado tarde. Ni Isak ni nadie sabía bien qué había pasado allí dentro, pero ninguna había salido de allí, y el castillo había ardido.
—Pero no está, ¿crees que van a...? —Él lo miró.
—No lo sé. No lo creo, todavía es muy pronto —Sus palabras parecían un chiste, pero no lo era para ellos, que pertenecían a la eternidad, que veían reyes humanos ir y venir, imperios alzarse y caer. Quince años era un parpadeo para ellos, y aún así, había sido toda su vida, su destrozada vida. Había tenido siete años cuando tanto sus padres como su hermana fueron asesinados, cuando todo había cambiado y habían huido bajo tierra, como avestruces ocultando sus cabezas.
Cleavon visualizó el odio de sus corazones, y lo vio como una llama. Y sus corazones, la cera que la mantenía encendida.
La gente no aguantaría mucho más, y si él no hacía nada, lo sustituirían tan fácilmente como lo harían con un minero, aunque sus cabezas no costasen lo mismo. Los ojos de Isak brillaron, y Cleavon supo lo que significaba, que él no estaría en contra. Quería guerra, y aunque Cleavon deseaba tanto como él justicia, el recuerdo de la sangre en las calles le aterraba lo suficiente para saber que no quería volver a verla. Pero era algo imparable, que se acercaba cada día que pasaba.
Nadie iba a estar a salvo.
—¿Estás bien? —le preguntó preocupado por su mirada perdida. Él asintió.
—Vayamos a poner la ofrenda —sugirió intentando que sus labios se arquearan para formar una sonrisa.
Cuando por fin llegaron al templo, tras cinco minutos de caminata por el bosque, Isak suspiró, como si no quisiera más que largarse ya, a pesar de que acababan de llegar. Aquel templo había sido el único que había estado originalmente en la montaña, situado a unos cinco minutos de dónde estaba la verdadera fiesta. Las voces habían empezado a escucharse sólo de fondo, y las personas habían disminuido en número con una velocidad estridente, pues apenas habían ya un par allí.
El templo no era más que unos cuantos cilindros de madera unidos horizontalmente unos con otros para hacer la forma de un cuadrado, haciendo de techo, aunque no tenía uno propiamente dicho. Las esquinas del cuadrado estaban unidas a más cilindros de madera colocados de manera vertical para unir el "techo" con la superficie, del mismo material a ras de la tierra. Al lado de cada una, había antorchas de fuego azul que iluminaban aquel pequeño templo que era utilizado para rezar a Rasis, y al centro, sobre un altar, una figura de un joven con flores en el cabello. Su expresión era soñadora y pícara, con una sonrisa ladeada y los dedos de su mano izquierda sobre su boca, apenas rozándola.
Rasis era uno de los dioses más antiguos, aunque había cambiado de nombre un par de veces, como todos. Era el dios de la primavera, de las cosechas, y de la floración. Además, era comúnmente conocido por ser el dios de la vida.
Su festividad se celebraba el primer día de primavera, ya que se creía que en esa estación el dios era más poderoso y tenía más influencia en el mundo terrenal. Cleavon no pudo evitar pensar que cuando la gran guerra había comenzado, y cuando las batallas entre ambas cortes habían sido usuales, las familias habían solido ir a los templos de Rasis para pedir su protección y a los de Tarhem para darle ofrendas a la diosa de la muerte, para, de una manera u otra, sobornarla y que no se llevara a los suyos con ella. Era evidente que no habían funcionado.
Sin embargo, Cleavon jamás renunciaría a la esperanza, igual que Isak, aunque cada uno lo hiciera a su manera. Pero por eso Cleavon seguía yendo, aunque la parte más razonable de sí mismo le dijera que sólo eran cuentos de viejas. Así que, se sacó la pulsera de cuero que había estado haciendo y la tiró al fuego azul, que la consumió con rapidez. Isak miró cómo lo hacía, suspirando al ver que el trabajo que había puesto en hacerla era calcinado y se convertía en cenizas.
Cleavon se arrodilló ante el altar y pidió lo mismo de siempre "Que mamá, papá e Iris estén bien, donde sea que esté ese lugar en donde se hallan ahora". Era extraño hacer esa clase de peticiones a Rasis, ya que era el dios de la vida, pero a Cleavon, muy dentro de sí, le gustaba pensar que de alguna manera todavía lo estaban. Acabó sus plegarias con "Y cuida de Abby, de Jessie, de Isak e incluso del tío Lucas, por favor. Todos hemos sufrido más de lo que un corazón puede aguantar". Luego besó la coronilla de la estatua, como mandaba la tradición.
Hacer algo con tus propias manos, ofrecérselo al dios o a la diosa, pedir lo que tu corazón anhelaba, y sellar el rito con una muestra de devoción. Era una tradición muy arcaica, aunque en el pasado, cuando Cleavon todavía era pequeño, lo que había hecho había sido construir un muñeco de madera de Rasis entre toda la ciudad y quemarlo el día de la celebración. Se decía que el humo blanco que producía el fuego azul al entrar en contacto con la madera llegaría hasta él, llevando consigo todas sus oraciones.
Se giró hacia Isak, que lo observaba apoyado en el tronco de un árbol a unos pasos, con los brazos cruzados y Cleavon preguntó —¿Volvemos a la fiesta? —Él asintió.
Como era de esperar, los demás seguían sentados alrededor de una de las hogueras pequeñas, con jarras llenas en mayor o menor medida. Hablaban y reían.
—Voy a buscarnos algo de beber —dijo Cleavon antes de que Isak fuera hacia ellos. Éste asintió agradecido antes de que se separaran. Isak fue con los demás, que lo recibieron con sonrisas y palabras traviesas, y Cleavon se dirigió a los barriles—. Dos jarras, por favor —Hasta que dos barriles no se hubiesen vaciado, no les costaría ni una moneda, lo que hacía que la fiesta se concentrase en beber lo más rápido posible para que no tuviesen que quedarse más pobres de lo que ya estaban. Gracias a los dioses, parecía que todavía quedaba barril y medio.
Mientras la señora se encargaba de servirle, Cleavon se dio cuenta de que una chica de pelo rojo miraba fijamente a Abigail, con un mensaje claro en sus ojos, sin embargo, ella no se dio cuenta, a pesar de que no estaba en la conversación que mantenía con sus amigos.
—Aquí tienes, chico —dijo la mujer con una sonrisa atrapando su atención. Era de piel azul, con un par de cuernos que se alzaban a cada lado de su cabeza—. Pásatelo bien.
—Gracias —contestó él distraído.
Fue a la hoguera dando un rodeo, para pasar por detrás de Abigail. Se inclinó por detrás de ella, y le susurró —A tu izquierda, pelirroja.
Ella le miró un segundo curiosa antes de desviar sus ojos hasta donde Cleavon le había dicho. Sonrió disimuladamente y le dijo —Quizás en otra ocasión —Cleavon arqueó las cejas sorprendido, ya que Abigail nunca desaprovechaba una oportunidad como esa.
Se sentó al lado de Isak tendiéndole su jarra, la cual aceptó con una sonrisa, escuchando lo que tenía Víctor que decir. Cleavon, sin embargo, no les prestó atención, sino que se fijó en dónde miraba Abigail como una depredadora, y lo que descubrió no le hizo ninguna gracia.
Theo la miraba de vez en cuando, mientras fingía que escuchaba lo que Ross, uno de sus amigos, decía. Sonrió, una sonrisa solo dirigida para ella, y Abigail bebió un sorbo de su jarra, también observándolo. Cleavon sabía que a veces, su buena amiga Abby, no tenía ningún gusto, o más bien sentido común, al elegir con quien quería compartir una noche, tal vez unos días o semanas, pero jamás había pensado que llegaría a fijarse en él. Que equivocado había estado.
Cleavon no tenía nada personal contra él, pero no le gustaba su actitud. Mientras que Isak era de la nobleza, tenía dinero y vivía en el exterior, no juzgaba a los demás, a aquellos que vivían bajo tierra. Sin embargo, a pesar de que eran amigos desde la infancia, Theo había escogido otro camino, presumiendo ante cualquiera de lo que él tenía y que los demás no. Resumiendo, era un capullo. Gracias a los dioses, Cleavon no solía verlo, sólo en festividades como aquella o cuando subía a pasar tiempo con Isak, ya que eran vecinos. Pero a pesar de todo, siempre le debería una, por haberlos ayudado un par de veces a encubrir las desapariciones de Isak, que bajaba para estar con ellos cuando no estaba con sus propios amigos.
Cleavon vio cómo Abigail se levantaba, excusándose con ellos y diciendo que iba a rellenarse la jarra. Sin embargo, sabía que no era su principal objetivo. A pesar de que sí que se la rellenó, también se pavoneó en el camino, atrayendo la atención de Theo, quien se alejó de donde estaba para acercarse a ella. Cleavon prefirió no seguir mirando, y desvió sus ojos hacia Isak y Víctor. El primero notó su actitud ausente, y se preocupó, pero Cleavon negó.
—¿Te apetece bailar? —Cleavon se encogió de hombros mientras se levantaba e Isak le tendía una mano. Cuando se marcharon, sólo quedaban Jessie, Víctor y Clara en la hoguera.
Isak los condujo a la hoguera más grande, en el centro de toda la celebración, y Cleavon se bebió lo que le quedaba en el vaso antes de salir a la pista, dejando la jarra no muy lejos para poder cogerla luego. Se hicieron espacio entre las parejas que bailaban girando alrededor del fuego, y sus pies empezaron a moverse al compás.
No era sólo un baile, también era una especie de juego.
Se bailaba con la misma persona una estrofa, con una de las manos entrelazadas con la pareja y la otra sobre su cintura u hombro, a la siguiente estrofa uno de los dos, quien más cerca estuviese del fuego, giraba en dirección contraria separándose para cambiar de pareja, y cuando llegase el estribillo, se detenían en frente de la persona que les había tocado. Nunca se sabía quién iba a ser, puesto que los músicos encargados se inventaban el número de estrofas antes de que llegase el estribillo. Finalmente, cara a cara, los del círculo interior, decidían qué era lo que querían hacer. Habían dos opciones: bofetón o beso. Si elegían bofetada significaba que jamás se planearían tener nada con esa persona (ni una amistad), de lo contrario, beso.
Solían haber muchos besos.
Cuando la música se detuvo, por haber llegado al estribillo, Cleavon se encontró frente a una chica con las mejillas de un tono rosa, cansada y con los labios medio abiertos cogiendo algo de aire. Su sonrisa parecía amable, así que no se lo pensó antes de darle un beso en la mejilla. Ella hizo un mohín, ya que incumplía las reglas del juego, sin besarla en el lugar indicado. Aún así rió y la música pronto volvió a sonar. Antes de ser arrastrado a otro baile más, Cleavon salió y se rellenó la jarra.
Isak bailaba mientras la jarra de Cleavon se rellenaba una, dos, tres y hasta cuatro veces.
Isak se tomaba el juego en serio, besando donde debía y dando bofetadas con carcajadas, lo que también hizo que Cleavon riera, aunque sus risas quedaran opacadas por todo el ruido.
Cuando por fin dejó el juego, se sentó al lado de Cleavon sobre un tronco, y le ayudó a terminarse la cuarta jarra, él terminándose su primera y luego rellenándose otras dos más.
Cleavon no supo cuando cayó la noche, pero sentados en aquel tronco, bebiendo y riendo, vio las estrellas brillar en el oscuro firmamento, el cielo siempre teñido con una fina capa de rojo por los exspiravit, apenas reflejos que se vislumbraban por la esquina del ojo, poco perceptibles en realidad.
Sin embargo, como si siempre los buscara, ahí estaban. Su cárcel.
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