Capítulo 35: Estoy listo (editado)
Cleavon no se pudo creer que en vez de pedírselo a su padre, quien era, literalmente el mandamás, fuera a pedirle favores a él. Pero por otro lado, también se alegraba que recurriese a él y no a cualquiera de los otros dos, ya que si relacionaban a Taissa con un humano, era probable que se volviesen contra ella, y no podían permitirlo, por lo menos no antes de que la reconocieran oficialmente.
Por otra parte, Alyssa también le preocupaba un poco, quien parecía un tanto perdida, por cómo se comportaba. No hacía caso a nadie y en los escasos días que llevaba en palacio, no se había molestado en disimular su carácter desenfadado, contestón e indisciplinado.
Sin querer aprovecharse de la cortesía del rey, Cleavon decidió que era hora de volver a casa. Fue a buscar a su majestad, para agradecerle esos días en la corte, y pedirle su permiso para marcharse, cuando se cruzó con Isak.
Andaba tan distraído, que ni siquiera lo vio, pero con un carraspeo cuando llegó hasta él, levantó la mirada, con brillo de sorpresa en sus ojos, y esbozó una amplia sonrisa. En esos días, no habían podido verse. Tomó su brazo, y se escabulleron a una sala tranquila donde estuvieran a solas.
—¿Qué demonios está pasando? —le preguntó cuando la puerta se cerró. Se cruzó de brazos y su ceño fruncido opacó la sonrisa que previamente le había regalado.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó Cleavon en su lugar.
—¿Por qué? Vuelves a desaparecer, tú y la comidilla del otro día os volvéis el chisme entre los nobles, y mi tío no me da ni una pizca de información —resopló molesto.
Eso lo explicaba todo. Después de llegar, a Alyssa, a Rob y a él los habían alojado en un área del castillo desierta, lejos de los ojos de los demás, dejando a Taissa en la alcoba que le pertenecía, que además, también estaba alejada de todos los demás. Y con acceso limitado al castillo, apenas habían podido salir de su zona, dejando salir a la luz el inapropiado carácter de Alyssa.
—Es complicado —contestó. Y luego, con la duda rondándome la cabeza preguntó—. ¿Cómo te han permitido estar aquí? Pensaba que tú también estabas excluido.
—Hay caminos que pocos conocen —contestó de forma enigmática.
—¿Caminos que te pueden sacar de aquí? —Él asintió—. Genial, y por casualidad, ¿conoces a alguien experto en magia astral o de teletransporte?
—¿Qué? No sé, puede ser —dijo desconcertado—. ¿Para qué necesitas-
—Es un secreto —respondió sintiéndose mal.
—Entonces no te diré cómo salir, ni a quién buscar —contestó enfadado. Cleavon vio que su paciencia se deslizaba entre sus dedos, llegando pronto a su fin.
—Es para una amiga —admitió derrotado—. Te prometo, que si me ayudas, te diré la verdad, aunque no puedes decírselo a nadie —Sus ojos se entrecerraron. No parecía muy seguro, pero sabía que podía confiar en él, y suspiró—. Por favor.
—Está bien —afirmó. Cleavon sonrió y se inclinó hacia él, pero Isak se alejó. Cleavon frunció el ceño—. Aún sigo cabreado.
—Lo siento, pero no es mi secreto —dijo intentando que le perdonase, aunque sabía que poco era lo que le tenía que perdonar. Cleavon solo estaba cumpliendo órdenes, y esas venían de muy arriba. Y sin embargo, aún se sentía mal por ocultárselo, sabiendo que la ignorancia le ponía de mal humor, y que le habría gustado conocerla, de saber que Taissa estaba bajo su mismo techo ahora mismo.
—Vamos —indicó desanimado sin soltarle. Cruzaron unos pasillos y esquivaron a los pocos sirvientes que andaban por allí, llegando hasta una alcoba polvorienta. Cleavon no preguntó, ya que sabía que no hacían turismo por el castillo y que habían entrado por una razón, aunque la desconociera.
Se acuclilló y quitó la alfombra del suelo, y aunque Cleavon no veía nada, Isak, que sabía lo que había, empujó una zona del suelo hacia abajo, que respondió elevándose un poco hacia arriba, permitiendo introducir los dedos entre el bloque del suelo hueco y lo que hubiera debajo. Isak tiró de él con fuerza y lo abrió, mostrándole unas escaleras que se introducían en la oscuridad. Él le hizo un gesto para que se adelantase.
—¿Cómo sabes esto? —preguntó entrando antes que él, y esperándolo a pocos pasos.
—Antes de perder la guerra, mi padrastro me mandó aquí para que estuviera a salvo —explicó cerrando la puerta y dejándolos en la completa oscuridad, hasta que chasqueó los dedos y una llama azul salió de estos—. Mi madre me dejó bajo la tutela de mi tío materno mientras ella luchaba en la guerra. Así que tenía mucho tiempo libre.
Caminaron escuchando sus pasos en la piedra y los roedores a una distancia prudente. Aunque no sabía orientarse allí, siguió a Isak sin pensarlo demasiado.
—¿Y encontraste una entrada secreta bajo una alfombra? ¿Así como así? —Él rió.
—No, esa la encontré en los pasadizos —dijo—. La primera fue en un pasillo. No es tan difícil como parece, realmente. Y desde ahí, fue recorriendo los pasadizos y aprendiéndomelos de memoria. Era lo único que hacía aparte de las clases.
Cleavon no pudo evitar imaginárselo. Un niño pequeño, lejos de sus padres, sin otros niños con los que jugar, en medio de una guerra y buscando pasillos y salas secretas como única distracción. Apenas se dio cuenta de cómo su mano se entrelazaba con la suya. Él se giró y le sonrió.
—Hoy —le dijo—, después de medianoche, encuéntrame en la alcoba de la entrada secreta. Tienes que ver algo —O a alguien. No se atrevió a decirlo. Él esbozó una sonrisa divertida.
—Si tantas ganas tienes, podemos desviarnos un poco, e ir en un par de horas —Cleavon abrió la boca sorprendido.
—Eres un pervertido —le dijo—, y sabes que no me refería a eso.
Él soltó una risa.
—Estaré ahí —Elevó sus manos y le dio un beso en la suya.
El sol acariciaba sus rostros cuando salieron de un pasillo en el piso inferior cuyas ventanas daban al exterior. Se tapó los ojos con la palma de la mano, y parpadeó un par de veces, acostumbrándose a la intensa luz.
—Vamos —dijo tirando de él y cerrando la entrada. A Cleavon le fascinó cómo pasaba desapercibida con la decoración, pero no se entretuvieron.
Salieron por una puerta de servicio y nadie les prestó demasiada atención. A medida que se alejaban del castillo, Cleavon sintió el miedo subir por su columna vertebral, temeroso de que descubrieran que se había escapado.
—¿Está muy lejos? —preguntó nervioso.
—No, tranquilo —respondió él—. Está a las afueras de la comarca 2. Justo a nuestro lado.
Bajaron por el camino de piedra y en unos pocos minutos Cleavon vio la pequeña ciudad, la comarca 2. El camino pronto se convirtió en unas escaleras, y estaba tan nervioso, que tropezó un par de veces. Tenía que hablar con el rey para volver a su vida normal cuanto antes. Aunque tampoco era que echase de menos deslomarse en las minas, o estar bajo tierra.
Isak se desvió del camino, y Cleavon le siguió. Se preguntó si después de tantos días sin ir a trabajar le habrían despedido, tal vez incluso tuviera ya un sustituto. Isak se giró y lo miró con el ceño fruncido, ya que debía haber estado perdido en sus pensamientos porque preguntó —¿Me estás escuchando?
—Perdón.
—Te decía que es muy bueno, pero que también tiene algo de genio —explicó. Se imaginó que se refería al experto—. Y espero que tu amiga tenga un bolsillo bastante lleno.
Ya lo creía que sí.
Isak llamó a la puerta, una, dos, tres y cuatro veces, bastante impaciente, y escucharon los gritos desde el otro lado de la puerta —¡Que ya voy, joder!
La puerta se abrió y un hombre, de piel dorada, literalmente como si fuera oro, miró a Isak sorprendido. Parecía bastante... excéntrico. El hombre, que aparentaba menos de 30, llevaba una bata puesta, solamente una bata que Cleavon pudiera ver, además de unos calcetines largos, aunque de diferentes colores, que dejaban ver sus peludas piernas donde éstos acababan. Tenía en la mano que no sujetaba la puerta una taza de color roja, y el líquido se derramó cuando la movió sin prestarle atención.
—¡Principito! —exclamó—. ¡Cuánto tiempo! Si vienes por los rumores de una pócima crece falos, te advierto que tiene efectos secundarios, y varían tanto que ni siquiera sé cuántos son.
—¡Claro que no vengo a por eso!
—Perdone usted —dijo haciendo una reverencia pomposa y burlona.
—¿Es... es usted experto en magia astral y de teletransportación? —preguntó incierto. Él lo miró por primera vez.
—Así es, y de unas cuantas cosas más —dijo con una sonrisa, dejando su peso caer sobre la puerta abierta—. ¿Por? ¿Necesitáis algo?
—Un profesor —explicó, aunque no es que Taissa le hubiera dado muchos detalles—. Es para una amiga.
—Agh, no me gusta dar clases —respondió—. Me estresan los ineptos.
—Ella no es... —Cleavon se quedó mudo cuando detrás del hombre pasó una mujer, de piel celeste, completamente desnuda. Entró a otra habitación y desapareció, pero él se había dado cuenta de su mirada.
—¡In-ha! —gritó él mirando hacia donde ella se había ido—. ¡Muestra algo de respeto a nuestros clientes! —Luego se volvió hacia ellos—. Perdonad a mi mujer —Cleavon negó, restándole importancia.
—Bueno, ¿entonces? —preguntó Isak, que no le gustaba perder el tiempo.
—Que venga en tres días —respondió él—. Entonces ya lo decidiré.
...
Cleavon miró por la ventana hacia el oscuro firmamento. Las estrellas brillaban como luciérnagas, y la luna era un gran faro en la oscuridad. Se apoyó en la pared, y no pasaron ni diez minutos cuando escuchó la trampilla abriéndose. Se acercó y quitó la alfombra que la ocultaba. Isak extendió su mano y Cleavon lo ayudó a salir definitivamente del oscuro pasadizo.
—Ya estoy aquí —dijo mientras él colocaba todo como estaba. Aunque probablemente nadie fuera a entrar, era mejor tener cuidado—. ¿Y? ¿Qué es el oscuro secreto? ¿Qué querías enseñarme? —Cleavon tragó. Tenía derecho a saberlo, y total, una vez que el consejo hubiera deliberado, se enteraría igualmente.
—Siéntate —Él ni siquiera replicó, solo lo obedeció y se sentó en la cama, resguardada por una sábana blanca. Isak hizo una mueca cuando apoyó las manos y éstas se llenaron de polvo, sin embargo, solo se las sacudió.
—Venga —dijo—. Estoy listo —El problema era que Cleavon no sabía si él lo estaba.
—Vale —comenzó llenándose de agallas—. ¿Sabes esa amiga por la que te he pedido la dirección del experto? —Él asintió—. Pues la conocí afuera de las murallas, ya sabes, en el exterior. Mientras recorría los bosques transformado.
—¿Qué? Te he dicho miles de-
—Y-ya lo sé, pero ahora escucha, no me interrumpas —le pidió. Él suspiró.
—Está bien, lo siento.
—Pero no importa cómo la conocí, sino quién es —Cleavon se levantó la camisa. Hacía un día o dos que se había estabilizado. Aparentemente, mientras estuviera tan cerca de ella, la marca sería visible, hasta que aprendiera a ocultarla. Él la vio con el ceño fruncido—. No lo sabes, pero mi familia materna estaba juramentada con la realeza de la corte luminosa.
—Oh, sí, escuché que tu madre era de una estirpe antigua leal al rey.
—Sí.
—¿Se ha manifestado cuando lo has visto? —le preguntó refiriéndose al rey. Cleavon negó—. ¿Entonces?
—Apareció cuando la encontré a ella, a mi amiga —le explicó. Isak no parecía entenderlo, así que Cleavon siguió con su explicación, una historia que había escuchado de Alyssa, aunque los detalles no habían sido precisos—. Una fae que había estado viviendo en la tierra sin magia, Cryum, oculta de los humanos entre ellos. Pero ella no nació allí. Su madre, a punto de morir, se la había entregado a un soldado para que la protegiera, y éste se la llevó donde creyó que nunca la buscarían. Quemaron su marca de nacimiento, que parecía un ave en ascenso, y ocultaron su cabello celeste, sus orejas puntiagudas y sus ojos de fuego azul bajo una apariencia humana, hasta hace poco, que regresó. Para recuperar lo que es suyo, y librar una batalla para recuperar lo que es nuestro.
—¿De qué estás hablando?
—Cuando nos viste no te diste cuenta, pero había una chica, una chica que-
—No, sé por dónde-
—Es Deanna —le dijo sin querer esperar más—. Es tu prima.
Lo cierto era que no era su prima de sangre, aunque sí que compartían familia. Su padrastro, el príncipe Arian, sí que había sido el tío de Taissa, pero igualmente, la madre de Isak, lady Marianne, también era prima de la fallecida reina Lara, habiendo concertado esos matrimonios para fortalecer las relaciones entre las dos cortes. Por lo tanto, seguían siendo familia. Pero él suspiró.
—Te han engañado, mi amor —respondió intentando ser dulce—. No te culpo. Muchas han intenta-
—El rey ya la ha reconocido, Isak —le cortó—. Es ella.
Él tardó unos segundos en reaccionar. Cleavon se preguntó qué estaría pasando por su cabeza, lo que podría significar para él, quizá mucho, quizá nada. Pero conocía a Isak, y tenía claro un rasgo de su personalidad. Esa curiosidad innata. Él querría verla.
—Llévame con ella —demandó.
Una vez que le dijo en qué alcoba estaba, empezaron a recorrer distintos pasadizos y pasillos, intercambiándolos intentando hacer más corto el camino y que nadie nos viera. Isak no mentía, sabía esos caminos de memoria, y lo demuestra sin vacilación.
Salieron del pasadizo hacia esa nueva alcoba, que por suerte estaba desierta, y Cleavon se preguntó si también sabría eso, quién ocupaba qué cuarto para saber por dónde salir y por dónde no. Cruzaron el dormitorio hasta la puerta e Isak susurró —Este es el pasillo, la alcoba debe estar al otro lado del pasillo a la derecha —Cleavon asintió con un "hmm". Isak abrió la puerta lentamente sin hacer ruido y frunció el ceño.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
—Hay un guardia —respondió—. ¿Qué hacemos? —Cleavon lo pensó un segundo.
—¿Hay alguna otra puerta cerca? —preguntó. Él contestó al segundo.
—Sí, a dos pasillos a la derecha.
—Perfecto —Y le dijo—. Mira, me llevas hasta allí, hago algo de ruido para obligarlo a moverse, y yo vuelvo por donde me he ido para encontrarme contigo.
—Es buena idea —afirmó—. Ni siquiera te perderías, no hay muchas bifurcaciones.
—¿Entonces? —Él asintió, y volvieron a adentrarse por los pasadizos, y como dijo, habían pocas posibilidades de que se perdiera, ya que los pocos unos segundos, quizá minutos, habían girado solamente dos veces, y todas a la derecha.
Él se marchó recordándole insistentemente el camino de vuelta. Cleavon le aseguró que no se perdería, y aún así, repitió una y otra vez qué giros tomar para volver. Esperó dos minutos, para darle tiempo, y salió al pasillo, solo iluminado por la luz de la luna y de las antorchas cercanas.
Vio una armadura al final del pasillo, y sonrió malicioso. Sabía qué iba a hacer para llamar su atención. Se acercó a la armadura vacía y simplemente, le dio un empujón, tirándola al suelo, y creando un ruido de mil demonios. Ni siquiera esperó para comprobar que fuera.
Se metió en el pasadizo, cerró la entrada, y con pasos rápidos, casi corriendo, se dirigió hacia donde estaba Isak. Salió de la pared y vio la alcoba vacía. Debía haber salido ya. La cruzó y se asomó a la puerta, la abrió del todo y salió cuando vio a Isak dudar frente a la puerta.
Isak lo miró cuando se puso a su lado, y extendió la mano al pomo de la puerta. Cleavon vio como éste giraba y cómo la puerta se abría hacia dentro de los aposentos. Entraron dando suaves pisadas que impedían que cualquier ruido fuera hecho, y cruzaron la salita, que poseía unos bonitos sillones de terciopelo rojo frente a una mesa redonda y una chimenea contra la pared.
Cleavon siguió a Isak cuando éste giró hacia la derecha, y recorrieron un breve pasillo con estanterías y libros polvorientos, antes de por fin llegar al umbral de la puerta del dormitorio, y vislumbrarla a ella.
Tan tarde como era, el sol no estaba para iluminar la alcoba, e incluso la luna no alumbraba tanto con las cortinas echadas, sin embargo, gracias al ardor de la llama de una vela encendida encima de la cama, ambos fueron capaces de verla. Sentada con las rodillas flexionadas a los pies de la cama, y vestida con un camisón, Cleavon se fijó en el libro en el que tenía tanto la vista como una pluma puestas, tan absorta en lo que tenía que escribir que ni siquiera les había oído al entrar. Sus ojos se dirigieron a Isak, y Cleavon supo lo que veía.
Ella parecía una ilusión, hermosa y efímera. Sus ojos se posaron en su figura, detallando la curva de su mejilla, las pestañas oscuras que decoraban sus ojos, tan azules como fuegos fatuos, sus manos manchadas de tinta, que trazaban palabras sobre el papel, la manera en la que el cabello caía... Observó cómo se quedaba sin respiración, justo antes de que ella levantase su vista y los viera, a ambos bajo el marco de la puerta. Era tan hermosa que parecía de otro mundo.
—No —escuchó susurrar a Isak, aunque Cleavon no supo por qué.
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