Capítulo 34: Las consecuencias (editado)

La pobre criatura apenas comía, pero bajo los cuidados de Dani, por lo menos no recibía un trato de pena. A pesar de querer liberarla, Dani sabía que habría sido sospechoso si dijera que se había escapado, pues estaba débil y muy delgada, y era por eso que quería que comiera, pero ella era reacia a hacerlo. Sin embargo, de vez en cuando la había visto beber un poco, casi a escondidas, casi avergonzada, pero era sólo su instinto de supervivencia.

Ahora estaba sentada, con un trozo de tela que le había dado para que se tapara, con la espalda apoyada sobre el bebedero y comedero, con la vista perdida. Desvió su mirada y sentada en la cama, decidió que tenía que quemar la carta de Chris. Aunque le alegraba saber de él, de ellos, lo escrito no era algo que alguien más vería con buenos ojos.

Aún así, Chris decía que casi estaba todo resuelto, y que pronto volverían a palacio, y Dani no pudo contener la sonrisa, ya que llevaba tiempo sin verlos. Aunque lo que realmente le habría gustado era que la hubiesen mandado con su primo. Ponerse unos pantalones, cabalgar al sur, e incluso estar presente en la batalla. Esa vida no era una para ella, pero cuando leyó que Dylan tenía algo que le gustaría, sus esperanzas se elevaron. Dani sabía que no se lo habría dicho si no fuera algo que fuese importante para ella.

Y Dani solo quería irse y dejar atrás el castillo y a su rey. Cada vez que veía a la sílfide, su aniñado rostro emocionado llegaba a su mente y la llenaba de rabia. Él había visto la tortura y la había llamado juego, se la había regalado como si le hubiese regalado un pájaro, y aunque ella también tenía alas, no lo era. Se levantó de la cama y acercó una esquina de la carta a una vela encendida, y ésta se prendió con rapidez, hasta estar consumida.

Escuchó como llamaban a la puerta, y la doncella, que casi era un fantasma para ella, pues no hablaba, no se movía, y no hacía ruido, fue a ver quién era. Ésta recibió un mensaje doblado de un criado, y se lo acercó sin leerlo.

—Gracias —dijo tomándola. Ella volvió a lo que hacía, arreglando un vestido con toda su concentración. Dani había notado que se había sentado lo más lejos posible de la sílfide, pues casi la veía como una maldición. Pero mientras no la tocase, le daba igual.

Abrió la nota y leyó:

"Mi querida Danielle,

Pues como al parecer se me hacen milenios sin veros, me gustaría que viniérais a tomar el té de la merienda a mis aposentos. Os espero a las 18:30.

Vuestro,

el rey."

Chasqueó la lengua al comprobar que Nicholas no le había dejado más opción que verlo ese mismo día, y con un resoplido, llamó la atención de mi doncella, aunque fue ignorada. Aún así, no le extrañó que no le dejase con mucha opción, ya que durante esta semana, había estado evitándole. Y Dani supuso que solo había una persona con la que podía hablar de esto.

Con dos horas para su cita con Nicholas, Sarah llegó a su habitación. Dani suspiró de alivio al ver que había aceptado su invitación. Entrelazó el brazo con el de ella, y sugirió ir a los jardines. Su doncella se levantó para seguirlas, pero Dani se adelantó.

—Podéis quedaros aquí y acabar con eso —le dijo. Ella frunció el ceño.

—Pero señorita-

—Es una orden —Y con eso volvió a sentarse sin rechistar.

Las chicas atravesaron los pasillos, pero Sarah parecía un poco perdida en sus pensamientos. Gracias a dios no se habían cruzado con ningún noble con intención de interrumpirlas. Cuando dejaron el palacio y las nubes hicieron presencia en el cielo, Dani hizo un mohín. Había pensado que estaría más soleado. Miró a Sarah y ésta pareció un poco distraída.

—¿Qué te pasa? —preguntó. Ella negó.

—Eres tú quien me ha llamado, y parecías preocupada, ¿qué es lo que te tiene así? —Dani suspiró.

—Te lo puedes imaginar —Ella le echó una mirada.

—Sí que puedo. Pero, Dani... Sabes lo que significa lo que hizo delante de todos, ¿no? —Dani frunció el ceño—. Te obsequió con eso... te sentó en el trono... Es un mensaje para todos.

—Helene estaría furiosa —comentó.

—Ella y la mitad de la nobleza. Dani, él no tendrá todavía una prometida, pero los nobles tienen sus propias ideas —le explicó—. La princesa Michaela de Dern, la hija del duque de Aurea, la princesa Nadine, cualquiera de las princesas de Merach... Sin contar que además su majestad y lady Helene se han peleado... He escuchado que desde ese día no se hablan, y mi padre me ha dicho que el consejo está en su contra tras la propuesta que hizo.

—¡Pero, nada de eso es mi culpa! —Estaba ya un tanto harta de ser parte de este grupo de payasos—. Y tampoco pienso convertirme en su reina.

—¿Y eso él lo sabe? —preguntó, y aunque Dani intentó decir algo, las palabras se quedaron atascadas en su garganta.

...

La hora acordada llegó y Dani llamó a la puerta. Esa vez, su doncella estaba con ella, ya que siendo en su alcoba, no quería que hubieran rumores malintencionados sobre lo que pudiera pasar ahí dentro o que él se pensara otra cosa. Aunque después de haberse pasado casi una semana ignorándolo, creía que debía haber captado el mensaje. De lo único que se arrepentía, solo un poco, era de no haber asistido a la reunión del consejo para apoyarlo. Después de todo, había sido una idea que aunque sabía que no aceptarían, era buena. Y aún así, lo había dejado meterse en la boca del lobo.

Su ayuda de cámara, Keith, les abrió la puerta con una inclinación de cabeza, y aunque había esperado verlo molesto por su presencia, apenas la miró. La habitación estaba iluminada por la luz del ventanal, el de las velas y el del fuego encendido de la chimenea. Dani sintió el sofocante calor nada más poner un pie dentro. Vio a Nicholas de espaldas sentado en el sillón frente a la chimenea y Dani se acercó a él, haciendo una reverencia.

—Dani —Su voz sonaba ronca, y a pesar de que la miraba con una sonrisa, lo que Dani vio era algo que no se había esperado. Parecía realmente demacrado, con sus ropas de noche aún puestas, y encogido en su asiento—. Dejadnos a solas —pidió, y Dani maldijo en su cabeza. Todos se marcharon y Dani se sentó en el sillón de al lado.

—Majestad...

—Por favor no demos marcha atrás, me gustaba que me llamaras por mi nombre —dijo. Se veía agotado, y Dani se preguntó si habría dormido algo. Incluso sus ojos pestañeaban con lentitud—. Veo que has estado ocupada con mi pequeño regalo.

—Sí...

—¿Y esa cara? ¿He dicho algo malo? —preguntó confundido. Dani negó.

—No. No es nada.

—No es verdad —dijo con un carraspeo de garganta—. ¿No te gustó? Pensaba que te acostumbrarías a su presencia, pero podemos deshacernos de ella si es lo que quieres.

—¿Cómo puedes decir algo así tan fácilmente? —preguntó antes de pararse a pensar.

—No te entiendo.

—Por supuesto que no... Nunca lo harías —decidió callarse en ese momento. Tomó una honda respiración y preguntó—. ¿Es que no os encontráis mejor?

—Es obvio que no al mirarme —respondió—, pero no cambies de tema, qué es lo que nunca entendería.

—Nada.

—Dani, no tengo el ánimo ni la fuerza para intentar sonsacártelo mucho más, ¿qué pasa? —Casi parecía una petición, y un rey no pedía, solo ordenaba. Y aunque no le dijera toda la verdad, Dani pensó que podría endulzarla un poco para que por lo menos intentase entenderle.

—No come, apenas bebe, se tira días enteros sentada y ni siquiera habla. Ayer pensé que estaba muerta de lo pálida que estaba —intentó explicarle—. ¿Cómo eso no puede remover a alguien?

Él la examinó durante unos segundos. Sus ojos se movieron de su rostro hacia un punto en el suelo, con la mirada perdida. Si él supiera que la criatura podía llegar a poner esos mismos ojos en su cara, lo humana que realmente parecía.

—No debes dejarte engañar —respondió—. Te mataría si pudiera.

—¿Y tú no lo harías de ser ella? —Su respuesta no fue más que silencio. No podía contestar nada más porque no había nada que pudiera encontrar para defenderse. Sus manos temblaron al coger la taza de té derramando un poco sobre su regazo. Dani intentó ayudarle, pero él negó con la cabeza, haciendo que se detuviera.

—Está en nuestra naturaleza, Dani.

—También nos matamos entre nosotros, y eso no quiere decir que esté bien —respondió.

—Pero por lo menos nosotros podemos defendernos de los nuestros.

—Si de ellos no, ¿cómo es posible que fueran purgados? —preguntó. Él la miró frunciendo el ceño, y Dani se quitó el sudor de la frente con el dorso de la mano.

—No deberías decir estas cosas ahí fuera —le aconsejó haciendo un gesto hacia la puerta. Dijo eso, pero Dani sabía tampoco debería haberlas dicho allí dentro, o a él, sobre todo a él. Pero todavía no le había mandado a la horca, así que supuso que aún había esperanza.

—Solo dices eso porque no tienes nada que decir —Nicholas apoyó la mejilla en su mano. De verdad tenía una pinta horrible, pero no había nada que pudiera hacer para que se recuperase, y con su posición, tenía los mejores médicos.

Estaba tan pálido, y se veía tan exhausto, que acurrucado contra el sillón pareció haber envejecido 10 años. Parecía incluso mayor que ella.

—¿Vamos afuera? —preguntó refiriéndose al balcón, Dani supuso que había notado que se estaba asando. Dani asintió.

—He oído que el consejo no está muy contento contigo —comentó Dani ayudándole a levantarse.

Sus piernas flaquearon, y casi la tiró con él, pero con un poco de suerte, consiguieron seguir de pie. Aún así, pesaba mucho para ella. Tardaron unos cuantos minutos en conseguir cruzar ese pequeño trecho, no más de diez pasos, pero llegaron cansados. Se sentó, casi abalanzándose sobre la silla por el esfuerzo, y Dani se preguntó si era buena idea. Volvió adentro y tomó una manta, que le pasó por los hombros.

—No solo el consejo —le dijo—, mi hermana también. Aunque sigue ocupándose de todo lo que hago y dejo de hacer, no me dirige la palabra.

—Seguro que os reconciliáis —aseguró.

—No lo sé... Pero el consejo empieza a hacerle más caso a ella que a mí, y los nobles le acuden por sus problemas. En estos momentos solo soy rey de nombre —Dani quiso reconfortarle, decirle que solo era algo pasajero por su enfermedad, pero descartó su primera idea de inmediato. Recordarle lo frágil que era no lo ayudaría.

—Cuando te recuperes, simplemente intenta ir más despacio. El consejo solo la prefiere porque tú quieres cambiarlo, y todos le tenemos miedo al cambio.

—Ella me dijo que era una buena idea —Su mirada estaba perdida en el horizonte, observando las montañas con sus altos picos y sus inmovibles figuras. La ventana además también daba a la capital, Olbeir, que estaba justo al lado del castillo, y aunque no podían ver a los habitantes, Dani se preguntó qué debía pensar él cuando los veía. Eran su gente, a quienes debía proteger, y a quienes pisaba cuando era necesario—, pero luego no me apoyó. No lo entiendo. Aunque hubiese cambiado de idea, debería habérmelo dicho para que supiera que no tendría su apoyo. Podría haberlo organizado de otra forma —Se masajeó las sienes con el ceño fruncido—. No me cubrió las espaldas.

Al igual que había hecho ella, que al no estar presente su padre, podría haber ocupado su asiento en el consejo como heredera, pero en vez de eso, había decidido no ir porque había estado enfadada, aunque beneficiara al pueblo.

—Tenlo en cuenta la próxima vez —le recomendó—. No esperes la ayuda de nadie, y nadie te decepcionará —Él asintió, aunque notó que comenzaba a respirar por la boca, y que sus ojos no enfocaban ningún lugar específico. Aproximó su mano a su frente, y la retiró de inmediato. ¿Cómo no había notado lo mal que estaba?—. Nicholas, volvamos adentro.

Él asintió. Dani creía que ya no tenía fuerzas ni para hablar. Cruzaron, con su peso totalmente reclinado en ella el umbral del balcón, internándose en la cálida alcoba. En vez de llevarlo hacia el sillón de terciopelo negro en el que se había encontrado sentado, lo llevó a la cama. Él emitió un ruido de confusión, pero la dejó que lo tumbase. Cerró los ojos cansado.

—Voy a llamar a tu ayuda de cámara, ¿sí? —Él no abrió los ojos, pero asintió.

—Y yo pensaré en lo que me has dicho antes, sobre la criatura —Arrastraba sus palabras, pero Dani estuvo aliviada de que hablase—. Llegaremos a un acuerdo.

—Está bien, no te preocupes.

Con él en la cama, Dani salió a pedir ayuda, y en menos de diez minutos, Keith llegó con el médico real a su puerta. Sin embargo, fue dejada afuera.

Dani supuso que tendría que esperar como todos en la corte a por un informe oficial.

No le había sido difícil recordar cómo se había sentido minutos atrás. No había pensado que una simple bienvenida le hubiese atravesado de esa manera, pero ahí había estado, casi llorando de la emoción. Se había quedado quieta sin saber qué hacer, temblando como gelatina, pero no de miedo, ya no lo tenía. Él se había acercado y la había abrazado. Taissa se había sentido incómoda los primeros segundos, después de todo, no dejaba de ser un desconocido, pero había acabado devolviéndoselo.

El rey acababa de llamar de vuelta a Diarmuid con sus hombres, en donde se encontraba Dreid. Apostaba que no debía estar contento. Y mientras esperaban, decidieron ir a un lugar mejor para poder charlar, dejando a un sirviente para que esperase a los otros y les dijera a dónde habían ido.

—N-no vais a hacerle nada a Rob, ¿cierto? —preguntó dejando salir sus temores. Rob, que los seguía desde detrás con Alyssa y Cleavon, no la escuchó.

—No me gustan los humanos, y estará vigilado a todas horas, pero no —respondió él. Taissa sonrió con alegría cruzando el pasillo, dirigiéndose hacia una de las salitas de té—. Solo por ti.

—Gracias... Ha sido un gran apoyo —confesó, esperando que pudiera mirarlo con mejores ojos.

Entraron en la sala y a Taissa le sorprendió su sencillez. Una sala de tamaño mediano, algo más pequeña que las que había en el castillo de Icylands, con paredes blancas y grabados, aunque con muebles cuidados y finos. Él se sentó en el sillón, y Taissa en el sofá a su derecha, con Alyssa al frente. Cleavon se sentó al lado de Alyssa, y Rob de Taissa.

—Traednos té —pidió él a una doncella—. ¿Cómo te gusta?

—Ah... yo... —La verdad era que tampoco era una experta en él, así que dijo cohibida—. Cualquiera que sea bastante dulce.

Él no se molestó en preguntar a los demás.

—D-Deanna —la nombró. Sin embargo, lo hizo de manera singular, como si aún no pudiese creer el nombre que pronunciaba—, aunque yo haya aceptado tu identidad, tengo que avisarte de que el consejo necesitará algo más que tu palabra.

—¿El consejo? —preguntó.

—Ha vivido casi toda su vida fuera, tienes que explicárselo —dijo Alyssa. Él suspiró.

—Es nuestra forma de gobierno. Un consejo de altos nobles presidido por mí —Taissa notó a Cleavon fruncir el ceño—. Sin su aprobación, no serás reconocida como mi hija y mucho menos serás nombrada princesa o heredera.

Taissa escuchó a Alyssa refunfuñar. Habría deseado tener a Dylan con ella, quien como había vivido rodeado de nobles, y era uno de por sí, habría entendido todo eso, y habría sabido cómo moverse. Apostaba a que en poco los habría tenido comiendo de su mano.

Taissa recordó de pronto sus cosas. Tenía que pedirle a Dreid las cosas que le habían arrebatado. La espada y el grimorio. Inspiró recordando lo que aquel fantasma le había pedido si se reunía con el rey de Annwyn, y aunque pareciera una loca, tenía que hacerlo.

—Pero no pueden simplemente cerrar los ojos, es su princesa —dijo Cleavon.

—Antes de eso —dijo Taissa llamando su atención—, majestad...

Él la miró con el ceño fruncido.

—Cuando estábamos en Cryum, nos topamos con una cueva oculta por magia en el noroeste —empezó a contar—. Allí había alguien que incluso muerto se había encargado de que un grimorio que había estado en su poder, uno bastante poderoso, no estuviera al alcance de nadie. Sabiendo que los humanos, aunque tan contrarios a la magia, probablemente no tendrían ningún problema en utilizarlo.

Rob no le llevó la contraria. Ambos, que habían pasado sus vidas rodeados por ellos, y él, que era uno, sabían perfectamente hasta dónde eran capaces de llegar por proteger a los suyos, aunque sus ideales estuvieran equivocados. No eran muy diferentes realmente.

—El grimorio, que ahora lo posee la élite del aire, lo protegía el príncipe Arian, es como él dijo que se llamaba —Él pareció descompuesto, llevándose las manos a la boca—. Y antes de desvanecerse, me pidió que os dijera que no se arrepentía.

El rey esbozó una sonrisa, volviendo a componerse.

—Mi idiota hermano —murmuró. Por cómo sus ojos estaban perdidos y su boca sonreía, Taissa supuso que se habían llevado bien, a pesar de cómo se acababa de referir a él.

—¿Me los devolverán? —preguntó. Él la miró con el ceño fruncido—. La espada y el grimorio.

—Sí, me encargaré personalmente —le prometió. Cuando la sirvienta volvió, le ordenó—. Que alguien prepare sus alcobas.

—Sí, majestad —respondió.

—Preparadle a Deanna la alcoba del heredero —finalizó. Ella la miró con sorpresa antes de asentir e inclinarse. Cuando se hubo ido, el rey se dirigió a ella—. Y a partir de ahora, me llamarás padre.

Taissa no tuvo que pensarlo mucho para saber que la razón no era más que de imagen. Si el consejo iba a reconocerla como su hija, debían empezar a comportarse como tal. O tal vez fuera ella la que pensara así, y solo los arrastraba consigo en su cabeza.

—Y debéis hablarme de esa rebelión vuestra —comentó.

—En tal caso, Rob será de más ayuda que yo —admitió.

Pasaron las horas y al final cada uno se marchó a su habitación. Taissa fue escoltada por un sirviente y abrió la boca de incredulidad. Todo eso era suyo. La salita con una chimenea y un par de sillones y sofás, con incluso un piano, aunque no sabía tocarlo y de poco le servía.

Las cortinas blancas tejidas como si estuviesen compuestas de miles de libélulas de seda dejaban entrar la poca luz que el ocaso casi les había arrebatado. Las paredes parecían pintadas a mano, con delicadas pinceladas que describían un mundo onírico.

Todo era brillante y colorido, y cuando se cerraron las puertas y Taissa se quedó a solas, paseó los dedos por la puerta oscura tallada con palabras en fae antiguo que no logró entender. "Oiz ze onade" era lo que más había llamado su atención, ya que estaba escrito de manera vistosa, con letras doradas en arco en lo alto de la puerta. Una puerta completamente negra a excepción de eso.

El dormitorio también era maravilloso, con una amplia cama con doseles entre naranjas y rojos. Se tumbó sobre las suaves pieles que tenía encima y cerró los ojos maravillada por su suavidad. También olían bien.

Durante la siguiente hora, Taissa se cambió poniéndose un camisón para dormir, y curioseó los cajones, armarios y estanterías. Los libros no eran en un idioma que pudiera entender, por lo que se cruzó de brazos haciendo un mohín.

Se giró sobre sus pies cuando escuchó que alguien llamaba a la puerta, y salió del dormitorio. Abrió la puerta principal, y sus cejas se arquearon al ver quién era. Aún llevaba el uniforme. Dreid carraspeó cuando no dijo nada.

—Oh, sí, ¿necesitáis algo? —preguntó cruzándose de brazos. Él no pareció muy contento.

—Tomad, os traigo lo que solicitasteis —indicó mostrándole en cada una de sus manos sus cosas. La espada, que alguien se había encargado de limpiar y afilar, dejándola mejor que como la habían encontrado, y el grimorio, que le arrebató rápidamente.

—Gracias —dijo tomando la espada. Él suspiró, y Taissa se temió que sus siguientes palabras no le fueran a gustar.

—De nada —respondió haciendo una reverencia, que le hizo esbozar una sonrisa. Por fin la trataba con algo de respeto—. Alteza, le informo que de ahora en adelante seré vuestro jefe de escolta por orden de su majestad.

Taissa tardó un segundo en reaccionar —¿Cómo? —preguntó.

—Somos la espada y el escudo del rey, y por tanto, también de vos —respondió impasible, casi como si no estuviera inconforme con la decisión, pero incluso ese rostro sin rastro de rechazo no la engañaba. Se postró sobre una rodilla, y Taissa comprobó por la manera en la que su rostro se ruborizó lo avergonzado que se sentía—. Desde este momento os serviré y os protegeré.

—No, gracias —replicó cerrando la puerta. Él la detuvo con el pie levantándose a gran velocidad, sin ni siquiera haberlo visto moverse.

—No es una petición, alteza, solo la informo —contestó él—. Pasad buena noche —concluyó antes de marcharse. Taissa se contuvo para no gritar de rabia. No podía ser.

Deshizo sus pasos hasta la cama y apoyó la espada en un rincón, antes de tumbarse sobre ésta con el grimorio entre sus brazos. Pataleó frustrada y se sentó en la cama, abriendo el grimorio y buscando el hechizo que le permitiera verlo de nuevo. Tenía tantas cosas que contarle.

Después de unos minutos de búsqueda, Taissa encontró el hechizo que había utilizado, pero se dio cuenta de lo mucho que la había ayudado la última vez Shera, y comprendió que no podía hacerlo sola. Ni siquiera sabía qué había hecho mal, pero mañana, cuando el sol pareciera brillar solo para ella, sería hora de buscar a alguien que pudiera serle útil.

Quizá le pidiera a su padre un profesor, aunque sería mejor que no se enterase de lo que hacía o con quién hablaba. O peor aún, lo que sentía por él. Dejó el grimorio en la mesita de noche y se metió entre las sábanas color púrpura para dormir, e intentó no emocionarse demasiado, aunque la posibilidad de que pudiera verlo de nuevo le alegró lo que quedaba de día.

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