Capítulo 30: Mucho más (editado)

Dylan se adentró a la tienda y vio a los generales disputando entre ellos. Rodeaban una mesa con un mapa de la zona sobre ésta, con pequeñas piezas colocadas como símbolos de sus fuerzas y las del enemigo. Chris entró detrás de él, pero todos estaban tan absortos en la discusión que apenas notaron su llegada.

Dylan colocó una mano en el hombro de su padre, que se alteró por el inesperado gesto. Señaló con la cabeza hacia lo que parecía un tablero de juego, aunque en éste, la muerte era un hecho. La cuestión era cuántas. Él negó, dándole a entender que no habían llegado a ninguna conclusión todavía, y Dylan hizo una mueca.

—Si podemos atacarlos de frente, ¿por qué no hacerlo? —preguntó lord Graham.

—Porque a veces, una buena estrategia hace que las tornas cambien —le respondió Snake—. Y debemos tener una para contraatacar si eso pasa.

—Entonces, ¿qué sugerís? —Se cruzó de brazos con una expresión de disgusto. Se notaba que no tenía buenos conocimientos del arte de la guerra, que no era su escenario.

—Enviemos un regimiento al frente, que sea lo suficientemente grande para que piensen que llevamos la mayoría de nuestras fuerzas —dijo él—. Los arqueros se quedan atrás, deshaciéndose de las primeras filas.

Mientras explicaba su plan, movió las fichas del tablero para que pudieran seguirlo visualmente. Movió a la caballería e infantería con el estandarte de Tirsell, y cuando el padre de Dylan asintió, aceptando ese papel, él continuó. Junto a los suyos, también movió la infantería de Sarandei, que en nombre del rey él mismo dirigía.

Los arqueros de Snake eran los mejores del país, incluso del continente, razón por la que los llamaban La ira de Dios. Cuando lanzaban sus flechas al enemigo, parecían caer de los cielos, y eran tan certeras como si Dios mismo las enviara. Dylan se alegraba que los asistiesen.

—Mientras —continuó—, la caballería de Icylands y Kriston los rodean ocultos.

Sus fichas se movieron por cada ladera del valle, en donde el bosque los ocultaría a la vista. Debían llegar poco antes de hacer su movimientos, o los posibles exploradores enemigos podrían verlos.

—Coloquemos a los lanceros en las dos primeras filas, saliendo sólo la infantería con un pequeño grupo de caballería. Uno de nosotros debería dirigirlo —dijo Wilson, cambiando un poco el plan—. Poco después, cuando hayamos acabado con las primeras filas y se agrupen para defenderse, el resto de la caballería de ese regimiento se unirá a los demás, y atacará por los flancos. Dará la impresión que son nuestros refuerzos.

—Entonces desplegarán los suyos —dijo Dylan, y Wilson asintió.

—Dylan, Chris, vosotros los habéis visto, así que podéis confirmar lo que nuestros espías han dicho.

—Por supuesto, mi general —respondió Chris.

—Afirman que son de diferentes grupos, algunos mercenarios. Y aunque un par tienen cierta fama, muchos apenas tienen un equipamiento decente —Dylan frunció el ceño. La verdad era que a pesar de ver los grupos, cuando se había dado cuenta de la chiquilla, Dylan no se había fijado en nada más. Su cabeza ya había estado en otra parte.

—Es solo en parte cierto —contestó para alivio de Dylan, Chris—, dos tercios están bien equipados. Por sus armaduras, creo que los johannios han sido los que se los han proporcionado.

—Así que están metidos en esto —comentó el padre de Dylan.

Los Johannios eran los partidarios del príncipe Johann de Dern. Aunque era su hermana mayor, Jennel, la que había sido nombrada heredera por el emperador, las disputas habían llegado hasta un nivel en el que cuando el emperador muriera, probablemente comenzaría una guerra civil.

Cryum apoyaba a Jennel, ya que era la sucesora legítima, pero Dylan no entendía por qué atacarlos, por qué desgastar sus fuerzas en ellos antes incluso de que empezase la guerra.

—¿Pero por qué se iban a aliar los johannios con El amparo plateado? —preguntó esa vez Dylan.

Los rebeldes no tenían ni de cerca las mismas ambiciones que los seguidores del príncipe. Ellos ni siquiera querían una monarquía. Al principio solo habían buscado un tratado de igualdad y una amnistía para poder hacer regresar a los exiliados y liberar a aquellos con crímenes de deserción o traición en La gran conquista.

La gran conquista... A Dylan no le gustaba pensar en ello. La gran guerra había supuesto primero la absorción del reino de Botvia por Cryum y Dern, convirtiendo a sus gentes en ciudadanos de segunda en Dern, y después la conquista de Annwyn, con el exterminio de todos los seres con magia en estas tierras. Pero eso había sido hacía casi diez años y se habían vuelto más radicales con el tiempo.

—Si tengo que teorizar, diría que en un principio quieren pactar con el príncipe Johann —dijo Ronald Hunter, el conde de Realm y padre de Dominic.

—Y traicionarlos si las cosas se complican —Snake gruñó de acuerdo a lo que Chris había dicho.

Era por eso que Dylan no había intentado aliarse con ellos todavía. Eran demasiado imprevisibles, y les cortarían el cuello si eso significara que ganaran algo a cambio. No necesitaban aliados así, o no de momento.

—Nos atacan para hacer salir a la princesa Jenell —comentó Wilson. Su voz grave y profunda, los hizo guardar silencio. Era un veterano de guerra, uno muy bueno, y uno que nunca estaría de su lado. Su lealtad al rey era absoluta—. Es impulsiva, y está harta de su hermano.

—¿Y por qué no los atacan a ellos? —preguntó Chris.

—Porque la princesa mandaría a uno de sus generales a apagar el fuego, pero si la humillan frente su aliado... Si los hacen parecer que no tienen el control... entonces ella misma vendrá —respondió.

—¿Va a venir, entonces? —preguntó. Él negó.

—Le he advertido en una carta —explicó—. Los derrotaremos y le mandaremos su cabeza como presente —Thomas, el padre de Dylan, esbozó una sonrisa.

—Cálmate un poco, o vas a asustar a los niños —Dylan abrió la boca con expresión de reproche cuando se dio cuenta de que se refería a ellos, a Chris y a él, al ser los más jóvenes.

Él rió.

—¿Y después? —preguntó lord Graham, que parecía cansado de estar allí.

—Cuando lleguen sus refuerzos, los demás saldremos —respondió Snake. A pesar de que no había llegado hacía mucho, junto a Wilson y lord Graham, se había adaptado al campamento y al campo de batalla con extraordinaria rapidez, pero tanto él como Wilson sabían lo que hacían. Era por eso que los habían enviado justo después de él—. A este punto, su dirigente estará entre los hombres. Así qué los rodearemos y si es necesario, acabaremos con ellos —Nadie discutió, así que Dylan supuso que todos estaban de acuerdo.

—Se rendirán —dijo de repente Graham seguro de sí mismo—, cuando vean que la princesa no viene, y que estamos en ventaja, se retirarán.

Nadie lo contradijo.

—Me gustaría tratar otro tema —comentó Dylan.

—Adelante —contestó Wilson.

—¿Qué pasa con el shaydd? —preguntó cruzándose de brazos—. Lo huelo desde aquí.

—Lo trajeron las prostitutas con ellas —respondió lord Hunter—. Y se extendió muy deprisa.

—Pero no pueden entrar a batalla colocados con esa mierda, o enganchados a ella —se quejó. Lord Hunter suspiró.

—El shaydd es la razón por la que no han habido deserciones todavía —contestó.

—De nada nos sirve que sigan aquí si luego no van a estar concentrados en la batalla —respondió.

—El joven lord tiene razón —dijo Wilson.

—¿Y qué hacemos? —preguntó Graham, que a pesar de que hacía solo unas horas que había llegado y se veía cansado, quería tanto como los demás acabar con eso.

—Esta noche vaciaremos las tiendas de eso —propuso Dylan. Él negó.

—Según he oído, llevan tomándolo más de una semana casi hasta como desayuno —respondió—. Si se lo quitamos, será peor. Yo digo de dejárselo.

—Es preferible soldados medio desconcentrados, que completamente alelados por la falta de shaydd en su organismo —respondió Snake.

—¿Pero de verdad será así... tan pronto? —preguntó.

—Es rápidamente adictivo, y con ese nivel de consumo...

—Dios nos pone obstáculos para que nuestros hermanos no sean masacrados, así de misericordioso es con los nuestros —dijo un hombre dando un paso dentro de la tienda.

Vestía una túnica de color granate, el color de los magos del rey, los únicos capaces de hacer magia sin ser asesinados, y también el color de la iglesia. Éste pertenecía a estos últimos, aunque en realidad los magos estaban tanto bajo las órdenes de ellos como de la familia real. Por los bordados dorados, reconoció su posición, el Øverste.

A pesar de las historias que habían circulado después de la victoria en La gran conquista, sobre el nuevo Dios que se había aliado con Cryum contra los seres de magia, contra los avsky, como ellos nos llamaban, conforme el tiempo había pasado, la iglesia había ido perdiendo poder.

Mientras hacía años las visitas a la gran y única catedral de Cryum, en la península del suroeste de Aurea, eran casi obligatorias como súbditos y fieles seguidores de Dios, ya apenas eran casuales. Pues aunque los reyes Nicholas I y Rosalia II habían sido muy devotos, sus hijos, tanto Tristan III como Nicholas II eran lo contrario. Y este último aún seguía sin serlo. La única que seguía el ejemplo de sus padres era Helene, que a pesar de haberlo intentado con su hermano, éste había mostrado completa indiferencia por su devoción.

Ellos habían intentado mantenerse unidos a la familia real como fuera, y lo habían conseguido con la muerte de la reina en el año x5404, hacía ya 15 años. Uno de los monjes había salvado a la por aquel entonces princesa Helene de 17 años, de acabar igual que su progenitora. Y lo habían usado a su favor.

Dylan imaginaba que se arrepentían de no haberse acercado entonces a su hermano pequeño, de tan solo un año en aquel entonces, y demasiado enfermizo en un principio para creer que sobreviviría.

—Su excelencia —dijo el padre de Dylan, usando el título honorífico—. No esperaba veros aquí.

—Vengo a rezar por las almas de todos los soldados que pronto irán a la batalla —explicó. Y por las miradas de los demás, Dylan imaginó que no era el único que pensaba que mentía.

—Imagino que lady de Forest no os lo pondría fácil —comentó lord Graham, ya que él era su fiel confesor. Helene nunca pasaba un solo día sin verlo. El Øverste sonrió, y hasta su sonrisa parecía estudiada.

—Ha entendido que mi lugar era aquí —respondió—. Mi tienda ha sido instalada ya, y comenzaré a recibir allí a todos aquellos que quieran dar ofrendas por la victoria.

Thomas asintió.

—Tened cuidado —dijo—. No me cuesta imaginar que si esto dura mucho más, acudirán a vos por algo que intercambiar por shaydd —le aconsejó, imaginándose que habría traído sus preciados cisnes de oro, algo que no dudaba que los soldados robarían y venderían si la abstinencia los atacaba.

—Haré lo que pueda, milord —respondió antes de marcharse. Hasta él conocía la existencia del shaydd, aunque a Dylan no le costaba creer que comerciaría con ésta si le produjera beneficios.

—¿Por qué demonios habrá venido realmente? —preguntó su padre casi en un susurro.

—Mientras no estorbe, me da igual —respondió Snake.

...

Tras finalizar la reunión, cada uno se marchó a su tienda. A pesar de ya tener una estrategia para la batalla, que no hubieran podido encontrar una solución para el shaydd, lo llenaba de frustración. Pero tenían razón, una vez hubiesen acabado con esa contienda, ya verían cómo solventar ese problema. Probablemente acudiera a su majestad. Solo por una vez.

—Yo vuelvo con los reclutas —le informó Chris—. Quiero que por lo menos estén lo más preparados posible —Dylan suspiró, apretando su hombro para darle ánimo.

—Te veo después —Él asintió—. Y escríbele una carta a Dani. Dile que cuando acabe con esto tengo algo para ella que le gustará.

—¿El qué? —preguntó él confundido.

—Voy a sacarla de ahí, pero no se lo digas, no me fío de que puedan leerla —Chris asintió—. Yo voy a escribir el informe. No creo que necesitemos refuerzos.

—Pide un par de tropas por si acaso —Dylan suspiró.

—Está bien —accedió—. Hasta luego.

Chris se marchó despidiéndose con la mano, y él decidió ir a mear antes de regresar a la tienda. Salió del campamento y apenas un minuto adentrado en el bosque, se detuvo en un árbol. Fue a desabrocharse los pantalones cuando escuchó pisadas a su espalda. Sacó un cuchillo de su bota, y se giró ante quien fuera que le acechase. Dylan abrió los ojos con sorpresa cuando se encontró al Øverste a tres pasos de él, con las manos levantadas en señal de rendición

—Su excelencia... —dijo Dylan confundido, con el cuchillo aún señalándolo.

—Milord, disculpad mi intromisión —Dylan frunció el ceño.

—¿Qué queréis? —preguntó sin irse por las ramas. Él entornó sus ojos.

—Quería hablaros de vuestro futuro, milord —Antes de que pudiera rebatir, continuó, dejándole mudo—. Soy consciente de que en estos momentos no tenéis planes de desposar a ninguna dama, pero debéis plantearos cuál es la mejor forma de cambiar un país, y si es a través de la sangre derramada...

—Me dejáis totalmente perplejo, excelencia... Pensar que me tomaríais por... por un traidor.

—No es lo que insinuaba, milord —respondió, aunque era obvio que era justo lo que estaba dando a entender—. Pero es hora de que las grandes casas de Cryum se unan, ¿no es cierto?

—No sabía que el rey tenía intenciones de contraer matrimonio —dijo, aunque sabía perfectamente que no era de su matrimonio del que hablaban. Las comisuras de los labios del Øverste se estiraron, aunque en sus ojos no tenía emoción alguna.

—Solo pensad en ello, milord —Hizo una reverencia, y se marchó hacia el campamento.

Si ese era el gran plan de Helene para que me casase con ella, Dylan pensó que no lo conocía lo suficiente. No tenía religión, y aún menos era devoto a la suya, y por tanto, tampoco tenía ningún interés en aliarse con quienes inventaban historias para que los desamparados gastasen la miseria que tenían para llenar aún más los bolsillos de los mentirosos. Y el Øverste era uno.

Su gente misma había creado a su Dios a través de mentiras y engaños. A diferencia de Annwyn, su Dios no era ancestral ni de los suyos, no había sido convertido en una deidad a través de su acciones que con el tiempo se hubieron hecho leyendas.

El Dios del Øverste era uno que había aparecido del sufrimiento de la gente para aprovecharse de ellos, para quitarles todo aunque no tuvieran nada. No era un Dios, no. Era un hombre vestido con ilusiones de grandeza, y éste vestía de morado y dorado, y aunque ahora parecía que Cryum no se daba cuenta por sí sola, aún confiaba en ellos. Porque sabía que eran más, mucho más, de lo que parecían.

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