Capítulo 3: Ahora o nunca (editado).
Taissa observó por el rabillo del ojo a Alyssa disimuladamente, ésta comía engullendo todo, casi sin masticar. Taissa se preguntó cuánto tardaría en atragantarse. Pero no era por glotonería, Taissa lo sabía por la forma en la que el ceño de Alyssa estaba profundamente fruncido. Estaba molesta.
Rob las miraba cansado. Era discusión tras otra de ambas, y él no tenía ni el tiempo ni la paciencia para aguantarlas. Pero por otra parte entendía a Alyssa, ya que Taissa no parecía tener intenciones de abandonar la ciudad, ya que ni siquiera había cedido a ver las ruinas del antiguo castillo real, o lo que quedaba de éste, que había ardido con muchos de sus habitantes dentro, incluida su madre.
—¿Entonces te vuelves a ir? —preguntó Rob, de manera más pacífica que cualquier palabra que hubiesen soltado ellas desde hacía minutos. Alyssa asintió—. ¿Cuándo?
—Mañana —contestó de mala gana—. Y como siempre, sola.
—Alyssa, habrán más oportunidades —Quiso apaciguar Rob.
—Y a todas dirá que no, ese es el problema. Pero si incluso tú me has acompañado un par de veces —respondió mirando a Rob decepcionada, y luego a Taissa cabreada.
—Pero es diferente —argumentó él. Taissa se frotó las sienes, casi con un dolor de cabeza.
—Claro que lo es, porque ella es la maldita princesa. La reina, en realidad —Taissa exhaló, agotando su paciencia.
—Sólo quiero esperar a Dylan, a los demás —Ellos compartieron una mirada.
—Te lo diré claramente —dijo Alyssa—. Si después de tres meses no han venido, o ni siquiera hemos recibido una maldita carta, parece obvio lo que quiere decir.
—No te pongas en lo peor —le pidió Rob con el ceño fruncido, haciendo que Alyssa se arrepintiera momentáneamente—. Pero Taissa, no podemos esperar eternamente.
—Exactamente, además, es tu hogar. Tendrías que estar emocionada de estar aquí y no pareces ni viva —Rob la miró con una mueca.
—Pero eso es diferente, Alyssa. Taissa-
—¡Se llama Deanna! A ver cuando empiezas a usar tu verdadero nombre, alteza —Pronunció la última palabra con hastío y disgusto, junto a un tono sarcástico. Se levantó de la mesa de un salto y se marchó con las manos hechas puños firmes. Rob suspiró echando la cabeza hacia atrás.
—Iré a hablar con ella —Taissa asintió—. Pero tiene su punto, Taissa. No puedes huir para siempre.
Taissa bajó la mirada y jugó con el mantel de la mesa, y él se marchó siguiendo a la chica sin añadir nada más.
¿Qué tiene de malo querer esperar?
Taissa se dijo que sólo deseaba saber cómo estaban, ya que después de todo, había sido Dylan quien la había introducido en todo aquello, quien la había ayudado, quien los había guiado a todos. Sin embargo, Taissa admitía que no sabía qué significaba que todavía no hubiesen llegado, que no supieran nada, que nadie los mencionara. Más de una vez había pensado en escribir a Lady Meallhy o Lady Meredith, o incluso a los padres de Dylan, pero no se había fiado. La carta podría ser interceptada, y podría involucrarlos, y no podía hacerles eso.
Aunque lo que más la preocupaba no era nada de eso, aunque no se quedaba atrás, sino su propia madre, aquella que la había criado. Su madre, compartieran o no sangre. Taissa había tenido intenciones de no coger ningún barco y volver a Corona, como si eso fuese a cambiar algo, pero si su madre hubiera seguido allí... No, Taissa tenía que obligarse a pensar que alguien habría ido a por ella, que se había deslizado entre los dedos de Helene sin que ella lo supiera, fuera de su alcance. Era mejor que pensar que estaba muerta, o peor, que estaba siendo torturada por información, una que no tenía.
Aunque después de aquellos encuentros con Helene, aunque fueran pocos y efímeros, Taissa se había hecho una buena idea de ella. Si la hubiese ejecutado, habría encontrado una manera de hacérselo saber, solo para hacerle daño. Así que Taissa había empezado a preferir la falta de noticias. Aunque el miedo no se desvanecía, no de su piel, no de sus pesadillas.
¿Los habrá matado a todos? ¿A mamá? ¿A Sam? ¿A Terence?
¿Cómo pude ser tan estúpida para pensar que todo lo que hiciera no tendría consecuencias?
Sin embargo, todo había pasado tan deprisa, que no era que hubiese tenido otra opción. Ni siquiera había sido ella la que había elegido exponerse en medio de media Corte.
Pero Taissa no podía caer en la ignorancia, ya que no la beneficiaba. No podía dejar que su vida se detuviera hasta que todos dieran signos de vidas, tampoco era que pudiese recuperar su vida anterior. Solo podía avanzar.
Se levantó con un suspiro y dejó que las migajas que habían caído por todo su regazo se expandieran por el suelo al sacudirse. Taissa subió los escalones de la planta de arriba, aunque fuera para disculparse con Alyssa. También con Rob. Ella no había sido la única que lo había perdido todo.
No. No.
La visión de Jordy en el suelo le erizó la piel de los brazos y le dió un escalofrío. Su cuerpo había estado muy frío, muy tenso. Casi le dio una arcada mientras se le ponían los ojos llorosos.
No lo pienses, no lo pienses.
Taissa se detuvo un segundo en los escalones mientras se quitaba de la cabeza esos ojos azules sin vida y pensaba en unos verdes y brillantes. Su corazón, que iba tan rápido como le era posible sin que le diera un infarto, empezó a ralentizarse, retomando un ritmo normal.
Siguió subiendo hasta el segundo piso. Taissa cruzó el pasillo escuchando los susurros que venían de la habitación de Alyssa. Por la puerta medio abierta, pudo verlos sentados en la cama, uno al lado del otro, de espaldas a ella. Alyssa tenía apoyados los codos en sus rodillas, inclinada hacia delante.
—... sé, pero tú no lo entiendes —La escuchó decir con un tono triste.
—Pues explícamelo para que pueda por lo menos intentarlo. Venga, no soy tan tonto como piensas.
—Lo sé —contestó con media sonrisa sin llegarle a los ojos, sin despegarse del tono triste.
—Estoy esperando —Alyssa suspiró.
—Y-ya sé —Empezó a explicar. Taissa se quedó apoyada en la pared sin moverse ni hacer ruido. Sabía que no debería estar escuchando una conversación privada, pero tenía la sensación de que Alyssa no se lo contaría, y no podía pedirle a Rob que traicionara la confianza que tenía en él la chica—... Ya sé que la niña esa que decapitaron era importante para vosotros, pero la odio, la odio muchísimo. Me llevó a ese lugar, con una princesa que ni siquiera quiere aceptar quien es, arrebatándome todos mis poderes e impidiéndome volver a casa, encontrar a los míos. Pero lo peor de todo, es que no ha vuelto una gota de mi poder, estoy vacía, seca.
—Pero dijiste-
—Ya sé lo que dije, e-es que... yo... —Alyssa se sonrojó avergonzada cuando la voz se le rompió, y Rob pasó una mano por su espalda, acariciándola y consolándola. Ella apoyó la cabeza entre su hombro y pecho, dejándose consolar—. Mi magia es todo lo que soy.
Taissa no tuvo ninguna duda de que durante aquellos meses, solo había sido una carga. Una carga que Alyssa y Rob, con sus propios problemas, habían tenido que sostener. Mientras ella se había estado escondiendo en sí misma desde que hubieron llegado, autocompadeciéndose egoístamente, ellos habían tenido que ocuparse de todo, apoyándose el uno en el otro.
Aunque Rob pareció que iba a contradecir lo que ella había afirmado de sí misma, Alyssa continuó, sin dejarle rebatirla —Me siento tan indefensa, tan desprotegida. Es como si estuviese hecha de porcelana, y lo detesto. Sólo quiero encontrar a alguien que arregle mi condición, y aquí atrapados, no vamos a conseguir nada. Ni siquiera los que se consideran a sí mismos los criminales más horribles de la ciudad se atreven incluso a mencionar la magia. Estoy en un callejón sin salida.
Taissa sabía que no era culpa suya no haberlo sabido, pero sí que lo era haberla dejado sin salidas. Había sido tan egoísta desde que habían llegado... que hasta había insistido en quedarse allí cuando Alyssa quería explorar el bosque. Y también había hecho que se quedara. No sabía por qué había sentido tanto pánico en que Alyssa hubiese encontrado ayuda, a su gente, pero la situación le había parecido tan disparatada...
Taissa no sabía quién era. Sabía quién se suponía que tenía que ser, pero estaba lejos de creérselo. Nunca había sido más que una cría con miedo, ocultándose entre capas y capas de mentiras, hasta que la verdad había quedado lejos de su propio alcance.
Una reina. Taissa no sabía cómo ser una, a pesar de que estaba en su sangre, una que desprendía la esencia mágica del bosque. Por mucho que hubiese nacido para ello, no sabía si podía llegar a hacerlo.
Pero habían pasado ya 3 meses, y solo había pensado en sí misma. Taissa sintió una punzada en el pecho de remordimientos. Igualmente, no era la primera vez que Alyssa salía en una expedición, era posible que no encontraran nada.
Tomó una honda respiración, y golpeó suavemente la puerta, haciendo que se separasen rápidamente y que Alyssa se recomponiese, enjuagándose las lágrimas. Ambos miraron hacia ella.
—Lo he pensado mejor, y tenéis razón. No puedo huir para siempre —Alyssa la miró confusa—. Iré contigo mañana —Alyssa no pudo evitar sonreír mientras se le iluminaba el rostro. Alyssa se giró hacia Rob.
—Tú también vienes, ¿verdad? —Él se encogió de hombros.
—No puedo dejaros solas, para que os matéis entre vosotras —Taissa puso los ojos en blanco.
Y así, empezaron a organizar el viaje.
Cada paso que daba, lo hacía sin pensar, y cada día que pasaba, se volvía más sencillo hacerlo. Dylan se concentraba en su trabajo, en la responsabilidad que le había sido otorgada, aunque hubiese sido sin su consentimiento. Soñaba con el día en el que pudiese irse, pero no parecía muy cercano, ya que básicamente estaba... estaban, allí atrapados, encerrados, presos, de alguna manera.
Dylan sabía que podía irse, salir por las puertas principales y convertirse en su enemigo, pero lo que no sabía era qué pasaría luego con su familia, quién los protegería. Era un ancla que los mantenía a salvo, y no podía hacer otra cosa. No de momento. Sólo esperaba que pudiera perdonarlo por no estar allí.
Habían pasado ya tres meses desde el juicio, desde que todo se había ido al infierno y se hubieron separado. Al parecer, Taissa había estado allí presente, viendo rodar lo que había sido la cabeza de Alicia, y se había descontrolado, mucho. Había asesinado a muchos guardias, sin tener ninguna experiencia en batalla ni saber nada sobre armas. Y luego había visto a otro amigo morir, y lo había enterrado. Ni siquiera podía ni quería imaginarse cómo había sido para Rob, aquel chico huérfano que Jordy había rescatado y había criado prácticamente desde los diez años.
Dylan no había podido ir al funeral que había realizado su familia cuando recuperaron el cuerpo, ya que había estado en cama en contra de su voluntad. Sin embargo, las heridas ya habían sanado, y desde hacía más de dos meses, se le había encomendado aquella odiosa misión, siguiendo cada paso que daba esa mujer.
Dylan la contempló. Llevaba un vestido rojo con volantes blancos, y la falda caía por el suelo, arrastrándose a su paso, a un metro delante de ellos. Ya se había vuelto algo habitual. Estar junto a Charles detrás de las damas de compañía, con la espada a la cintura y caminar con pasos lentos y silenciosos, acompañándola a todos lados. Vigilar las puertas de las salas en donde entrara, o entrar con ella.
Los pasillos los llevaban paso a paso hasta donde estaba ubicada la sala del té de la reina, la cual ella usaba mientras no hubiera una, igual que los aposentos.
Uno de los guardias que custodiaban la puerta la abrió para ella cuando apenas estuvo a un paso de distancia, y Helene entró sin darles importancia a ninguno de los hombres con los que se cruzó. El pasillo de paredes, techo y suelo de piedra cambió en la habitación, con tapices colgados de las paredes y lámparas que iluminaban bien la instancia. Helene se giró cuando la puerta se iba a cerrar tras sus damas.
—Dylan, entra conmigo —Él asintió siguiendo sus órdenes y dejó a Charles en el pasillo. Sus damas esperaron sus órdenes—. Ingrid, Wendy, traednos té —Ellas se inclinaron y salieron de la sala.
Helene no tardó en sentarse sobre uno de los sillones dorados que adornaban la habitación, la cual no había cambiado desde que la antigua reina había fallecido. Sillones colocados uno enfrente de otro, lámparas con velas que lo iluminaban todo, muebles también en oro, detalles del mismo estilo allí y allá, nada más que una serie de parafernalias, hechas para lucir.
—Siéntate, por favor —Dylan se quitó la espada, que era molesta para sentarse, y la apoyó en una pared antes de hacerlo—. ¿Cómo dormiste?
—Muy bien, milady. Gracias por preguntar.
—Escuché que ayer te llegó una carta de tu familia, ¿cómo están?
—Bien.
—Dylan, nos conocemos. Así que por favor, intento mantener una conversación, pon de tu parte.
—Lo sé, y siento que no sea un sentimiento mutuo —respondió. Helene le lanzó una mirada que parecía una advertencia muy clara. Así que, como solía hacer, se tragó sus palabras—. Mi madrastra está bien, abstraída en su invernadero, y mi padre parece estar teniendo dificultades con la frontera del sur, pero no dudo en que lo solucionará.
—Ni yo, tu padre es un hombre inteligente y con recursos —opinó, y no lo alabó sin saber. A pesar de la diferencia de edad entre ambos por 8 años, de una u otra manera su padre había hecho que pasara algún que otro corto periodo de su infancia con ella. Fomentar amistades entre los hijos de los nobles era algo recurrente, aunque siempre había sido como un niño pequeño para ella, ya que a los dieciocho años, no le había apetecido demasiado jugar con un niño de diez. Aún así, los conocía lo suficientemente bien como para hablar sabiendo—. Pero si necesita ayuda, que no dude en pedirla.
—Sabéis que no es la clase de hombre que pide ayuda, milady —Ella asintió. Dylan casi tuvo ganas de sonreír al recordar a una persona con su misma cabezonería, que habría preferido ahogarse antes de aceptar una mano de ayuda.
—¿En qué piensas? —preguntó—. ¿En qué piensas cuando tu mirada se ve así, perdida? —Dylan la miró.
—En nada importante, milady.
—Pues deberías parar, porque ella no va a volver, y si lo hiciera, su cabeza rodaría con la misma facilidad con la que lo hizo la de Alicia de Icylands —La mirada de Dylan se llenó de odio mientras la observaba. Helene soltaba esas palabras repletas de veneno con la misma facilidad con la que caminaba o respiraba, y Dylan apretó sus puños hasta que le dolieron.
Si tuviera las uñas largas, Dylan estaba seguro de que ya tendría la marca de éstas en sus palmas y sangre manchándolas. Y por una parte lo desearía, ya que el dolor lo distraería de las ganas de romperle el cuello. Helene estaba a dos metros, tan cerca de él, que simplemente tendría que dar un paso para alcanzar su blanco cuello.
Todo pasaría rápidamente, estaría sobre ella en segundos, sus manos cubrirían su garganta y le impedirían hablar, ella intentaría arañarle la cara, golpearle, sus piernas se moverían en un intento de alcanzar algo, o por simple reflejo, y poco a poco sus fuerzas se agotarían y ella se pondría pálida y con una tonalidad azul, y después fría.
La imagen de su cadáver en su mente era demasiado alentadora como para dejarla dominarle, así que intentó no pensar en ello. No más, no lo suficiente para que se hiciera realidad.
Habría sido un grave error, aunque uno muy satisfactorio.
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