Capítulo 22: Entre mundos (editado)

Chris II se acercó al pueblo, aunque por tamaño, casi podría ser una ciudad. O tal vez era su visión doble y borrosa, lo que la hacía de un tamaño mayor.

Sin poder evitarlo, Dylan cerró los ojos. Le pesaban demasiado como para poder abrirlos. Escuchó las voces alarmadas y sintió su cuerpo balancearse hacia la derecha, hasta que no pudo aguantar más, y cayó contra el suelo. Chris II relinchó, y la gente se acercó, o por lo menos, escuchó sus pasos acercarse. Hasta que no escuchó nada.

...

La siguiente vez que estuvo lo suficientemente consciente como para por lo menos intentar abrir los ojos, vio el paisaje moverse con velocidad. Se mareó, y volvió a cerrar los ojos.

«¡Arre!», escuchó a un hombre decir, y a los caballos relinchar como si le respondiesen. Dylan sentía el aumento de velocidad, y algo frío en la frente. «¡Apúrese, apúrese. Antes de perderlo!», quien decía eso estaba a su lado, o lo suficientemente cerca para escucharlo junto a él. Pero Dylan no consiguió ver su rostro, pues cayó preso del sueño.

...

—Todo estará bien —le contestó ella. Tenía el pelo de color ébano como antes, y los ojos azules parecían sonreírle.

—¿Cómo estás aquí? —le preguntó.

Estaban sentados en un tronco, uno al lado del otro. La nieve hundía sus pies en ella, congelándole los dedos, y la brisa glacial agitaba sus cabellos. Había águilas árticas chillando en el cielo, extendiendo sus espléndidas alas marrones y blancas por el manto azul, y los cachorros de zorros níveos jugaban sin advertir su presencia.

—Esto es un sueño, ¿cierto? —Ella le ofreció una sonrisa divertida—. ¿Me estoy muriendo?

—Eso depende de muchos factores —respondió ella —. Del veneno, su potencia y rapidez, de si llegas a tiempo, de tus médicos, si averiguan qué veneno fue usado antes de que al reloj de arena se le acaben los granos. De ti y de tu cuerpo... de si eres lo suficientemente fuerte para aguantar como un campeón...

—¿Y cuánto me queda? —preguntó.

—No mucho, si te soy sincera... ¡Ah! Acabamos de llegar, por fin van a poder tratarte —dijo ella, como si viese algo que él no.

Dylan suspiró, y el vaho salió de su boca. El sueño tenía gran detalle, ya que pronto reconoció dónde estaban. Las montañas y sus picos, los animales, el cielo, incluso cómo olía la nieve y su color. Esa era la casa de su infancia, y el poblado no debía de estar muy lejos.

—¿Por qué estamos aquí? —Ella se encogió de hombros.

—Podríamos estar en cualquier lugar, y pensé que éste te gustaría. Pero mira —chasqueó los dedos y el paisaje se convierte en un gran prado verde. Ella señaló hacia adelante—, por ahí está la mansión de la casa noble de los De Ullers de Tirsell.

Mi casa actual.

—No, quiero volver a Émtira —le pidió. Era un lugar que no había visto desde hacía demasiado. Y el paisaje volvió a cambiar como antes, incluso con las águilas y los zorros níveos—. Oye, ¿y por q-

Su conciencia volvió, pero se sintió muy débil. Sabía que se seguía muriendo. Su piel estaba pálida, de un color azul, pero su mano ya estaba negra, al igual que parte de su pecho. Escuchó a los médicos discutir sobre qué hacer.

—Debemos amputarle la mano, Gregory —le dijo uno—, antes de que vaya a peor.

—No tiene sentido, está contaminado por completo, aunque se la amputemos, el resto de su cuerpo no tardará en ponerse igual —Dylan jadeó, sintiendo que empezaba a costarle respirar, y el tal Gregory lo notó. Su expresión fue suficiente para saber que no había solución.

—Llama a lady Marigold, ya —dijo Gregory—, ya, Milton. ¡Date prisa!

Éste salió corriendo, haciendo que diese un portazo sin querer. Gregory le acercó una jeringuilla, y ésta contenía algo de un color poco favorable. Le dio unos toquecitos, y le pinchó en la vena, una que estaba negra.

—Tranquilo, encontraremos un modo de que te recuperes —le dijo al encontrarle despierto. Dylan se limitó a observarlo, sin poder articular palabra, y se centró en su aspecto para no sentir la aguja adentrarse en su carne, y el líquido expandirse. Era un hombre de unos cuarenta o cincuenta años, de ojos claros, y pelo castaño canoso. Su bata estaba llena de sangre, Dylan supuso que de la suya, y volvió a encontrarse demasiado cansado.

—Díselo, Dylan —le indicó una voz detrás del hombre. Dylan distinguió otra vez a Taissa, una alucinación producto de su imaginación.

"¿El qué?", intentó preguntarle.

—Lo que eres —explicó ella—. Es la única manera de salvarte.

—N-no puedo —acabó siendo capaz de decir.

"No puedo exponer a mi familia", continuó.

—¿Qué no puedes? —preguntó Gregory—. Vamos, mantente consciente.

—Entonces morirás —le respondió la imagen de Taissa.

Dylan sintió que balbuceaba, pero no supo ni lo que decía. Unos minutos después, volvió a caer inconsciente.

...

Volvían a estar en la nieve, pero una tormenta se acercaba. Las nubes estaban oscuras y el viento pronto haría que no pudieran ver nada.

Se levantó, y dijo —Vamos —Dylan le cogió de la mano para que también se pusiera de pie.

—¿Qué pasa? —preguntó aunque por su expresión, se imaginó que debía saberlo.

—Tenemos que cobijarnos —le explicó él igualmente.

Bajaron por la montaña, intentando pisar bien e ir un tanto rápido para que la tormenta no los alcanzara. El poblado estaba como lo recordaba, aunque parecía más pequeño, con las pequeñas casas, construidas en piedra para evitar que un viento como este se las llevase por delante, y sin embargo, estaba vacío.

Sin pensarlo, entraron en la antigua casa de Dylan. Era una simple sala, con una chimenea al fondo para calentarse, una mesa a un lado para comer (aunque la aldea entera solía hacerlo en la casa del líder, en la gran mesa del comedor), una cómoda para guardar sus pocas pertenencias, y unas mantas dónde acurrucarse y dormir.

Encendió la chimenea, aunque seguramente no sirviera de nada en el exterior. Lo cierto era que recordaba el lugar más grande, aunque cuando vivía allí, su tamaño no era ni la mitad que el de ahora.

—Lo que antes te estaba preguntando —dijo Dylan moviendo con las manos un trozo de madera en la leña, que gracias a dios estaba seca—, es que, ¿por qué ese aspecto?

Ella sonrió —Tú me dirás, ¿es que prefieres este? —Su imagen se transformó. Su estatura aumenta un par de centímetros, su cabello se modificó en suaves ondas y desde la raíz se volvió rubio. Toda su cara cambió.

—No me refería a eso —Ella volvió a cambiar, volvía a ser Taissa, y Dylan suspiró.

—¿Esto? —preguntó, y cambió sus pantalones y camisa por uno de los vestidos que llevaba en Icylands, a otro, y otro y otro, hasta el del baile—. Ah, es que tú prefieres así.

Dylan jadeó y se tapó los ojos —Ya sabes que no —Sabía que ese no era el cuerpo de Taissa, ya que jamás la había visto desnuda, por lo que era lo que su imaginación había rellenado intuyendo, pero seguía sin parecerle correcto—. Me refiero al cabello, a las orejas, a todo.

—Oh —Se destapó los ojos, y ella volvía a estar vestida. Su cabello se acortó y se puso azul, sus ojos se volvieron más brillantes, sus orejas se hicieron puntiagudas, y como si fuera necesario, su vestimenta también cambió. Ahora llevaba un suave vestido de seda color coral totalmente liso y sin adornos, a excepción de un cinturón blanco; era de tirantes y le llegaba hasta los tobillos—. Te refieres a esto.

—Sin... —señaló las vestimentas de arriba a abajo—, pero sí.

—Soy tu consciencia, Dylan, y hay una explicación para todo —Ella se sentó sobre las mantas—. Ven.

Dylan se acercó, el fuego ya se había avivado, y Dylan empezó a entrar en calor. Se sentó, como ella le pidió, y luego los arrastró hasta el suelo, acostándose. Apoyó su cabeza en el pecho de Taissa, y ella acarició su cabello tranquilamente.

—Mucho mejor así —susurró. Dylan pensó que se refería a sus piernas entrelazadas, a su pie cálido, rozando su pierna. Dylan la miró, y se vio reflejado en sus ojos, sin embargo, su aspecto no era el mismo. Se levantó corriendo, y tomó un espejo que su madre había solido guardar en uno de los cajones. Orejas redondas sustituidas por un poco puntiagudas, y rasgos más marcados.

—¿Qué significa esto? —preguntó, y ella se encogió de hombros con una sonrisa.

Habían pasado dos días desde que Dylan se había ido a la frontera cuando Dani recibió una nota.

Eso había sido hacía seis horas, y Dani aún la miraba, sus palabras en tinta negra, acordando una cita, no una que Dani quisiera, pero no tenía mucha opción cuando quien se la había pedido había sido el rey.

—¿Pero por qué quiere quedar contigo, Dani? ¿Qué has hecho? —preguntó su padre, la única persona a la que se lo había contado. Ella se encogió de hombros. Por dentro, estaba aterrorizada.

—Qué voy a saber... Nada, creo, aunque Helene siempre encuentra algo con lo que torturarnos —contestó ella.

—¿Crees que es ella quien está detrás de esto? —preguntó—. No sé, eh, no me parece algo que ella haría.

—Quiere acercarse a Dylan, así que está usando a su hermano para acercarse a su persona más cercana, yo —respondió.

Aún así, Dani no podía evitar dar vueltas por la sala, primero a la ventana, luego a la puerta, en círculos que conseguían marear a su padre, además de inquietarlo.

Entonces la puerta sonó, y una sirvienta, a la que su padre asintió, fue a abrir la puerta. Para cuando Nicholas hubo entrado, tanto padre como hija se habían sentado en los sillones, pareciendo tranquilos.Ambos volvieron a levantarse cuando entró del todo en la salita, e hicieron una reverencia. Nicholas era un muchacho de dieciséis años, con el pelo oscuro como el pelaje de un cuervo y facciones afiladas y marcadas. Tenía los ojos grises, igual que su hermana, una característica muy marcada de su dinastía. Todos los reyes Blackstorm los habían tenido, desde el primero, hasta el último. Helene se enorgullecía de éstos. Su cuerpo, por otro lado, era delgado. No delgado del tipo esbelto, sino más bien del tipo enfermizo. Era lo que siempre lo había caracterizado, al final. Con prominentes pómulos y delgados labios, ciertamente era atractivo. Aún así, Dani le sacaba demasiados años como para sentirse por él de esa manera. —Milady, lord Carver —saludó.

—Majestad, os veo bien —dijo Henry—. Mi hija me ha dicho que vais a llevárosla a dar un paseo.

—Ah, sí. Debería haberos pedido permiso primero, mis disculpas.

—No hace falta, majestad. Estoy seguro de que disfrutará de vuestra compañía —Eso hizo que Nicholas sonriera.

—Eso espero, ¿nos vamos? —Dani asintió, y entrelazó su brazo con el que él le ofrecía.

Apenas hablaron de camino a los jardines. Nicholas lo intentaba, pero Dani estaba tan distraída sintiendo las miradas de todos esos extraños, desde sirvientes hasta nobles, que no pudo contestar con más que monosílabos a lo que él le decía.

—No os preocupéis. Te acabas acostumbrando a las miradas, pero no se atreverán a decir nada —le dijo, atrayendo su atención.

—Sí, lo cierto es que no estoy acostumbrada a tanta atención... De hecho, apenas he estado en la Corte hasta hace unos meses —comentó. Nicholas no contestó, seguramente porque sabía que no era el mejor tema de conversación todo lo que había pasado para que acabara allí—. Me sorprendió mucho vuestra nota.

—Ah, perdón. Debí avisaros con más tiempo... Espero que no hayáis cancelado ninguna cita por mí —Dani supo que era honesto, y aún así, también ingenuo. Nadie se hubiese atrevido a cancelar al rey, menos una joven noble menor.

—No pasa nada.

—Y es cierto —Dani lo miró con el ceño fruncido, sin saber a qué se refería y él especificó—. No os he visto por la Corte.

Atravesaron el último pasillo y salieron por una de las puertas que daba al jardín, bajando los escalones hasta el camino empedrado.

Hacía un buen día. Después de todo, eran las 5 de la tarde y era primavera. El cielo estaba despejado, habían nobles caminando por los jardines y los niños corrían persiguiéndose. Dani casi se pudo ver a sí misma, hacía ya muchos años.

—He estado ocupada —contestó.

—¿En casa? —Ella negó, sorprendiéndose de lo poco que sabía de ella.

—Era parte del equipo de búsqueda y captura de la guardia real —respondió—, junto a mi primo Dylan, entre otros.

—Dylan de Ullers —dijo su nombre lentamente, como si tuviera su imagen en su cabeza—. No parece un mal hombre, aunque sí un poco...

—¿Emocional? —preguntó ella por cómo se había comportado en la última reunión.

—Protector —dijo él.

—Lo es —No había mejor palabra para describirlo—. Por cierto, majestad, si no os parece maleducado, ¿por qué me habéis llamado?

Nicholas se sorprendió de su pregunta. No pensaba que hubiese sido maleducada, más bien directa —Quería conoceros.

—¿Por qué? —Él se encogió de hombros. Llevaba un abrigo grueso, bastante extraño por el tiempo que hacía, y aún así, la palidez de su rostro hacía que Dani creyera que a lo mejor no había sido buena idea ir afuera.

—Porque lleváis aquí tres meses y no he escuchado una palabra de vos —dijo.

—¿Qué... qué queréis decir?

—La mayoría de las personas que llegan a la Corte intentan acercarse a mí, en los pasillos, en los jardines, en cualquier lado... y a vos no os había visto hasta ahora —No era cierto, pensó Dani. Sí que habían coincidido con anterioridad, pero Dani había estado intentando esquivar a Helene y a toda influencia que tuviera.

—No he estado muy sociable —confesó, y siguió—. Echo de menos Rist, mi casa, el estanque que mi madre construyó cuando era una niña...

—Vuestro padre, queréis decir —Ella negó.

—Quiso hacerlo ella, aunque al final él también la ayudó. De pequeña solía pasarme horas allí, mirando los peces... carpas doradas, carpas koi, tencas... Me encantaban los barbos dorados —comentó. Era un buen recuerdo—. Entonces llegó mi primo, y mis días en el estanque quedaron atrás. Aún así, es de las primeras cosas que añoro cuando me voy.

Todos sabían que Dylan era un bastardo, ya que había aparecido cuando era un niño, con unos 8 años de la nada. Nadie sabía quién era su madre biológica, pero eso no importaba, pues los Uller de Tirsell lo trataban como su hijo y era el heredero. El próximo duque de Tirsell.

—No es que os hayáis ido para siempre, y puede que más temprano que tarde volváis a ver el estanque —contestó él—. Aunque debo admitir que no conozco los nombres de los peces —Dani rió.

—Es normal, yo estaba obsesionada —dijo.

—¿Y por qué no volvéis a casa? —preguntó. Dani se sorprendió. No lo sabía.

¿Cuántas cosas habría que no supiera? Pero no podía hablar de su hermana, porque una vez que empezara, no estaba segura de poder dejar de hacerlo. Y sus palabras no serían agradables.

—Mi padre cree que no debo aislarme de otros jóvenes nobles —mintió—, aunque es lo que he estado haciendo hasta ahora. A lo mejor debería abrirme más.

Era cierto que su padre estaba desesperado porque Dani encontrara un marido, uno con las arcas llenas a ser posible, pero él estaba dispuesto a esperar. Aunque su paciencia tuviera un límite, después de todo, ya tenía 23 años.

—Nunca es tarde para empezar —respondió. Dani lo miró y él no pudo evitar esbozar una sonrisa. Hasta sus ojos reían. A diferencia de Helene, Nicholas parecía tan humano que se negó por un momento en reconocer que fueran familia—. Podéis empezar conmigo.

Dani sintió que se le calentaba la cara, y rezó porque no se hubiera sonrojado. Eso había sido... una proposición que había sonado muy indecente, aunque en realidad no lo hubiera sido.Y Dani sintió que estaba jugando con fuego.

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