Capítulo 20: Preparados (editado)

Dylan colocó su equipaje en la montura, se impulsó con el estribo, y se sentó de forma erguida en la silla de montar. Le dio unas monedas al mozo que había preparado al caballo, y con un golpe de talón en su costado y cogiendo las riendas con fuerza, se marchó a galope. Su caballo era un purasangre color bayo, con su crin y cola blancos, y aunque no era el más rápido, sí que tenía buena resistencia, que era lo que Dylan prefería en esos momentos.

Antes de ponerse en camino para cruzar el valle de Leia, decidió dar un pequeño desvío para ir a la ciudad. Los aldeanos le abrieron paso cuando vieron al caballo, a paso rápido, intentando no ser atropellados, aunque Dylan empezó a ir al paso cuando se adentró en ésta.

La capa ondeaba con la insignia de la familia noble de Tirsell y los menos favorecidos se acercaron con las manos en forma de cuenco pidiendo, utilizando a los niños para dar lástima, pero Dylan no despegó los ojos de sus cosas, sobre todo en esa zona, ya que sólo intentaban distraerle para robarle. Cuando vio a un chiquillo, de no más de doce años, acercarse peligrosamente a su bolsa con ojos determinados, apoyó la mano en el pomo de la espada, haciéndosela ver, lo que lo hizo alejarse.

Para cuando por fin llegó a su destino, recorriendo las encharcadas calles de adoquines hasta que escuchó a los hombres en las tabernas, Dylan encontró a Stacy, una de las chicas de siempre a las puertas del burdel, fumando algo. Dylan supuso que shaydd, ya que era bastante popular en esos momentos.

—Stacy —la llamó, ya que no parecía haberle visto, y eso que no era que pasase demasiado desapercibido. Ella parecía aturdida, pero lo miró.

—Pero si es el rubito —Le echó una buena mirada y dijo—. Y qué elegante va.

Para ella, ir elegante era sinónimo de vestir sin agujeros en la ropa. Pero sí que era cierto que la tela de la capa era bastante buena, y que su armadura se veía demasiado brillante comparado a las calles. La verdad era que no parecía que perteneciera a ese lugar.

—¿Me haces un favor? —Le preguntó. Ella rió encogiéndose de hombros, pidiéndole algo a cambio. Dylan sacó de manera disimulada unas cuantas monedas y se las enseñó, haciendo que suspirase.

—¿Qué va a querer el marqués? —Dylan decidió no corregirla, porque ni siquiera sabía quién era Dylan realmente, probablemente no supiera ni su nombre.

—Llama a Patricia —dijo decidiendo que en su estado actual no era de fiar.

—Pero se va a cabrear conmigo si la despierto —le contestó poniendo un puchero mientras le daba otra calada profunda al shaydd.

—Dile que es Dylan quien la llama —Ella resopló y se adentró en el burdel. Dylan sabía que podría haber entrado él, pero se exponía a que le robasen todo, desde el dinero hasta las herraduras del purasangre.

El sol apenas estaba saliendo, ya que era temprano. Dylan se crujió el cuello, estirando mientras las esperaba. La verdad era que no había necesitado salir tan pronto, pero como ni siquiera había pegado ojo, le había dado igual.

Las luces estaban encendidas, y los hombres empezaban a salir del burdel, aquellos que no lo habían hecho la noche anterior, y que probablemente se hubiesen gastado todo su salario en alcohol y sexo barato.

Esos hombres estaban malditos, y era porque se acostumbraban a ello. Sus familias no tenían para comer, sus recién nacidos morían porque sus madres no podían amamantarlos, y sus esposas estaban demasiado cansadas y tristes al final del día como para poner de su parte en lo que se suponía que es un acto de dos, así que recurrían a prostitutas. Y era así como se formaba un ciclo.

También habría alguno que haya venido por ellos, escondido en un matrimonio insatisfecho, haciendo a su mujer lamentable, que aún así era mejor a que lo colgaran por desviado. Era como los llamaban, tanto a ellos como a ellas. Era otra manera de deshacerse de la población indeseable.

Dylan vio salir a una mujer entrada en los cuarenta, con un cabello rizado y rubio y bastante despeinado, llevaba un antifaz en su cabeza, y una bata rosa con la que se abrazaba. Patricia lo miró mal cuando llegó a la puerta. Al parecer sí que la había despertado.

—Dylan, querido, ¿ya por aquí? —preguntó junto a un bostezo. Stacy rió por el comentario y la madame la miró con el ceño fruncido—. Te he dicho que no te pases con esa basura, luego te deja atontada y los clientes se quejan, niña estúpida.

Le dio un bofetón y Stacy dijo —Lo siento.

El cigarro de shaydd cayó en el suelo, aunque se quedó encendido. Dylan supuso que cuando Patricia volviera a la cama, Stacy lo volvería a coger.

—¿Qué quieres? —preguntó—. ¿Por fin has caído en los encantos del Scarlet daisy?

—Lo siento, pero sabes que no estoy interesado en el burdel —Ella suspiró mientras Dylan sacaba una carta del bolsillo de la bolsa—. ¿Podrías dársela a Marina cuando vuelva?

Ella aceptó la carta —Está bien —Le dio unas monedas para que aunque la leyera, se la diese igualmente, y ésta se marchó a dormir, Dylan supuso.

Cuando desapareció de su vista, Stacy se agachó con velocidad y se llevó el cigarro a la boca, suspirando de satisfacción cuando le dio otra calada. Todavía tenía la mejilla roja, aunque parecía haberse olvidado de su trato.

—Ey —le dijo Dylan, y ella lo miró con las cejas arqueadas—. Toma.

Le dio lo prometido y ella pareció contenta al recordarlo. Seguramente se lo gastase en más de esa mierda, pero como no era su padre, Dylan no le dijo nada.

Picó espuelas y se marchó por el camino que le sacase antes de la ciudad, intentando elegir las calles que estuvieran menos transitadas. La frontera lo esperaba.

Recogieron sus cosas y Taissa las puso en la montura de Fergus, ya no les quedaba nada. Shera suspiró; volvería a tener la tranquilidad de antes, sin ellos merodeando y pidiéndole favores. Aunque era Taissa la que le debía uno ahora.

—Así que por fin os vais —Taissa asintió, comprobando por tercera vez que el gordo grimorio estaba guardado. Le sudaban las manos. Volvió a ocultar su aspecto bajo capas de ropa, pero ya no fue la única. Con ropa prestada de Rob, y una capa que Shera les había dado, Cleavon camufló su imagen. Sus ojos de oro, sus orejas alargadas. Cleavon sabía que era peligroso que alguien los viera tanto como ella.

—Gracias por ayudarnos —le dijo.

—Qué remedio, si me amenazaste —Taissa rió.

—Tú intentaste robarnos primero —Ella puso los ojos en blanco—. Ahora en serio, gracias, de verdad. Por lo de la magia y demás —Ella asintió mientras sonreía.

—Llegad a salvo, ¿sí?

—Obvio —le contestó y ella miró hacia donde estaban Cleavon, Alyssa y Rob. Cleavon no paraba de darle miraditas amenazantes a este último, pero él no le hacía ni caso, lo que hacía reír a Alyssa. Sin pensar que ella había sido así al principio.

—¡Y vosotros tened cuidado! —le dijo al grupito, aunque se refería a Alyssa y a Rob. Rob se señaló a sí mismo preguntándose si se refería a él y Taissa negó riendo.

Fue con ellos y se despidió con la mano. Había llegado el momento.

—¡Adiós, anciana! —gritó Alyssa, justo antes de irse. Taissa sabía perfectamente que Alyssa se sabía su nombre.

—Y encima soy yo la anciana... —respondió ella.

—En eso tiene razón —Le dijo Rob a Alyssa.

—Blablabla —respondió con inmadurez mientras pasaban la linde del bosque y dejaron pronto de ver la cabaña.

Taissa no pudo evitar sentir un enorme alivio al mirarlos. Hacía nada, unos días, había llegado a pensar que se iban a morir, que no podría hacer nada para ayudarlos, y entonces los había curado. Y estaban bien, estaban sanos. Taissa sintió que se le quitaba un peso del pecho.

—Por cierto, ¿cómo demonios olvidaste dónde está la ciudad? —preguntó Cleavon con un tono de incredulidad a la chica.

—Ya sabes que no soy de las que se quedan en un mismo sitio durante mucho tiempo —explicó ella—. Siempre me he guiado por la esencia de la magia.

—¡Milenios, Alyssa! ¡Llevas milenios con vida! —Ella se encogió de hombros.

—Lo sé, pero por qué iba a aprenderme algún lugar que no fuera casa —Ella bufó—. Y ya sabes, con las defensas tan fuertes no puedo seguir ni un hilillo de magia.

—Pues menos mal que he chocado con vosotros —dijo él, mirando mal otra vez a Rob. Justo a él no se refería, aunque lo añadió—, aunque, pudiste sentirme a mí, debiste haberme sentido cuando salía a correr, ¿qué demonios pasa con tu magia?

Alyssa, Rob y Taissa se miraron. Lo sabía.

—Supongo que ya es hora de contártelo —Cleavon frunció el ceño, perdido. Sabía que le ocultaban algo—. Es... complicado.

—No, complicado es meter a un humano en el lugar más protegido de Annwyn, que por cierto no nos has dicho cómo lo vas a hacer —Ninguno se lo discutieron, pues los tenía a todos en la oscuridad—. Tú sólo tienes que contarme los hechos, ¿qué pasa con tu magia? —Ella refunfuñó.

—Que ha desaparecido.

—¿Que ha qué? —preguntó.

Fue Rob quien contestó —Desparecido, evaporado, volatilizado-

—Lo he entendido, humano —dijo Cleavon con hastío a Rob. Miró a Alyssa y preguntó—. ¿Cómo?

Ella se encogió de hombros.

—A ver, mantengo mi fuerza, eso sí, pero ya está. Fue por el hechizo, o eso creemos, sólo quiero recuperarla —Cleavon acarició su espalda y ella le sonrió.

—¿Cuánto tardaremos? —preguntó Rob, quien era el que dirigía a Fergus con las riendas. Por petición de Cleavon, que no estaba acostumbrado a estar en su real presencia, Taissa ocupaba el lugar encima de la montura, aunque cuando viera al primero cansarse, como si quisiera o como si no, cambiarían posiciones.

—Eso —lo secundó ella por si no le contestaba.

—Tardaremos un par de horas —dijo él, mirando a Taissa.

Taissa desvió sus ojos, su mirada la ponía nerviosa. No sabía qué significaba que sus antepasados hubieran hecho un juramento con los suyos. El vínculo era extraño, sentía como si no pudiera ocultarle nada, como si fuese un libro abierto para él.

Taissa deseó tener uno, un libro en el que escribir todos sus pensamientos, un diario en el que poder desahogarse. Escribir las palabras que no se atrevía a pronunciar en voz alta. Había estado a punto de comprárselo en la ciudad portuaria, pero había temido que alguien los robara y descubriera quién era. Así que había descartado la idea. Pero una vez allí, en Wir'Iuhm, por fin podría, y de repente, Taissa sintió con más ganas de llegar.

—¿Y cómo piensas recuperarla? —preguntó Cleavon. Alyssa se encogió de hombros.

—No lo sé, pero hay más posibilidades que en una ciudad humana.

Pasaron horas en el bosque, entre árboles frutales, y otros que cobijaban a seres a los que no querían molestar. Las copas se movían de un lado a otro por el movimiento de alguno de estos, y los escuchaban gruñir a veces, pero Cleavon explicó que su presencia los alejaba, que los temían.

Taissa deseó que ojalá hubiera sido así hacía unos días, pero según Alyssa, había sido con el hechizo que casi la había consumido, que había despertado su magia por completo. Ahora todo ser mágico en Annwyn debía haber sentido su presencia, y Taissa se preguntó si su padre, su padre biológico, lo habría sentido también. Si habría sabido que pertenecía a su hija perdida y dada por muerta, que estaba viva y volviendo a casa. Taissa se preguntó si la esperaría con los brazos abiertos.

Pero él no la conocía.

Por lo menos, ella no lo conocía. Su padre había muerto cuando ella había tenido 12 años en una tormenta, y se llamaba Hugo, no Arman. Era humano y la había criado como mejor pudo.

Y aún así, el pecho le pesaba al pensar que nunca conocería a su madre biológica, a la reina Lara, aunque fuera otra desconocida.

A veces, creía que la recordaba. Sueños que había tenido cuando había sido una niña, de una mujer que le cantaba para dormir, con un cabello que le llegaba hasta la mitad de su espalda. Ella había parecido ser de plata a la luz de la luna.

Otras veces, las creía fantasías, simples sueños de una niña que había acabado madurando.

Aunque si Taissa había aprendido algo de sus sueños, era que sus fantasías podían ser muy reales.

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