Capítulo 14: El fuego arrollador (editado)
La conexión se rompió, se desdibujó mientras Taissa se sentía arder.
—¡Niña! —gritó la anciana a varios pasos de ella, y aunque Taissa quiso decirle que no era ninguna niña, sus palabras se quedaron enroscadas en su garganta. Sus entrañas parecían consumirse.
Bajó la mirada y comprendió por qué se sentía así. Estaba ardiendo, de la manera más literal, llamas salían de su piel creando una columna de humo en el cielo. Taissa la miró, y su rostro tenía una expresión cautelosa, pues muy bien podría hacerla arder hasta morir, aunque estaba a la suficiente distancia para que eso no pasase. La ropa de Taissa se quemó al contacto, y de un portazo, Alyssa salió de la casa.
—¿Taissa? —preguntó, mirando el espectáculo—. ¿Qué demonios ha pasado aquí?
—No te acerques —le advirtió Shera poniendo un brazo delante de ella para detener sus pasos hacia Taissa.
—N-no lo sé —contestó, mientras poco a poco su ropa se convertía en harapos y andrajos.
—Casi pareces yo —indicó Alyssa con una mirada de orgullo—. Que pena que él te controle a ti y no al revés.
—Ayúdame —le pidió mientras sentía cómo el uso desorbitado de su magia la iba dejando agotada rápidamente. Alyssa se acercó a ella apartándole el brazo a Shera y pasando por delante de ella, y Taissa dio un paso atrás—. Detente. No tan cerca.
—Soy un fénix, ¿recuerdas? —le dijo con una sonrisa dulce, que no tenía más propósito que tranquilizarla.
—Uno sin poderes —intentó razonar Shera—. Podrías estar tan indefensa como cualquier humano. Podrías arder.
—Entonces aceptaría mi destino con una sonrisa en la cara —respondió mirando a Taissa mostrando una gran sonrisa con dientes. Una valentía que pocos habrían sido capaces de mostrar.
Las piernas de Taissa fallaron y cayó de rodillas, con la cabeza cabizbaja. Estaba tan cansada... Y no sabía cómo pararlo.
—Escúchame Taissa —le dijo Alyssa a un paso de ella, sin dudar ni un segundo, con palabras firmes—. ¿Ves todo ese poder? Eso eres tú, forma parte de ti.
—¿Y qué? —Taissa no conseguía establecer la relación entre lo que decía y la solución, pero el fuego dio una llamarada hacia el cielo, y se mantuvo con ese tamaño. Taissa sintió que más magia se desprendía de ella.
—Que lo has intentado con demasiado ímpetu —le explicó, aunque seguía sin entender nada—. No sé cuál era el hechizo, pero has intentado llevarlo más allá, quisiste dar un pequeño trago y te acabaste la jarra. Tu poder no ha podido seguirte el ritmo.
—¿Entonces qué hago? —le preguntó mientras las lágrimas que intentaban escapar de sus ojos se evaporaban tal cual salían.
—Simplemente para —Dio un paso más hacia Taissa—. Tienes que encontrar el modo de parar. Siente tu poder, de dónde procede, cómo sale de ti.
Detenerse. Tenía que hacerlo. Asintió, y con las manos en la tierra, se apoyó e impulsó para levantarse. Primero una pierna, que parecía que apenas controlaba, que pesaba el doble de lo normal, como si la arrastrara hacia abajo, pero no se detuvo, e hincada sobre una rodilla dio el último empujón hasta estar completamente de pie, si se podía llamar así.
En una posición encorvada como la de un jorobado, sus profundas respiraciones con la boca abierta emitían un ruidillo hasta que casi se atragantó con el aire que entraba hasta sus pulmones. Pero no se dejó caer, aunque apenas podía sostenerse.
Su magia se desprendía de ella como si la estuviera deshaciendo. Taissa lo supo, supo que era una parte de ella, una tan importante como su corazón o sus pulmones, y hacía que sintiera como si se estuviera hundiendo en un océano negro en donde la superficie ya no se encontraba a su alcance.
Pero a pesar de todo su esfuerzo, no lograba hacer que parase.
—N-no puedo —intentó decir—. No puedo parar.
—Claro que puedes, escúchame Taissa —dijo Alyssa mirándole a los ojos—. La magia que ahora mismo sale de tu cuerpo no se compara a la que entra. Tienes que encontrar un balance, porque aunque no lo creas, te estás controlando.
—¿De qué estás hablando? —Taissa pensó que aunque Alyssa mintiera para intentar animarla, eso no iba a ayudarla de verdad.
—Si no tuvieras un mínimo control, habrías quemado ya gran parte del bosque —le explicó—, pero intentas no hacer daño a nadie, por lo que se concentra en un círculo a tu alrededor, ¿lo ves?
—¿Y-y qué? —La voz de Taissa tembló, pero aún así, sintió que algo era diferente tras sus palabras.
—Que aunque te parezca imposible, puedes hacerlo —Alyssa se sentó cruzando las piernas—. Venga, siéntate tú también.
—¿Disculpa? ¿Después de lo que me ha costado levantarme? —Ella rió, aunque Alyssa palmeaba la tierra para que hiciera lo que le hubiese dicho, y Taissa suspiró mientras se dejaba caer—. ¿Qué tienes pensado?
—Es un truquito para cuando los niños fénix aprendemos a controlar nuestros poderes con forma humanoide —dijo con un guiño.
—Pero yo no soy una niña —Y Taissa no sabía qué le hacía tanta gracia, pero las carcajadas salieron de ella altas y prolongadas, con lágrimas en los ojos y llevándose la mano al pecho.
—"Yo no soy una niña" —le sacó burla, intentando imitar su voz—. Claro.
—A-Alyssa...
—Claro que eres una niña, sobre todo en términos de magia —intentó explicarle—. Nadie te ha entrenado, has tenido que apañártelas tú sola toda tu vida, pero ya no es suficiente.
—¿Y... y qué sugieres que haga? —Sus hombros estaban caídos, sus piernas parecían muertas contra la tierra quemada, y su piel tenía una tonalidad pálida. Mientras, la ropa se deshacía convirtiéndose en partículas de cenizas.
—Cierra los ojos, no me mires así, y hazlo —Taissa suspiró teatralmente, pero lo hizo—. Siente el poder a tu alrededor. Estás en las tierras ancestrales de la magia, la tierra, los árboles, el viento... han visto hechizos realizarse, han sido testigos de rituales, conjuros, maldiciones y encantamientos. Y en cada uno de éstos, se han guardado un poco.
La respiración de Taissa era constante y acompasada, volviéndose algo rítmica y tranquila. Y por fin empezó a sentir que no se deshacía en pedazos.
—Siente el aire, siente el poder —le dijo Alyssa lentamente—. Estos árboles que comienzan en la linde misma y que ocultan con su enorme altura el cielo celeste, son centenarios, milenarios. Tienen reservas de poder, los ha mutado, por eso los humanos dicen que es tierra maldita, porque algunos están vivos. Róbales la magia que ellos mismos han robado.
—P-pero... los mataré —dijo Taissa, porque podía sentirlos, los oía susurrar entre ellos, voces aterciopeladas que llevaba el viento de un lugar a otro, corazones palpitantes entre toda esa madera y savia. Vivos.
—Eres la heredera del trono de las hadas de las ancestrales cortes —le regañó—. Ellos son tus siervos, cada ser vivo que vive en tus tierras te sirve, vive para obedecerte, y te entregarán sus vidas de ser necesario. Y si no, arrebátaselas. Son tuyas.
Un escalofrío la recorrió como un latigazo llegando hasta los dedos de sus pies. Porque a pesar de lo que la conciencia de Taissa le dictaba, ya tenía una decisión tomada, y había pasado por mucho como para dejarse desvanecer por su propia magia allí, tan cerca ya de regresar a donde pertenecía.
Así que abrió los ojos, y una vez más, como Dylan la había enseñado ya hacía mucho, Taissa vio esos chispazos de poder, notó una corriente eléctrica que los unía como algo más que individuos. A ella y a la tierra, al cielo, al viento, a los árboles, a Alyssa, como si estuvieran conectados, y Taissa sintió que su corazón se aceleraba. Había tanto.
Había tanto de dónde escoger. Taissa elevó las manos y con ese simple gesto, la magia supo qué hacer, fue a ella, atraída por sus evidentes deseos. Taissa los oyó de nuevo susurrar, esa vez como si sus voces fueran lijas —Nos absorbe, nos destruye —Pero Taissa no se detuvo mientras esas voces formaban un coro que se alzaba como el sol al amanecer.
Taissa supuso que se sus voces fueron tan ruidosas que hasta Shera escuchó sus susurros, ya que miraba a los árboles meciéndose como lamentos, árboles centenarios, milenarios, anclados al suelo como si fueran uno y que aún así, se movían de un lado a otro mientras Taissa sentía que se fortalecía.
Su piel casi había recuperado su tono normal, su cuerpo ya no le pesaba como si sostuviera el peso del mundo, y el fuego que salía de ella de manera desbocada e incontrolada fue perdiendo fuerza hasta que sólo quedaron las volutas de humo que había dejado. Taissa siguió alimentándose de ésta, siguió dejando que entrase más y más, hasta que escuchó a Alyssa jadear.
Cuando sus miradas se encontraron, ella dijo —Por el amor de los dioses, tómatelo con calma, que ya te has hecho con una buena reserva.
Taissa asintió, y poco a poco, dejó de consumir el poder a su alrededor. Hasta que sintió que volvía a estar estable, y sin embargo... a la vez no. Algo había cambiado.
—¿Alguien podría traerme algo para cubrirme? —pidió tapándose con las manos. Shera dio un par de pasos hacia atrás, hasta que se giró y entró a la casa—. G-gracias —le dijo a la chica que, con una mano en la cadera, suspiró.
—No ha sido nada —respondió Alyssa acercándose a ella, y acuclillandose delante de Taissa—. Sabes que ya no hay marcha atrás, ¿no?
Taissa frunció el ceño —¿De qué hablas?
—Pues que acabas de anunciarte a cada fae que habite en la isla —Taissa hundió su ya fruncido ceño—. Todo ser perteneciente a la orilla de la magia te ha debido sentir.
—O sea, que todos saben que estoy aquí —Ella sonrió.
—Probablemente no dónde, pero sí que saben que estás en las tierras feéricas, en Annwyn.
«Genial», pensó, y si había habido alguna posibilidad de echarse para atrás, ya no la había.
—Da igual —suspiró.
No entraba en sus planes hacerlo.
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