Capítulo 12: Hechizo (editado)
—Empecemos y dejémonos de historias —Taissa asintió, aunque realmente sí que significaba algo para ella que se hubiera abierto de esa forma. Ahora sentía que la conocía mejor y, aunque recelosa, también empezaba a pensar que podía ser de confianza.
—¿Y por dónde empezamos? —preguntó.
—Está claro que no te puedo enseñar un idioma entero en un par de días, pero te puedo ayudar con su pronunciación.
—Está bien, supongo —dijo, algo emocionada realmente por ese nuevo uso que iba a tener su magia—. ¿Y cómo vas a hacerlo?
—Primero quiero comprobar que tu magia pueda adaptarse a la hechicería —Taissa frunció el ceño y ella dijo—. La magia elemental es una magia que se arraiga demasiado en la naturaleza de su poseedor, por lo que a veces son incapaces de realizar otros tipos de encantamientos. Si tu magia es elemental de tierra, es muy probable que no seas capaz de realizar hechizos astrales, de otros elementos, maleficios, y demás.
—Creo que lo entiendo.
—Es sencillo, sólo si son compatibles con tu magia elemental o están en tu sangre podrás realizarlos, como tu magia curativa... No creo que lo sepas, pero es muy escasa, y difícil de heredar. Volviendo a la magia elemental, ¿la tienes? —Taissa asintió.
—De fuego, ¿pero es malo? —preguntó nerviosa.
—En absoluto... —Abrió el grimorio, y buscó entre sus páginas—. ¿Tienes algo en mente?
Ella pasó las páginas tan rápido que Taissa se preguntó si acaso podía leer siquiera los títulos de los hechizos, aunque se detuvo en unos pocos, asintiendo lentamente para sí misma, como si estuviera de acuerdo con lo escrito.
—¿Algo en mente? —preguntó Taissa.
—Algo que quieras hacer —explicó sin mirarla.
Taissa se acarició el brazo, donde estaba la marca de una cicatriz. Había algo que había deseado desde hacía ya bastante tiempo, desde que había curioseado el grimorio y había visto el hechizo, sin atreverse a realizarlo. Estaba ahí, y sabía que la llamaba, o cómo ella quería que la llamase.
—La verdad es que sí —confirmó en casi un susurro, Shera detuvo sus manos y levantó la vista hacia ella.
—¿Oh, en serio? —Taissa asintió, girando el gran libro hacia ella, sabiendo de memoria donde estaba más o menos. En unos segundos ya lo tenía localizado. Giró de nuevo el grimorio y señaló la página.
Shera lo miró cuidadosamente, leyendo el hechizo en su cabeza y rozando la página amarillenta con la uña de su dedo índice.
—¿Puedo? —preguntó Taissa.
—Eso tendremos que averiguarlo —Señaló con un gesto a un armario y le indicó—. Tengo unas cuantas hojas de papiro, acércamelas junto al tintero y la pluma.
Taissa se levantó y abrió el armario de roble apoyado en una de las paredes —Abajo —la dirigió. Taissa vio lo que necesitaba y lo cogió con mucho cuidado, apartando lo que tenía encima. Dejó todo como se lo había encontrado, y le acercó lo que le había pedido.
En cuanto estuvo en la mesa se hizo con ello, y empezó a escribir en el papiro con letra legible y grande. Aunque era algo que Taissa no entendió. Cuando acabó, Taissa vió lo que había escrito:
"Yer ko me steriu ò ley yoinstery fe teurm,
Yer ko me steriu ò ley yoinstery fe onzer,
ko me bosturiu lei deimonty ko desta,
ko me bosturiu ò ley seruy ko desta eer,
Tammni ta periciá e stermni ò uste ta olmo arero traruperse"
—¿Qué significa? —Taissa observó que realmente, algunas palabras las había cambiado, pero la mayoría estaban intactas.
—"Tú que me llevas a los confines del mundo,
tú que me llevas a los confines del tiempo,
que me muestras los lugares que deseo,
que me muestras a las personas que deseo ver,
Concede mi petición y llévame a donde mi corazón anhela encontrarse".
—Si así es el feérico antiguo, ¿cómo es el moderno? —preguntó algo atosigada por esa cantidad de palabras que no entendía.
—Es bastante parecido, si hablaras el feérico antiguo, entenderías el moderno, aunque no sabrías como hablarlo. Igualmente, cuando yo era joven ya se hablaba la lengua común, así que éstas lenguas han acabado así, usadas para magia y poco más.
—Vamos, que sólo son útiles para esto —Ella asintió.
—Igualmente no te iría mal aprenderlo.
—Claro... Bueno, ¿sólo tengo que decir las palabras? —preguntó insegura con el ceño fruncido. Ella negó.
—Tengo que preparar un brebaje para que el camino se abra —le explicó señalando a la parte baja de la hoja donde parecía haber una receta.
—Para que el camino se abra... No entiendo.
—Para que desconectes del mundo terrenal —explicó de nuevo.
—Y luego ya está, podré realizarlo —Ella asintió levantándose, y aunque Taissa fue a imitarla, Shera estiró el brazo para que se quedase en su sitio. La observó coger del mismo armario un gran libro y con un levantamiento de polvo lo colocó en la mesa.
—Es un diccionario, para que te familiarices con las palabras —Taissa suspiró largo y tendido—. No te frustres, no te he pedido que te las aprendas. Volveré en unos minutos. Ve leyéndote el hechizo, pero hazlo en tu cabeza, no me fío de que lo hagas en voz alta —Taissa hizo una mueca que ella ignoró completamente y se marchó con el grimorio, leyendo en voz alta los ingredientes en un idioma que de momento, Taissa desconocía totalmente. Apartó el diccionario, que era más pesado de lo que pensaba, y tomó en sus manos el papel de papiro.
Taissa se crujió el cuello y no pudo evitar emocionarse ante la idea de que por fin iba a tener noticias. Aunque las palabras se le atragantaban en la garganta y sonaban extrañas, la voz de su cabeza le decía que se calmase, que tenía que salir bien. Que sobreexcitarse no iba a ayudarle, ya que nunca lo había hecho.
Sabía que cuando recitase las palabras en voz alta sonaría como un extranjero intentando hablar un idioma que no era el suyo materno y que ni siquiera dominaba un poco, pero poco le importaba. No necesitaba más que minutos para que las palabras salieran (por lo menos en su cabeza) con fluidez, no como alguien que ya no recordaba ni lo que significaban. Solo lo que podían llegar a hacer.
Shera volvió con un vaso. El líquido olía dulce y era de color entre violeta y azul oscuro, pero aunque estuviera asqueroso, que todavía no lo sabía, Taissa se lo bebería con una sonrisa.
—Salgamos afuera —dijo antes de que pudiera tomar entre sus manos el brebaje.
—¿Por qué? Hagámoslo ya —sugirió.
—Necesitas vincularte con tu magia, y no voy a arriesgarme a que quemes mi casa —dijo con el ceño fruncido.
Como no podía llevarle la contra, porque muy bien era lo que podría pasar, la siguió hacia la suave hierba que había a unos diez metros de la cabaña, a otros quince metros de la linde en la que el bosque empezaba y se espesaba rápidamente. El cielo estaba despejado y claro, y el viento era casi inexistente.
—Siéntate —Taissa la obedeció—. Tienes que extraer tu magia, sacarla a la luz.
Eso era... algo de lo que no le había hablado. Tampoco era algo que creyera que pudiera hacer. De hecho, no podía hacer demasiado con lo que se suponía que era un don de nacimiento que la anclaba a aquel mundo.
—¿Y cómo se supone que voy a hacer eso? —preguntó. Shera suspiró.
—¿No has utilizado magia hace poco? ¿Para curarlos? —Taissa asintió.
—Pero eso era diferente, era para algo —intentó explicar gesticulando.
—Y esto también —contestó—. De hecho, es más sencilla de usar así. No proviene de tus sentimientos, tiene unas normas...
—Pero no es lo mismo, es... raro —No sabía dónde se suponía que tenía que enviar esa magia, qué hacer con ella.
—Sabes, la magia curativa y la magia elemental de fuego son opuestos. Es decir, si puedes hacer ambas, significa que esto también puedes. Así que deja de quejarte e inténtalo —Taissa bufó y Shera dijo—. Cierra los ojos.
Sus ojos se cerraron y su respiración se acompasó.
—¿Más tranquila? —preguntó—. Ahora bébete esto.
Abrió los ojos y Shera le tendió un vaso —Creo que te ayudará —De un trago lo vació, y gracias a dios, no sabía mal. De hecho, estaba rico, como si fuera parecido a zumo, aunque el sabor que dejaba le hiciera saber que no lo era—. Vuelve a cerrar los ojos, e inténtalo otra vez.
Respiró profundamente y cerró los ojos exhalando. Su magia. Sabía cómo se sentía, y sabía que la tenía en la punta de los dedos, sobre su piel y sus cabellos. Esperando expectante a que le diese órdenes. Abrió los ojos y cogió el papel al que le enfocó parte de su atención, lo leyó, lentamente, en esa lengua antigua y poderosa y sintió que su poder no podía contenerse. No sabía lo que pasaría cuando acabase de recitar el hechizo, pero sentía su piel arder. Taissa oyó una exclamación salir de la boca de Shera, sorprendida y asustada, y de repente, el mundo se tiñó de negro.
Y tan oscuro como se tiñó, cambió de nuevo, pero ya no estaba ahí. Sus dedos ya no tocaban la suave hierba verde y el cielo estaba algo más oscuro, como si estuviera amaneciendo ahora. Era otro lugar, el sol estaba saliendo... porque debía estar a cientos de kilómetros de distancia. Pero no estaba al aire libre.
—Salgo ya —Taissa se giró hacia la voz masculina, y el hombre, más o menos de su edad de pelo castaño, abrió la puerta y se marchó. No se había dado cuenta de que había alguien allí. No la había visto aunque la mirara fijamente, aunque Taissa se dio cuenta tras pensarlo, que no era a ella a quien miraba, sino a quién estuviera a su espalda.
—Ahora te alcanzo —Taissa se giró al reconocer su voz. De espaldas a ella, se puso una camisa blanca sobre su bronceada piel, y Taissa vio un par de cicatrices donde antes sólo había piel tersa. Taissa no pudo evitar el sonido de sollozo y exclamación que salió de sus labios mientras se tapaba la boca con las manos sin creérselo todavía. Por fin—. ¿Charlie?
Cuando Dylan se giró, y la vio, su rostro pareció congelarse. No se movió, casi como si temiese que fuera a desaparecer, lo que podría pasar, ya que Taissa no sabía cuánto duraría el hechizo. Pero sabía que la había reconocido, ya que habría sido imposible no hacerlo, aunque realmente había cambiado.
—Hola —dijo Taissa con una sonrisa que la rompió con la primera lágrima. No se había dado cuenta hasta ese momento de lo mucho que le había necesitado a su lado, de lo mucho que le había echado de menos.
—¿Eres tú de verdad? —preguntó al final, casi sin atreverse, y cuando Taissa asintió, Dylan se lanzó hacia ella rápido como un águila cayendo hacia su presa, rodeándola con sus brazos tan fuerte que de no ser por su fuerza feérica le habría hecho daño. La elevó sobre sus pies y con una vuelta la dejó de nuevo en el suelo con una sonrisa que iluminó sus ojos de emoción.
Dylan la soltó, y acarició su rostro. Empezó por la sien izquierda, bajando lentamente por su mejilla mientras la otra mano la tenía en su cabello, detrás del cuello. Guió su mano derecha por su labio, y de éstos salió una exhalación, y sin aguantarlo más, bajó la mano izquierda a su cintura. Detalló sus facciones minuciosamente, cada parte de su rostro, de su cuerpo, con los labios medio abiertos mientras una lenta y profunda respiración salía por éstos, elevando su pecho y bajándolo acompasadamente.
Era realmente un alivio que también la hubiese echado de menos. Pasó las manos por sus hombros hacia su espalda y Taissa no se cohibió más. Era posible que hubiera cambiado, que se hubiera montado una fantasía en su cabeza esos meses, pero Taissa se puso de puntillas y lo besó como si fuera a morir y él fuera su única cura.
Sonrió cuando Dylan se lo devolvió, tirando de ella para sí por su espalda baja, mientras los segundos pasaban y se seguían besando con fiereza, hasta que acabaron respirando con dificultad, abrazados, Taissa de puntillas apoyándose en su cuerpo. Dylan se separó con fuerza entonces.
—No —dijo con un rostro preocupado, alejándose—. No, no. No puedes estar aquí —siguió diciendo, cerrando la puerta con pestillo. Sus labios estaban rojos e hinchados por la presión, pero su rostro preocupado era lo que llamaba su atención.
—Tranquilo —susurró, con una sonrisa sobre sus labios. No recordaba haber estado tan feliz, aunque en un primer momento no había pedido estar allí—. Sólo es una proyección de mí, no estoy aquí de verdad.
—¿Y por qué puedo tocarte? —preguntó. Y realmente, Taissa no tenía la menor idea. Se suponía que no deberían ser capaces de hacerlo, pero la emoción de que pudiera volver a verlo, de poder saber que estaba bien, de que pudiera tocarlo... hacía que todo se le olvidase.
—N-no lo sé —respondió y tomó sus manos callosas—. Pero no sé cuánto va a durar. Necesito saberlo, m-mi madre-
—Está bien, tranquila —le aseguró soltándole una mano, y pasando un mechón de su cabello detrás de su oreja, larga y puntiaguda, acariciando su mejilla después. Taissa no pudo evitar cerrar los ojos—. No puedo decirte dónde está porque nunca se sabe cuándo te están escuchando, pero está viva y a salvo. Intento sacarla del reino.
—Menos mal —suspiró al saber que había pensado en todo—. ¿Y Dani? ¿Y Chris? ¿Están bien?
—Sí —dijo asintiendo mientras la guiaba a su cama para sentarse. Pasó un brazo por sus hombros y dijo—. Dani está aquí mismo, no muy lejos, y Chris está ocupado con algo, pero está bien. Los dos lo están. Solo están preocupados, como yo.
Taissa se apoyó en él, su tacto sintiéndose cálido y su piel fría, lo que era un bálsamo, ya que Taissa estaba cansada y con calor. Miró las dos camas y la habitación, y con el ceño fruncido preguntó —¿Dónde estamos exactamente?
—No te asustes, ¿está bien? —Taissa asintió, igualmente preocupada—. Estamos en el castillo real.
—¿Disculpa? ¿Estamos dónde? —Taissa empezó a respirar con dificultad. Era ahí, ahí estaba esa mujer, ahí estaba esa asesina.
—Taissa, tranquilízate —Giró su rostro hacia él y apoyó su frente en la suya. Cerró de nuevo los ojos. Taissa sabía que no podía matarla ahora, así que intentó dejar de pensar en ello. No podía hacer nada. No todavía.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó Taissa cuando se separaron.
—No estamos porque queramos —Suspiró y dijo—. Todo salió fatal, y con órdenes en vuestra contra por asesinato, uso de magia, traición y por ser este hermoso ser —Sus mejillas se colorearon de rojo y él sonrió, aunque desapareció al segundo—. No nos quedó otra, nos obligó. Quería tenernos controlados.
—Pues marchaos, huid.
—¿Y nuestras familias? ¿Nuestras tierras? —Sabía lo que Taissa iba decir porque dijo—. Los matará, no solo a nuestros padres, a nuestros sirvientes y a nuestras gentes. Dará ejemplo con ellos.
—¿Y qué hacemos?
—Luchar desde dentro —respondió, y suspiró—. ¿Q-qué tal estáis? Fuisteis muy valientes enterr- dando sepultura a Jordy sin descomponeros totalmente.
—Lo estuvimos. Descompuestos, pero no muertos —admitió—. Rob... é-él estuvo mal durante mucho tiempo, aún lo está, aunque sabe ocultarlo muy bien. Pero ahora estamos mejor.
—Siento no haber estado con vosotros —Taissa negó, limpiándose el sudor de la frente. No había sido su culpa, y no podía pensar lo contrario—. Pero no me has contestado del todo. ¿Cómo estás?
—Atrapada en esta apariencia durante estos meses en una ciudad humana, intentando ocultarlo —relató—. Lidiando con un Rob que apenas hablaba, aparte de para salir durante la madrugada durante horas y traer noticias por la mañana, casi nunca buenas. Gracias a dios, ya no es así.
—¿Y la chica? —preguntó, y Taissa estiró el cuello de su camiseta para que pasase un poco de aire.
—Está bien, y se llama Alyssa —dijo dándole un codazo—. Hemos estado conviviendo juntos durante este tiempo, ayudándonos entre nosotros... digamos que es una más —admitió quitando al fin el botón superior que la asfixiaba.
—Me alegro —Taissa sonrió y él frunció el ceño acariciando su rostro—. ¿Estás bien? —Taissa asintió.
—Solo tengo calor —admitió.
—No hace calor... De hecho, a esta hora pasan brisas frescas —comentó mirando a la ventana abierta.
—Pu-ues... No sé, yo... —Taissa se levantó separándose de él y entendió que no era normal, que no era que tuviera algo de calor, era que sentía que se iba a fundir—. Algo va mal...
—¿Taissa? —Su expresión era de terror, pero Taissa no pudo culparlo, menos cuando sus piernas fallaron y sus rodillas chocaron con el suelo. Dylan se arrodilló frente a ella muy preocupado—. Tienes que volver.
—¿Qué?
—Si pasa algo, probablemente sea donde estés. Tal vez es por ti, porque estás aquí mucho tiempo —Taissa negó.
—¿Y-ya? No puede ser, no han sido más que un par de minutos —le dijo con ojos de ruego. Era demasiado pronto.
—Tampoco quiero que te vayas, pero tienes que hacerlo si quieres volver —le dijo—. Vamos, Taissa, regresa.
Taissa cerró los ojos, aunque primero volvió a unir sus labios, y notó como el mundo se teñía de negro una vez más, dejando de sentir sus brazos sobre su piel, sus labios sobre los suyos, y de nuevo, ya no estaba allí.
Había vuelto.
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