Capítulo 1: Hogar, dulce hogar (editado)

Taissa caminaba por las calles de la ciudad. Era una ciudad a la que ya se había acostumbrado, aunque aún la ponía nerviosa. Sabía que sus ojos eran más llamativos de lo que antes ya lo habían sido, pero con el pelo teñido de negro y un peinado que ocultara sus orejas, se suponía que debía estar a salvo. Su cabello, sin embargo, ya no era tan largo como solía ser.

Después de todo, teñir esa gran mata era fastidioso, y una noche, cuando todavía habían estado en el camarote, se había apoyado en el lavabo, y había visto a través del espejo en lo que se había convertido. Resultaba extraño que después de semanas teniendo esa nueva apariencia, fuese la primera vez que la había visto. El cabello caía liso dos palmos por encima de su cintura, del mismo color que los zafiros que se colocaban en tiaras. A juego con sus ojos, que estaban más brillantes que nunca.

No lo había pensado mucho al coger unas tijeras y cortarlo por encima de los hombros. Cuando Rob o Alyssa lo habían visto, no habían hecho demasiados comentarios, simplemente le habían preguntado el por qué. Luego Rob le había ayudado a teñirlo, ya que había observado a Dani hacerlo.

Para su desgracia, su color natural era demasiado único para no ser claramente inhumano. Un cabello que había heredado de su madre, su madre biológica. Eso había dicho Alyssa. La reina Lara, princesa de la corte oscura y luego reina de las cortes unificadas, junto a su padre, el rey Arman. Ambos asesinados durante La gran conquista, como la llamaban los humanos, como la había solido llamar ella. Por lo menos, hasta que había descubierto quién era en realidad, la princesa de las tierras por las que ahora caminaba. Una ciudad asentada y habitada por humanos.

Aún no habían recibido noticias de los demás, ni siquiera en ese momento, cuando ya habían pasado tres meses. Rob hacía negocios en la ciudad y Alyssa se encargaba de localizar Wir'Iuhm, un lugar que ni siquiera ella conocía.

Había sido difícil instalarse para Taissa, sin saber cuál era su nuevo papel ahí. Sin embargo, todo había sido en realidad una excusa para martirizarse, por lo que había pasado ese día.

Había sido un día luminoso, a pesar de ser invierno, cuando la espada había caído derramando sangre, y Taissa había visto cómo cortaba piel, carne y hueso. Sin embargo, luego sus recuerdos se irían emborronando como si sólo hubiese sido una nube roja. Como si no hubiesen tenido que enterrar a Jordy en medio de la nada, en la huída, o el espectáculo sangriento del cual había sido partícipe, del cual había sido protagonista.

Y después de esos meses, extrañamente, Taissa aún no sentía ningún resquicio de culpabilidad, sin pestañear al pensar en sus manos cubiertas de rojo.

Aún así, Taissa se permitía no pensar en ello en aquella ciudad encantadora. Las calles de piedrecitas blancas reflejaban la luz del sol, sonando bajo cada pisada que daba con las sandalias marrones que llevaba atadas con cuerdas en sus tobillos, y las grandes piedras rojas bordeaban el río que iba calle arriba.

Las casas, adosadas una al lado de otra, eran de color crudo con tejados a dos aguas de tejas malvas, no eran grandes, de hecho, más bien daban sensación de estrechez cuando las miraba, pero se elevaban hacia el cielo.

Taissa esbozó una sonrisa al ver su casa, la casa que tenían alquilada a un lado del río y que era como las demás de la zona. No tuvo ni que llamar para que Alyssa le abriese. Todavía no había recuperado sus poderes, aunque cada día que pasaba, decía que se notaba más fuerte, más inhumana. Rob se preocupaba cada vez que utilizaba ese término. Pero Taissa empezaba a creer que sólo lo utilizaba para fastidiarlo, por lo menos desde que había visto su reacción la primera vez.

—Por fin has llegado —la saludó Alyssa. Taissa no le hizo caso, ya que ni siquiera llegaba tarde.

—Hola, ¿has descubierto algo hoy? —Ella asintió.

—Unos hombres dicen haber visto una criatura al norte, en el ducado agreste. Iré mañana a investigar —Taissa sonrió, pensando en que Alyssa seguiría llamando a las tierras como se llamaban anteriormente, aunque no debiese.

Las reuniones a las que asistía y en las que conseguía información, no solían empezar antes de medianoche, así que cuando por fin llegaba a casa, Taissa ya estaba durmiendo. Éstas solían ser en tabernas de mala muerte, donde se desarrollaban juegos de mesa con apuestas, en los que muchas veces resultaba ser la única mujer.

Luego se solía marchar poco después, para intentar llegar antes que los soldados, o antes de que se fuera, fuese lo que fuera, la criatura. Tomaba a Fergus, el único caballo que tenían, y no regresaba hasta después de unos días. Aunque al principio había sido difícil, ya que se había negado a montar a caballo. Sin embargo, una vez que Rob la había enseñado, había acabado adorándolo.

—¿Y Rob? ¿Ya ha llegado? —Ella negó. Seguramente hacía poco que había acabado de trabajar.

Rob se había abierto un hueco en la ciudad como mercader, habiendo comprado cosas en Cryum que en Annwyn no se encontraban, lo que les había ayudado a subsistir mientras estaban allí.

—Y me aburro —Taissa la miró divertida. En unos meses parecía más humana de lo que ella se creía —. Así que he estado limpiando.

—¿Tú? ¿No serás un cambiaformas? —Alyssa puso los ojos en blanco.

—¿No vendrás conmigo esta vez? —le preguntó de manera seria—. Queda cerca, sólo tendríamos que desviarnos un poco.

—No puedo, mañana tengo trabajo con los niños —Ella asintió decepcionada, aunque sabía que era una excusa —. La próxima vez, ¿sí?

—Claro —dijo con una voz monótona, sin energía.

Taissa daba clases particulares enseñando a niños a leer y a escribir, pues en una ciudad de ese tamaño, que solo hubiese una escuela era poco, aunque no fuese muy grande. Sin embargo, Taissa no había intentado trabajar en la escuela, ya que había temido que le pidieran documentos que ella no tenía.

Sus clases eran pequeñas, de apenas unos diez niños, pero era suficiente para que ella también pusiera algo de dinero.

Además, que la isla estuviera lejos del continente había sido en parte la razón por la que lo había conseguido, ya que las comunicaciones no eran buenas, y los padres preferían juzgar ellos mismos el trabajo de la nueva institutriz a enviar misivas al continente por sus credenciales. Misivas que en el peor de los casos, se perdían en el trayecto.

—¿Has hecho algo de comer? —preguntó Taissa cambiando de tema. Ella negó—. ¡Alyssa! Ya te he dicho mil veces que tienes que aprender.

—No lo necesito —Alyssa huyó como siempre hacía escaleras arriba, y cuando la puerta sonó, con su mano apoyada en la barandilla de madera, se detuvo para ver quién había entrado.

El pelo le había crecido en este tiempo, y aunque Taissa suponía que le estorbaba, no se molestaba en atarlo de ninguna manera. Se pasó un mechón de cabello rubio pálido por detrás de la oreja y vio cómo Rob se asomaba por la entrada con una camisa blanca y unos pantalones marrones medio bombachos. Cuando sus miradas se encontraron, Alyssa la desvió y subió del todo las escaleras perdiéndose en el piso de arriba.

—¿Qué le pasa? —Taissa negó restándole importancia.

—¿Me ayudas a preparar algo para comer? —Él asintió remangándose.

—¿Qué te apetece, querida? —preguntó dejando la bolsa que llevaba en el suelo. Taissa sonrió poniendo los ojos en blanco—. Tienes razón, tienes razón. Eso debería preguntárselo a nuestra pequeña niña fénix quisquillosa.   

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