Yellow submarine

Para cuando llegaron a la costa era noche cerrada. Airi estaba maravillada por la vista. Lo único que permitía distinguir cielo y mar eran las estrellas. Se paró un segundo, observando. No entendía cómo podía existir un lugar así.

- Hey, ¿Estás bien?

Penguin se había girado a mirarla. Ella sonrió y asintió. Siguieron caminando, y de repente sus pies se hundieron en la arena. Se detuvo, confusa y un poco asustada, no pudiendo distinguir sus pies del suelo en la oscuridad.

Sachi se giró a mirarla. Ella cambiaba el peso de una pierna a otra tratando de mantener sus pies sobre la arena.

- ¿Nunca habías estado en una playa, verdad?

- No... ¿esto es normal? ¿por qué me hundo? ¿a qué huele?

Sachi y Penguin sonrieron. La situación era ridícula. Penguin caminó hacia ella y la levantó para sentarla sobre sus hombros.

- Todo esto es normal. - dijo Sachi. - Es normal hundirse en la arena, pero no te va a tragar, no te preocupes. Ese olor salado es el mar, siempre es así.

Caminaron hacia la orilla donde esperaban otros miembros de la tripulación. Airi le pidió a Penguin que la dejase de nuevo en el suelo. Se acercó al agua, escuchando el murmullo suave que esta emitía. Volvía a notar la arena bajo los pies, pero ahora tenía una textura diferente. Ya no se hundía tanto, y ahora era muy pegajosa, estaba fría y húmeda. De pronto, el agua cubrió sus pies, hundiéndola en la arena. Se sintió débil, mareada. El agua le llegaba casi a las rodillas. Trató de retroceder, pero su cuerpo pesaba una tonelada. Después de tres tediosos pasos consiguió salir del agua. Se encontraba mejor, pero ahora estaba húmeda y cubierta de arena pegajosa. Se sentía sucia. Caminó de vuelta a donde se encontraban Sachi y Penguin. Estaban hablando con los otros tripulantes. Se apoyó en Penguin, abrazando su pierna. Bajó la mirada hacia ella.

- Hey, ¿estás bien?

Antes de que pudiese contestar todos habían clavado sus ojos en ella. Trató de esconderse detrás de Penguin, presa de la vergüenza y la timidez.

- ¿Qué hace esa niña aquí?

- El capitán usará shambles en cualquier momento, tiene que irse.

- ¿Irse a dónde? Estamos en el medio de la nada, y ya es de noche. ¿A dónde demonios quieres que vaya?

- No sé, con nosotros no puede venir.

- De todos modos, ¿cómo llegó aquí?

- Penguin ya hemos hablado sobre esto, no puedes traer a todo cuanto animal abandonado encuentres a bordo.

- Su familia debe estar buscándola, tiene que irse.

- Hey hey hey calma... - Sachi levantó los brazos intentando hacerlos callar - Sólo ha venido a despedirse, no hay de qué preocuparse.

- En realidad... - Penguin miró a Airi de reojo. Parecía que quería que la tierra se la tragara. - Viene con nosotros, órdenes del capitán.

- ¿¡Qué!? - Contestaron los otros tres a la vez.

De repente, fueron cubiertos con una suave luz azul. Acto seguido estaban en algún lugar a cubierto. Airi no reconocía la habitación. Las paredes parecían hechas de metal, igual que el suelo y el techo. Había distintas sillas, mesas y sofás repartidos por la sala sin ningún orden especial.

- Clione, Sachi, id a ayudar a Bepo a zarpar. - El capitán estaba frente a ellos. Llevaba unos vaqueros moteados y una sudadera negra y amarilla con un extraño símbolo redondo en el medio. Parecía mucho más delgado. - Uni, ve a ver si Ikkaku necesita ayuda.

- ¡Sí, capitán!

Todos abandonaron la sala por la única puerta que esta tenía. Sólo quedaron Penguin, Airi y el capitán.

- Y ahora, ¿qué hacemos contigo...? - El capitán bajó su mirada hacia Airi, callada y quieta junto a Penguin. Aún llevaba el mono de Penguin, pero tenía las piernas húmedas y pegajosas de salitre y arena.

- Puede ayudarme con la cena. Es tarde y los demás deben estar hambrientos. - dijo Penguin.

- Que se duche primero, está llena de arena. Decidiremos mañana.

El capitán salió de la sala. Penguin suspiró y se rascó la nuca.

- ¿Está el capitán enfadado por algo? - Preguntó Airi.

- Nah, es siempre así. En realidad es un buen tipo cuando lo conoces, pero expresar felicidad no es su punto fuerte. - Penguin sonrió de lado, riendo de su propio chiste. - Por favor no le cuentes lo que acabo de decir. Vamos, necesitas una ducha. ¿Cómo acabaste tan llena de arena?

- Se quedó pegada después de que entrase en el mar y me mojara.

- ¿¡Hiciste qué!?

- Sólo entré un poco en el mar, tenía curiosidad. Pero fue horrible. - Sacudió la cabeza, tratando de alejar el recuerdo.

- Eso es porque eres una usuaria. Tocar el mar, o cualquier masa de agua, drenará la energía de tu cuerpo. Además, no puedes nadar. Tienes que tener cuidado con eso.

Salieron de la sala hacia un espacio abierto lleno de cosas extrañas. Paredes, suelo y techo seguían siendo de metal. Había cuerdas y sacos colgando del techo, palos por todas partes y varios objetos de aspecto pesado colocados sin ningún orden.

- ¿Dónde estamos? - Airi miró a su alrededor, perdida.

- Esta es la sala de entrenamiento. El capitán nos trajo usando su habilidad al área de descanso.

- Pero... ¿Por qué es todo de metal? ¿Los barcos no se hacen de madera?

- Bueno, esto no es un barco. Viajamos en submarino, por eso es de metal y no de madera. Soporta mejor la presión.

- Subma... ¿qué? - Airi siguió a Penguin escaleras arriba hasta un largo pasillo. Caminaba más rápido a medida que se emocionaba hablando de su querido submarino. Airi casi tenía que correr para seguirle el paso.

- ¡Submarino! Es como un barco que viaja bajo el agua. - Frenó de repente, extendiendo los brazos en el aire y girando 360 grados sobre sí mismo con una enorme sonrisa. Airi casi choca con él. - ¡Bienvenida a bordo del Polar Tang!

Airi sonrió, mirándolo. La situación era bastante absurda. Parecía estar demasiado orgulloso de aquel lugar, considerando que estaban en medio de un pasillo metálico, oscuro y frío. No había visto una sola ventana desde que entraron. Se repente, todo el lugar tembló, y notó cómo el suelo se desplazaba hacia atrás.

- ¡Ya hemos zarpado!, hay que darse prisa, o nos cenarán a nosotros.

Caminó sólo un par de metros y se detuvo frente a una puerta a su derecha.

- El baño está aquí dentro, señorita. Tienes toallas en esa estantería de la derecha. Voy a ver si Ikkaku tiene algo que puedas ponerte luego. Ve a ducharte, vuelvo ahora mismo.

Desapareció por una puerta al final del pasillo. Airi entró en el baño y se sorprendió al ver suelo, techo y paredes cubiertos de azulejos blancos. Se quitó la ropa y trató de soltarse el pelo. Lo consiguió tras un par de intentos. Lo tenía demasiado largo, llegaba casi a sus rodillas. Nunca se había cortado el pelo. No tenía ni idea de cómo peinarlo, o de cómo recogerlo, así que hacía un bollo con él cerca de la nuca y lo ataba con una cuerda lo mejor que podía.

Se metió en la ducha y descubrió que las llaves del agua estaban demasiado altas para alguien de su tamaño. Había dos, una con una marca roja arriba y otra con una marca azul debajo de la primera. De puntillas, apenas rozaba la de la marca azul. Tras saltar un par de veces consiguió abrir el agua. Un chorro de agua congelada cayó sobre su cabeza. Apretó los dientes. Frotó todo su cuerpo intentando quitar la arena. Era la primera vez que se daba una ducha de verdad. Solía limpiarse en el río del pueblo, pero aquello era mucho mejor. el río del pueblo era sólo un pequeño arroyo. Podía bloquear la corriente casi por completo si metía los dos pies en el cauce.

Estaba intentando quitar la arena de entre los dedos de sus pies cuando vio algo sobre un plato en el suelo. Tenía una pálida forma ovalada. Se acercó con curiosidad. El olor le subió por la nariz. Jabón. Nunca había tenido uno, pero a veces los repartía cuando recogía encargos en la ciudad. Intentó cogerlo, pero se le escurrió, dejando una textura resbaladiza en su mano. Lo cogió con ambas manos, con cuidado, y lo frotó un poco, hipnotizada por las pequeñas burbujas que se formaban. Se frotó con él. Era una sensación agradable, y olía increíblemente bien. Volvió a meterse bajo el agua fría para enjuagarse. Cuando se sintió completamente limpia, trató de cerrar el agua. Tuvo que saltar tres veces para conseguirlo, porque le daba miedo resbalar.

Cogió una de las toallas y se enrolló con ella. Era muy suave, y olía exactamente igual que la manta de la noche anterior.

La puerta se abrió de pronto, golpeando la pared.

- SOMOS UNA TRIPULACIÓN PIRATA, NO UNA GUARDERÍA. ¿POR QUÉ DEMONIOS TENEMOS UNA CRÍA A BORDO?

Una mujer había abierto la puerta. Parecía furiosa. Tenía manchas negras en la ropa y llevaba una llave inglesa en la mano. Su pelo rizo y negro se movía salvaje alrededor de su cara, apenas controlado por una diadema naranja.

- Ikkaku por favor calma, la trajo el capitán. - Penguin llegó corriendo tras ella. Parecía casi tan asustado como Airi.

- Pues ya puedes buscar la ropa de otra persona, porque si esa mocosa toca la mía le corto las manos. - Dijo la última parte mirando a Airi a los ojos, apuntándola con la llave inglesa. Se giró y volvió por donde había venido, apartando a Penguin por el camino. Hubo un silencio tenso.

- Lo siento, no tiene mucho don de gentes, ¿sabes? - Penguin se forzó a sonreír.

Airi no sabía dónde esconderse o a dónde huir. Estaba aterrorizada. Se quedó de pie, temblando, mitad de miedo mitad de frío.

Penguin entró en el baño y recogió su mono y el kimono del suelo.

- Supongo que puedes ponerte tu kimono por ahora. - Seguía sonriendo, intentando hacerla sentir algo más cómoda. - Estaré justo al otro lado de la puerta, ¿ok? Deja la toalla en aquella cesta cuando te hayas secado. Luego iremos a preparar algo rico de cenar.

Ella asintió. Él le dio el kimono y salió del baño. Ella se frotó con la toalla, como tratando de borrar también el miedo frotando. Se puso el kimono y ató su pelo húmedo en un enredo sobre su nuca. Dejó la toalla en la cesta y salió afuera. Penguin la esperaba apoyado en la pared. Sonrió cuando la vio. "Vamos" le dijo, caminando hacia el final pasillo y escaleras arriba. Salieron directamente a una amplia sala. En el centro había una larga mesa de madera rodeada de sillas, y en el lateral derecho había muchos muebles de cocina. El suelo era obviamente metal, pero alguien había pintado paredes y techo de un color crema que le daba al espacio un aire cálido. "Hogar dulce hogar", dijo Penguin, dirigiéndose a la cocina. Airi miró alrededor, y se llevó la grata sorpresa de ver ventanas en la pared. Parecían ventanas, al menos. Se acercó a una de ellas. Era un círculo de cristal firmemente fijado a la pared, pero no se veía nada del otro lado.

- Es mucho mejor de día, te lo prometo - Dijo Penguin, mirándola. - El fondo del mar suele ser oscuro, pero cuando navegamos cerca de la superficie y hay luz las vistas son increíbles. - Sacaba ollas de uno de los armarios mientras hablaba. - ¿Puedes poner la mesa? Voy a coger unas cosas de la despensa. Encontrarás todo lo que necesitas en aquel mueble de allí. - Señaló el mueble de la esquina, y luego desapareció por una puerta que ella no había visto.

Abrió el mueble y encontró pilas ordenadas de platos, servilletas limpias y palillos. Cogió cinco platos, que eran todos los que podía cargar, y los llevó a la mesa, colocando cada uno delante de una silla.

- Somos nueve, por cierto. - Dijo Penguin, entrando en la cocina con un montón de verduras bajo un brazo y un pescado salado en la otra mano. Colocó todo sobre la encimera y comenzó a lavar y cortar.

Ella cogió otros 4 platos y los colocó. Luego cogió los vasos, de dos en dos. Palillos. Servilletas. Nunca había puesto una mesa tan larga. Para ser sincera nunca había puesto una mesa. Había visto a las chicas de la casa de té hacerlo. Le encantaba cómo doblaban las servilletas en forma de animales y flores. Se preguntó si había olvidado algo, y empezó a cambiar el peso de una pierna a otra, nerviosa.

- Hey, que ordenada. - Penguin le sonrió. - Tengo que ir a cambiarme, y no me vendría mal una ducha. La cena está casi lista, ¿puedes servir el arroz en esos cuencos cuando termine? Le quedan dos minutos. Sonará un pitido cuando esté.

Ella asintió, aún cambiando el peso de una pierna a otra. Penguin salió de la cocina casi corriendo. Ella miró alrededor, esperando. Encontró la puerta a la despensa, y otra puerta en el lado opuesto de la sala con una luz roja sobre ella. Estaba asegurada igual que las ventanas. Encontró una tercera puerta, en la misma pared que la de la despensa.

Escuchó un suave pitido y se acercó a la encimera. Era demasiado bajita. Arrastró una de las sillas al lado de la encimera y se subió a ella. Levantó la tapa de la olla con su mano izquierda. Quemaba. Dejó la tapa en la encimera y se miró la mano. estaba muy roja, y parecía sudada. Le sopló un par de veces. Dolía, demasiado, como si aún sostuviese la tapa. Trató de agitarla en el aire, sin ningún resultado. Se tragó las lágrimas que amenazaban con caer y cogió la cuchara con su mano derecha. Intentó coger un cuenco con la mano izquierda y casi se le cae. Respiró profundamente y lo intentó otra vez. Esta vez lo sostuvo lo suficiente para llenarlo con tres cucharadas grandes de arroz. Dejó el cuenco en la encimera y sacudió su mano. Era casi rojo sangre ahora. Trató de ignorarla y repitió el proceso con los otros ocho cuencos. Estaba a punto de llevarlos a la mesa cuando un hombre enorme que no reconoció entró en la sala. Vestía un mono blanco con un extraño símbolo sobre el pecho izquierdo. Lo reconoció, era el mismo que el capitán llevaba en su sudadera. Dio un paso atrás y le miró, un poco asustada.

- ¡Qué bien huele! - sonrió, inspirando ruidosamente por la nariz. Entonces miró alrededor, y la vio. Se acercó a ella frunciendo el ceño. Ella dio otro paso atrás asustada. Antes de que pudiese echar a correr él la agarró, levantándola en el aire. Su mano era tan grande que podía rodear su cuerpo y brazos completamente. - ¿Qué demonios está haciendo una niña aquí? - Ella palideció. Él la miró fijamente con el ceño fruncido. No parecía enfadado, sólo curioso, pero daba miedo de todas maneras. Airi estaba reuniendo el valor necesario para hablar cuando Sachi entró en la habitación, con un mono idéntico al que llevaba el hombre grande. - Hey Sachi, ¡mira que he encontrado!

- Airi! - Sachi no pudo evitar reírse. Airi parecía una muñeca en la mano gigante de Jean - Por favor Jean, déjala. Está aquí bajo las órdenes del capitán.

- Oh! perdón señorita. - La dejó con cuidado en el suelo. A ella le llevó un segundo recuperar el equilibrio - Soy Jean Bart, encantado de conocerte. - sonrió, enseñando todos los dientes.

- Yo soy Airi, señor. - Se inclinó un poco hacia delante mientras lo decía. Luego se quedó de pie, cambiando el peso de una pierna a otra. De alguna manera recordó los cuencos de arroz sobre la encimera, y se acercó a ellos para llevarlos a la mesa.

Sachi empezó a charlar con Jean, que entró en la despensa para coger una botella oscura. cuando ya casi había terminado con los cuencos Penguin entró casi corriendo en la cocina. Llevaba puesto un mono también.

- ¡Llegáis temprano! - Se acercó a la encimera. Vertió el contenido de una de las ollas en la otra y mezcló, luego probó la mezcla y frunció el ceño. Abrió un armario y sacó un gran tarro de cristal lleno con un polvo blanco. Echó dos cucharadas en la olla y removió, luego lo probó otra vez. Esta vez sonrió, satisfecho. cogió la olla y la colocó en la mesa. entonces se fijó en Airi, que arrastraba la silla de vuelta a la mesa. - ¿Te dejaron trabajar estos dos?

Asintió con la cabeza. La mano le dolía, demasiado. Algunas zonas se estaban poniendo negras y en otras se formaban ampollas. El resto de la tripulación fue entrando en la sala. Parecían felices, charlando y riendo, bromeando los unos con los otros. Se sentaron a la mesa, comentando lo bien que olía la comida. Notó cómo la gigantesca mano de Jean la agarraba por detrás y la dejaba sentada con cuidado entre él y Penguin. Murmuró un suave "gracias señor". Quedaban dos sitios libres, uno en la cabecera de la mesa y otro a su derecha. Notó que faltaban el capitán y el oso. A los demás no pareció importarles. Clione se puso de pie y empezó a repartir el contenido de la olla entre los platos de todos. Llevaba el mismo mono que todos los demás, pero llevaba una capucha puntiaguda que le daba un aspecto gracioso. Antes de que pudiera decir nada le retiraron el plato y se lo devolvieron lleno de pescado y verduras. Olía salado. "Cómetelo todo, tienes que crecer" le dijo Jean. Ella asintió y comenzó a comer. estaba muy salado, pero era agradable. Comía con su mano derecha tratando de esconder la izquierda de la vista de los demás. Bepo entró en la sala cuando el resto ya iban por la mitad de la comida. Llevaba el mismo mono que los demás, pero naranja. Llenó su plato y se sentó a comer. Parecía cansado. De vez en cuando miraba el sitio vacío a la cabeza de la mesa, preocupado.

Cuando terminaron de cenar ayudó a Penguin a recoger los platos. Él le pidió que llevase la cena a la habitación del capitán. Ella cogió el plato con ambas manos y entró por la tercera puerta. Conducía a un pasillo con ventanas en la pared izquierda, una pared lisa a la derecha, y una puerta en cada extremo. Era más bien oscuro. Lo cruzó notando el metal bajo los pies. Sujetó el plato con la mano derecha y llamó a la puerta. "Adelante". Abrió la puerta y entró a la habitación más extraña que jamás había visto. Las paredes estaban cubiertas de estanterías llenas de libros y papeles enrollados. Había pilas de libros por el suelo. Había una pequeña cama a su derecha, medio enterrada entre libros y papeles. Sentado frente a una pequeña mesa, el capitán leía un grueso libro de aspecto antiguo. Se giró y la miró, sorprendido. Ella cambió el peso de una pierna a otra, nerviosa.

- Oh, gracias por la comida. Déjala sobre esos libros de ahí.

Retomó su lectura. Ella caminó hacia la pila de libros tratando de no tropezar con nada, y dejó cuidadosamente el plato sobre los libros. Se giró y salió de la habitación, cerrando la puerta despacio tras ella. Casi había llegado a la puerta de la cocina cuando se abrió cuando se abrió la puerta a sus espaldas.

- Hey espera, vuelve aquí.

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