Something wild

Se despertó con el sol en los ojos y el olor a comida llenando el aire. Escuchaba muchas voces a su alrededor y tardó un poco en recordar dónde estaba. No recordaba la última vez que había dormido tanto, ni tan bien. Se sentó frotándose los ojos e inconscientemente se puso a acariciar la manta, iba a echar de menos esa calidez y esa suavidad. Antes de que se hubiese ubicado del todo la cara sonriente de Sachi apareció ante ella. Llevaba unas extrañas gafas de sol.

- Buenos días Airi, ¿dormiste bien?, ¿tienes hambre?

Antes de que pudiese contestar su estómago la delató rugiendo sonoramente. No había comido nada desde el banquete.

- Tomaré eso como un sí - Dijo Sachi, riendo - Oe, Bepo, ¿queda algo de arroz por ahí?

El enorme oso blanco, que repartía la comida sentado al lado de la olla, le pasó un cuenco de arroz. Él se lo puso a ella en las manos y con una enorme sonrisa le dijo "¡Que aproveche!", se alejó hacia afuera de la casa. Ella se quedó mirando el enorme cuenco de arroz. Tenía verduras mezcladas, y también algo de carne. Olía dulce y picante a la vez. Se le hizo la boca agua.

- ¿Qué pasa? ¿No te gusta?

Levantó la cabeza y se encontró a Penguin mirándola. Llevaba varios cuencos vacíos.

- ¡Claro que me gusta, señor! - Dijo, confusa, ¿cómo no iba a gustarle? - Es sólo que no sé si está bien que tenga todo esto para mí sola, es mucho, y algunos de vuestros compañeros aún duermen...

Las risas de Penguin la interrumpieron

- Puedes comértelo todo sin problema, y repetir si quieres. Con lo que hay en esa olla no llega para todos, pero en cuanto limpie esto voy a ponerme a hacer otra, u otras dos, o tres, porque me da que no tenéis mucho para comer por aquí, ¿no?, y así podemos invitaros a desayunar al menos. Sé que la comida del banquete la trajisteis de la ciudad, esta zona aún no está limpia, ¿verdad?.

Ella le miró con la boca abierta. Sí, la comida del banquete venía de la ciudad, la había traído la gente de su aldea y de todas las de la comarca. Habían decidido hacer la fiesta allí porque era la que estaba más cerca de la capital. El agua de los ríos de la zona aún arrastraba residuos de las fábricas, y el suelo no produciría nada inocuo hasta dentro de al menos un par de meses. O eso decían los adultos.

Penguin la miró, sonriente.

- Come, que se te va a enfriar. Cuando termines puedes venir a ayudarme a cortar las verduras, ¿te parece?

Ella asintió, empezando a comer. Estaba de verdad muy bueno. No acababa de asimilar tantas cosas buenas juntas. Había dormido a cubierto, con una manta maravillosa y hoy tenía comida caliente para desayunar. Rebañó hasta el último grano de arroz. Dobló la manta y la dejó, no sin un poco de pena, con otras que había apiladas en una esquina. Salió afuera con el cuenco vacío buscando a Penguin. Tardó un poco en encontrarlo fregando los cacharros en unas tinas. Ella se acercó esquivando gente y se plantó frente a él, sin saber muy bien qué hacer.

- Sí que tenías hambre - Dijo el del gorro mirando complacido el cuenco vacío. - Déjame el cuenco y ve a ayudar a Sanji con las verduras, es ese rubio de allí - Dijo señalando hacia otro de los piratas. Estaba como a unos diez metros, en una esquina de la plaza. Sobre una mesa improvisada con tablones y rocas cortaba verduras a una velocidad asombrosa mientras apartaba, a patadas, al capitán del sombrero de paja, que no dejaba de intentar robar la comida.

- No sé cocinar señor... - dijo ella mirando nerviosa sus pies, mientras cambiaba el peso de una pierna a otra - pero puedo fregar.

- Te encargo los cacharros entonces, pero tendrás que darte prisa, el segundo turno es dentro de nada y lo necesitamos todo limpio. - Sonrió, mirándola, al tiempo que abandonaba su puesto y se secaba las manos con un trapo que llevaba atado a la cintura - ¡Suerte! - Y sin más la dejó frente a una pila de cuencos más grande que ella.

Airi cogió aire, el cepillo, y comenzó a fregar. Pronto tuvo las manos arrugadas por el agua y el kimono lleno de salpicaduras, pero lejos de importarle le resultaba divertido. Le recordaba a cuando jugaba con los demás en el río. Siguió fregando, frotando el cepillo enjabonado contra los cuencos con toda la fuerza que puede haber en los brazos de una niña de 9 años. De vez en cuando alguien venía y dejaba uno o varios cuencos más en la pila de sucios, pero esta era cada vez más pequeña. Cuando apenas quedaban unos diez cuencos por lavar el enorme oso se plantó ante ella con la olla, y la miró con desconfianza. Se giró hacia donde Penguin pelaba patatas y le miró con desaprobación. Dejó la olla en el suelo frente a Airi y se dirigió hacia los cocineros. Agarró a Penguin de una oreja y lo llevó de vuelta a las tinas, riñéndole por el camino.

- Vale que odies fregar, pero no puedes pretender que esa niña limpie las ollas. Son más grandes que ella, no creo ni que pueda levantarlas, y Sanji las quiere ya para seguir preparando el desayuno.

Llegaron justo a tiempo de ver a Airi sacando la olla perfectamente limpia de la tina. La apoyó de costado sobre la mesa con cacharros limpios y, aprovechando una piedra que había por allí, cogió altura suficiente para poder meter medio cuerpo dentro y secarla correctamente.

Salió de la olla sonriente. Estaba colorada y jadeaba un poco. Le dolían los brazos. Pero admiraba su obra con orgullo: enormes pilas de platos relucientes, secos y listos para darle de comer a todo el mundo. Se quedó allí mirando la loza limpia en jarras, con el mentón bien alto, sin darse cuenta de que el mink la observaba pasmado y el del sombrero entre orgulloso y divertido.

- Hablará poco, pero es apañada. ¿Me deja volver a la cocina ahora, señor navegante?

El oso le soltó la oreja, cogió la olla limpia sin mediar palabra y lo siguió de vuelta a la improvisada cocina. Pronto más gente vino a por cacharros limpios, y volvieron a empezar a acumularse cuencos sucios. Ella siguió fregando, sin quejarse, con fuerza, hasta acabar empapada, con jabón en el pelo y las manos como las de una abuelita.

Penguin volvió cuando terminaron en la cocina, bromeando con Sachi, y la encontró sentada al lado de los cacharros limpios, con el cepillo aún en la mano y aspecto de haber corrido una maratón por un río jabonoso.

- Parece que alguien necesita un descanso - Dijo Sachi, sonriendo.

- Puedo seguir si hace falta, señor - Respondió Airi al tiempo que se ponía en pie.

- Hemos terminado por ahora, puedes descansar, lo has hecho de fábula - Penguin le quitó el cepillo de la mano y le revolvió el pelo - aunque tal vez deberías cambiarte primero, te vas a enfermar si te quedas así de mojada.

Ella se miró como si se viese por primera vez. Estaba de verdad empapada, caían gotas del borde de la tela y tenía manchas de jabón por todas partes. Se reprendió mentalmente por no ser más cuidadosa. No tenía otra ropa, si destrozaba el kimono no tendría con qué cubrirse. Suspiró y miró a los piratas, sonriendo ampliamente.

- Me tumbaré un rato al sol y así me secaré, señor, muchas gracias por la comida.

Se inclinó doblándose por la cintura en señal de agradecimiento y fue a buscar un sitio donde poder tumbarse al sol y poner el kimono a tender. Se alejó del centro de la aldea hacia el río, había un poco de pasto cerca y no solía haber mucha gente. Al llegar se cercioró de que no hubiese nadie alrededor y se quitó la capa superior del kimono. La extendió lo mejor que pudo en el suelo para que secase rápido y se quedó sólo con la fina de debajo. Estaba húmeda y se le pegaba al cuerpo, pero prefirió pasar un poco de frío a quedarse completamente desnuda.

Se pasó un rato tumbada, mirando el azul del cielo, imaginando formas en las nubes y escuchando el río. Le dolía todo. Hacía tiempo que no trabajaba tan duro. Estaba acostumbrada a andar, andar todo el día llevando cartas, recados y pequeños paquetes a cambio de algo de comer o un poco de agua, pero no a estar horas frotando cuencos. Cerró los ojos e intentó recordar la canción que cantaba su madre a veces, pero las palabras no acababan de volver. Al menos la melodía seguía ahí.

Estaba concentrada intentando recordar la letra cuando el sonido de pasos peligrosamente cerca le hizo abrir los ojos sobresaltada. Proyectando una larga sombra justo sobre sus ojos estaba el capitán del sombrero blanco. La miraba serio, pero al menos esta vez no parecía enfadado, ni molesto.

- ¿Has cambiado de opinión?

Ella le miró. Aquellos ojos plateados la miraban sin muchas esperanzas hundidos en sus cuencas. Se preguntó si los de ella también tendrían unas ojeras así.

- No, dije que iría e iré, señor. Debemos cumplir el Dōtō y eso haré.

Él la miró, no sabiendo muy bien si creerla todavía o no. Parecía demasiado fácil. Al parecer aquella cría era una usuaria, de tipo paramecia para ser más exactos. No conocía la fruta que decía haber comido, pero en teoría le permitía viajar en el tiempo. Pero había condiciones. Sólo podía viajar hacia el futuro, y una vez avanzado hacia delante no podía volver al presente ni a ningún punto intermedio. Tenía un tiempo de recarga. En ese sentido su habilidad se parecía bastante a la de la ope-ope no mi que él mismo utilizaba. Usar la habilidad agotaba al usuario y este necesitaba descansar un tiempo hasta poder volver a usarla. Hasta aquí nada útil para lo que él quería, pero luego la cosa se había puesto interesante. Al parecer se podía viajar al pasado realizando lo que ella llamaba un intercambio equivalente. Podías retroceder, pero debías intercambiarte con algo equivalente. Ella se lo enseñó aquella tarde en el bosque mientras el resto seguían en la aldea celebrando el Dōtō. Había un pequeño gorrión en un árbol cercano. Ella lo miró fijamente, luego juntó las manos como en oración y empezó a murmurar. Entonces se escuchó un zumbido, el gorrión desapareció, y un instante después apareció en el mismo lugar un petirrojo.

El intercambio tenía varios peros:

- Aquello que quisieses intercambiar debía encontrarse en el mismo lugar, es decir, te permitía moverte en el tiempo pero no en el espacio.

- Debía ser materia y consciencia equivalente. Esto implicaba que podías intercambiar, como ella había hecho, un gorrión y un petirrojo, pero no podrías intercambiar un gorrión y una ardilla, ya que eran diferentes a nivel de consciencia, pero sí un perro y un gato, porque aunque eran de especies distintas tenían consciencias y materias similares.

- Tenía que haber mutuo acuerdo. No acababa de entender demasiado bien esto, ya que era bastante abstracto. No podía intercambiar dos cosas con consciencia en contra de su voluntad. Si una de ellas no quería realizar el intercambio, este no funcionaría.

- No podía haber alteraciones significativas. Esto era aún más abstracto que lo anterior, porque ni ella sabía lo que determinaba que fuesen significativas o no. Cuanto más atrás se quisiera viajar más difícil sería, ya que habría más probabilidades de que el intercambio no funcionase.

Para poder realizar el intercambio debían cumplirse las 4 condiciones. Si fallaba cualquiera de ellas, no funcionaría.

Estaba repasando mentalmente todo lo que podía salir mal por enésima vez esa mañana cuando un estornudo lo sacó de sus cavilaciones.

Airi se frotaba la nariz. Tenía la piel de gallina. Tocó la tela de su kimono, que seguía tendido al sol. Aún estaba húmedo. Suspiró y se lo puso igualmente, al menos la protegería un poco del aire que soplaba cada vez más fuerte, y cada vez más frío.

- ¿Viene tormenta no? - Dijo sin darse cuenta

- A saber, el que hace los pronósticos a bordo es Bepo, pregúntale a él.

- Perdón, señor.

Hubo un momento de silencio incómodo, interrumpido por otro estornudo.

- ¿No tienes algo un poco más apropiado para este clima?

Airi le miró, avergonzada.

- Sólo tengo este, señor - murmuró.

Él la miró, un poco menos serio que antes.

- Cuando termines de recoger tus cosas vuelve a la plaza, nos vamos después de comer.

Dio media vuelta y echó a andar de camino al pueblo. Escuchó cómo ella se levantaba y le seguía, guardando la distancia. La perdió al llegar a la plaza.

Airi se dirigió directamente a donde había estado fregando a la mañana, para encontrarse a Penguin colocando nuevas tinas con agua limpia y poniéndose con cara resignada a fregar los cuchillos. Se acercó sonriendo.

- ¿Puedo ayudar señor?

Penguin la miró sorprendido.

- Prefiero no arriesgarme a que te cortes, sólo quedan cuchillos por limpiar. - Dijo a la vez que le revolvía el pelo. Acto seguido frunció el ceño, y bajó la mano hacia su hombro, palpando la tela del kimono y cogiendo su brazo por la muñeca. - Aún no estás seca Airi, estás helada y tienes la piel de gallina. ¿No tienes nada seco que ponerte?

Ella soltó el brazo y miró al suelo, entre sus pies descalzos. Penguin la miraba preocupado, como la otra vez desde la valla. Ella empezó a cambiar el peso de una pierna a otra, nerviosa.

- Sólo tengo este kimono señor... - murmuró. Penguin se giró un momento, mirando los cuchillos sin lavar, luego se volvió sonriente y la cogió de la mano.

- Ven conmigo, tengo una idea.

La arrastró cruzando la plaza hasta la casa donde habían dormido. Allí abrió un baúl. Ella se acercó, con curiosidad. Dentro había varias piezas de tela blanca que no reconoció, piezas de tela de colores cosidas de manera extraña y las mantas de anoche. Las mantas. "Ojalá envolverme con una de ellas ahora" pensó. Pero Penguin las ignoraba y rebuscaba entre las otras telas, hasta sacar con aire triunfal una pieza de tela negra y larga. Tenía como forma de humano, pero sin cabeza, manos, ni gran parte de las piernas. Se lo ofreció a Airi con una sonrisa.

- ¿Qué es esto, señor? - preguntó al tiempo que lo cogía.

- El mono interior que usamos a bordo. Es el mío, así que puedes usarlo sin problema, aunque te vendrá algo grande. Tienes que abrir la espalda para ponerlo, metes los pies por estos dos agujeros y las manos por estos otros. Te dejo cambiarte tranquila.

Salió de la casa dejándola con aquella cosa extraña en las manos. Ella lo miró, lo apoyó en el suelo y se quitó la capa de afuera del kimono. Abrió la espalda del mono y metió los pies. acto seguido intentó meter las manos, pero con la tela húmeda de la capa interior se le hacía imposible. Con resignación y un poco de vergüenza, se quitó también la capa interior y rápidamente deslizó las manos en las mangas de aquella cosa. Lo cerró con un lazo en la nuca. Le venía enorme. Las mangas arrastraban por el suelo y apenas asomaban sus pies por fuera de las aperturas inferiores. Empezó a remangar las mangas y a preguntarse cómo iba a hacer para caminar sin tropezarse cuando tuvo una idea. Cogió de su kimono la cinta con la que lo cerraba y comenzó a plegar el mono a la altura de la barriga, hasta que la parte de abajo le llegó a la altura de las rodillas. Ató la cuerda firmemente alrededor de los pliegues, sujetándolos. Las mangas se le escurrían a cada poco, así que empezó a enrollarlas desde los puños. Cuando terminó recogió su kimono y salió afuera buscando un sitio donde ponerlo a secar. Cuando estuvo todo listo fue a buscar a Penguin de nuevo donde las tinas. Lo encontró fregando otra vez, con cara de haber sido castigado.

- Muchas gracias por la ropa seca señor - Dijo sonriendo.

- Te queda mejor de lo que esperaba - Respondió mirándola de arriba abajo, hasta fijarse en el cinturón sujetando los pliegues de ropa - ¿Eres una chica con recursos verdad? - Comentó divertido. Ella se puso roja y sonrió a su vez, cambiando el peso de una pierna a otra.

- ¿Necesita ayuda señor?

- No voy a permitir que me mojes la ropa, así que si quieres ayudar ve a donde Sanji y consíguenos algo de comer, que supongo que después de lo que trabajaste hoy tendrás hambre, y yo tampoco he comido nada desde la mañana.

Ella asintió y se dirigió con pasos rápidos a la cocina. Olía muy bien. Había una cola pequeña de gente esperando a los platos de comida que Bepo repartía. A su lado, Sanji removía una enorme olla. Airi se colocó de última en la fila y esperó pacientemente. Cuando le llegó el turno Bepo le puso un plato en las manos sin mirarla siquiera, y se puso a rellenar el siguiente.

- ¿Podría darme otro por favor, señor?

- Termina primero ese y luego si queda repites

- Pero es para el señor Penguin, no para mí

Bepo la miró, serio, luego miró hacia donde Penguin seguía fregando. Este último levantó la mano con un pulgar hacia arriba. Bepo suspiró y le dio otro plato a Airi. Ella se dirigió feliz a donde las tinas con la comida.

- Aquí tiene, señor - Dijo, ofreciéndole uno de los platos. Tenían un guiso con muchas cosas que no alcanzaba a distinguir, de color entre amarillo y naranja, acompañado de arroz.

- Déjalo sobre la mesa, y deja de llamarme señor, por favor, es demasiado formal. Penguin está bien - sonrió sacando varios platos limpios de la tina y colocándolos sobre la mesa. Ella hizo como le indicó y se quedó de pie, esperando más instrucciones. Penguin la miró, levantando la visera del gorro - ¿A qué esperas? come, que se enfría. Te sentará bien. Cuando termines puedes ayudarme secando los cacharros con aquel trapo de allí.

Ella sonrió y se colocó con él detrás de las tinas. Se sentó en una piedra y se puso a comer. Aquello estaba increíble. Tenía un picante que te llenaba la boca sin hacerla arder, un regusto dulce al bajar por la garganta, y dejaba un algo salado en el paladar. Era cremoso, y por el medio había trozos de carne tierna, zanahoria, patata, y más cosas que no reconocía. Mezclado con el arroz estaba aún mejor. Se lo terminó todo volando y rebañó el plato todo lo que pudo.

- ¿Qué es esto señ... Penguin? - Él se giró para mirarla, entre sorprendido y divertido.

- Estofado de curry, ¿nunca lo habías probado?

- No, la verdad. Está buenísimo. - Dijo mientras dejaba el plato vacío en la pila de sucios y cogía el trapo para empezar a secar lo que Penguin iba limpiando.

Aquello era mucho más fácil que fregar, y entre dos se hacía mucho más rápido. Acabaron en seguida de limpiar todos los montones de platos sucios que se fueron acumulando. Cuando todo estuvo limpio y seco ayudó a distribuirlo entre los aldeanos y los piratas.

Penguin la acompañó a recuperar su kimono, que ya debía estar bien seco. De camino se cruzaron con el capitán, que se paró para mirarlos a los dos con cara seria y, ahora sí, un poco molesta.

- ¿Me explicas qué hace esa niña con tu ropa, Penguin?

- Se mojó ayudándome a fregar y se la presté para que pudiese poner su kimono a secar - Una gota de sudor se escurrió por su frente. Airi cambiaba el peso de una pierna a otra - La acompaño a recogerlo para que pueda cambiarse otra vez.

- Que lo coja y se cambie a bordo, nos vamos, avisad al resto.

Se fue dejándolos con la palabra en la boca. Penguin lo siguió con la mirada y la boca entreabierta, luego miró a Airi, que seguía cambiando el peso de una pierna a otra.

- ¿Cómo que que te cambies a bordo?

- Me voy con ustedes - Dijo ella mirando al suelo.

- ¿Con nosotros a dónde? ¿Nos vamos del país, lo sabes no?

- Sí, voy con ustedes, al mar. - Miró al pirata, con los ojos muy abiertos, ilusionada - Voy para cumplir el Dōtō de vuestro capitán.

Tras recoger el kimono de Airi se pusieron a buscar a todos para avisar de que se iban. Hablaban mientras. Ella le explicó la conversación con el capitán, lo que quería y lo que ella tenía que hacer para conseguirlo. A Penguin todo aquello le preocupaba cada vez más y más. Era demasiado arriesgado, podían salir demasiadas cosas mal.

- Airi, ¿no deberías hablarlo con tu familia primero? ¿qué van a pensar si desapareces sin más? ¿y si algo sale mal y no vuelves?

- No pasa nada - dijo ella sonriendo - no tengo familia, a mis padres los mataron los subordinados de Kaido hace años, cuando era pequeña. Me criaron los aldeanos, sería una deshonra para ellos que pudiendo cumplir este Dōtō no lo hiciera.

Ella caminaba feliz al lado del pirata, con su kimono mal doblado en brazos, los pies descalzos y el pelo revuelto. A Penguin se le encogió el estómago mirándola. Era demasiado pequeña para meterse en aquello. La detuvo poniendo una mano sobre su hombro y se colocó en cuclillas delante de ella, mirándola a los ojos.

- No tienes porqué hacer esto, Airi, una tradición no merece que pongas tu vida en peligro. Para hacer ese intercambio tenemos que volver a un lugar que está mucho más lejos de aquí de lo que puedas imaginar. Serán semanas de viaje y a saber lo que nos encontramos por el camino. Aquí tienes gente que te quiere y va cuidar de tí. Ahora que Kaido ya no está seguro que las cosas van mejor y consigues un sitio donde dormir, y un kimono más acorde al invierno. Quédate, por favor.

Ella le miraba a los ojos. Una sombra de miedo cruzó por sus ojos y fue rápidamente sustituida por una determinación férrea.

- No tengo familia, ni amigos, ni a dónde volver si doy media vuelta. Por favor déjeme ir con ustedes.

Miró al suelo, y empezó a cambiar el peso de una pierna a otra. Realmente no quería volver. La gente del pueblo era amable con ella, siempre la trataron bien, pero cuandos se hacía de noche no le gustaba estar sola a la intemperie, y cuando los demás niños iban a jugar nunca la avisaban. No le negarían jugar si se lo pedía, pero no la quería allí. Era rara, el poder que tenía los asustaba. Notó la mano de Penguin en su barbilla, levantándola para obligarla a mirarle a los ojos. Estaba serio, preocupado. La miró unos segundos y luego sonrió.

- Puedes venir, pero con una condición.

- ¿Cuál?

- Prométeme que no harás ninguna estupidez - dijo, soltando su mentón y dejando la mano extendida ante ella, expectante.

- Lo prometo. - Dijo ella, con una enorme sonrisa. Tomó la mano del pirata y la estrechó.

Echaron a andar. No tardaron en ser alcanzados por Sachi, que venía contando emocionado cómo le habían entregado dos dagas nuevas hoy por la mañana cumpliendo el Dōtō del día anterior. Penguin reía ante el entusiasmo de su compañero y Airi sonreía orgullosa viendo cómo las tradiciones de su gente hacían felices a los demás. No podía esperar a cumplir su parte.

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