On my way home
Kaido había muerto. Tras 20 largos años, su cuerpo yacía muerto en la cima de la montaña, su enorme silueta perfilada contra la luna llena.
Desde las llanuras, todo el mundo observaba: con los ojos muy abiertos, incrédulos, las bocas curvándose lentamente en sonrisas de alivio, los brazos alzándose despacio hacia el cielo. Y de repente, todo el mundo reía, gritaba de alegría, bailaba, cantaba, celebraba.
Ella estaba de pie, sola en el medio de la multitud, sin saber qué hacer. La gente a su alrededor comenzó a hablar de organizar un banquete, todos sabían lo mucho que a Sombrero de paja le gustaba comer. Ella se unió al grupo que se dirigió al bosque a buscar leña y ramitas para encender las hogueras.
Les llevó un par de días prepararlo todo, pero por suerte los piratas durmieron todo el tiempo. Todos habían resultado heridos, de gravedad en su mayoría.
Los aldeanos decidieron comenzar también con los preparativos para el "Dōtō". Era lo mínimo que podían hacer.
Cuando las tripulaciones finalmente despertaron, y estuvieron lo suficientemente sanas para moverse, comenzó el banquete. Había comida suficiente para alimentar a un regimiento, y todo el mundo comió hasta saciarse por primera vez en años. Ella ni siquiera sabía qué eran algunas de las cosas sobre la mesa. Estaba maravillada con las frutas, ¿cómo era posible que hubiese tantas distintas? Cada una tenía su propio color, forma y sabor. Incluso las texturas eran distintas unas de otras. Probó las verduras también, de todas las tonalidades de verde imaginables. Los pescados eran todos salados y suaves y las carnes dulces y jugosas. Comió hasta que le dolió el estómago. Era la primera vez en su corta vida en que no estaba hambrienta.
Tras el banquete todo el mundo bailó alrededor de las hogueras. La música llenó el aire, acompañada por las risas y las conversaciones. Se durmió observando la reconfortante imagen de su gente bailando alrededor del fuego.
Un rayo de sol la despertó de madrugada. Estaba rodeada de gente durmiendo en todos los lugares imaginables. Había montones de jarras vacías por todas partes, y se preguntó cómo había conseguido dormir a pesar de los sonoros ronquidos de muchos de los presentes. El Dōtō se llevaría a cabo hoy. Sonrió pensando en ello.
Se levantó y comenzó a recoger. Cuando había cogido tantas jarras y platos como podía cargar se dirigió al río y comenzó a lavarlos. Según se iban despertando el resto de aldeanos, se unieron a ella en labores similares. Pronto todo estuvo tan limpio como fue posible y todo lo ordenado que un montón de ruinas puede llegar a estar. Tendría tiempo de sobra para reconstruir su aldea, pero sabían que los piratas zarparían pronto y era su deber ofrecerles el Dōtō antes de que eso ocurriera.
Los piratas fueron los últimos en despertar. Se les pidió que tomasen asiento en lo que solía ser el centro de la aldea, y dio comienzo la ceremonia. Los aldeanos no tardaron mucho en darse cuenta de que los forasteros no tenían ni idea de qué ocurría, así que el jefe decidió dar un paso al frente y explicarlo.
- "Dōtō" es nuestra manera de agradecer a aquellos que nos han ayudado. Debemos devolver aquello que recibimos. Nos disteis esperanza y libertad. Nos liberasteis de la tiranía de Kaido. Nos disteis acceso a agua limpia y comida. Os debemos la vida. Os concederemos cualquier deseo que nos pidáis, porque este es nuestro Dōtō, devolver un equivalente a lo recibido.
Los piratas miraron a los aldeanos, sin tener todavía muy claro qué hacer. La gente de la aldea decidió que era mejor simplemente seguir e irlos guiando a lo largo del ritual, así que comenzaron a cantar:
You who gave me what I did not expect
I shall now give you what you deserve
You granted me my freedom wish
So say, oh warrior,
what will your wish be?
Uno de los aldeanos se acercó al ronin de pelo verde y le hizo levantarse, susurrándole qué debía hacer. El pirata le miró arqueando levemente las cejas, y preguntó "¿cualquier cosa?". el aldeano asintió. El pirata se giró hacia los aldeanos, una sonrisa peligrosa bailando en sus labios.
- Deseo quedarme esta catana.
Los aldeanos alzaron sus manos al cielo, agitándolas, al tiempo que sonreían y cantaban "Concedemos tu deseo". El pirata volvió a sentarse, sonriendo y mirando el filo de su nueva espada. Entonces los aldeanos comenzaron a cantar de nuevo, preguntándole a uno de sus compañeros, y repitiendo una y otra vez el ritual.
La ceremonia se prolongó mucho más de lo planeado. Tenían que conceder no sólo los deseos de las tripulaciones sino también los de todos los samuráis que habían ayudado. Muchos de ellos pidieron cosas sencillas, como la katana, o cosas que deberían cumplirse en el futuro, como muchos de los samuráis de Wano que pidieron ser invitados a sake cuando la aldea pudiese volver a producirlo. Algunos deseos parecían sencillos pero resultaron ser complicados, como los mapas que pidió la navegante de los sombrero de paja, ya que se guardaban en palacio y hubo que mandar a un grupo de personas a por ellos, porque nadie sabía exactamente dónde estaban. Según grupos de gente se iban movilizando para conceder los deseos, todo comenzó a volverse un poco caótico. Ella vio al capitán de la otra tripulación levantarse en medio de la confusión y alejarse despacio. Aún no se le había concedido su deseo. Esperó a que volviera, pero tras cantar el Dōtō otras tres veces decidió seguirle.
Se adentró en el bosque tras él y sólo le llevó unos minutos encontrarle dormido bajo un árbol. Su sombrero cubría su cara. Quería abrazar ese sombrero. Parecía tan mullido y suave. Sacudió su cabeza y caminó hacia él. Estaban a sólo un par de metros de distancia cuando levantó su sombrero lo justo para poder mirarla. Tenía el ceño fruncido, los ojos plateados oscurecidos por las sombras y los labios apretados en una línea fina. La miró fijamente durante lo que pareció una eternidad, después volvió a dejar el sombrero sobre su cara.
- ¿Qué quieres?
Su voz era grave. Sonaba cansado, molesto, enfadado. Ella dió un paso atrás, asustada, bajando la cabeza y mirando sus pies descalzos.
- Aún no hemos concedido su deseo señor...
Hubo un silencio tenso, deseó que se la tragase la tierra. Se sentía ridícula, se suponía que no debía molestar a los adultos, especialmente a aquellos que eran los héroes de su país.
- No quiero nada, así que vete y déjame dormir.
Levantó su cabeza, y antes de que pudiera detenerlas las palabras escaparon de su boca, más alto y más rápido de lo que le hubiese gustado.
- Señor si no le concedemos su deseo seremos deshonrados. Cargaremos la vergüenza de no haber cumplido el Dōtō más importante de nuestras vidas, y la heredarán nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, y así hasta que las mareas se traguen la tierra o no seamos más que polvo.
Se sonrojó, volviendo a mirar sus pies, cambiando el peso de una pierna a otra con nerviosismo. El silencio se volvió pesado. Resistió el impulso de echar a correr y se mantuvo tan firme como pudo. Él se sentó con las piernas cruzadas, inclinándose hacia delante con el sombrero entre sus manos.
- Lo único que quiero es que un amigo vuelva, pero lo mataron hace ya mucho. Así que, a menos que puedas resucitar a los muertos, cambiar el pasado o hacer alguna magia desconocida sólo déjame dormir.
- ¿Cómo lo mataron?
Le dispararon, varias veces, se desangró.
- ¿Estaba solo?
- ¿¡Y a tí que más te da!?
Levantó su cabeza, enfadado. Ella retrocedió, tropezó y cayó de espaldas. Estaba aterrorizada, pero debía cumplir el Dōtō. Le miró y sacó valor de no se sabe dónde para hablar de nuevo.
- Si estaba solo puede que sea capaz de traerlo de vuelta.
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