Mi Pasado en Plata
Una historia que posiblemente separaré de esta recopilación para darle su propio espacio. Eso dependerá de algunos factores. Igual sin conexión con los temas anteriores.
Una historia de Linka Loud.
Esto es:
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Mi Pasado en Plata
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Ella era una chica normal. ¿Verdad?
Tan normal como puede permitirse una chica con una curiosa característica muy particular.
Era pues su largo cabello, lacio como lluvia y extrañamente plateado; lo que la definía siempre a donde quiera que ella fuese. Ese plateado que destellaba a lo lejos reflejos chocantes de luz cuando caminaba bajo el sol del mediodía, era casi imposible de ignorar.
Cosa que las niñas odiaban.
Cosa que algunos chicos no podían dejar de ver.
Delgada, pecas desperdigadas alrededor de una extraña nariz de gota, unos dientes frontales un poco mas grandes de lo que deberían.
Vaya que si destilaba alegría en su curioso y ligeramente torpe andar. Ya sea esquivando las líneas entre las banquetas, o intentando atrapar al gato que vivía en el ático de la escuela.
En su felicidad, ella sabía que aquello que nos hace diferente del resto siempre puede llegar a ser usado en nuestra contra.
Por lo cual llegó a escuchar cosas que iban desde "anciana" o "la niña vieja", hasta apodos como "la bruja" o "la maldita".
Los niños y las niñas pueden llegar a ser crueles.
Con todo, Linka no era una niña solitaria, contaba con un par de amigos con los cuales hacía travesuras, pasaba el tiempo y jugaba.
Stella y la Bruja Blanca.
Cuando Stella arribó a la escuela de Royal Wood, lo primero que se encontró fue que era presa de una persecución visual por un motivo totalmente genético: su bendita altura.
Siendo inusualmente alta para su edad, era común que los niños se sintieran intimidados (vaya que le costó un par de prospectos de chicos lindos que simplemente salieron huyendo al estar frente a ella).
Y las niñas, bueno, siempre cuchicheaban a su alrededor lanzando risitas.
Suspiró mientras andaba por el pasillo.
Digamos que no iba a ser diferente a su antigua escuela; así que, con la mirada fastidiada, llegó a su salón y se acomodó en un asiento del fondo. Dejó su mochila a un lado y se preparó para una vida escolar similar a lo que había experimentado con anterioridad.
-Vaya cambio.- Pensó.
--¿Ya vieron a la bruja blanca?- Escuchó de pronto. El mote le llamó la atención y al dar la vuelta para ver a quien se referían, se encontró con la imagen de Linka Loud.
Debe aceptar que abrió un poco la boca. El cabello albino era algo que no había visto jamás en una persona joven.
A pesar de la carga de presión de parte de casi todos en el salón, aquella niña caminaba con tranquilidad, aunque era obvio que había alcanzado a escuchar a sus compañeros.
"Bruja Blanca" Repitió Stella en su mente.
Linka llegó a su asiento ubicado a medio salón del lado de las ventanas al patio, acomodó sus útiles y procedió a tomar asiento, sin embargo, algo la detuvo.
Linka había descubierto al testear el salón, a Stella en una esquina del fondo.
Stella, al sentir el peso de la mirada se ruborizó y agachó la cabeza tratando de hacerse pequeña en su asiento, (ridiculez aparte, "hacerse pequeña" no aplicaba en su caso).
Linka sonrió, dejó su mochila y con paso firme caminó hasta donde se encontraba esa chica nueva de cabello negro que obviamente no conocía. Iba con una sonrisa casi pícara.
-Hola, ¿eres nueva? Mi nombre es Linka, ¿cómo te llamas? - Se escuchó de forma muy animada.
Stella levantó la mirada con algo de temor. Algunos chicos estaban a la expectativa.
-Yo...yo me llamo Stella.-
Linka le extendió la mano con una sonrisa y, después de dudarlo un poco, aquella chica nueva se puso de pie. La albina tuvo que levantar la mirada, sorprendida. Stella le sacaba con facilidad una cabeza de altura.
Le estrechó la mano.
-Oh, por Dios, eres tan alta.- Exclamó. Stella se rascó la nuca incómoda.
-Es genial. Yo quiero ser así de alta..-
-Créeme, no quieres.-
-Claro que sí, podría alcanzar con facilidad el cereal de chocolate que esconde mi padre hasta arriba de la alacena. Quesque por que el azúcar hace daño y que me pica los dientes.-
-Si, puede ser, pero...- Stella no terminó. Linka le interrumpió diciéndole que ya venía el maestro y que, si ella quería, podían continuar platicando a la hora del almuerzo. La chica solo asintió con la cabeza y de pronto, supo que no comería sola nunca más en esa escuela.
A la hora del almuerzo, ambas chicas, animadas por el casual encuentro, no tardaron en bombardearse con todo.
-A mi me han dicho jirafa, ni siquiera son originales.-
-Yo soy la bruuuuja blaaanca.- Dijo Linka mientras hacía movimientos extraños con los dedos.- La verdad es que quisiera ser bruja y hacer que se les cayera el pelo.-
-Bruja blanca suena bien, a mi en cambio me dijeron Pie Grande.-
Linka se asomó debajo de la mesa para luego regresar y ver directamente a Stella.
-¿Que?¿ Vas a decir algo?-
-Nope.-
-¡Dilo!-
-Que nop. Y bueno, en mi caso van más por el pelo. Igual me dicen "la niña vieja" o "ancianita"-
-Yo te diría más "La niña sabia"-
-Jajaja, no, porque luego vendrán a pedirme consejo, y yo les aconsejaré que se vayan al carajo-
Stella rio abiertamente. La estaba pasando muy bien.
-Igual me han dicho "rascacielos" y "palanca" ¿Qué más te han dicho a ti?-
-Bueno, igual algunos me dicen "la maldita" y "la incestuosa".- Linka no sonó tan animada. Stella lo notó.
-¿Qué? ¿Pero por qué te dirían algo así?-
-Bueno, porque dicen que, por una maldición en mi familia, nací así. Y el otro...es porque inventaron que mi papá y mi mamá eran hermanos...y que por eso tengo este defecto de nacimiento. - Linka apretó los labios, escondiendo sus grandes dientes frontales.
Stella le tomó de la mano.
-Yo...ya no hablemos de apodos. Son gente muy estúpida, Linka.-
-Lo sé, pero no pasa nada.-
-Bueno,- Comentó Stella para cambiar de tema. – ¿Y todos son igual de idiotas aquí? -
-Y no, hay un chico que es un amor. Un super amigo de la infancia.-
Clyde y la Niña de Vainilla.
A la edad de cuatro años el padre de Linka solía llevarla a un parque cercano.
Soltaba a su pequeño torbellino en el arenero y está corría en círculos durante un rato para luego irse de panza. Se sacudía como pez, se ponía de pie y trepaba a un pequeño trapecio de metal donde se quedaba colgada a medio camino. Nunca lograba terminarlo.
De allí, siempre a la resbaladilla o a un caballito con resortes para fingir que era un vaquero.
Al final, iba a los columpios a que su padre le empujara tan fuerte que se sintiera volar, levantando los pies al infinito.
Recordaba bien una vez que, en lo más alto de la silla, pegó el brinco con fuerza y se fue de cara a la tierra.
Manos, rodillas y cara raspada, así como gotitas de sangre sobre la nariz. Ese día fue llevada en brazos a su casa y recuerda que se durmió de tanto llorar. Su llanto no era en si por el golpe, si no por que aprendió que no podía volar.
A los cinco años, Linka descubrió lo que era jugar por primera vez con uno de los artilugios que nunca usaba: el sube y baja.
No lo usaba porque, a parte de su padre, ningún niño quería subirse con ella. Desde el Kinder, hasta el parque, los niños le temían de una extraña forma, a su cabello blanco.
Claro que había padres condescendientes que enmarcaban el "no seas tonto, anda, juega con la niña" pero es sabido que cuando un pequeño se aferra a un "no" es complicado hacerle cambiar de opinión.
Esa tarde de jueves fue diferente.
-¿Eres una niña de vainilla?- Escuchó Linka detrás de sí, en el arenero.
Cuando volteó, se encontró con un pequeño de lentes, piel morena y cabello crespo negro intenso. Le miraba con curiosidad.
-¿De vainilla?-
-Si, mis papás una vez me leyeron un cuento donde había niños que nacían de la vainilla y que tenían el pelo blanco. ¿Tú eres de esos?- Preguntó mientras se agarraba el suéter, nervioso.
-Nop, yo soy Linka.- Le sonrió.- ¿Quieres ir al sube y baja?- Le propuso rápidamente, emocionada de que por primera vez, le llegaba un compañero al arenero.
-Bueno, pero...¡Papá!- Gritó el chico.- ¡Mira! ¡Es una niña de vainilla como en el cuento! -Simplemente no quería quedarse con la duda.
Al escuchar al pequeño, los padres se acercaron. Al ver a la pequeña pareja, ambos sonrieron de lo curioso que se veían.
-No, Clyde, no es como en el cuento.- Dijo Howard sin saber a ciencia cierta como explicar a su niño, la condición de la niña.
Linka, desesperada como suele ser, tomó de la mano al pequeño Clyde.
-Si, soy de vainilla, ahora ven, vamos al sube y baja.- Y se llevó casi a rastras a su ahora compañero, mientras se acercaba su padre al oír el alboroto.
-¡No seas tosca, Linka!, Parece que por fin hizo un amigo. -Dijo para abrir charla.- Mucho gusto, soy Lynn Loud.-
-Soy Harold.-
- Y yo Howart, el gusto es nuestro. Viera lo difícil que es que nuestro Clyde haga amigos.–
-Si, igual a mi niña le cuesta mucho.-
Los dos niños pasaron el resto de la tarde solo en el sube y baja; entre las risas destellantes de Linka y los gritos de Clyde porque su compañera ejercía mucha fuerza y sentía que se caía.
-¿No tienes miedo de caerte?-
-Es que es divertido.-
-Pero mis papás dicen que ¡Aaah!- Exclamó al ser llevado para arriba con mucha velocidad para luego regresar a tierra de la misma forma.
Cuando llegó la hora de irse, ella hizo un poco de berrinche con los brazos cruzados, haciendo un mohín. Él, curiosamente, dio argumentos a sus padres para tampoco irse.
Ellos explicaron lo de siempre; que si la tarde, que si la noche, que si mañana tendrán tiempo, que se volverían a ver. Así que, al ver la irremediable separación, Linka se acercó al chico y le dio un abrazo.
-Si yo soy la niña de vainilla, tu eres el chico de chocolate.- Dijo sonriendo.
El señor Lynn se ruborizó ante el comentario, pero Harold (quien era afroamericano) le hizo señas silenciosas de que no había problema alguno.
-Ok, Linka, pero lo mejor será que se digan por sus nombres.- Insistió Lynn.
-Si, papá.- La niña extendió su mano.- Hola, mucho gusto, soy Linka Loud.-
El pequeño, algo atosigado por la impetuosidad de aquella rara niña, le estrechó suavemente la mano.
Y yo soy Clyde McBride.
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Dejando atrás las risas de algunos chicos mal intencionados, los bullys y uno que otro matón. Ella era feliz.
Contaba con esos dos amigos a los cuales adoraba y, que, a su parecer, eran todo lo que necesitaba para enfrentar lo que fuera en el día a día.
De su familia, bueno, sobre eso...hoy era el día.
-Hola papá, ya llegué de la escuela.-
Hoy era ese día en el que enfrentar a la escuela era lo de menos; si no hablar de un pasado que desconocía totalmente.
Pronto cumpliría 14 años y era ese lunes el que su padre le había puesto, para hablar de la persona a quien Linka, jamás conoció.
Hoy hablarían de su madre.
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Definitivamente tendrá una continuación.
Saludos a todos.
Gendou Uribe
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