El Infierno en Mí


Buenas noches (madrugada cuando subo este capítulo). Antes que nada Feliz Año.

El presente es igual parte del POEMA y de la saga de las gemelas (y, al final, de varias más). 

Espero sea de su agrado, esto es:

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- El Infierno en Mí -

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- Sal debajo de la cama, Lola. Nadie te hará nada.

Ven, ven. Vamos a jugar.

No me dejes aquí sola. Es horrible estar sola.

Acaso, ¿ya no me quieres, Lola?, ¿Me odias ahora?

Acaso, ¿quieres que me vaya?

Es acaso que, ¿me tienes miedo?

¿Por qué, Lola? ¿Por qué me temes? Solo soy yo Lola, tu hermanita...

La pequeña gemela, temblaba.

Escondida en lo más profundo de sus mullidas cobijas, se abrazaba a sí misma apretando los dientes mientras sentía que los ojos, se le salían del miedo.

-Que esto se acabe...que esto se acabe...que esto se acabe...- Pensaba aun sintiendo espasmos en su pequeño estómago, el cual, acababa de vaciar.

-Ven...juega conmigo...-

Imposible le era saber la hora de la madrugada, pero era más que obvio, que aún no amanecía.

La noche se cernía en su plenitud de oscuridad y, sin un ruido en la casa, fue fácil despertar cuando escuchó claramente, desde el fondo del ropero, su nombre como un silbido.

-Lo-la...-

-Lana- Había sido su respuesta aún sin despertar. Luego, se incorporó con lentitud en su cama haciendo aún lado sus rosados antifaces nocturnos. Se frotó los ojos adormilada, miró de un lado a otro hasta que vio algo moverse entre las penumbras y, a fuerza de costumbre preguntó:

-Lana, ¿eres tú?-

Fue entonces que salió de su sopor al recordar su vida, su vida actual.

-Es verdad, Lana ya no está.- Pensó con tristeza.

Un objeto cayó de su tocador. Eso la alertó y exclamó espantada mientras volteaba a ver, pero solo encontró nuevamente, silencio.

Entonces algo se movió detrás de una cortina, algo pequeño, como un montoncito de oscuridad aún más negra que la noche misma. Se percibía como brota el agua de una fuente sin fuerza. Cómo una gelatina negra y brillante.

Fue cuando Lola reparó que, en su cuarto, se podía percibir un olor extraño, desagradable. Le recordaba levemente al plástico quemado. A carne chamuscada.

Luego resonó nuevamente su nombre.

-Lo-la...Juega conmigo, Lola- Se escuchó en un tono tan incómodo que daba asco. Una voz aguda y acuosa, como una mezcla de miel y drenaje.

-Ven, juega...yo seré tu caballero...-

De entre la oscuridad la entidad se giró dando a entender que estaba de espaldas, Lola abrió la boca al ver aquel ser.

Era un niño, un niño calcinado, un ente cuya piel se desprendía dejando ver llagas rojas e infectas. Heridas que supuraban un líquido espeso.

El hedor a carne chamuscada aumentó.

Lola quiso gritar cuando la entidad abrió los ojos mirándola directamente. Su esclerótica amarilla-verdosa ocultaba unas pupilas temblorosas que soltaban un leve vapor.

Lola gritó por fin, pero fue una acción carente de sonido, un esfuerzo perdido que no dio más que una especie de silbido apagado. El miedo la llevó a querer bajar de la cama, a querer pegarse a la pared, a correr a la ventana, pero solo atinaba a moverse erráticamente de un lado a otro en su colchón, empapada de pánico.

La entidad sonrió y un vapor que subió por su cabeza se liberó de entre sus negros y rotos labios. Dio un paso hacia la cama y sus llagas color carmín humearon. Era como si llevara brasas ardientes dentro de su pequeño cuerpo.

-Lo-la...-

La peste de la carne y el terror fueron tal, que Lola no pudo evitar vomitar a orilla de su cama.

El monstruo aprovecho para caminar retorciéndose grotescamente, sin quitarle nunca la mirada de encima.

Lola, en el paroxismo de su espanto, no pudo hacer más que esconderse debajo de sus cobijas.

La pequeña gemela, temblaba.

Cuando sintió una pequeña mano posarse en su espalda, juró que le habían puesto un carbón al rojo vivo. Entonces su cuerpo lo liberó todo.

-¡Aaaaaaaaah! ¡No, no, no! ¡Aléjate! ¡ALEJATE! ¡TU NO ERES LANA! ¡NO!

Suéltame...suéltame por favor, ¡POR FAVOR!-

***

Lincoln abrazaba a su hermana menor. Era la tercera vez que mojaba la cama entre gritos esa semana. La pegaba con fuerza a si para lograr calmar su histeria mientras le acariciaba el cabello.

La sentía temblar tanto que, incluso, el temblaba con ella.

Sus padres miraban desde la puerta, muy angustiados. Temían una recaída de su niña, quien nuevamente presentaba síntomas de desestabilidad emocional. No tenían una idea, de por qué había empeorado.

-Si ella ya estaba bien, Lynn.-

-Lo sé, amor. Creo que tendremos que volver a retomar las terapias presenciales. -Dijo en susurro a su esposa, quien solo se talló la cara de impotencia.

- Papá, mamá, ¿será que pueden dejarme un momento a solas con Lana?, yo, creo que puedo ayudar a calmarla. -

Rita iba a decir algo, pero Lynn se adelantó diciendo que estaba bien, aseverando además que los esperaban abajo. Luego, apoyó su mano en la espalda de Rita casi obligándola a salir.

Cuando la puerta de cerró, Lincoln se separó un poco de Lola quien se había calmado un poco.

-¿Qué pasó ahora, Lola?-

-Te vas a mojar de...-

-No me importa.- Respondió tajante el peliblanco sabiendo que su hermana se sentía terriblemente avergonzada de volver a mojar la cama.

-Fue...de nueva cuenta ese niño, Lincoln. Ese niño quemado con heridas rosadas que sacan ese líquido apestoso. Me sonríe, Lincoln. Me sonríe horriblemente...- La pequeña apretó toda la cara sintiendo un profundo miedo enredado con asco.

Volvió a llamarme, y esta vez... esta vez ya me tocó, Lincoln. Me quiere llevar... ¡Lincoln, no dejes que me lleve!-

Él le tomó suavemente las mejillas buscando que guardara silencio. Le sonrió con dulzura.

-No te llevará nadie, Lola. Nadie. Yo te voy a cuidar. Le diré a mamá y papá que, a partir de ahora, me quedo a dormir contigo, ¿te parece?-

La pequeña sonrió lagrimeando para lanzarse al pecho de su hermano.

-¡Si, por favor! ¡Gracias! ¡Gracias, Lincoln!-

-Nunca te voy a abandonar, ¿ok? No tengas miedo, mi princesa.- Y la pequeña solo frotó con fuerza, su rostro en el pecho de su hermano.

Lincoln salió de la habitación de la gemela pidiéndole que se bañara y se cambiara; que él haría lo mismo antes de avisarle a sus padres de su decisión.

Sin más, caminó hacía su cuarto pensativo y, una vez cerró la puerta, se derrumbó sentado en el suelo.

No sabía que pasaba. Lana le dijo que lo ayudaría, pero simplemente no sabía si lo había hecho ya o si solo, definitivamente, todo lo había alucinado.

Metió sus dedos en su blanco cabello y sintió en sus hombros nuevamente el peso de la desesperanza del callejón sin salida. Ahora Lola retomaba sus problemas y más fuertes que antes. ¿Qué pasaba? ¿Qué era lo que tenía que hacer?

Sintiendo un frío que le calaba los huesos, volvió a nacer en él la imperante necesidad de escribir algo. Fue entonces que se levantó y buscó en su cajonera, aquella hoja en donde estaba escribiendo el desolado poema de navidad.

Revisó en todos los cajones y algunas de sus libretas, pero no lo encontró. Fue entonces que cayó en cuenta que no había vuelto a ver el papel desde la vez que había, bueno, hablado con Lana.

-¿Dónde lo dejé?-

Revisó debajo de su laptop, de su cama, levantó el colchón, pero no encontró nada. Era simplemente como si hubiese desaparecido.

Estaba ya por rendirse, ya que al final, no importaba tanto; cuando recordó de la nada, su almohada. Con algo de duda se acercó y le quitó la funda, tomó esta con las dos manos y la sacudió con fuerza.

De allí se desprendió. Era la hoja, más amarillenta de lo que debería de estar. Lincoln sintió un fuerte dejavú. La hoja ahora tiene un color exactamente igual a la hoja del poema que Lucy le había dejado en primer lugar; aquella fatídica primera noche.

-Que rayos...-

La tomó con rapidez deshaciendo los dobleces para de inmediato clavar su vista en las letras. Más solo encontró lo que había escrito él mismo, en nochebuena.

Frustrado, se sentó en su cama. Seguía sin tener nada.

Se obligó a verla de nuevo de arriba a abajo y la notó un décimo más larga. Entonces reparo en el final.

-Esto...no es mío...No, no es mío.- Su corazón se agolpó y sintió su sangre enturbiarse.

Algo en caprichosas letras estaba escrito, su corazón no paraba.

Lo que allí decía...lo que enunciaba...

No lo entendió a la primera, y no es que fuese difícil de entender, era la sorpresa y el golpe de llenó a su cabeza.

-El ático...un...un... ¿pentagrama?...- Su respiración se hizo pesada, ¿Cuándo había aparecido esto? Toda su fuerza se acumuló para salir corriendo al ático de la casa.

-Hay algo en el ático, la Lucy del hospital también me lo dijo y yo busque...sin saber que buscaba.-

-Un pentagrama...¡es un pentagrama!- Al decir eso en voz alta, su pecho sufrió un fuerte dolor, pues una pregunta se abombó en su cabeza y crecía a cada latido:

¿Cómo había llegado eso allí? ¿Cómo?

-Dios...Lana... ¿Lana que hiciste?.- Volteó a ver el espejo de su cuarto donde había visto a su bella niña brillar, donde su angelito le había regalado un sinfín de besos.

Dos gruesas lágrimas bajaron por sus mejillas.

Lincoln se dejó caer de su cama y se dobló de dolor.

Allí, en una esquina del espejo, estaba estampada una pequeña mano, marcada con ceniza y restos de sucia secreción.

***

Esta gente es especial. Mira que venir aquí siendo tan jóvenes con dos de los pecados más duros.

Herejía y traición.

A una se la comen los gusanos y a la otra, se quema eternamente. Es el castigo por alta traición.

Por eso a los niños no se les dan estas cosas.

No son como la primera que vino, aquella cometió un pecado grave, pero nada cerca a estás inmundas almas.

Ella solo es un árbol que sangra.

***********

Saludos a los lectores. Las cosas no van bien y Lincoln tiene que encontrar la salida. Reitero que esto ya esta que se acaba.

Saludos a todos los que comentan.


- Gendo Uribe -

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