Capítulo 1
Londres, 1818.
Había tres cosas que lady Mérida Dunbroch odiaba de Londres.
La primera, lo bulliciosa y sofocante que podría volverse la ciudad cuando toda familia de la nobleza se retiraba de la tranquilidad y paz que les brindaban sus grandes casas solariegas en el campo, para mudar su residencia a Londres durante la temporada del Parlamento. Por meses las distinguidas y caprichosas familias de la alta sociedad se veían envueltas en numerosos bailes, cenas, veladas musicales o cualquier otro tipo de entretenimiento que los distrajera durante su estancia en Londres y de las largas sesiones del Parlamento.
Lo segundo que odiaba Mérida, por supuesto, era la misma sociedad. Personas ostentosas ataviadas en sus mejores galas, parloteando sin sentido en cualquier reunión a la que se les invitaba. Como hija de un conde, Mérida y su familia eran invitados sin falta alguna a todo evento que se realizaba durante la temporada. Su padre, lord Fergus conde de Dunbroch, era el propietario del condado más antiguo y prestigioso de Londres. Era por eso que su familia era solicitada con vehemente premiación a toda fiesta y reunión social.
Y por último, que claramente debía ser el primer puesto de su lista de odio, Mérida aborrecía la Temporada social.
Cada año al iniciar las sesiones del Parlamento en Londres en las cuales su padre tenía que asistir ante el rey y demás personajes importantes, Mérida junto a su madre y hermanos tenían que acompañarlo. Residían en la mansión Dunbronch de Londres por cuatro o cinco meses durante la temporada. Y al terminar, regresaban a su ancestral casa en el campo en Hampshire a la cual Mérida prefería de sobremanera. Pues ahí podía cabalgar a sus anchas, a horcajadas, y no como lo establecían las reglas de la sociedad londinense. Podía soltarse su rebelde cabello y nadar en el lago. Podía llenarse de barro al plantar flores en su jardín secreto y dar largas caminatas por las inmensas tierras que abarcaban la propiedad del condado mientras el sol le besaba el rostro cálidamente. Sin duda a Mérida le encantaba eso. Prefería indudablemente la libertad que le podía dar el campo a la sofocante ciudad. Y sin embargo, cada año desde que había cumplido su mayoría de edad y se había presentado ante la sociedad, Mérida era obligada por su madre a ir a Londres y buscar marido.
¡Marido!
Desde temprana edad Mérida había sido una niña libre y despreocupada, podía culpar en cierta parte a su padre, pues lord Fergus era un hombre sumamente alegre y bonachón que permitía a sus hijos hacer lo que quisiesen. Tal vez los había malcriado, pero a Mérida no le importaba, amaba a su padre. Aunque era tan solo una niña, en Hampshire su padre le había enseñado a nadar, a cabalgar, a pescar e incluso hasta a cazar. Por supuesto su madre iba en contra de todo eso. Reprendía a su padre por estar malcriando a su única hija y era entonces cuando Elinor tomaba a Mérida y la sentaba en la sala de los niños con su institutriz particular para que le enseñara todo lo que una dama de su posición debía de saber. Claro está, que Mérida prestaba poca atención a esas lecciones, y cuando tenía oportunidad escapaba de su vieja institutriz para cabalgar junto a angus su fiel corcel desde que era niña.
Pero su amada vida en el campo tan solo duró hasta sus dieciocho años. Cuando Mérida tuvo la edad suficiente para conseguir marido, su madre la llevó hasta la modista más prestigiosa de la región, mando a hacer docenas de vestidos largos y elegantes, y la subió a un carruaje con rumbo a Londres en donde sería presentada ante la nobleza en las numerosas reuniones y fiestas. Y entonces podría cazar a algún buen partido, pues a palabras de Elinor ¿quién no querría casarse con la hija de un conde?
Pero su madre había estado muy equivocada.
Mérida ya había pasado tres temporadas desde entonces, y como Elinor decía, aun no podía cazar a ningún buen candidato para esposo. Y ciertamente, Mérida estaba feliz por eso. Al menos así aun podía regresar a Dunbroch Hall en Hampshire y seguir cabalgando a horcajadas rodeada de sus amados caballos haciendo lo que tanto le gustaba.
La joven dio un largo suspiro y recorrió su vista por el salón de baile, renumerando su listado de odio.
Esa noche se encontraba en el tradicional baile de los Mcguffin. Y aunque era una fiesta a la que Elinor la había obligado a asistir, Mérida se reconfortaba de saber que ese sería el último baile de la temporada pues ésta estaba a punto de terminar, y entonces las familias regresarían a sus mansiones al campo y eso incluía a la de ella. Con ese pensamiento, se permitió estar un poco más positiva respecto a esa fiesta. Sin embargo su pensamiento terminó en ese instante al ver como su madre de pronto se dirigía hacia ella tomada del brazo de un joven hombre de estatura baja.
Entonces Mérida pensó que tal vez la actitud que ponía Elinor al empeñarla en casarla, sería desde ahora la número uno en su lista.
Intentó reprimir un gruñido al ver como las dos personas llegaban hasta ella.
-Mérida, cariño – le habló su madre con una sonrisa exageradamente grande. –Déjame presentarte al señor Dingwall.
Hizo una torpe reverencia y sonrió escuetamente antes de hablar:
-Un gusto señor Dingwall.
-Su padre, lord Dingwall, es un viejo amigo del colegio de lord Fergus. Sería maravilloso que sus hijos también se llevaran bien ¿no te parece cariño? – siguió Elinor con su parloteo dirigiéndole una mirada a su hija.
El pequeño hombre miraba a Mérida con rostro embelesado mientras asentía con brío a cada palabra de su madre.
-Estoy totalmente de acuerdo con lady Elinor. –comenzó a hablar con voz gangosa. - Mi padre y lord Dunbroch eran inseparables en el colegio. Me atrevería a decir que me gustaría tener esa misma relación con sus hijos. –soltó mientras relamía su labio inferior con su rostro rojo mientras recorría con sus acuosos ojos la silueta de Mérida
Sin lugar a duda, Dingwall estaba pasado de copas de champán, y aunque los ojos de su madre resplandecían al ver el interés que un distinguido señor había tomado por su hija, Mérida rodó los ojos con fastidio y fijó su vista en el pequeño rubio que acababa de conocer:
-Oh, sería maravilloso retomar una amistad así. – habló Mérida con una sarcástica alegría. – Pero me temo que mis hermanos apenas tienen catorce años y prácticamente viven todo el año en el colegio. Me imagino que ya tendrán amistades con las cuales son inseparables. – soltó una pequeña y fingida risita. – Pero no tema señor, en cinco años cuando terminen la escuela y puedan disfrutar más de estos magníficos bailes como lo hago yo, podrá amistarse con ellos. Mientras tanto, le recomiendo conseguirse una relación inseparable con alguien más. - y para no verse tan mal educada al ver como su madre la fulminaba con la mirada, prosiguió: - Alguien más disponible, por supuesto. Un placer lord Dingwall. Con su permiso.
Y tras dedicarle una pequeña reverencia, Mérida dio media vuelta y se marchó dejando a un indignado hombrecito y una desconcertada Elinor que se partía en disculpas por el comportamiento irracional de su hija.
Mérida apremio el paso para alejarse de cualquier otro obstáculo que su madre le quisiera imponer. Todo sería mejor en esa noche si llegaba hasta su lugar sagrado. Aquel lugar que había sido como un refugio al que siempre había acudido en esos últimos tres años que llevaba en la temporada social de Londres. El cual era ni más ni menos que el rincón más alejado del baile.
En una mesa situada a un lado de los elegantes y elaborados floreros de decoración. Ahí se encontraba su refugio.
Dio un suspiro de alivio al ver como su única prima y pariente más querido además de sus hermanos, se encontraba sentada en ese preciso rincón. Sonrió con nostalgia. Si había algo que podía aliviarla de ese sufrimiento que era el pasar por las temporadas, era su prima: Rapunzel Crown.
Rapunzel vio cómo se acercaba a la mesa y sus ojos brillaron de alegría. Era una pequeña y muy delgada chica, de cabellos rubios y enormes ojos verdes. Si no fuera por su gran timidez, pensó Mérida, Rapunzel sería la sensación de la temporada puesto que era muy hermosa. Pero al entablar conversación con algún desconocido entonces la rubia chica se cohibía y comenzaba a tartamudear, cosa que había espantado a cualquier pretendiente de inmediato y la había recluido al rincón de los floreros.
Antes de llegar a la mesa y ver como no solo se encontraba ahí Rapunzel sino también otras dos muchachas, Mérida fue detenida por su madre:
-¡Mérida Dunbroch! – espetó mientras tomándola del codo la halo hacia ella sutilmente. – Cómo pudiste ser tan grosera con el pobre señor Dingwall.
Su madre la había soltado y se encontraban hablando en murmullos para que nadie a su alrededor se enterara de su plática.
-Ay madre, por favor. – habló la chica con enfado.
Elinor suspiró.
-Bueno lo sé, no era para ti. – se sorprendió al escucharla. Su madre era muy intuitiva, ella lo sabía muy bien, pero a veces el estar buscándole tan ansiosamente un esposo le nublaba el juicio. – Pero ahora que deberías estar buscando un caballero con quien bailar ¿vas y te escondes al rincón? – le reclamó al ver su intención de dirigirse hacia la mesa junto a Rapunzel, y al ver a la chica rubia, Elinor puso una mirada de preocupación. – Mérida es tu tercera temporada – dijo volviendo su mirada hacia ella.
-Lo sé mamá. – rodó los ojos.
-Tienes veintiún años.
-Lo sé mamá.
-Y la temporada está por terminar y no has recibido ninguna propuesta.
-Mamá basta. – siguió Mérida.
Elinor suspiró sin prestarle atención.
-Parece que esta, tampoco será nuestra temporada.
-¿Nuestra?
-Oh bueno, tal vez quede una oportunidad... - habló la mayor con una elegante mano sobre su mentón rememorando tal vez algo importante que se le había pasado decirle. – En una semana regresaremos a Hampshire, sí. Si, tal vez esa reunión podría funcionar... - siguió parloteando para sí misma.
-¿Cómo dices? – Mérida no podía seguirle el paso, pero no le importó. Optó entonces por detener esa plática y continuar su camino. – En fin madre, estoy contentísima de poder regresar a Hampshire en una semana. Mientras tanto, iré a saludar a Rapunzel. Si me disculpas.
La joven dio media vuelta dispuesta a alejarse, pero entonces fue detenida de nuevo por su madre:
-Mérida te he dicho que no me gusta que te juntes con esas muchachas. No hay ningún problema con Rapunzel, sabes que adoro a mi sobrina, -Mérida sabía que Elinor hablaba en serio. La hermana mayor de Elinor, Arianna, era madre de Rapunzel y tanto la familia Crown como Dunbroch eran muy cercanas. - Si no fuera por esa horrible tartamudez, Dios sabe que mi preciosa sobrina tendría a varios pretendientes detrás de ella. –suspiró preocupada. – Solo espero que trate de controlarla, sino fuera así creo que lord Frederic tiene planes de concertarle un matrimonio. Mi hermana no está de acuerdo con ello, pero lord Frederic ha comenzado a preocuparse. – ella sabía lo sobre protectores que los Crown podían ser con su hija, pero sin duda un matrimonio de esa manera no era algo que deseara para Rapunzel. Elinor miró a su hija apenada. – No quisiera eso para ti Mérida. Pero si no me dejas otra opción, creo que podría considerarlo.
Mérida abrió los ojos desconcertada.
-Madre, no te atreverías.
La mayor sonrió con diversión.
-No, por supuesto que no. Al menos por el momento. – la joven iba a replicar pero Elinor se lo impidió mientras su semblante volvía a uno ceñudo. – Escúchame bien Mérida, no quiero que te involucres tanto con las muchachas Arendell. – siguió su madre dirigiendo una fugaz mirada en donde las dos chicas mencionadas se encontraban sentadas en la misma mesa con Rapunzel. – Bastante tengo con que tú misma espantes a tus pretendientes como para que ahora te relaciones con esas niñas. Su abuelo es un duque respetable por eso nadie se atrevería a contradecir el origen de sus nietas, aun así no quiero ningún rumor circulando alrededor tuyo Mérida.
A pesar de no conocer tanto a Elsa y Anna Arendell, Mérida no pudo evitar el defenderlas. Después de todo, llevaban tres temporadas sentadas juntas en los rincones de los salones de baile. Nunca habían entablado una conversación sustancial fuera del clima, lo buena que estaba la limonada y lo bien que tocaba la orquesta en los bailes. Esos años solo habían compartido silencios y charlas triviales, pero aun así había nacido una especie de vínculo mientras estaban sentadas en ese rincón. A lo mejor era algo que solo sentía ella, pero no dudaba que había algo especial en ese grupo que se había formado sin intención.
-Ellas no tienen la culpa, mamá. Lo sabes.
-Sí, lo sé cariño. – de pronto Elinor mostró una mirada de compasión mientras acariciaba el brazo de su hija. – Pero también sé lo cruel que puede ser la sociedad a veces. Tan sólo no quiero que eso llegue a ti.
Mérida trago grueso deshaciendo el nudo en su garganta. Amaba a su madre. Sabía que Elinor solo quería lo mejor para ella aunque a veces se convirtiera en una mamá dragona caza maridos y se olvidara de lo que su hija realmente quería. Pero no podía culparla, ese era el trabajo de una madre. Y por supuesto que Mérida también sabía lo cruel que podía llegar a ser la sociedad. El simple hecho de recluir a Rapunzel por su timidez y a las hermanas Arendell por el origen de su nacimiento al igual que a ella solo por tener un carácter fuera de los parámetros recatados de las damas de sociedad, se lo había dejado muy claro a lo largo de esos tres años.
Odiaba a la gente pomposa de la sociedad londinense, y decidió rotundamente que ahora ese hecho volvía a ser el número uno de su lista.
Mérida abrazó a su mamá y se despidió de ella.
-Bien madre, seguiré tu consejo. Pero por ahora, iré a sentarme con Rapunzel.
Elinor frunció el ceño al ver que su hija realmente no le haría caso.
-Bien, te vigilaré desde el lugar de las matronas. Intentaré que algunos caballeros las inviten a bailar, así que no quiero que los rechacen. Hazle saber a Rapunzel.
Para cuando su madre había terminado la oración, Mérida estaba a medio camino despidiendo a su madre con la mano mientras soltaba un divertido:
-No intentes tanto madre, podrías fatigarte.
Y tras escuchar un gruñido por parte de Elinor, nada propio de una dama, Mérida llegó hasta Rapunzel y las hermanas Arendell sentadas en el rincón más alejado del salón de baile junto a los floreros.
-Buenas noches señoritas. – saludo con una sonrisa, la cual fue devuelta sólo por dos de ellas.
-¡Mérida! – Rapunzel se levantó de su silla contenta al ver a su prima llegar, la envolvió en un rápido abrazo y se separó de ella.
-Buenas noches lady Dunbroch – saludo animada la menor de las Arendell, Anna, mientras la mayor asentía lentamente con su cabeza.
De las dos, pensó Mérida, Anna era la más animada. Con su brillante cabello color castaño caoba, ojos azules y una sonrisa siempre estampada en su animado rostro, Anna era siempre la que comenzaba las conversaciones y con quien era más fácil el convivir. En cambio la mayor, Elsa, era el contraste perfecto de su risueña hermana. Con su maravilloso cabello platinado, su piel como el más puro marfil, y unos fríos y calculadores ojos azules en un perfilado rostro que nunca había visto sonreír. Elsa era sin lugar a dudas una persona difícil de tratar.
En temporadas anteriores Mérida había escuchado conversaciones de damas y caballeros, y sobre todo matronas chismosas, en donde describían a la menor de las Arendell como una chica demasiado parlanchina y despistada la cual no era alguien que podría pertenecer a su elitista grupo pues le faltaba mucho de instrucción y sensatez. En cambio, aunque Elsa tenía el porte, la belleza y la educación de una perfecta dama de sociedad, no era demasiado social. Su glacial indiferencia hacia los demás la hacían ver ante las personas como una chica engreída. Y las damas rechazaban tanto el comportamiento de Anna como el de Elsa. Los dos tan diferentes y opuestos. Las invitaban a todos los eventos de la temporada y las saludaban siempre con gran respeto puesto que nadie quería hacerle un desplante o desairar al viejo duque de Arendell, lord Runeard, el abuelo de ambas. Lord Runeard era un duque poderoso, ridículamente rico y reconocido por su gran influencia en el Parlamento, era por eso que nadie se atrevía a desairar a sus nietas por más que en silencio no eran bienvenidas completamente en la sociedad por el pasado que llevaban tras ellas.
Mérida contempló ese grupo con una nueva resolución.
Después de esa última temporada y lo insistente que había sido su madre por buscarle marido, Mérida había llegado a una conclusión:
-Señoritas, esta noche estoy dispuesta a hablar sobre algo más importante aparte del clima y lo exquisita que está la limonada esta noche.
Tras escuchar sus palabras después de un corto silencio, de pronto Anna sonrió con un brillo animoso en sus ojos soñadores, y Rapunzel la miró interrogativa. La única sin inmutarse fue Elsa quien tan solo se limitó a mirarla a los ojos.
Mérida prosiguió:
-Estoy harta de las temporadas. – sentenció. – Y si mi único camino para tener la libertad que quiero es casarme, entonces tenemos que unir fuerzas. – Rapunzel la miró asombrada al escucharla mientras Anna daba pequeños chillidos de emoción.
-No tengo idea de que es lo que tienes en mente lady Mérida, ¡pero estoy dentro! – soltó Anna emocionada mientras recibía una mirada de advertencia por parte de su hermana mayor.
Animada por la reacción de la joven, Mérida se decidió a seguir con lo que en su mente había estado rondando desde que se despidió de su madre.
-Déjenme explicarme. – carraspeó su garganta, nada propio de una dama, y continuó. – Han pasado tres temporadas desde que hemos estado juntas sentadas en estos mismos rincones a lado de... - se volvió hacia un adorno en particular. – los floreros. – sonrió de lado. – Tal vez no nos conozcamos del todo, pero tenemos un enemigo en común... la sociedad. – se jactó. – Y tengo mis razones para proponerles el unir fuerzas para conseguir un caballero adecuado con quien contraer matrimonio. – tras haber soltado por fin la idea que había estado en su cabeza, escuchó un leve gemido de asombro por parte de Rapunzel. Y al ver como las damas a su alrededor seguían viéndola con interés, Mérida siguió: - Estos últimos años mi madre se ha comportado como buitre sobre la carne arrojándome a caballeros nada favorecedores. Si tengo que casarme, al menos quiero elegir. – afirmó. - Amo vivir en el campo, así que me conformaría en encontrar a alguien que quiera vivir en el campo y ame a los caballos tanto como yo. –Rapunzel asentía al escucharla llenándose un poco de la energía de sus palabras, al mismo tiempo que Anna daba saltitos de entusiasmo en su asiento. Sabía que tendría la aprobación de ellas dos rápidamente, pero con quien no estaba segura era con Elsa. Quien en ese momento la miraba con un elegante ceño fruncido.
Mérida continúo:
-Rapunzel, - la llamó. - mi madre me dijo que tío Frederic quiere concertarte un matrimonio.
-Oh, p-pero es solo una posibilidad. – habló la chica un poco nerviosa al ser el centro de atención. – Si no me gusta, padre dijo qu-que soy libre de elegir.
-¿Y de quién se trata esa posibilidad de la que están hablando? – quiso saber Anna interesada en el tema.
-Se trata de quien heredará el título de padre. Al n-no tener herederos hombres, el titulo pa-pasaria a un pariente lejano. Me temo que no estoy segura de quien se trate.
Mérida lo pensó un poco.
-Bueno, es una posibilidad. Pero el próximo heredero puede llegar a ser un viejo entrado en años. Si pudieras contraer matrimonio con un caballero que tu elijas sería mejor, y podemos lograrlo. Antes de que tus padres cambien de opinión y conviertan esa posibilidad en una obligación.
Ante esa afirmación Rapunzel se quedó muy pensativa.
-Ti-tienes razón.- de pronto la rubia la miró decidida cosa que enorgulleció a Mérida pues lo siguiente que habló la rubia fue sin tartamudear: – Estoy dentro.
Anna chilló de emoción.
-¡Oh! Esto es tan emocionante. Parece una novela romántica. De más está decir que estoy dentro. Por supuesto que me gustaría encontrar al amor de mi vida.
-Anna- la reprendió su hermana, fue la primera vez que habló desde que Mérida les planteara la idea. – No se trata de encontrar al amor de tu vida, es sobre contraer un matrimonio adecuado. – habló cortante, Anna bufó.
-Qué más da. Si al final eliges casarte, es porque amas al caballero en cuestión ¿no es así?
Aunque Rapunzel asintió igual de emocionada que Anna, tanto Mérida como Elsa guardaron silencio. Mérida estaba segura de que su futuro y aún misterioso casamiento no sería por amor. Solo estaba viendo lo que más le convenía en esos momentos, y lo que más quería era vivir feliz en el campo rodeada de caballos. Lo mínimo que podía buscar en un caballero sería que quisiera vivir en el campo. Después vería cómo enfrentaría lo demás.
Mérida carraspeó y prosiguió:
-Lady Anna, lady Elsa – habló dirigiéndose más hacia la última. – Seré directa con ustedes, bien saben que me conocen por eso, - sonrió. – Pero uniendo fuerzas para este objetivo también estaríamos callando cualquier habladuría. Si logramos matrimonios ventajosos para ustedes callaremos cualquier habladuría sobre su familia de las cuales ya estoy harta. – Rapunzel posó una mano sobre su boca sorprendida de la franqueza de su prima al hablar directamente de lo que todos hablaban en murmullos sobre las Arendell.
En ese momento en el cual parecía que Elsa replicaría ante su argumento, un apuesto caballero había llegado hasta su mesa, y con una fingida tos, captó la atención del grupo.
-Disculpe que las interrumpa mis damas, pero me gustaría invitar a bailar a lady Anna.
Y saltando de su silla con una enorme sonrisa en su rostro, Anna aceptó la invitación del hombre ante la desaprobadora mirada de su hermana.
Mérida reconoció al caballero, era el quinto hijo del vizconde Westergaard. Hans, sino recordaba mal su nombre. Pues en ese último mes había estado invitando a bailar a Anna al menos una vez en cada baile. Cosa que alegraba a la muchacha, pero no a su hermana mayor.
Elsa se volvió hacia el caballero con una desdeñosa mirada al ver como éste saludaba a su hermana con un beso en la mano.
-Oh, mi querida lady Elsa. –casi suspiró. - Por educación también la invitaría a bailar seguido de su hermana, pero me temo que tengo miedo de que me congele en mitad de la pista de baile con esa mirada. Así que, – sonrió ladino: - con su permiso. – y dedicándole una inclinación majestuosa se retiró con una risueña Anna tomada del brazo.
Sin dejar de fulminarlo con la mirada, Elsa habló:
-Estoy dentro, lady Mérida. – ante esa afirmación, la aludida se sorprendió un poco al escucharla. Entonces la Arendell se volvió hacia ella decidida: - Lo que sea para alejar a ese rufián de mi hermana.
-¿No le agrada, verdad? – sonrió ladina la Dunbroch.
-Ni un poco. –y cambiando de tema, Elsa la miró a los ojos. – Ciertamente es usted muy franca, lady Mérida, pero todo lo que dijo es verdad. Mi abuelo es desdichado por toda esta situación. Si una de nosotras se casa apropiadamente tal vez eso calme un poco las habladurías. Cuente conmigo.
Tras escucharla, la Dunbroch la miró ahora con otra perspectiva. Ahora podía comprender un poco mejor a lady Elsa Arendell, su pequeña hermana era una romántica y podía comprender la preocupación que tenía por ella y por caer en las manos de algún hombre terrible. Ciertamente Mérida tenía esa misma preocupación por Rapunzel puesto que habían sido amigas desde siempre. Y aunque era su prima directa, también la sentía como a una hermana.
Mérida sonrió honestamente.
-Me agradas Elsa, - y para su sorpresa, la chica le respondió con la misma sonrisa. – Será mejor que comencemos a tutearnos. – declaró. - Después de pasar tanto tiempo juntas sentadas junto a los floreros creo que ya era hora de hacerlo.
Elsa sonrió un poco más al escucharla:
-Tú también me agradas Mérida. – y para sorpresa de ambas chicas, ella continuó-: Creo que debimos hacer esto tres temporadas atrás.
Las chicas rieron ante las miradas quisquillosas de las personas alrededor al ver como las damas que siempre se recluían en el rincón ahora hablaban animadamente.
-Bueno, nunca es tarde para empezar. – habló Mérida llena de renovadas energías ahora que veía su plan más cerca. – Sólo que empezar mientras se termina una temporada, no sé si es buena idea. – dijo pensativa.
-Ta-tal vez no es tan tarde. – habló de pronto Rapunzel al ver como su prima y la mayor de las Arendell se quedaban calladas y pensativas.
-¿Por qué lo dices Rapunzel?
-Aún faltan unas se-semanas para que termine la temporada oficialmente, y madre me dijo esta mañana que habrá una fi-fiesta de campo en Hampshire. Durará dos semanas y habrá mu-muchos caballeros pues comenzará la caza del urogallo rojo.
-Oh claro, a los hombres les encanta cazar y así poder medir sus habilidades con otros hombres. – Mérida rodó los ojos a sabiendas que ella podría ser mejor cazadora que ellos. – Bueno, será un gran lugar, podremos empezar por ahí.
-Cierto, lord Runeard nos habló de esa estadía en la finca de lord Haddock. – habló Elsa. - Casi lo olvido. Le encanta cazar a pesar de su edad. – y posando una elegante mano sobre su mentón, prosiguió: - Creo también mencionó algo sobre dar una bienvenida. Al parecer lord Haddock había estado fuera del país por un tiempo.
Al mencionar el nombre del anfitrión que daría esa fiesta campestre, entonces Mérida dejó de prestarle atención a la mayor de las Arendell. Se dio cuenta que Rapunzel había obviado el nombre al mencionar la fiesta en el campo, y entonces se volvió hacia ella con el ceño fruncido.
Rapunzel no necesitó que Mérida le preguntara nada pues sabía lo que estaba pensando, entonces se apresuró a decir:
-¿Ti-tía Elinor, no te co-contó sobre esto? – preguntó nerviosa al ver el ahora rostro molesto de su prima.
-No, no me contó sobre nada. – soltó en un resoplido. – Aunque hace un momento se comportó de forma extraña.
Mérida se puso a divagar en los momentos anteriores que había estado con su madre, en cómo le había dicho que tendría otra oportunidad en Hampshire. ¡Por supuesto! Por eso estaba tan ansiosa de regresar al campo cuando a Elinor siempre le había encantado quedarse en Londres la mayor parte del tiempo por la temporada. Y era porque él había vuelto.
Al ver el intercambio de reacciones entre Mérida y Rapunzel, Elsa habló:
-¿Algo que necesite saber? – alzó una de sus elegantes cejas.
Rapunzel sacudió su cabeza, y luego asintió. Por último se encogió de hombros indecisa de si hablarle sobre eso o no. Mientras tanto, Mérida se incorporó de golpe de su asiento y se despidió de ellas.
-Si me disculpan. –habló presurosa. – Pero tengo una charla pendiente con mi madre. – las dos chicas asintieron y Mérida se volvió una última vez. – En una semana nos veremos en la finca de Hiccup... quiero decir, lord Haddock. No se olviden de nuestro plan. Hasta luego.
Mérida no alcanzó a ver las reacciones de sus más recientes amigas, pues salió como rayo hacia la mesa de las matronas en donde divisó a su madre hablando con otras señoras y acompañantes. Y alejándola lo más elegantemente que pudo de ahí hacia un pasillo semi desierto, comenzó a hablar:
-¿Por qué no me dijiste que Hiccup volvía?
-¿Así que te enteraste por Rapunzel? Sabía que te lo contaría, pero no era algo que quisiera ocultarte, cariño. Tan solo no había encontrado el momento adecuado para decirte.
-Madre – gruñó Mérida, parecía furiosa pero no con su madre. – ¿No encontraste el tiempo adecuado para decirme que después de tres años fuera del país, Hiccup había regresado? ¡Ah! Y está organizando una fiesta para variar.
-Sí, la cual hemos sido invitados. Toda la familia.
-¡Madre! – gruñó la chica.
Elinor suspiró.
-El día anterior recibí correspondencia de Valka, me escribía emocionada, pues en el papel se podía ver aun manchas de tinta por sus lágrimas, que Hiccup había vuelto hace dos semanas a Hampshire. No tiene intención de venir a Londres todavía, pero le dio permiso a Valka para organizar una fiesta en el campo si así lo deseaba. Por supuesto que Valka quiere darle la bienvenida a su hijo, y que todo Londres pueda enterarse de que lord Haddock conde de Berk ha regresado.
-¿Una fiesta? – escupió incrédula. – ¿Lady Valka quiere darle una fiesta cuándo la abandonó por tres años?
-No la abandonó. – afirmó. – Él tenía que irse, Mérida y lo sabes. Además nosotras siempre estuvimos ahí para ella.
-Por supuesto que estuvimos ahí para ella. Después de la muerte de su esposo y el abandono de su único hijo, nadie más estuvo para ella más que nosotros.
Mérida se encontraba realmente furiosa, aun no podía comprender la noticia de que Hiccup había regresado después de todo ese tiempo en donde su madre, Valka, le había escrito cartas. En donde Elinor le había escrito cartas, hasta ella misma le había escrito cartas. Pero ninguna había sido contestada. De vez en cuando el padre de Mérida, lord Fergus, les anunciaba que Hiccup le había escrito e informaba que se encontraba bien. Que se encontraba recorriendo el continente europeo y que regresaría pronto. Mérida intuía que tan solo mantenía correspondencia con su padre pues sería la única persona que lo ayudaría con las responsabilidades del condado que había dejado atrás al marcharse. Pero Hiccup no volvió ese primer año de su partida, y tampoco el segundo. Y ahora a punto de cumplir tres años en los que poco había sabido de él, regresa sin aviso alguno.
Mérida no sabía qué pensar. Recuerdos dolorosos de años atrás la asaltaban y abrumaban de repente. Sus sentimientos eran un lío. Frustración, furia y alivio se agolpaban en su pecho sin saber a cuál dar importancia.
Y sin embargo, era la furia quien se apoderaba de ella esa noche.
-Nos vamos. - anunció Mérida con voz contenida. – Y mañana mismo partiremos a Hampshire, madre.
Elinor suspiró.
-Sabía que reaccionarías así, por eso no podía contarte cariño.
-¡Harán una fiesta, madre! – soltó entonces exasperada. – Después de tanto... Después de todo lo que... - pero Mérida no podía terminar sus oraciones tratando de controlar su enojo.
-Cariño... -la tranquilizó Elinor tomándola por los hombros con voz apaciguadora. – Solo podemos estar contentas por Valka. – sonrió tranquila. - Ahora está feliz y es todo lo que ella se merece después de sufrir tanto. – suspiró. – Cuando lo veas, no quiero que discutas con Hiccup, Mérida. Eso destrozaría a Valka.
Mérida suspiró un poco más calmada al escucharla.
-Lo sé, mamá -habló resignada. – Intentaré no hacerlo, frente a ella.
Y tras eso salió del salón de baile con su madre pisándole los talones.
Esa noche Mérida había armado un plan con chicas que ahora consideraba cercanas, pero en su cabeza nomas podía pensar en Hiccup. En aquel muchacho que conocía desde su infancia, y quien los había abandonado hace tres años tras la muerte de su padre, lord Estoico.
o-o-o-o-o
¡Hola!
Después de tiempo regresé con esta historia. Se que aún me falta terminar 'Mi caballero ladrón', pero moría por escribir sobre Mérida y Hiccup de nuevo. Y por supuesto como se habrán dado cuenta, nuestras heroínas Rapunzel y Elsa también vuelven a salir. Les seré franca: no tomare mucho en cuenta a Anna, pues su personaje nunca me agradó del todo. Pero si será parte de esta historia.
Y algo de aclaraciones:
Si no han entrado al mundo de novelas rosas y romance histórico, les cuento: de eso tratara esta historia. Hablamos de la época del siglo dieciocho, época victoriana, de condes, duques, marqueses, reyes, etc. Donde las jóvenes llegadas a cierta edad eran presentadas ante la sociedad para poder conseguir un respetable y adecuado marido.
Al principio describo un poco sobre esto, la temporada social, Londres, etc. Y quiero confesar que me he basado un poco en las novelas de una de mis autoras favoritas: Lisa Kleypas. Tiene una serie de 4 libros llamada Wallflowers, les recomiendo esas novelas si quieren ir adentrándose más a este mundo de novelas rosas.
En fin, tengo un poco adelantada esta historia y pienso no será muy larga. Y esta serie Damas tan solo será de dos libros, por supuesto de mis top: Mérida y Elsa. Claro que también intentaré desenlazar las historias de Rapunzel y Anna en estos mismos libros.
Bueno, creo que es todo. Haré todo lo posible por terminar 'Mi caballero ladron' y espero actualizar pronto pues el trabajo me trae muerta.
Muchas gracias por leer y espero que en estas fechas se encuentren muy bien y en compañía de sus seres queridos.
Nos leemos pronto,
Miss Grimm.
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