Una cerveza servida por el diablo
Era el quinto año, el final de la secundaria se acercaba y el Movimiento Cristiano conocido como Palestra, hacía un retiro espiritual en el convento que el Obispado de Catamarca tenía en el hermoso El Rodeo a 40 km de la Ciudad.
Por supuesto fue un laborioso organizador mas, pero en él se veía la experiencia no el entusiasmo. Lo digo porque fui participante de esa Palestra. Mis padres a pedido de las tías, me habían indicado que asista como uno de los que diera testimonio de la vida apegada a los preceptos de Cristo.
La Palestra duraría con arribo el miércoles a la tarde jueves, viernes y sábado días completos. El domingo sería de testimonio de los participantes, refrigerio de camaradería y regreso. Para quienes no hayan participado en estos retiros espirituales, apunto algunos detalles. Lo que hacen el retiro, entregan sus relojes, no pueden llevar radio (en esa época no había celulares, tabletas, etc.). Su único contacto con el mundo exterior son las cartas de apoyo que familiares y amigos envían, todas con énfasis en la meditación y la entrega al Señor.
En el retiro intervienen laicos que dan sus disertaciones sobre el camino de la Fe. Yo sería uno de ellos. Estas conferencias se daban a cualquier hora incluso de la noche y tenían una continuidad argumental y temporal. C ya había intervenido en varias Palestras y si bien esto es inusual, el peso de las tías dentro de la comunidad religiosa era dirimente para obtener la aquiescencia de la curia para su participación.
C intervino siendo uno entre tantos de los que hacían los ejercicios espirituales. Se le notaba cierta melancolía, pero esa expresión se la había visto en incontables oportunidades y por diversas motivaciones. Entre ellas el aburrimiento. Llegó el sábado, era en horas de la tarde. Luego de rezar el rosario, decir las jaculatorias los palestritas guiados por los dirigentes iban en grupos donde nunca estaban los mismos a diversas aulas para escuchar las ponencias. C en una de ellas quedó ubicado cerca de la puerta y fue que a mí me tocaba esa aula y esa conferencia. Comencé como tantas veces lo había hecho, ya que mi activismo religioso es lo primero dentro de las labores en mi vida; momento que veo a C indicando en dirección al baño esperando respetuoso mi autorización o no.
Tuve temor de su reacción, sabía lo que había hecho en el jardín de infante, ya me lo veía orinando detrás de algunas de las columnas de la galería que rodea cuartos dependencias y aulas, con toda la distracción y escándalo que ello significaba. Era una Palestra integrada por muchachos y chicas. Pensar eso y asentir fue uno solo. C de la manera que pudo se escurrió pasando desapercibido y no regresó.
Se supo que se había ido al club San Martín, el de los lugareños de El Rodeo, queda cerca de la comisaría y de la escuela Laínez. Allí pronto se había prendido en un cuarto de truco donde hacía pareja con un rodeino, tuvo buen ojo como siempre, era uno de los que mandan en la zona lo que le garantizaba no ser molestado por ser foráneo, por ser de la ciudad. Se pactó el encuentro a dos manos y el bueno. Las dos primeras manos sin flor, el bueno con flor y valía doble lo que obligaba en ciertas combinaciones de juegos ganados, a ir a un cuarto partido que se jugaba también con flor.
C y su compañero ganaron de corrido y a pesar de no tener un mango en el bolsillo (su condición habitual pero además en la Palestra se los sacábamos, ensobrábamos para devolver al final del retiro) hizo aspavientos de perdonar la deuda de juego llevando su negativa a límites peligrosos ya que eso y un insulto era lo mismo. Pero sabía manejar a la gente. Pidió disculpas, aceptó el dinero, lo puso sobre el mostrador y dijo hasta que se acabe todos toman y comen de acá. Era poca plata, pero el gesto obligó a los demás a contribuir a la "vaquita" (fondo común para gasto comunes) y no siguió molestando por temas de plata, tenía garantizado que comería y tomaría lo que quisiera.
A poco se armó el baile, y ya con la simpatía ganada, se dio a bailar con cuanta dama quisiera, sin que nadie le planteara un tema de honor y esto fue hasta las 4 de la mañana. Del Club San Martín al convento había una caminata de unos 45 minutos. Era el domingo y clareaba. Llego justo para cuando los participantes del retiro se levantaban y aseo de por medio partían al desayuno, luego vendría el arreglo de los cuartos, guardar las cosas personales y con todo listo comenzaban los testimonios de los palestritas.
Todo iba en paz, no obstante no ser intrascendente que se hubiera escapado dando pie a murmuraciones y gestos destemplados de los que encontraban en estado de gracia, pero nadie imaginaba que las cosas pasarían a mayores. Los palestritas daban sus testimonios subidos a una mesa de madera. C estaba alejado de la mesa, apoyado contra un árbol haciendo todo lo posible – con escaso éxito – para mantenerse despierto.
Fue el momento que trepó a la mesa para dar su testimonio "Nano" Soberón, no uno de los compinches de C pero cercano a muchos de ellos. Pero se sabe, de Torquemada a la fecha nada hay peor que un converso. Es el paso de la indiferencia o el repudio al fanatismo por la nueva fe abrazada. "Nano" Soberón la emprendió a los gritos, manifestaba que había encontrado a Dios, que todos eran sus hermanos, pronto algunas lágrimas comenzaron a rodar en sus mejillas por la emoción auto provocada, cuando intempestivamente y sin que nadie lo previera dijo "el encontrar a Dios me hace ver la presencia del diablo que está aquí presente, entre nosotros", gritaba y aullaba con esa cantinela mientras señalaba a C que por los gritos finalmente había podido despertar y entre tantos alaridos dados por el energúmenos salió claramente la frase "el diablo es C anoche ha estado pecando y brindando con cervezas servidas por el diablo".
Todos enmudecieron lo que permitió escuchar su rápido retruécano: "Me confundí de lugar. En vez de orantes son orates incapaces de expulsar al diablo" mientras esbozaba una mueca despectiva murmurando, "estos inmigrantes nacidos para fanáticos".
Vinieron los otros dirigentes a mi llamado y las cosas no pasaron a mayores pues algunos que entendían lo que era un orate ya lo insultaban de mala manera. El refrigerio hizo lo suyo, todos subimos a los ómnibus y regresamos a la Ciudad. La Palestra fue un éxito – el fracaso nunca se asume – y hasta C obtuvo su diploma, abrazos y bendiciones en el lugar de arribo, en el viejo obispado ya en desuso ubicado en la vereda del frente de la escuela Mariano Moreno.
El año se fue y C aprobó todas las materias del quinto curso, egresó y partió a Tucumán a inscribirse en la facultad de derecho donde al año siguiente comenzaría la carrera de abogacía.
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