Un acto de fe
Como recuerdan esta es la parte inconclusa de los cuadernos de C, en donde quería dar respuesta a los porqués del crimen atroz que había cometido. Recordé la visita donde premonitoriamente me había asignado la tarea de completar su indagación. Pero transcurrieron los días que se hicieron semanas las que se convirtieron en meses volcados a años, hasta que terminó el proceso penal que se le hiciera y al que como dije concurrí tratando de pasar desapercibido cosa que creo haber logrado. Nunca me hizo comentario al respecto.
Escuche la acusación, el crimen estaba confeso y probado, solo faltaba discutir la pena. El Fiscal solicitó reclusión perpetua aduciendo el ensañamiento en la muerte ocasionada a Rojano. El ensañamiento estaba claro. C asumió su propia defensa, adujo estado de emoción violenta por el crimen atroz que acababa de contemplar. Sin embargo los testigos lo ubicaron alejado del lugar del asesinato. Creo que algunos lo hicieron para no mostrarlo cobarde al haber dicho que presenció y se conmocionó por la cruel e inusitada muerte de la mujer sin intervenir en su ayuda; otros - no muchos - conscientes de la importancia de sus palabras para decidir sobre el destino de un urbano que cargaba apellidos y títulos universitarios edificaban con cuidado de artesano la celda que con sus dichos construían con envidia y frustración pueblerina que como veneno corre en algunos habitantes de esos pequeños y miserables lugares en lugar de la sangre. Recordé esa obra maestra folletinesca, "Boquitas pintadas" en donde la murmuración es la base social de la convivencia. Esa gente agregaba con la fruición que da el resentimiento, "que tan mal pudo violentarse si no presenció la muerte sufrida por la mujer".
Las Estancias es un ramillete de pueblos encadenados bajo esa denominación genérica: Río Potrero, El Charquiadero, Las Rosas, Alto de las Juntas, La Mesada, El Lindero, El Alamito, Buena Vista que eran un hervidero de chismes y suposiciones a la par que a medida que el tiempo alejaba los hechos estos adquirían su propia vida y dinámica en cada pueblo, haciendo concurrir a la fiesta que organizara Rojano a los mil quinientos habitantes permanentes de esa época y a los dos mil turistas que allí vacacionaban por ese entonces, cuando en el patio de su casa con suerte entrarían unas setenta, cien personas.
El Fiscal pidió réplica y sacó a relucir todo lo que en su niñez y adolescencia había realizado el reo como muestrario de un hombre que ya nació sin frenos impuestos por la civilización. La conmoción mayor la causó el episodio de la Palestra y el haber sido imputado de encarnar al diablo. Esto y decir que nació para asesinar era lo mismo. De nada valieron – porque tampoco los invocó pero era de público conocimiento – todo lo que había apostolado por los peregrinos en las Fiestas Marianas, su permanente cercanía con la iglesia. Parecía estar en otra cosa y ahora de la lectura de sus cuadernos lo comprendo perfectamente. Su preocupación estribaba en saber porque se había convertido en un asesino. Se fue sin poderse dar esa respuesta tras catorce años de pensar en ella. O quizás la supo y no la escribió aterrorizado de ver sus conclusiones ......
Volví a tomar nota de la secuencia de hechos como tantas veces ya lo hiciera sin tener conclusiones claras. Partí desde la nota que pusiera en su cuaderno "Aquí comienza la autopista" o palabras similares. Era la acción del que llamaba "boludo" la que lo sacó de vivir a pleno la bohemia universitaria y lo convirtió en un Montaigne, un filósofo a la jineta urgido, leyendo en sus viajes y escribiendo donde se hospedara, buscando una respuesta a la fe que sentía pero a la que la razón le ponía severos cuestionamientos. Sin la acción de aquél no hubiera apurado su carrera y no habría estado en el lugar de los hechos. Seguiría en su búsqueda personal a la que lo impelía el ambiente religioso casi medieval, inquisitorio agobiante que lo había marcado en los años de su niñez provinciana y para siempre, dentro de creencias que sin embargo cuestionaba. Esa tensión entre una mente brillante y unos sentimientos que creía no tenerlos desarrollados como para abrazar sin cuestionamientos la Fe.
Por mi trabajo recorrí muchas veces la zona del Aconquija y sus aledaños. El asesinato de Rojano cometido por C daba para hacer confluir todos los asesinatos habidos en la humanidad. Desde la muerte ocasionada a traición hasta la muerte dada en la pelea que hubo para defender a la mujer las variaciones eran plurales. Una vez viajando por la ruta 9 en dirección a Santiago del Estero, hice alto en Jesús María, su festival y sus fogones camperos. Mientras los recorría escuché la historia, pero la decía una mujer con los ojos entrecerrados sentada con las piernas entrecruzadas y sobre esa plataforma bamboleaba el cuerpo haciendo luz y sombras el fogón sobre su cara. Es una chamán muy reconocida alguien me dijo mientras escuchaba el final de la historia. Rojano le pedía a C que lo mate pues sus creencias le impedían cometer suicidio. Se sentía espantado del crimen ejecutado y quería el perdón de Dios pero sobre todo de su esposa.
No fue sino quince o veinte años después que los hechos acontecieron cuando una noche me desperté creyendo escuchar el grito del nieto que esa día estaba a nuestro cargo. Vi a mi mujer dormida y sin hacer ruido me levanté. Fui al cuarto que había sido de mis hijos y ahora lo era de sus hijos. Este reposaba tranquilo, con su respirar pausado y sus colores rebosantes de vida. "Debo haberlo soñado al grito" y mis pensamientos giraron sobre C que eran un sueño recurrente. Con la somnolencia ya perdida, bajé a mi estudio y agarré como de costumbre en todos estos años el cuaderno número 20, el inconcluso. Miré el título por enésima vez decía "Acto de Fe". Levanté la cabeza ensimismado en cavilaciones sobre los hechos y mi ojos de pronto se posaron en sus libros que los había acomodado en un aparte en mi biblioteca y que tantas veces había ojeado y algunos leído. Me levanté para mirarlos de cerca y un nombre me llamó la atención. "El Queso y los gusanos, el cosmos según un molinero del siglo XVI", escrito por Carlo Ginzburg. El hecho que se refiriera a un molinero me generó la indiferencia, "¿cómo podría sacar de una inteligencia primaria las herramientas de análisis para escudriñar una mente sofisticada como la de C?" Esa indiferencia de años la compensé esta vez prestándole atención.
Lo empecé a leer y note que había una parte de las hojas que tendía a entreabrirse. Fui hacia ella, era la pág 113 y tenía subrayado el siguiente párrafo; "que hay de común entre César y el último soldado de sus legiones entre San Luis y el campesino que labra sus tierras, entre Cristóbal Colón y el marinero de sus carabelas". El papel que marcaba la página tenía una nota de C. "que hay de común entre Rojano y yo". se vio una letra despareja dubitativa cuando esbozó una respuesta con una pregunta "¿la imaginería?" para agregar marcando lo absurdo de juzgar lo divino con leyes terrenales. Un C de primera agua. "Este texto narra el transcurso del juicio por parte de la Inquisición que se hace a un molinero de la ciudad de Friuli, Italia, el cual es acusado de herejía, de blasfemia por considerar que el caos y no Dios era el origen del universo, caos que era como el queso para los gusanos. En este sentido, el texto de Ginzburg gira en torno a la narración de un proceso judicial que sufre un condenado por religión" y la pregunta, "¿puede la ley humana juzgar creencias divinas?"
Volví al cuaderno 20 el del capítulo inconcluso y me dí cuenta que el molinero medieval con escasa lectura dando sus teorías sobre el universo, lo que le valió la condena de la inquisición y lo remisión a la autoridad civil que lo ajustició en la hoguera, era una figura tan desproporcionada para su época como Rojano con seiscientos años mas de civilización sobre su haber para la suya, en su brutalidad igualmente medieval y herética, aún a minutos de haber cometido un crimen monstruoso, era capaz seguir tallando belleza sacra que C consideraba solo podía ser inspiración divina y la había asumido como la comprobación de la existencia de Dios. Una herejía cometida por parte de Rojano cabía como única conclusión.
Entonces caí en la cuenta que "Acto de Fe" es denominación común pero menos usada de los "Autos de Fe" que practicaba la inquisición para mantener la pureza de la religión cristiana y tenían la finalidad la confesión del reo, no la condena que como he dicho era impuesta por las autoridades civiles y supe como una revelación que en ese cuarto donde sucedió la tragedia que se llevó la vida de Rojano y la libertad de mi amigo había existido una ceremonia y sin temor digo, un acto de fe entre dos creyentes cuyas personalidades tornaban inasible la fe al margen de la razón.
C buscó que Rojano confesara su blasfemia por crear el mas bello rostro de la Virgen María que había visto con sus manos manchadas por la sangre del asesinato brutal, ello solo era posible por una herejía conducida por el maligno, pero la brutalidad de su acto lo horrorizaba, lo convertía en un fanático y C estaba convencido que no lo era pero no encontró justificaciones para escribir en su capítulo "Acto de Fe".
25 de noviembre de 2016
Dedicado al Hno Luis Murcia de la congregación Lasallana que me hizo advertir que razón y fe no tienen por que transitar caminos diversos
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