Amar a Dios y al prójimo como a ti mismo. Marcos 12,28-34

Conocí a C cuando mi madre que era de la acción católica (Iglesia Católica Apostólica Romana para que no queden dudas) nos preparaba para nuestra primera comunión, ambos compartíamos la amistad de nuestras familias y la mutua antipatía personal.

C era muy particular, no pasaba desapercibido, de mediana estatura, flaco, sin esbozar casi nunca una sonrisa, y lo era porque en el por entonces "primero superior" ( el segundo grado actual), importaba todo un centro de atención. Había sido expulsado desde el jardín de infantes hasta que recaló en la escuela Mariano Moreno, donde lo pasaron de la división de los alumnos; como llamarlos, ¿normales? a la que concurrían los repetidores crónicos, los que trabajaban (oficios comunes en esos trabajos: canillitas, lustrabotas, mendigos...) y los que eran como C. Pero C era único.

El último jardín de infantes que lo había recibido, fue el de la escuela 47 de la Viñita, un barrio marginal del oeste de la ciudad. Allí tampoco duró. Como la maestra le negó permiso para ir al baño (parecía sufrir de próstata de tantas veces que pedía ese permiso) no tuvo mejor idea que subirse a la mesa compartida con sus compañeritos, exhibir su miembro y orinar. Todo un escándalo.


Recibió castigos a granel, incluso un tío, lo llevó hasta la puerta de la cárcel a puro sopapos, chuschones, orejazos, coscachos; un variado menú de violencia verbal y física ante el acto "delincuencial" que C había cometido; vehemencia del tío que se reciclaba y ascendía en cachetadas con no poca fuerza mientras era avisado que a partir de esa noche estaría en la cárcel.

Imagino que le mostraron la vieja penitenciaría ubicada en Avda. Güemes y Gobernador Galindez con un edificio central rodeada por un parque y un alambrado olímpico por toda seguridad. Hoy ha sido abandonado.


C estuvo aterrado por un tiempo y sin llegar a los extremos de sus inconductas, pronto reconstruyó su fuerza contra lo que él con su particular visión consideraba injusticias.

Lo llamo con esta inicial que nada tiene que ver con sus nombres y apellidos para no abrir nuevas heridas en su familia. Sobre todo en unas santas mujeres, unas tías solteronas, de primera misa diaria de lunes a lunes, que él se niega a ver pero que no pierden la fe de asistirlo y presenciarlo convertido en lo que ellas y yo consideramos debe ser un buen cristiano. Con su madre y hermanos tampoco guarda relaciones, se hartaron de ser rechazados. El padre es un padre ausente del que su madre se ha divorciado.

Se niega a verlos y se hartaron de ser rechazados porque C está en prisión, cumple una condena perpetua, 35 años como máximo y de cumplimiento efectivo; la realiza por haber asesinado con alevosía a un hombre.

Al momento que escribo estamos en el año 1.994 y C lleva consumidos 14 años de su prisión. Ha cumplido sus 40 años de edad. En todos estos años, mi antipatía no ha menguado, supe ser su víctima psíquica y física, Generalmente su mayor diversión - así la veía - era escribirme el impecable guardapolvo blanco con que concurría a la escuela "pegarme una patada", lo que los zafios alumnos de esa escuela pública de una sociedad chica, semi colonial como era San Fernando del Valle de Catamarca en 1.960, cumplían con deleite.

Reconozco que esa paga no era sin causa, soy - con la perspectiva que dan los años lo asumo - responsable por lo actuado. Con mi formación religiosa casi fanática y educación espartana; consideraba un deber al regresar de la escuela, ingresar en la casa de las tías y pasar el parte de las inapropiadas conductas de C a las que de mi imaginación les agregaba algún capítulo.

C era muy orgulloso de su pertenencia de clase, exhibía la ristra de sus apellidos, todos de origen español y cuando lo molestaban un poco, tenía una repuesta  presta y la conclusión hiriente. El y su familia – sostenía - habían venido con la conquista mientras que el que recibía el latigazo de su lengua, era un cabecita negra, un cabeza, un inmigrante.

Con los años se olvidó de estas provocaciones puesto que había encontrado otras que estimaba de mayor filo. No eran guarangadas, eran sarcasmos, satirizar alguna peculiaridad del enfrentado que más de una vez le valió una soberana paliza que no lo amilanaba, al contrario parecía ser una fuente de inspiración que le afilaba aún más de ser ello posible, sus punzantes dardos.

Estamos hablando de estas cuestiones cuando C contaba seis años y si no recibió un diluvio de palizas era porque frente a la escuela vivía una parienta cuya casa tenía entrada por la entonces calle República y salida por su paralela, la calle San Martín, ambas entre Maipú y Sarmiento. Casas y medianeras bajas hacían imposible que se pudiera detectar cual era la vía de escape que utilizaría.

Su prestigio se acrecentó por esos años cuando uno de los que había logrado darle unas buenas trompadas y patadas, un estudiante del "primero superior" que contaba 13 años recibió las consecuencias de su prolífica inventiva.

Había desarrollado el avión de papel con peso en la punta. Para ello la masticaba y mojaba con saliva, envolviendo esa punta y compactándola con la tapa del pupitre. Eso le daba una capacidad de control inusual a la dirección del avión. El peligro radicaba en que los aviones de C eran incendiarios.

Le prendía fuego a la cola del avión apuntaba y lanzaba. En este caso la pista de aterrizaje fue la cabeza de "Cholín" Correa, el grandote que lo había fajado. El pelo grasoso por falta de higiene se incendió al instante, frente a la risa de todo el grado y el llanto de aquél pues no pudo apagar el fuego, corría del susto por el incendio de su cabellera, corrida que lo avivaba mas. Terminó la víctima con una severa quemadura de la piel de su cabeza y algunas ampollas en las manos.

Por alguna razón, "Cholín" Correa no tomó represalia, ya en esa edad se conocían códigos que respetaban el valor. Como dijera Almafuerte, del que aún vencido se piensa bravo (Almafuerte, Piu avanti).

Hoy en un año más de los muchos que le antecedieron vengo a participar de la Procesión de la Virgen del Valle de Catamarca. Soy una persona que pisa también sus 40 años. La visita a la Virgen es una tradición de familia a la que me he atenido bajo cualquier circunstancia.

Pero por desgracia C me significa una inquietud constante a pesar de no tener ningún trato con él mas allá que no le he perdido el rastro. Es que en mi cabeza resuena Marcos 12,28-34:

"Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: "¿Cuál es el primero de los mandamientos?".Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos".El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios".Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas."

Quiero enmendar mi falta al segundo mandamiento y ver si puedo amar a C. Por primera vez desde que nos dejamos de ver, le he pedido que me reciba, sentí la necesidad cristiana de verlo, saludarlo y pedirle perdón por mi pecado.

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