CAPITULO 19

SABINA

No conte los días, ni las horas.

No cuando al inicio todo era dolor.

No concia las caras de mis captores, pero al parecer ellos si.

--los traidores solo merecen sufrir—una mujer, por sus vestimenta de alto rango en Hybern me obligo a mirarla.

Esposada y con las heridas apenas sanando me observo con ira, una ira personal.

--Dagdan, no te pases, la necesitamos viva—expreso el macho a su lado, que a pesar de sus palabras sonreía con burla al verme en el suelo.

La mujer rio al notar que no me doblegaba, que le sostenia la mirada sin temor.

--nada mas triste que ver a la poderosa Clythia reducida en basura mortal—farfullo—traedme el látigo.

No parpadee mientras los guardias entraban en mi diminuta celda, cuando me obligaron a arrodillarme.

Le di la espalda a Dagdan y tome aire.

No le daría la satisfacción.

--la traición se paga con sangre.

El látigo cayo sobre mi piel.

Cerre los puños con fuerza, mordiéndome la lengua, sintiendo el sabor de la sangre llenándome la boca, pero no grite. No me mostraria débil, no rogaria por piedad, porque yo misma lo sabia, no habia una pisca de compasión en los soldados de Hybern. Debía prepararme para lo peor, para lo que sea que el rey me depararía, esta era solo la bienvenida.

Minutos eternos después, con la espalda entumida y la respiración entrecortada Dagdan se detuvo, lanzo el látigo a mi lado como si de basura se tratara, se inclino hacia mi y me sonrio, una sonrisa cruel y despiada.

--disfutare tanto cuando Jurian te convierta en su puta personal—farfullo con malicia.

Con las pocas fuerzas que tenia acumule la sangre en mi boca y le escupi en el rostro.

La mujer farfullo con rabia antes de arremeter contra mi rostro.

Solté un chillido de sorpresa al sentir el dolor palpitante que me recorrio en la espalda al caer.

Farfullo una maldición antes de salir de la celda.

Solo cuando supe que no habia nadie, que solo estaba yo en esa celda maloliente, sintiendo como lentamente el dolor en mi espalda menguaba y la sangre dejaba de fluir solloce.

Un solo nombre salió de mis labios.

--Az...

Mi voz se quebró, yo me quebré.

Lo habia dejado solo de nuevo, le habia fallado...

(...)

Los siguientes días la misma mujer continuo viniendo, al parecer su desprecio hacia mi venia de siglos y no dejaría pasar la oportunidad.

No me privaron de la magia, supongo que para permitirme curarme con cada sesión de tortura, de cualquier modo estaba tan débil que solo podía hacer eso para mantenerme con vida, los rastros de ferocidad bruta se habia marchado con cada día de desangre y dolor.

Dagdan era muy creativa, desde golpizas sin fundamento, hasta lanzarme agua helada en las noches mas frías impidiéndome dormir, la hipotermia casi me vence en aquella ocasión.

Empezaba a ser todo monotono, en las mañanas me lanzaban un pan y un poco de agua, en la tarde cuando el sol estaba por ponerse Dagdan entraba a la celda y se quedaba hasta las horas de la noche, donde ya no podía dormir ocupándome de nuevas heridas.

El vestido verde de primavera ahora era ya solo harapos en mugre y sangre.

Asi fue hasta que esa tarde los guardias llegaron mucho mas temprano de lo normal, llevaban a rastras a alguien, una mujer.

Una chica hermosa de cabellos dorados.

Fue acomodada en la celda frente a mi, lucho desesperada hasta que la lanzaron allí sin piedad.

Por sus vestimntas hermosas imagine que fuese una lady, pero... era humana.

Grito desesperada contra los barrotes, enojada y maltrecha, pero con una mirada fiera de luchadora.

--si sigues asi, van a venir, y no te va a gustar—fafulle, mi voz extraña, desde que habia llegado no habia dicho nada, no les habia dado ese placer.

La chica de cabellos dorados se giro hacia mi, debía tener un aspecto terrible por su expresión.

--¿Quién sois?

--eso debo preguntar yo—analice mis manos, donde las heridas de las uñas empezaban a cerrar dejado la piel rosa y débil, como dije, eran creativos—solo los peores enemigos de Hybern llegan aquí, las molestias son eliminadas, y aquello que es personal se toman su tiempo para regodearse.

Se sento frente a los barrotes de mi celda, sus ojos entrecerrados me analizaban

--eres Clythia—dijo en un susurro—las demás reinas hablaron de ti.

--¿ah si? – casi me rei—me imagino que no cosas buenas.

--esperan que ardais en el infierno.

Si, Rhysand tenia razón, eran unos encantos.

--¿y?

Señale a mi alrededor, estarían complacidas de saber mi situación.

--no les deis el gusto—farfullo con rabia.

Las cosas empezaban a encajar.

--eres una de ellas y les diste la espalda, ¿verdad?

Enfadada refunfuño, di en el blanco.

--les día a tu alto lord y vuestra amiga la mitad de nuestro libro, las demás reinas se unieron a Hybern, no podía permitirlo.

La fiereza de sus palabras y su información me dio fortaleza, Rhysand y Feyre tenían el libro, tenían ambas piezas, había oportunidad de pelear.

No me podía rendir, no ahora.

Levante la mirada hacia la reina de cabellos dorados.

--¿Cómo te llamas?

La chica sonrio, ese poder en su mirada resplandecio.

--Demetra.

Le agradecí, porque a pesar de estar en este poso sin esperanza... ella me insistió que peleara.

(...)

A la mañana siguiente Demetra ya no estaba, esperaba que no corriera con mi mismo destino, que las reinas humanas no fuesen tan brutales como Hybern. O tal vez serian peores...

Ese día Dagdan tampoco apareció y eso me puso alerta, algo cambiaria, algo pasaría hoy.

Tome las fuerzas que me quedaban para curarme, mi espalda ya estaba cicatrizada, porlas circunstancias y la sal viva que habían colocado en ella al día siguiente de los latigazos sabia que la piel ya no era tersa en ese lugar, tenia miedo de verla, de las brutales cicatrices que tendría.

La delgadez también se notaba con la poca alimentación, y es que eran muy minuciosos con el tema de debilitarme solo hasta la ligera línea de matarme.

Aun me querían con vida, querían que sufriera...

--Clythia querida—se me erizo la piel.

Esa voz profunda y cruel. Sentía que la conocía aun cuando antes no la habia escuchado.

En la entrada de mi celda estaba el, aquel hombre que surcaba mis pesadillas.

El rey de Hybern.

--¿no vas a decir nada? Después de tantos años sin vernos esperaba que estuvieras feliz de verme—no dije nada, me trague el terror que sentía.

El como me miraba, esa furia depredadora me evaluaba, esperaba encontrar una humana rota, pero aquí estaba yo, aun con la mirada firme.

No un cachorrito temblante que se arrodillaría por piedad.

Porque de nada servia.

No me la darían

--esperaba mas...-- me miro de arriba abajo, mis prendas mugrientas y ensangrentada—Dagdan no hizo bien su trabajo.

No conteste, el dio un paso hacia mi y por inercia retrocedi, le cuerpo aun me dolía en queja, las magulladuras y golpes aun presentes después de centrarme en las heridas mas graves...

--mi querida Clythia.—su voz autoritaria me daba escalofríos, camino hacia mi, senti nauseas cuando acaricio mi mejilla, un gesto dulce que no podía venir de un tirano como el—de ambas hermanas siempre fuiste mi favorita.

Se me revolvió el estomago.

--no sabes lo sorprendido que estuve...-- su agarre en mi rostro aumento, lastimándome—cuando decidiste darme la espalda, cuando te fuiste en pro del bando enemigo, cuando en contra de mis deseos en lugar de entregarme el caldero lo escondiste.

Respiraba entrecortada intentando calmar mi terror.

Era un juicio.

Y no tenia un solo aliado que me apoyara, solo la traición como diana.

--y cuando pereciste jamás pensé tener la oportunidad de volver a verte, traicionera—su sonrisa me hizo temblar—después de tanto que me hiciste perder ahora tendrás que ser el intercambio para un fin, un regalo para un aliado.

Me soltó, solo para tomar lo que uno de los guardias le ofrecía.

No...

Sabia lo que queria.

Una silenciosa lagrima cayo, mi vista fija en la varilla metálica con forma de J roja por el fuego ardiente.

Dos guardas me tomaron a cada costado rasgando mi vestido en la parte superior, preparando mi piel para marcarme... como si de un ganado se tratara.

Cerre los ojos y pensé una plegaria.

Pensé en Feyre y en la corte noche, en Velaris y su música, en Az... oh Az, en sus ojos, en sus labios, en sus dulces palabras.

El anhelo me rompió el corazon en dos, tan fuerte, tan doloroso que apenas y senti el fuego en el vientre.

Sabias las palabras de aquel que dijo que no hay nada mas terrible que un corazon roto. 

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