6. Adrián
El domingo aproveché para descansar y me quedé dormido más de lo que acostumbro. Cuando desperté, me preparé algo liviano para comer y me alisté para encontrarme con Alana. Estaba ansioso por hablar con ella, ya que no habíamos podido hacerlo de manera profunda desde que habíamos terminado nuestra relación.
Alana era una gran muchacha, nos llevábamos muy bien y la pasábamos bien juntos hasta que ella decidió que ya no quería seguir en una relación conmigo. Dijo que faltaba algo, y quizás un poco de razón tenía, por lo que no la retuve. Al principio todo fue bonito, pero con el tiempo cada quién fue forjando un camino que se alejaba un poco de lo que el otro deseaba. Ella quería un hogar, quería casarse y formar una familia; yo no quería hacerlo aún, para mí ella y Nahuel ya eran mi familia, sin embargo, no quería formalizar a corto plazo.
El problema era que amaba a Nahuel como si fuera mi hijo, lo conocí cuando solo tenía meses y había crecido a mi lado, soy su figura paterna ya que su padre nunca lo quiso reconocer. Lo he cambiado, lo he alimentado y le he hecho dormir. ¿Qué sucede entonces cuando te separas de la madre de un chico al que quieres como a un hijo, pero no te une nada? Yo quiero seguir viéndolo, quiero adoptarlo y pasarle dinero, pero Alana no cree que sea una buena idea.
Cuando terminamos, me dijo que no era momento de hablar de eso, que le diera un poco de tiempo. Lo he hecho, aunque lo he visitado en ocasiones, pero no ha sido hasta ayer que ella me ha pedido para conversar de verdad, por lo que estoy muy nervioso. La sola idea de no ser parte de la vida de Nahuel me rompe el corazón en mil pedazos.
De pronto, mi teléfono sonó, era un mensaje de Merce.
«¿Nos vemos a las siete en la cafetería de siempre? Ya he avisado a Martina, te esperamos».
Suspiré, esperaba que para esa hora tuviera buenas noticias para compartir con mis amigas.
Cerca de las tres de la tarde, y luego de una espera que se me hizo eterna, fui al lugar donde quedamos en encontrarnos con Alana. Ella ya estaba allí y me sonrió al verme. Era bonita y yo la quería. A lo mejor debí jugarme por ella, pero ya nunca sabré si hubiera salido bien.
Nos saludamos con cordialidad y hablamos de tonterías por unos minutos, que el tiempo, que el trabajo, que la suba de los precios. Ma resultaba increíble que hasta hacía un tiempo fuéramos tan unidos y luego nos viéramos como dos simples conocidos.
—¿Lo has pensado? —pregunté cuando ella hizo un silencio largo. Todo resultaba demasiado agotador para mi paciencia.
Ella bajó la vista, frunció los labios y jugueteó con la servilleta.
—Creo que Nahui te extraña bastante... no para de buscarte por la casa —susurró.
—Yo a él también lo extraño.
Suspiró y luego me miró a los ojos, vi sinceridad en su mirada.
—Adri, yo sé que eres un gran tipo, de hecho, estoy segura de que serás un gran padre también, lo has sido para él por todo este tiempo, pero esto me aterra. No sé qué decisión tomar porque pienso a futuro y no sé si funcionará. No creas que tengo algo en contra de ti, no es eso, sé perfectamente que has amado y cuidado de Nahuel como si fuera tuyo y yo te lo estaré eternamente agradecida, el caso es que ¿qué pasará cuando tú te estabilices? ¿Lo has pensado?
—¿A qué te refieres? —pregunté confuso.
—Cuando conozcas a alguien y desees formar tu familia. ¿Querrá esa mujer a mi hijo en tu vida cuando sepa que no es tuyo? ¿Querrá compartir el pan que le corresponde a sus hijos con el mío? ¿Qué pasa si no es así? No tendrás opción, Adri... tendrás que abandonar a Nahuel y eso sí que le rompería el corazón, porque ahora todavía es un bebé y capaz pronto se olvide de ti, pero si eso sucede cuando tenga diez o doce años, ¿cómo le afectará?
—Pero si yo lo reconozco como mi hijo y le doy mi apellido, legalmente será mío. Tú tendrás esa seguridad de que yo estaré allí... te pasaré el dinero y...
—El dinero no es lo que me preocupa —me interrumpió—, ¿lo entiendes? Puedo perfectamente mantener a mi hijo con mi trabajo.
—Lo sé, pero de todas formas será una tranquilidad para ti, una ayuda...
—Sí, pero eso es lo de menos. Lo que me da miedo es que sufra... no quiero que un día te arrepientas... Cuando tengas tus hijos los querrás más que a él... Dios —dijo y negó con la cabeza llevándose las manos a la frente—. De verdad no sé qué hacer porque sé que lo amas y que él te ama, no quiero separarlos, pero me aterra lo que puede pasar... el dolor que le podría causar... La culpa que me daría que un día tu futura mujer y tus futuros hijos no lo quisieran, lo rechazaran o te hicieran sentir mal a ti por haber decidido esto...
Negué y la tomé de la mano.
—Lo quiero como si fuera mío, entiéndelo... Te lo he demostrado a lo largo de los años que estuvimos juntos y te lo seguiré demostrando. Hace mucho que no lo veo y estoy volviéndome loco... Déjame verlo al menos... y luego lo sigues pensando. ¿Qué clase de garantía puedo darte para que confíes en mí? Por favor, dímelo y lo haré... No importa si alguna vez llega esa mujer que tú mencionas, ni si tengo otros hijos... los querré igual que a Nahui y él será el hermano mayor, no haré diferencia alguna...
—P-pero... ¿y la mujer? ¿Si a ella no le gusta?
—Pues dejaré claro a cualquier chica que se me acerque que tengo un hijo, y que, si no me quiere como un combo, mejor que no se acerque demasiado —añadí con decisión, necesitaba convencerla.
Alana sonrió con ternura y cansancio y luego asintió.
—Déjame pensarlo un poco más... mientras, puedes ir por él mañana a la guardería y llevártelo a tu casa... Lo buscaré en la noche. ¿Está bien?
La sonrisa que se me formó en los labios tuvo que darle la pauta de la felicidad que me estaba regalando.
—Eres una gran mujer, Alana... de verdad... y nos llevamos bien pese a todo, seremos un gran equipo para Nahui...
Ella sonrió de nuevo y se puso de pie para despedirse, yo lo hice también.
—Avisaré en la guardería que irás tú...
Asentí y la vi marchar, y por un segundo pensé que quizá dejé ir una gran oportunidad.
Me quedé allí degustando el café que recién me habían servido y pensando en las oportunidades y en las decisiones. Analizando cuántas veces dejamos pasar la vida porque esperamos algo que nunca sucede... ¿Qué era lo que yo esperaba? ¿Que Martina se fijara en mí alguna vez? ¿Por eso no me animaba a dar el paso con nadie más? Porque si deseaba tanto ser el padre de Nahuel y me llevaba bien con Alana en todos los sentidos, ¿qué me atajaba? ¿Por qué no me animé? No tenía fundamento y yo lo sabía.
¿Y si me estaba equivocando? ¿Cómo podía saberlo? ¿Cómo tener la certeza? No quería dañar a Nahuel, lo quería de verdad... Pero ¿será que estaba siendo egoísta?
Me quedé un buen rato dándole vueltas a todas esas ideas y solo atiné a darme cuenta de que mi vida no era lo que yo creía, que las cosas no estaban tan en calma como pretendía y de que yo esperaba algo, algo que no sabía qué era o no quería admitirlo aún ni siquiera para mí mismo. Y esa espera era lo que me impedía avanzar, no solo en mi relación con Alana, sino en las anteriores y en mi vida misma. Y ¿hasta qué punto era sano todo eso? ¿Cuándo acabaría? ¿Cuándo Marti anunciara que se casaría con su novio?
Martina y Juanjo llevaban mucho tiempo juntos y ella jamás había dado la más mínima señal de verme como algo que no fuera un hermano o un primo. Yo sabía que quería casarse y que sucedería tarde o temprano. ¿Qué era lo que yo esperaba que pasara? ¿Acaso era tan iluso como para pensar que un día simplemente abriría los ojos y se enamoraría de mí?
Suspiré cansado de mis pensamientos y decidí dar un paseo antes de encontrarme con las chicas.
Y cuando llegué al café, supe que ella no estaba bien.
Tenía ojeras y creo que ni siquiera se había peinado. Y Martina solía ser coqueta cuando salía. Además, en la mesa había dulces que ella comía sin pausa, y eso solo hacía cuando algo no iba bien.
Las saludé y las dos me preguntaron qué tal me había ido. Les conté mientras Martina comía como si la vida se le fuera en ello y luego escuché la opinión de Merce.
—Tiene razón, Adri... yo también tendría ese miedo... No me lo tomes a mal, es una decisión demasiado difícil.
No dije nada, sabía que tenía razón.
—¿Qué sucede, Marti? —pregunté mirándola preocupado. Ella suspiró.
—Nada, ¿por?
Sabía que mentía, pero no insistí.
Merce nos contó algo sobre su nuevo trabajo y lo entusiasmada que estaba porque haría muchos viajes y luego de un rato nos despedimos.
—¿Te acompaño a casa? —pregunté a Martina una vez que Merce subió a su moto y se marchó.
—Bueno...
Caminamos un rato en silencio y luego la miré.
—Tú sabes que cuentas conmigo, ¿verdad? Lo que quieras puedes decírmelo... —insistí.
—Ajá... lo sé... Tú también cuentas conmigo, Adri.
—¿Crees que es cierto? ¿Qué podría hacer daño a Nahuel en algún futuro?
Ella negó y por un instante me regaló esa sonrisa que yo tanto amaba.
—No seas tonto, jamás lo harías... pero Alana tiene un punto, no sabemos qué clase de mujer logrará enamorarte alguna vez y hacerte sentar cabeza... y cuando eso suceda, puedo poner mis manos en el fuego por ti, pero no por ella...
—¿Tú? ¿Cómo reaccionarías si Juanjo tuviera un hijo que no es su hijo, pero del que se hace cargo? —pregunté.
—Pues si me lo hubiera dicho desde el inicio creo que lo habría aceptado, respetaría su espacio y lo integraría a mi vida... —afirmó.
—¿Y cuándo tuvieras tus propios hijos?
Ella me miró y me hizo un gesto para que nos sentáramos en un banco que estaba en frente, en una plaza cercana a su casa.
—Pues si se diera el caso intentaría que el niño o la niña no se sintiera ni mal ni desplazado. Me gustan los niños y sé lo que te marca cuando sufres en la infancia.
—Es que tú eres perfecta —susurré.
Ella negó.
—No, no lo soy...
—¿Vas a contarme lo que te pasa? —pregunté.
—¿Por qué crees que me pasa algo? —inquirió nerviosa.
—Porque te conozco, hasta ayer estabas en esa dieta ridícula y hoy has estado comiendo... no está mal, solo que sé que es lo que haces cuando hay algo que no logras controlar, Marti...
Ella cerró los ojos y lo meditó, parecía que no quería decirlo por lo que le di tiempo para hacerlo.
—Juanjo ha insinuado que fuera con una mujer que es asesora de modas para que me enseñe a vestir de acuerdo con mi cuerpo —comentó con apenas un hilo de voz—. Me ha molestado, pero él dice que es solo porque me quiere y desea lo mejor para mí, que me sienta bien conmigo misma. A lo mejor tiene razón y es solo por eso, pero a mí me ha sentado mal.
Me callé y suspiré. No sabía qué decir.
—Estoy cansada, ¿sabes? Pensé que un día esto acabaría, pero no es así... no acaba nunca, Adri. Es una pesadilla eterna.
—¿A qué te refieres? —pregunté.
—Odio mi cuerpo —susurró.
«Dios, Martina... yo lo amo y lo deseo».
—Marti, deberías volver a terapia... —Me animé a decirle. Pensé que iba a enojarse, pero solo asintió. Martina había ido y venido de terapia desde los catorce o quince años. También iba a nutricionistas o al gimnasio, pero acababa dejándolo siempre—. Podría decirte mil cosas, como que para mí eres hermosa, pero no funcionaría porque el problema es cómo te ves tú, no como te vemos los demás...
—Pero a él no le gusta... o no lo sé...
—¿Qué cosa no le gusta, Marti? ¿Te lo ha dicho? —pregunté con curiosidad.
—No... —respondió—. No directamente, pero siempre hace comentarios... le molesta mi forma de comer, de vestirme... —negó.
—Pues eso está muy mal y lo sabes...
—Pero entonces dice que me quiere y que es solo por mi bien, y me confundo —respondió—. ¿Y si es cierto?
—No lo sé, Marti, a mí no me parece la manera...
—No le gustó el vestido que me puse, el celeste. Sé que es corto y me marca la celulitis, pero pensé que... había bajado un poco... no se me veía tan mal... Me dijo que mostraba la panza. —Suspiró y cerró los ojos como si estuviera realmente agotada—. No le gusto, es eso...
—Sé que no solemos hablar de esto, pero como hombre debo preguntártelo para poder comprender mejor qué pasa por la cabeza de Juanjo, o al menos intentarlo... Dime, ¿tienen intimidad? ¿te trata bien?
Ella se sonrojó.
—Sí, no mucho, lo normal, supongo, pero no me trata mal...
—¿Sabes? A veces las mujeres creen que los hombres nos fijamos en ciertas cosas, pero no es así... Si queremos a alguien no nos importa su celulitis o si no tiene el abdomen firme. No puedo hablar por todos, pero la mayoría no estamos pensando en eso cuando estamos con una chica... Tú y él llevan mucho tiempo juntos, no creo que tu cuerpo sea un problema... No debería serlo, Marti...
—¿Pero?
—Pero si se mete con tu forma de vestir o de comer, eso sí que me parece intrusivo y una falta de respeto, al menos si no es algo que te haga daño. Digo... a mí me preocupa mucho tu relación con la comida, pero no porque te veas más gorda o más flaca, sino porque no quiero que sufras, quiero que seas feliz y te aceptes como eres. Así que, si es por eso por lo que él se preocupa, lo puedo entender... pero lo de la ropa... —negué y fruncí el ceño porque una idea se me apareció en la mente. La miré—. ¿Por eso no usaste ese vestido en año nuevo?
No sé de dónde me salió esa idea, solo se me ocurrió y algunas otras situaciones se me vinieron en mente.
Ella no dijo nada, pero bajó la vista y jugueteó nerviosa con la manga de su rebeca de hilo.
—Marti —dije y la obligué a mirarme, sus ojos estaban llenos de lágrimas—. Marti, no tienes que aguantar eso... tú puedes vestir como quieras y yo no debería tener que recordártelo... Lo sabes, ¿no? Sabes que no es correcto.
—No se siente correcto, pero entonces él me dice que es solo por mi bien y yo... —negó con desespero—. Toda la gente que me hizo daño siempre se excusó con esa frase —admitió—. Mi madre, mi padre... mi abuela...
Cerró los ojos.
—Deberías hablar con él y decirle cómo te sientes, Martina, y si no lo entiende por las buenas tienes que tomar alguna decisión. No puedes quedarte en un lugar donde no puedes ser tú misma, intentar cambiarte a su modo y a su gusto no es amor... Hay una gran diferencia entre preocuparse e intentar ayudarte por algo que afecta tu salud mental o física y elegir el vestido que vas a ponerte en una fiesta. Y él ni nadie tiene ese derecho, ¿lo comprendes?
—Sí...
—¿Lo comprendes, Martina? —insistí.
Ella me miró, pero no dijo nada más, recostó su cabeza sobre mi hombro y yo la besé en la frente.
—Eres hermosa... —susurré.
—Solo lo dices porque me quieres...
—Por eso y porque es la verdad.
Ella sonrió con tristeza y nos quedamos un rato en silencio. No sé qué pensaba ella, pero yo solo tenía ganas de encarar a Juanjo y gritarle a la cara lo idiota que estaba siendo.
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