3. Adrián


Me acosté en la cama y observé la foto de Martina, estaba despampanante en ese vestido celeste que marcaba sus curvas. Su cabello caía en ondas sobre sus hombros y en cascada sobre sus pechos. Se veía perfecta, espléndida, y a mí me molestaba no poder estar con ella, no poder tomarla de la mano y decirle lo mucho que me gustaba.

Y es que hacía tiempo había vuelto a la misma conclusión y aquello me atormentaba tanto que se había vuelto una pesadilla. Martina era LA mujer, con mayúsculas, ese ideal que yo quería, aquella con la que soñaba y me imaginaba un futuro. La única con la que me animaría a pensar en un mañana.

En la adolescencia lo había dejado pasar porque había sido un idiota, pero en la adultez ella no me había dado ni la más mínima chance. Martina me miraba como miraba a Merce, nuestra mejor amiga en común, como si fuéramos familia. Tampoco pensaba hacer nada al respecto, ella llevaba con Juanjo mucho tiempo y a mí él no me caía nada mal, parecía una buena persona y la respetaba, por lo que no pensaba poner en juego nuestra amistad, pero no podía evitar compararla con cada una de las muchachas con las que salía, y ninguna nunca le llegaba ni a los talones. Ninguna era Martina.

No soy un chico de aventuras, por más que los amigos suelen decirme que no aprovecho lo que me dio la naturaleza, simplemente no me interesa. Me crie en una familia llena de amor, mis padres están juntos hace como cincuenta años y son el primer y único amor del otro. Yo siempre quise lo que ellos tienen, pero a mis casi veintiocho años, comienzo a comprender que aquello de encontrar a la media naranja no es algo tan sencillo.

Siempre he pensado que una chica como Martina sería ideal para mí, pienso que el amor se debe construir con alguien que mira la vida de forma similar, que apunta hacia el mismo objetivo. Me gusta los valores que ella maneja, su manera de ver la vida, su idea de futuro, su concepto de familia incluso aunque ella no tuvo un buen ejemplo... todo, incluso esos defectos que a veces me sacan de quicio. Pero ella nunca me vio como yo a ella, así que, si tengo que ser sincero, la he buscado en otras mujeres, pero Martina hay solo una, y lastimosamente no es para mí.

Con Alana he tenido una relación de más de dos años, la más larga hasta el momento. Me sentía a gusto con ella, la quería y me gustaba la familia que habíamos formado con Nahuel. Pero las cosas se habían desvirtuado tanto en algún punto, que me sentía perdido y no comprendía su actuar. Era como si de repente se hubiera convertido en una extraña y todo lo que habíamos vivido no hubiera existido jamás.

Aparté la foto de Martina y busqué el último mensaje de Alana.

«Quiero que hablemos...».

Al fin me ha respondido luego de casi un mes, estaba ansioso, pero no sabía qué decirle. Me gustaría contárselo a Martina, pero ella debía de estar en la fiesta y no quería estropearle la noche.

«Cuándo y dónde». Respondí.

Casi media hora después me escribió una dirección y una hora. Cerré los ojos y esperé a que esto fuera una señal y que Alana al fin hubiese comprendido que yo merecía seguir en la vida de Nahuel por más que ella y yo ya no estuviéramos juntos. No podía imaginar mi vida sin mi hijo, no quería hacerlo...

Cerca de la una de la mañana y sin poder dormir de la emoción por la charla con Alana, ingresé a mis redes sociales y vi las fotos que había posteado Juanjo. Al principio todo se veía normal, él y ella estaban en una mesa brindando con unas copas, fotos con amigos, fotos con los novios, pero entonces, alguien subió una historia en la que lo etiquetaron y él la compartió. Se veía una toma de casi todo el sitio y pude ver a Martina sentada en la barra tomándose una copa, al ampliar la imagen la noté con la mirada triste y los hombros caídos. Juanjo bailaba con unos amigos y ella parecía aburrida.

Me molestaba, a lo mejor lo había sacado todo de contexto y no era nada más que él compartiendo un momento con sus primos, pero esperaba que Martina se divirtiera esa noche, que bailara y la pasara lindo y no me gustaba verla aburrida. A veces sentía que Juanjo no la valoraba como debería, pero entonces me avergonzaba de mí mismo y de sentir esos celos enfermizos, y decidía no meterme en donde no me llamaban. Si ella se hubiera sentido mal en su relación me lo habría dicho, éramos mejores amigos y ella siempre hablaba bien de Juanjo, así que no debería ver cosas donde no las había.

Sin embargo, una parte de mí, esa romántica que heredé de mi padre, tenía ganas de ir a rescatarla, de sacarla a bailar, de que todos en esa boda vieran que era la mujer más bella del universo. No podía comprender como Juanjo no estaba haciéndola girar, besándola, acariciándola y susurrándole al oído todas las cosas que le gustaría hacerle.

Volví a abrir la foto de Martina y la observé decidido a mandarle un mensaje.

«¿La estás pasando bien?».

Pero no respondió, lo que significaba que quizás sí estaba divirtiéndose.

Era tarde, necesitaba dormir, apagué la luz y dejé el celular en la mesa de noche, me acomodé en la cama y cerré los ojos. Entre la ansiedad por la charla con Alana y la imagen de Martina en ese vestido no logré concentrarme, pero el sueño me ganó en algún momento y lo próximo que recordaba era bailar con ella.

Martina y yo, estábamos solos en una sala de fiesta, no había nadie alrededor y sonaba una música lenta de fondo. La podía reconocer, era la misma que bailé con ella en la fiesta de graduación y que se quedó impregnada en mis recuerdos. 

Aquella noche la tuve en mis brazos tan cerca como nunca, coloqué mis manos en su cintura y ella rodeó mi cuello con sus brazos. Traía un vestido suelto que más bien parecía haber sido de su madre, estaba lejos de los vestidos de moda cargados de brillos y colores radiantes de nuestras compañeras, pero yo la veía hermosa y olía a fresas y a perfección.

La Martina de diecisiete años tenía un aroma dulce de alguna fragancia de adolescentes mezclada con su piel, era la primera vez que la tenía tan cerca y su aroma me tenía como hipnotizado.

—Hueles bien —susurré para acercarme más a ella.

—Tú también —respondió—. Gracias por bailar conmigo.

—¿Creías que no íbamos a bailar?

—Bueno, no lo esperaba, comprendería que no quisieras... no es una visión demasiado agradable.

—Deja ya, Martina... por favor —insistí harto de sus críticas hacia sí misma—. Deseaba hacerlo.

—Es mi primer baile, ¿sabes?

Suspiré, me gustaba ser el primero, pero no me parecía justo. La mayoría de nuestras compañeras ya habían participado de muchos bailes y no comprendía por qué ella no podía vivir las mismas experiencias que todos.

Me hubiera gustado darle su primer beso aquella noche, y si me lo permitía, muchas primeras veces más, pero Martina siempre estuvo lejos de mí a ese nivel, y aquel momento no fue la excepción.

Y en mis sueños de aquella noche, tenía a la Martina de la boda de Rosalía entre mis brazos, bailábamos la misma música, pero esta vez, sin decir palabras, sí que me acercaba a olfatearle el cuello y luego le regaba besos por la piel. Nunca la había besado más allá de un saludo en la mejilla, pero tantas veces la había soñado y la había imaginado que, a veces, hasta me parecía que había sido real.

Me desperté porque mi teléfono sonó, me sentía desorientado, el sueño había sido real y estaba excitado. Respiraba agitado y suspiré. Tomé el teléfono y leí el mensaje.

«No voy a mentirte, esperé más de esta noche... Al final ese siempre parece ser mi problema, espero demasiado de todo, o a veces no espero nada... No lo sé... Perdón por escribirte tan tarde, seguro que ya duermes».

Me incorporé y le respondí.

«Dormía y estaba a punto de tener un sueño erótico, pero no te preocupes... tú me importas más... ¿Ya estás en tu casa?».

Adjunté una carita divertida y esperé su respuesta, siempre solía tirarle esa clase de conversación porque me gustaba que se sonrojara, Martina nunca hablaba de sexo y a mí me divertía mucho sacarla de sus casillas.

«Siento haber interrumpido entonces. Ya estoy en casa, voy a dormir, estoy cansada y me duelen los pies. No de bailar, precisamente, sino porque el zapato era un martirio».

Me adjuntó un emoticono de esos que dan vuelta los ojos y negué.

«Descansa... mañana te llamo para contarte algo, ahora voy a seguir soñando».

Le adjunté una de esas caras que miran al costado con gesto pícaro de placer y ella me respondió con un emoticono que se lleva la mano a la frente y un corazón, luego escribió un mensaje.

«Que sueñes bonito, Adri, hablamos mañana».

Y cuando volví a dejar mi celular en la mesa de noche, comprendí que no iba a poder dormir si no me encargaba de lo que hacía que me ajustaran los pantalones. Y mientras lo hacía, no pude evitar pensar en que me gustaría hacerle un masaje en los pies y luego subir por sus piernas hasta quitarle de una vez ese vestido tan hermoso que traía puesto y dedicarme a despeinarla.

Pero eso era solo un sueño del que Martina jamás se enteraría.

Sí, sé que hoy no es ni miércoles ni sábado, pero he decidido regalarles un capítulo porque hoy, 26 de marzo de 2023, he terminado de escribir esta historia. Y no solo es eso, sino que estoy tan orgullosa de esta historia y tan feliz con el resultado, que creo que pasa a formar mi TOP de mejores historias que he escrito, o sea, mis favoritas. Estoy orgullosa del resultado, estoy orgullosa de Martina, estoy orgullosa de Adrián, y estoy orgullosa de mí misma por este resultado. Espero que se queden, les prometo un buen libro, uno de los mejores que he escrito y uno que me ha ayudado a mí más de lo que he esperado. No solo es el primer libro después de mucho tiempo que me ha sacado del bloqueo escritor que traía, sino que además, es un libro que me ha ayudado a sanar muchas cosas que ni siquiera sabía que necesitaba sanar. Así que quédate por aquí, no te vas a arrepentir.

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