4. Él que no arriesga, no gana
https://youtu.be/Hb3TupWFdaw
Isabella no me da tiempo a reaccionar o pensar que hacer a continuación porque cuando ella se da cuenta que Vladimir y Jeremy están bajando del ascensor, levanta su mano en dirección a ambos y los llama con mucho entusiasmo.
Cuando ella hace eso me doy cuenta de un par de cosas.
Primero, que ellos se tienen mucha confianza y se llevan muy bien. Todos aquí actúan como si fueran familia en lugar de simplemente colegas de trabajo. Y segundo, cuando ambos me miran, los dos reaccionan como si supieran que yo lo fui a ver exactamente a él, claro que en el caso de Jeremy es así, pero de alguna manera me siento mal por Vladimir porque él no ha sido más que amable conmigo desde que nos conocimos.
—Jeremy, que bueno que llegaste, Romina te ha estado esperando casi toda la mañana —le dice Isabella a Jeremy.
Ante las palabras de Isabella, Vladimir detiene su paso y su mirada va de Jeremy a mí.
Veo que ella habla sobre mí como si lleváramos tiempo conociéndonos, a pesar que nos conocemos de hace solo unos minutos. Pero debe ser parte de su personalidad, porque en lo poco que la he tratado me doy cuenta que es una mujer que derrocha confianza y seguridad en cada paso que da.
Jeremy saluda primero a Isabella que se adelantado hacia ellos y después se acerca para saludarme a mí.
—Romina, es bueno verte, ¿por qué no me avisaste que ibas a venir? Hubiera llegado antes, pudimos ir por un café —me dice Jeremy.
Él parece realmente feliz de verme y yo no sé cómo sentirme al respecto.
Esta situación me resulta muy estresante y algo incomoda, en especial por la mirada extraña que me está lanzando Vladimir, y por el codazo que le da Isabella, puedo ver que ella también lo nota.
—¿Podemos hablar un momento? —le pregunto a Jeremy.
Lo único que quiero ahora es terminar con esta situación cuanto antes para poder irme a mi estudio de ballet e intentar dejar todo esto atrás.
Él asiente con la cabeza y me indica que lo siga hacia su oficina. Mientras camino hacia la oficina de Jeremy, puedo sentir la mirada de Vladimir fija en mi espalda.
—Dime en que te puedo ayudar —me dice Jeremy cuando cierra la puerta de su oficina.
Me doy cuenta que es casi del mismo tamaño que la oficina de Isabella, pero que, a diferencia de la oficina de ella, la de Jeremy está pintada en su totalidad de blanco.
Él me indica que me siente en las sillas negras frente a su escritorio. Juego con el dobladillo de mi blusa mientras pienso en cómo abordar el tema con tacto, por suerte, Jeremy es lo suficientemente amable como para no presionarme en que hable.
—Vine aquí porque necesitaba hablar contigo sobre la boda de Grace —empiezo diciendo—. Sé supone que yo te escribí por Instagram para invitarte a la boda como mi cita, pero no era yo quien te mandó esos mensajes, fue mi prima, Tate. Yo no tenía idea sobre eso hasta ayer que ella me contó. Ni siquiera voy asistir a la boda. Lamento mucho el mal entendido.
Veo como él se recuesta sobre el sillón blanco mientras varias emociones cruzan por sus ojos azules, lleva un dedo hasta su mentón y lo pasa suavemente por el relieve de su barba. Al verlo ahora me doy cuenta que Jeremy Upton es un hombre muy atractivo, varonil y tiene una mirada que es casi hipnotizante. Tate murmuró ayer por casualidad que ella podría naufragar feliz en sus ojos azules y no se equivoca con esa afirmación. Sus ojos son de un azul muy peculiar y profundo.
Aparto la mirada cuando me doy cuenta que me he quedado embobada en sus ojos azules.
—No voy a negar que me siento muy decepcionado al saber que no eras tú, porque cuando me escribiste pensé ¡Woao! ¿En serio esta hermosa mujer me está pidiendo una cita? Me hiciste feliz por un momento, Romina White. Feliz y afortunado.
No sé cómo reaccionar o responder a sus palabras porque nunca he sido buena lidiando con este tipo de comentarios.
Me resulta aún más difícil encontrar las palabras adecuadas para responderle cuando él me está mirando de aquella manera.
—Está bien, no pasa nada, yo lo entiendo —me dice él en un tono tranquilo y amable—. En serio, no pasa nada.
Y a pesar que Jeremy dice eso, yo me siento ligeramente mal por él y quiero decir algo más, pero no soy buena con las palabras o para intentar consolar a los demás. Siempre fui tímida al momento de hablar, para mí siempre fue más fácil expresar como me siento mediante el baile, dejar que mi cuerpo hable, como solemos decir los bailarines, pero este no es uno de esos casos, porque a veces las palabras son necesarias.
—Gracias por entender —es todo lo que le digo.
Me levanto de la silla y veo que él hace lo mismo.
En silencio, Jeremy me acompaña hasta la puerta y la abre para que yo pueda salir. Tal y como un perfecto caballero lo haría.
—Y si por alguna razón cambias de idea y decides ir a esa fiesta, yo estaré más que encantado de acompañarte, Romina.
Sin previo aviso, él se inclina hacia a mí y besa mi mejilla. Cuando se separa tiene una sonrisa traviesa en sus labios y yo muevo mi cabeza hacia atrás sorprendida por el gesto y al mismo tiempo buscando algo de espacio personal.
—Lo tendré en mente, Jeremy. Adiós.
—Adiós, Romina.
Me despido de él con la mano y me dirijo hacia el ascensor, de camino ahí, me despido de Mary que me dice con mucho entusiasmo que vuelva pronto. Cuando presiono el botón del ascensor me doy cuenta que Isabella está parada junto a mí.
—Entonces así es la cosa, Sean, que es un hombre muy chismoso, me contó que Vladimir le habló de ti y me gustaría saber ¿Qué hay entre tú y mi hermanito? —me pregunta ella.
¿Hermano? Vaya, ahora tiene sentido a pesar que no puedo ver el parecido entre los dos. Pero ahora entiendo porque la niña, Hailey, tenía un cierto parecido con él, es su sobrina.
—Oye, no es que yo sea chismosa o entrometida, nada de eso. Pero me preocupo por mi hermano. Así que dime, ¿qué sucede entre los dos? La verdad.
Ella no suena molesta, pero puedo sentir la curiosidad brotando de cada poro de su cuerpo.
—Como ya te dije, nada, no pasa nada y esa es la verdad. Nos conocimos en la fiesta de compromiso de Roger y Grace.
—Lo sé, él te llama Cenicienta. Pero te creo, si dices que no hay nada, así debe ser.
Las puertas del ascensor se abren y yo me apresuro a caminar hacia él.
—Sabes, tienes cara de una persona a la que le vendría bien un amigo —me dice ella antes de pasarme una tarjeta—.
Hay cierta preocupación y cariño en su última oración y cuando las puertas se cierran leo la tarjeta y veo que ella me ha dado una tarjeta con el número de Vladimir y en bolígrafo negro en la parte posterior está escrito número privado y el número de él.
—Esta ha sido una mañana muy extraña —me digo mientras guardo la tarjeta en mi bolsillo.
Cuando las puertas del ascensor se abren en el vestíbulo, suelto un gran suspiro y paso una mano por mi frente antes de poner mis manos en los bolsillos de mi abrigo y empezar a caminar hacia mi estudio de ballet.
Si yo hubiera revisado el Instagram de Vladimir como iba hacer esa noche, hubiera descubierto que trabaja con Jeremy, pero decidí dejarlo pasar y no revisé su red social, pero he dejado esa idea a un lado y ahora, mientras estoy sentada detrás del pequeño escritorio de madera en mi estudio de ballet, me acomodo en mi silla para revisar su Instagram. Él solo tiene publicadas doce fotos. Su primera imagen es de una playa, no distingo que playa es o con quien esta y tampoco hay alguna descripción en la foto, en realidad, ninguna de sus fotos tiene una descripción. Un par de imágenes más es de él con Hailey, con Isabella y otras donde están todos los que trabajan en la clínica privada compartiendo en un restaurante, bares y esquiando. Pero una de sus imágenes llama mi atención, una foto donde está tomando la mano de una mujer y juntos están sosteniendo un cuchillo dorado sobre un hermoso pastel de bodas.
La fecha de la imagen data del cinco de mayo de hace dos años.
Me quedo observando la foto más tiempo del que me resulta correcto, pero no puedo evitarlo. Siento curiosidad por aquella misteriosa mujer que es la esposa de Vladimir. Ni siquiera se su nombre. Tate sugirió que lo busque en Google, pero yo no lo hice porque siento que eso sería exceso de acoso.
—Suficiente de Vladimir Black por un día —me digo mientras dejo el teléfono sobre el escritorio.
Pongo mis codos sobre el escritorio recuesto mi mentón sobre mis manos y es en ese momento que lo veo, de pie junto a la puerta de entrada.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí? —le pregunto.
Me acomodo en la silla mientras espero su respuesta.
—El necesario para saber que has tenido suficiente de mí por un día —me dice él con descaro y una sonrisa burlona—. Aunque en mi defensa, no sabía que había una cantidad de mí que podías soportar, porque algunas personas me han dicho que jamás pueden tener suficiente de mí.
Veo que él sostiene dos vasos de café y camina hacia donde yo estoy para dejar una taza de café frente a mí.
—Un vainilla late —me dice él.
Él recordó cómo me gusta el café.
—Gracias, no tenías que molestarte.
—No es una molestia, Romina.
Hay un pequeño elefante azul danzando entre nosotros y sus pasos resuenan en mis oídos por lo que me veo obligada a traer a colación el tema que hubiera preferido evitar.
Doy un largo sorbo a mi café mientras ordeno mis ideas.
—Mira, sé que puede parecer como si yo te hubiera he estado evitando —le empiezo a decir.
Veo como él no dice nada, pero enarca una ceja ante mis palabras.
—Y aunque parece así...
—Romina, me has estado evitando —interviene él.
Paso una mano por mi cabello antes de responder.
—No, no es así —le digo. Pero entonces lo pienso mejor y recuerdo como he salido más tarde esta semana a propósito, como casi he corrido una vez que pongo un pie fuera de aquí y como evitado leer sus mensajes en Instagram—. Tienes razón, yo te estaba evitando.
Hay un toque de resignación en mi voz de la cual él parece ser consciente.
—¿Podría saber por qué?
Es una pregunta muy válida de su parte.
—No soy buena manteniendo a las personas en mi vida, por lo que evito conocer a personas nuevas para evitar un futuro control de daños —le respondo lo más sincera que puedo—. Tú y tu buena vibra y entusiasmo me tomaron desprevenida, no sé cómo manejar eso o la forma en que te sientes cómodo a mi alrededor cuando a penas y nos conocemos, además no tengo claro cuáles son tus intenciones conmigo. Solo soy cautelosa.
A pesar que estoy tratando de ser lo más honesta que puedo, omito que también he estado evitándolo porque, así como él se siente cómodo a mi alrededor, a mí me sucede lo mismo y tampoco sé cómo exactamente manejar eso.
—Lo siento, no pretendía molestarte. Mira, no voy a venir el día de mañana a declararte mi amor, ni nada de eso, sin ofender, pero no tengo algún interés romántico hacia ti, yo...—él no termina su frase, pero levanta su mano izquierda y me enseña su anillo de bodas—. y pensé que tú y yo podíamos llegar a ser amigos. Pero de nuevo, lo siento.
Él me da una sonrisa que no llega a sus ojos color miel y es algo extraño, porque desde que lo conozco siempre he visto sus sonrisas empañadas por algo, pero no sabía distinguir que era y ahora sé que él también debe estar en un mal momento a pesar que no lo demuestra.
Veo como levanta su mano en señal de despedida antes de dar media vuelta y alejarse de mi mientras pasa una mano por su cara.
Vaya cobarde que soy, huyendo de las situaciones de esta forma. Bien hecho, Romina.
¿Cómo podré obtener cosas buenas en la vida si evito cualquier situación solo por no salir lastimada? ¿Cómo puedo arruinar una amistad sin siquiera haberlo intentado?
Me levanto de la silla y corro hacia la puerta. Aún estoy en mis zapatillas de media punta y maillot negro cuando salgo de mi estudio y miro a ambos lados de la acera para ver hacia donde se ha ido, sonrió cuando distingo su figura entre la multitud y corro para alcanzarlo.
—Espera —le digo mientras lo tomo del brazo y lo hago detenerse. Él se gira y me mira sorprendido—, no me diste tu pañuelo de hoy, te recuerdo que los estoy coleccionando.
Estoy segura por su reacción que él no esperaba que dijera eso y si soy honesta conmigo mismo, yo tampoco tenía previsto decir eso cuando salí corriendo para alcanzarlo, pero cuando estuve frente a él, eso fue lo primero en lo que pensé.
Lo veo buscar algo en su bolsillo y sacar un pañuelo azul.
—Este es uno de mis favoritos —me dice él.
Él sostiene el pañuelo en el aire por un momento antes de finalmente entregármelo.
—Bien, mi colección de tus pañuelos ya está creciendo. Solo me faltan trecientos sesenta y dos.
Porque él dijo que tenía un pañuelo para cada día del año.
—¿A la misma hora mañana? —le pregunto.
—¿Por qué haría eso? —me responde él de la misma manera que yo le respondí aquella vez.
No puedo evitar soltar una pequeña risa por su respuesta.
—Te lo dije, pienso coleccionar tus pañuelos y, además, creo que tú podrías ser un amigo ligeramente decente. Pero ya veremos, Vladimir.
Yo nunca he sido una persona con un amplio circulo social, soy una persona introvertida y siempre me costó hacer amigos. Pero con Vladimir todo parece fluir y creo que más que nada se debe a su personalidad extrovertida y todas las buenas vibras que él emana.
—Creo que tú también podrías ser una amiga ligeramente decente, Mina.
El apodo diminutivo de mi nombre me toma por sorpresa, especialmente de esa forma, siempre me dicen Romi y estoy acostumbrada que solo ciertas personas me llamen de esa manera. Pero no le digo nada a Vladimir por eso, tal vez y yo lo empiece a llamar Vlad, como sus amigos en su clínica privada lo llaman.
—Entonces, ¿me invitaras un café mañana, Mina?
—Por supuesto, Vladimir, yo invito y tú pagas.
Él se ríe.
—Me parece algo justo.
Le sonrió como señal de despedida, pero antes que yo me aleje él me detiene en seco y me mira serio.
—¿Estás segura se esto, Romina?
Suspiro y paso una mano por mi cabeza, me doy cuenta que aún tengo mi cabello recogido.
Pienso un instante en su pregunta y me doy cuenta que no, que realmente no estoy segura de nada, pero hay algo en él y en todo lo que ha sucedido en mi vida que me grita que a mí también me vendría bien un amigo y que Vladimir Black podría llegar a convertirse en un buen amigo.
—Si soy sincera, no, no estoy segura —le respondo—. Pero tú puedes intentar convencerme.
Después de decir eso muevo el pañuelo en su dirección y me alejo de él mientras pienso en el extraño y al mismo tiempo fascinante día que he tenido.
"El que nunca arriesga, se suele perder lo mejor."
—Cinderella
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