37. El final de una vieja historia
https://youtu.be/ByfFurjQDb0
"Érase una vez..."
La vista es el último de los sentidos que terminamos de desarrollar, al nacer, nuestra visión es borrosa, no podemos diferenciar nada, sin embargo, en el momento de nuestra muerte, la vista es el último sentido que perdemos. Yo jamás volveré a ver sus ojos azules, jamás lo volveré a ver sonreír, él no va a tomar mi mano, mirarme a los ojos y decirme te amo.
Él se ha ido.
Ojos color miel que se han cerrado para siempre.
Y no debería ser así, nuestra historia no debería terminar tan pronto, pero todo ha terminado.
El viento es fuerte y helado a esta hora de la mañana, me pone la piel de gallina y cierro un momento los ojos, cuando los vuelvo abrir fijo mi mirada en el horizonte. En cómo el mundo ahí afuera parece estar en calma, pero puedo ver a lo lejos como las olas se mueven constantemente rompiendo con fuerza contra unas enormes rocas. Las olas golpean con fuerza las rocas, bañándolas con su agua salada, pero las rocas no se mueven, permanecen firmes.
Las lágrimas son como agua de océano.
A veces me sumerjo en aquella fría marea de dolor que hay en mi interior, a veces me permito sentir el dolor, pensar en las penas, saco cada tragedia que me ha sucedido de aquellas pequeñas cajas donde las pongo y las analizo una a una para intentar aprender de mis errores, para que no me vuelva a suceder lo mismo otra vez. Cuando hago eso, no es la marea helada de los trágicos recuerdos pasados lo que quema mi piel, sino la forma en que la marea sube y me absorbe, dejándome sin poder respirar, tensando mis músculos por lo fría de sus aguas, provocando que me queme desde adentro mientras mi exterior sigue intacto.
El viento golpea con más fuerza, algo normal en estos días de febrero, a veces en esta época pienso que hace tanto frio que me puedo llegar a congelar, pero sé que eso no sucederá porque mientras observo el magnífico y aterrador mar a lo lejos, recuerdo que el océano nunca se congela. Va y viene en olas. Pienso en las personas que forman parte de mi vida, como vienen y van, a veces desaparecen mucho antes de llegar si quiera a la orilla.
Oye extraño, ¿cómo estás? ¿Cómo esta Bagdad? —le pregunté en nuestra última video llamada.
Bagdad es caluroso y yo estoy extrañándote con cada célula de mi ser, Mina —me respondió él.
Si hubiera sabido que esa sería nuestra última llamada, que sería la última vez que vería su cara, yo hubiera dicha más, hubiera intentado guardar en mi memoria cada una de sus micro expresiones.
¿Recuerdas lo que dije antes de irme? —me preguntó él.
Sí —fue mi respuesta.
Tal vez no quiero esperar tanto tiempo para pedirte que te cases conmigo —agregó él con su característica sonrisa.
Fue ese recuerdo lo que me trajo aquí, esa conversación que no dejaba de dar vueltas en mi cabeza y torturarme casi con burla, como si mi mente se divirtiera con la idea de verme colapsar ante aquel recuerdo. Yo no puedo recordar si le dije a alguien que venía hasta aquí, si empaqué lo necesario, porque estos días he estado funcionando en piloto automático, volviendo a dar mis clases, a encerrarme en mi estudio hasta tarde y tratando de adoptar cierta normalidad en mi rutina, ya que a mí siempre me han gustado las rutinas, la tranquilidad de saber que va a suceder a continuación y he intentado regresar a eso, pero es más difícil de lo que imaginé.
Estamos a solo 387 horas para volvernos a ver, para volver a tenerte entre mis brazos y ver tu hermosa cara frente a frente y no a través de una pantalla —me dijo Vladimir cuando nuestra video llamada estaba llegando a su fin—. Te extraño mucho, Mina.
Yo también te extraño, Vladimir —le respondí con una sonrisa que estoy segura no llegó a mis ojos—. ¿Me extrañas más que al café de Filadelfia?
No hay nada en el mundo, Mina, que extrañe más que a ti. Nos vemos en 387 horas. Te amo —fue lo que él me dijo antes de terminar la llamada.
Si la vida no fuera tan perversa y cruel, jugando con los hilos del destino de todos a su antojo, tal vez yo aún podría seguir disfrutando de su compañía, aun seguiría siendo iluminada por su luz y optimismo, por la forma que él tiene de ver incluso las peores situaciones que hay, sonriendo y riendo con su extraño sentido del humor mientras disfrutamos de una buena taza de café. En un mundo perfecto e ideal, él hubiera regresado a mí en esas 387 horas y estaríamos juntos en este momento. Si la vida no fuera como es, Vladimir aun estaría en mis brazos y yo seguiría sintiendo que tengo el universo cuando él me da la mano.
Él no fue mi primer amor, pero está bien porque yo tampoco fui el suyo, sin embargo, se siente como si él hubiera sido mi único amor, porque todas mis demás historias palidecen en comparación con mi historia con Vladimir, pero, sobre todo, carecen de amor cuando comparo el pasado con la forma en que Vladimir me amaba. Desde que lo conocí me sentí atraída por él y su forma de ser, por su mirada amable y su cálida sonrisa. Fue fácil y casi algo inevitable enamorarme de él, Vladimir es dulce y atento, todo un caballero sin la brillante armadura que no duda en correr a salvar a una damisela en apuros, aunque yo nunca me he sentido como una damisela indefensa, pero eso es lo de menos, lo que importa es que él siempre estaba ahí para mí, en lo bueno, en lo malo y en lo peor.
Tuve suerte de haberlo conocido —me digo con tristeza.
Fuimos felices el tiempo que tuvimos, él me hizo muy feliz y me demostró la clase de amor que merezco y que no debo conformarme con menos, y a pesar que él ya no está, yo me quedo con eso. Me quedo con los buenos recuerdos y momentos, con las cosas que aprendí estando a su lado, con nuestras conversaciones y viajes en auto.
Me gusta creer, que estes donde estes, esperas por mí — le digo en mi mente.
Un segundo, solo eso bastó para poner mi mundo de cabeza, para llevarse todo atisbo de felicidad de mi vida y convertirme en una solitaria molécula llena de tristeza y dolor. No podía ser cierto, no podía ser verdad, debía ser una mala broma. Porque de ser cierto, ¿qué sentido tendría el haber encontrado el amor de mi vida y estar con él solo instante? ¿Cuál es el sentido de aquello? Pensé cuando la bruma de dolor dejó mi mente y la conmoción inicial de la noticia fue pasando.
Pero ya han pasado algunas semanas y la bruma del dolor ya se ha disipado casi por completo, así que me permito pensar en cosas que antes evitaba a toda costa, como mi relación con Vladimir y en sí, a Vladimir. Cualquiera podría pensar que mi historia con él se trata de la persona correcta en el momento equivocado, que estamos llenos de momentos erróneos. Porque primero yo lo amaba y él seguía amando a su difunta esposa, después él descubrió que me amaba y yo estaba con Jeremy. Mi relación con Jeremy terminó, Vladimir y yo empezamos a reconstruir lo que teníamos, él me pidió que sea su novia, dije que sí y meses después se fue a Bagdad y jamás regresó.
Una serie de momentos desafortunados —pienso con desdén y amargura.
Uno pensaría que las cosas entre los dos no sucedieron como queríamos, porque lo nuestro no estaba destinado a suceder, pero yo sé y estoy segura que Vladimir pensaría lo mismo si estuviera aquí, que ambos, de alguna manera, hubiéramos creado una historia maravillosa, porque a pesar que él lo escondía muy bien detrás de cálidas sonrisas y bromas ligeras, al igual que yo, Vladimir también he estaba algo roto, y nuestras piezas encajan a la perfección, por muy cliché que suene.
—Sé que nos volveremos a encontrar, Vladimir.
Y cuando eso suceda, él tiempos y los momentos equivocados, carecerán de importancia y significado.
Escucho unas leves pisadas detrás de mí, pero no me giro para ver quien es, tal vez es Tate, Josie o Sienna que han venido a ver como estoy porque no me creen cuando les digo que ya estoy mejor, aunque yo no las culpo por no creerme.
—Mina.
Contengo la respiración y siento que mi corazón se acelera por esa sencilla palabra de cuatro letras, porque hay solo una persona que me dice de esa manera, y sé supone que esa persona ya no está. ¿Estoy perdiendo la razón? ¿Estoy empezando a escuchar su voz? Me pregunto vagamente si eso no es solo una consecuencia más del duelo, de la forma que tiene nuestro cerebro de adaptarse a las perdidas.
—Mina.
La voz suena igual y real, tan real que quiero girarme y comprobar si es todo producto de mi mente abrumada por el dolor o si de alguna manera, él realmente está aquí. Porque la única persona que me llama Mina, es Vladimir. Pero no me giro porque no sé cómo podría manejar la decepción y el dolor si llego a moverme y no lo veo detrás de mí.
Cierro los ojos con fuerza como una forma de contener las lágrimas y dejo que el viento acaricie mis mejillas y mueva mi cabello.
No es posible que él este aquí —me repito en mi mente—, él murió.
Eso fue lo que me dijo Isabella, eso es lo que le comunicaron a ella.
—Mina, mírame, por favor.
Siento sus manos rozar con mucha delicadeza mis hombros cubiertos por la gruesa tela de mi abrigo, y su tacto se siente tan familiar, tan real, tan Vladimir.
¿De verdad es él? ¿En serio regresó a mí?
Me giro lentamente y lo siguiente que sucede, es igual a la caída gradual del agua en una cascada, a la perfecta sincronía que hay entre un latido y el siguiente, entre un paso y el otro, porque cuando me giro y lo veo, de pie frente a mí, las lágrimas que intentaba contener ruedan por mis mejillas y me lanzo con fuerza a sus brazos sintiendo una fuerte necesidad de asegurarme que él realmente está aquí, que es real, que no es producto de mi imaginación y que se va a desvanecer cuando mis manos intenten alcanzarlo.
—Oh, mi dulce Mina, lo siento mucho.
Yo entierro mi cara en su pecho y me sujeto a las solapas de su abrigo porque mis piernas tiemblan y siento que podrían fallarme en cualquier momento, pero no es necesario que me aferre a nada, porque él me sujeta con fuerza y me dice que todo va a estar bien, que él está aquí y no me va a soltar.
—Pensé que te había perdido para siempre, Vladimir. —le digo entre sollozos. —Y él sentimiento fue tan abrumador y paralizante. No quiero volver a perderte, no quiero volver a sentirme así.
Vladimir me abraza con más fuerza mientras me deja llorar contra su pecho.
—De verdad lo siento, Mina.
Él hace ademan de alejarse, pero yo me aferro más a él.
—Está bien, Mina, podemos quedarnos así el tiempo que quieras, estoy aquí, te prometí que regresaría, ¿recuerdas? Y un caballero sin su brillante armadura siempre cumple sus promesas.
Vladimir frota suaves círculos en mi espalda y besa mi cabello.
—Prométeme que no te volverás a ir, que no me volverás a dejar.
Sus brazos me rodean de forma protectora y yo siento que todo el dolor se empieza a desvanecer poco a poco, con cada latido de su corazón, así que dejo mi mejilla descansando contra su pecho.
—Lo prometo, Mina.
Yo lloro contra su pecho por lo que parece ser una eternidad, tratando de calmar todo el dolor, angustia y sufrimiento que he sentido estas semanas, dejando que las lágrimas drenen de mi cuerpo todos esos malos momentos y recuerdos. Vladimir murmura palabras tranquilizadoras contra mi cabello mientras sus manos frotan con suavidad mi espalda.
Me separo finalmente de él para poder verlo bien. Su piel esta bronceada y tiene un brillo típico de quienes han pasado horas bajo el sol. Sus ojos color miel brillan de aquella manera que tanto me gusta y su cabello está un poco más largo, tanto así que un mechón rebelde cae sobre su frente varias veces.
Él está aquí, después de meses lejos de mí, Vladimir está aquí.
—Di que me amas. —le pido.
Y cuando él escucha eso, es como si un peso se quitara de sus hombros.
—Te amo, Mina, con cada célula de mi ser.
Antes de poder pensar con claridad me lanzo a sus brazos de nuevo y envuelvo mis manos alrededor de su cuello para besar sus labios, feliz de volverlo a escuchar decirme que me ama. Es un beso suave y demandante. Cuando nos separamos él me hace girar en el aire y aquel gesto me hace reír, él obviamente se une a mi risa.
—Yo también te amo, Vladimir.
Una vez, cuando era una niña, pensaba que todo sucedía por una razón. Recuerdo que en algún momento le llegué a comentar eso a Vladimir, le dije que nada pasa por simple casualidad, que todo en esta vida sucede porque tiene que suceder. Vladimir, quien cree que nada es inevitable, me respondió que aquello que llamamos destino, es simplemente la vida sucediendo, que no existe el destino o la casualidad, que nada está escrito en piedra.
Pero a pesar que él me dijo que el destino no existe, yo siempre he creído que encontrarme con Vladimir y enamorarme de él, era parte de nuestro destino.
—Entonces, ¿estamos bien, Mina?
—Nosotros siempre estamos bien, Vladimir.
Siempre he sentido que Vladimir y yo pertenecemos juntos.
Cuando me despierto, del que probablemente ha sido el mejor sueño que he tenido en mucho tiempo, me siento descansada y tranquila, dos sensaciones que no creí que sería capaz de volver a sentir y él responsable de eso es el hombre que tiene sus brazos envueltos alrededor de mi cintura y su rostro en mi cuello.
—Buenos días, Mina. —murmura él con voz ronca por el sueño antes de besar mi cuello.
Es extraño y abrumador, de una buena manera, la sensación se seguridad que recorre mi cuerpo mientras estiro mis piernas y mis pies chocan con los suyos.
—Buenos días, Vladimir.
Cierro los ojos otro momento, dejando que las sensaciones de estar entre sus brazos y la calidez que emana su cuerpo, reconforten todo el dolor que he sentido estas semanas cuando creí que lo había perdido, cuando pensé que ya jamás podríamos volver a estar así.
—Gracias, Vladimir, por cumplir tu promesa y regresar a mí.
Él me contó anoche que él no estaba exactamente en el lugar del atentado, pero si estaba muy cerca y los efectos de la explosión lo alcanzaron y quedó atrapado entre unos escombros, siendo confundido con un médico irlandés de otro grupo. Que tardaron en sacarlo de ahí y mucho más en recibir atención médica, que fue muy difícil intentar ponerse en contacto con alguien y que él no sabía que nos habían dado la noticia que él había muerto, porque allá todo era un caos y la información era muy escasa, dado que algunos traductores murieron en el proceso.
—No había forma, Mina, que yo no regresara a ti.
Y puede que cumplir su promesa le haya tomado más tiempo del que teníamos predicho y me causo más dolor del que creí posible, pero no pienso en nada de eso mientras él me habla de cuanto me ha extrañado y que, por supuesto, también extraño el café de Filadelfia.
—Dijiste que me extrañabas más a mí.
—Un hombre puede decir tantas cosas, Mina.
—Eres insoportable.
—Pero me amas.
—No, te tolero, es diferente.
Él sostiene mi rostro con cuidado entre sus manos.
—Te amo, Mina.
—Lo sé, y yo también te amo.
El resto de la mañana trascurre de la misma manera, entre bromas, dulces declaraciones de amor, algunos besos robados, un par de caricias y muchas promesas por cumplir.
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