20. Un millón de posibilidades

https://youtu.be/cftZlVYXXfU

"Érase una vez cuando la Cenicienta sin corona, en un universo diferente hubiera estado con alguien más".

Como bailarines debemos poder acoplarnos a cualquier pareja de baile, porque no siempre podemos ser compañeros de quienes queremos y debemos tratar de crear magia con cada nueva pareja. Eso es lo que se espera, pero no siempre es así, en el ballet, como en la vida todo es cuestión de física y química. Hay compañeros de baile con quienes compartes una conexión inmediata, con quien saltan chispas y todo fluye, sobre todo la confianza. Es necesario aprender a confiar en nuestro compañero de baile, creer y saber que ese compañero nos va a sostener después del salto, que sus manos nos impulsaran y nos ayudaran a volar más alto, que junto a él podremos realizar pasos que no hubiéramos podido hacerlo solas. Debemos confiar en que nuestro compañero nos va ayudar a flotar en el escenario y crear magia.

Pero como dije antes, no siempre es así. Hay bailarines que odian tener un compañero y otros que se encuentran temerosos y angustiados de dar un paso en falso, pero para otros es casi natural bailar junto a alguien, tener un compañero al lado y un claro ejemplo de eso es Katie y Leroy. Mientras los observo bailar puedo notar al instante que Katie confía en él y en el baile, la confianza hacia tu compañero lo es todo. Veo como Katie se siente segura al saltar, al girar y con cada elevación y cargada, no hay duda o miedo en sus movimientos porque ella confía en Leroy, ella sabe que él no la va a dejar caer.

—Eso fue hermoso, cada paso y movimiento salió de forma fluida y elegante, fue algo hipnotizante, además de la fuerza y el control que ambos tienen demuestra los buenos compañeros que son —les digo a los dos cuando ellos terminan de bailar—. A veces en este tipo de bailes nuestros ojos siempre se centran en solo uno de los bailarines, pero los dos son bailarines fuertes que el espectador los sigue a ambos como lo que son, un pas de deux.

La primera vez que los vi a ellos bailar les dije que tenían un aplomo y elegancia que se complementaban de una forma muy peculiar, y que ellos como compañeros de baile son buenos porque ambos logran mantener el control.

—Me gusta la forma en que las elevaciones no se veían venir, supieron integrar muy bien las cargadas y elevaciones en la coreografía, volviéndola fluida y casi perfecta. Los felicito a ambos.

Leroy y Katie se abrazan y él la hace girar por el centro de la pista.

Yo les sonrió y dejó que disfruten el momento porque sé lo mucho que se han esforzado por conseguir mejorar su baile para la competencia que tienen en dos semanas en New York.

Cuando termino de hablar con ellos y hacerles algunas pequeñas observaciones, ellos me agradecen y se despiden de mí porque tienen que ir a clases en la universidad. Me gusta eso de ambos, que no descuidan sus estudios y saben equilibrar su tiempo.

La puerta del estudio se abre y veo a Vladimir entrar ondeando un pañuelo naranjal.

—¿Estás lista para ir por nuestro café del día? —me pregunta cuando llega frente a mí.

Yo tomo el pañuelo que él me da y lo guardo en mi bolso.

Le hago una seña para que me espere un momento y voy a ver mis zapatillas de ballet que he dejado en los vestuarios.

—Una vez Cenicienta...—él no termina la frase, pero no necesita hacerlo porque yo sé lo que sigue—. Por cierto, ¿a quién le toca invitar los cafés hoy?

—A ti —le respondo antes de caminar hacia los vestuarios.

Cuando regreso, tomo mi bolso y ambos empezamos a caminar hacia la puerta.

—¿Cómo estas hoy? —le pregunto.

Hacemos nuestro habitual recorrido desde mi estudio hasta la cafetería y cuando entramos en la cafetería, vamos al mostrador por nuestro pedido y de ahí con nuestro café en mano vamos a sentarnos a nuestra mesa de siempre.

Cuando nos sentamos, él finalmente me responde.

—Sería un mentiroso si te dijera que estoy bien —me dice él—, pero cada día es mejor que el anterior, y sé que al final estaré bien, que tomará algo de tiempo, pero lo conseguiré.

La sonrisa que él me da solo reafirma sus palabras, lo que me hace sonreír, porque han sido semanas difíciles desde la muerte de Sean, y he visto como ellos están intentando volver a la normalidad, pero como me dijo Vladimir hace unos días, a veces es difícil olvidarlo y salir de su oficina para preguntarle a Mary si Sean esta libre para una consulta y es entonces cuando cae en cuenta que Sean ya no está.

Vladimir también me dijo que Isabella solía llorar en el baño de su oficina y que Mason le dice que tenía problemas para consolidar el sueño, pero que poco a poco ha dejado de hacer ambas cosas, lo que se siente como una batalla ganada, aunque ni siquiera sabía que estábamos en guerra. Aunque si lo pensamos un poco, de alguna manera siempre estamos en guerra contra la vida.

—Bien, Vladimir, lo que sea que necesites, está bien.

Vladimir estira su mano y da unas suaves palmadas sobre las mías, no toma mis manos entre las suyas, solo deja que su mano descanse unos segundos sobre la mía antes de retirarla.

—Vamos a estar bien, Mina —me dice él con tanta convicción en su voz que me resulta un poco difícil no creerle.

Entonces lo hago, le creo, creo en él cuando dice que vamos a estar bien.

—¿Crees que las personas de nuestra edad pueden tener mejores amigos? —le pregunto.

La duda surgió en mí cuando lo escuché decir en una serie que Tate estaba mirando.

—No veo porque no, de hecho, tú eres mi mejor amiga y creía que eso ya estaba implícito.

Es así, porque en algún momento entre no querer ser su amiga y pasar a ser su prospecto de amiga, en alguna parte de todo eso, él dejó de ser solo un amigo más y se volvió mi mejor amigo. Aunque a veces nuestra relación parece querer cruzar la línea de los mejores amigos, nos seguimos manteniendo firmes y no cruzamos la línea. Él sabe más de mí que cualquier otra persona y yo soy la única persona con la que él habla abiertamente sobre cualquier cosa, incluso las cosas de las que no quiere hablar, como Stella y como se siente respecto a su perdida.

Me doy cuenta que sí, él tiene razón, el título de mejores amigos está implícito entre los dos.

—Tú también eres mi mejor amigo.

Bebemos nuestro café mientras hablamos de nuestro día, de cómo hemos estado, de las cosas que nos han sucedido.

—¿Puedo hacerte una pregunta, Mina?

Levanto mi cara en su dirección y le digo que sí.

Hay algo en la forma en que él me mira, algo en la manera dudosa con la que me ha hecho la pregunta, cuando normalmente él solo me pregunta directamente algo, sin titubeos, que me hace enderezarme en mi asiento y prestar atención a lo que él va a decir a continuación.

—¿Qué ha cambiado entre nosotros? —me pregunta él.

Yo podría fingir que no entiendo su pregunta, pero ambos sabemos que lo hago, a pesar de eso, él aclara la razón de porque me ha preguntado eso.

—Desde que llegué de Montana, hace casi mes y medio, tú has actuado diferente conmigo.

Durante mucho tiempo, casi toda mi vida, dejé que mis miedos e inseguridades controlaran la mayoría de mis decisiones y por ende mis acciones, y son aquellos miedos lo que me impidieron en algún punto, desde que descubrí que tenía más que solo sentimientos platónicos por él, dar un paso en aquella dirección, porque en su lugar, lo que hice fue dar un paso hacia atrás y cambiar de dirección. Porque yo soy consciente que si le hubiera dicho como me sentía y él no me correspondía, probablemente nunca me recuperaría del todo.

Lo único que estoy haciendo es practicar la autoconservación.

—Solo te estoy dando espacio para que puedas lidiar con todo y me doy espacio a mí para lidiar con algunas cosas. Pero como tú lo dijiste antes, vamos a estar bien ¿recuerdas? Nosotros siempre estamos bien.

Yo trato de darle una sonrisa que pueda convencerlo de lo que estoy diciendo, pero no estoy segura de sí lo consigo, y si él me llega a preguntar otra vez sobre esto tampoco estoy segura si podría decirle que solo hago esto por autoconservación.

Él coloca sus codos sobre la mesa y deja descansar su mentón sobre sus manos mientras me estudia, yo decido copiar su postura y él sonríe cuando lo hago.

—Sí, Mina, te prometo que vamos a estar bien.

Esta vez soy yo quien intenta leer más allá de lo que él dice, quien intenta encontrar otro significado a sus palabras. Porque él me responde en un tono tan suave y lleno de sinceridad, un tono que me deja muy claro que Vladimir tiene toda la intención de cumplir con su promesa. Es un tono que no muchas personas han utilizado conmigo.

Ni siquiera puedo recordar la última vez que alguien me prometió algo y lo cumplió, sin embargo, como el perfecto caballero sin la brillante armadura que él es, Vladimir siempre se preocupa en cumplir sus promesas.

—Tomaré un taxi y antes que digas algo, sí, sé que me puedes llevar a casa y bla, bla, bla, pero Vladimir, tuviste un largo día de trabajo y debes descansar, no me pasará nada por ir en taxi.

—Eso no lo sabes.

—No, pero así es la vida querido amigo, ve a casa y descansa, estaré bien. Mañana es sábado, llámame y hagamos algo.

Él no parece convencido con lo que le digo, pero después de insistirle un poco más, él detiene un taxi para mí, amenaza amablemente al taxista y nos despedimos.

—Tiene un novio muy sobreprotector —me dice el taxista.

—No, no es mi novio, solo mi mejor amigo.

Mi teléfono suena y pongo los ojos en blanco pensando que es Vladimir, pero no, es Jeremy.

—¿Tienes planes para esta noche? —me pregunta él.

—No.

—Bien, ¿te gustaría venir a cenar a mi casa? Prepararé pizza.

Con Jeremy todo siempre ha sido sencillo desde el inicio. Sin bailar uno alrededor del otro, sin líneas que no debemos cruzar.

—Por supuesto, estoy en un taxi así que llegaré en unos veinte minutos —le digo.

Le doy la dirección de la casa de Jeremy al taxista y el señor me da una mirada cómplice por el espejo retrovisor que yo no sé cómo interpretar.

Cuando el taxi se detiene frente a la casa de Jeremy, él me está esperando afuera y me abre la puerta del taxi para ayudarme a bajar.

—Sabes, una mujer podría acostumbrase a esto —le digo.

Él se ríe por mi comentario y toma mi mano para llevarme hasta la casa.

Jeremy me pregunta sobre mi día y la conversación se desarrolla con naturalidad desde ahí.

—¿Por qué siempre tienes casi todas las luces encendidas? —le pregunto.

He venido varias veces aquí durante este mes y medio y siempre me sorprendo que, sin importar la hora que sea, las luces de aquí siempre están encendidas. Por suerte su casa utiliza paneles solares y no daña al medio ambiente con tanto derroche de energía.

—Mis padres siempre fueron padres ausentes —me empieza a explicar él mientras corta los tomates con mucha pericia—. Era normal para ellos dejarme solo en casa y cuando eso sucedía, yo prendía todas las luces y ponía la música a todo volumen para no sentirme solo. Con el tiempo dejé de encender la música, aunque suelo llegar a casa y encender el televisor para que genere algo de ruido de fondo, pero encender las luces es un hábito que nunca se me quitó. ¿Te molestan? Puedo apagarlas si te molestan.

Yo recorro la casa con la mirada pensando en un pequeño Jeremy en la casa de su niñez corriendo por todo el lugar encendiendo luz por luz, para no sentirse solo y me siento profundamente conmovida por eso, porque yo entiendo la sensación de desesperación que recorre tu cuerpo cuando estás solo y más aún cuando solo somos niños.

—No, lo entiendo.

Él me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa.

—Es por eso que aprendí a cocinar, no podía vivir de comida congelada y pizza.

Él me cuenta que su mamá vive en Washington y que su padre vive en New york, que llevan años separados, aunque estaban separados antes del divorcio, que en realidad él no recuerda ninguna muestra de afecto entre ellos o hacia él.

También me cuenta que su padre tiene problemas con la bebida y las puestas y que él tiene que viajar cada cierto tiempo a New york a librarlo de algún lio.

—Le conté a Sienna y a mis primas sobre nosotros.

Él detiene lo que está haciendo y me mira con aquellos ojos azules que Tate insiste, no son de este planeta.

—¿Nosotros?

—Sí, nosotros.

—¿Somos un nosotros? —me pregunta él y yo me sentiría ofendida por su pregunta si no hubiera sido dicha con tanta esperanza, tanto en su tono, como en su mirada.

—Bueno, sí, lo somos.

Él me da una sonrisa de complicidad antes de tomar mis manos y me acerca a él, pero no para un beso, si no para un abrazo. Él me rodea con fuerza entre sus brazos y me da un beso en mi frente. Dejo que mi respiración caiga en una perfecta sincronía con la suya.

—En universo diferente, tú estarías con alguien más —me dice él cuando nos separamos—. Y me alegra tanto que en este universo estés conmigo, porque cuando estás aquí, no me importa si toda la casa está en silencio y con las luces apagadas.

En un universo diferente tú estarías con alguien más.

Aquella frase me hace pensar en lo que me dijo Tate cuando les conté que estoy con Jeremy.

Ella adopta la postura clásica que tiene cada vez que nos va a revelar algún dato científico que ella considera es lo más fascinante que hay.

—¿Conoces la teoría de la alternatividad? —me pregunta Tate y como siempre que hablamos de un tema que a ella le apasiona, Tate no me da oportunidad de responder —. En lógica matemática, una alternativa es el elemento de una disyunción lógica y si aplicamos ese concepto en la teoría de cuerdas, podemos plantear que, a nivel cuántico, nosotros en cada realidad elegimos una opción entre los millones de opciones que tenemos y de esa forma se crean los universos paralelos, donde experimentamos lo elegido. A veces nos preguntamos, ¿qué hubiera pasado sí...? Pero hay una realidad donde eso ya sucedió y tal vez pueda que vuelva a suceder y esta vez seas tú quien lo decida, porque en este basto universo, todos los momentos existen al mismo tiempo.

Cuando ella finaliza su explicación nos sonríe y dice que eso lo aprendió en un simposio sobre física que asistió la semana pasada.

Ella ama aprender cosas nuevas, casi siempre nos está contando un dato interesante sobre cosas extrañas. Eso es parte de su encanto.

—Lo que quiero decir con eso, es que hay un universo donde no estas con Jeremy e incluso hay un universo donde no los conoces a ninguno de los dos, uno donde no elegiste ser amiga de Vladimir. Hay tantas posibilidades frente a nosotros y es increíble como una simple elección lo cambia todo.

—¿Crees que estábamos destinados a encontrarnos? —le pregunto—. Pensé que no creías en el destino.

—No creo en el destino.

—¿Entonces?

Él abre el horno para poner la pizza y cuando cierra el horno, se limpia las manos con un trapo rojo que está cerca de la cocina.

—Mira, aquí estamos en este momento, millones de personas caminando por la vida, la mayoría estamos básicamente solos. Caminamos entre nosotros buscando algo y sin saber que es. ¿Sabes que es lo que buscamos? —yo mueva mi cabeza en respuesta a su pregunta—. Una conexión real, pero la mayoría no la encuentra porque pierde el tiempo mirando en los lugares equivocados, entonces piensan que no hay nadie para ellos y pierden las esperanzas, dejan de buscar, se conforman. Pero otros, unos muy pocos no pierden la esperanza y siguen buscando, siguen intentándolo.

Él se acerca a mí y lleva una mano a mi cabello para poner un mechón detrás de mi oreja.

—Entonces sucede que dos personas se encuentran, nace algo, brota una chispa, es ahí cuando se dan cuenta porque todo lo demás no valió la pena, porque no funcionó con otra persona —Jeremy me sigue diciendo—. Al menos yo entiendo eso ahora que tú estás aquí, ahora que nos hemos encontrado.

Y es ahí cuando él finalmente me besa.


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