17. A donde sea que tú vayas

https://youtu.be/dXRxTF0dNVE

"Érase una vez un Caballero sin la brillante armadura que regresó al reino".

La voz de Tate suena por toda la casa, mientras ella corre en total estado de pánico e intenta arreglarse lo más rápido que puede para no llegar tarde al trabajo... de nuevo.

Josie y yo compartimos una sonrisa antes de mirar como Tate lucha por ponerse sus botas y abrigo casi al mismo tiempo. Ni Josie, ni yo podemos evitar reírnos cuando Tate se cae mientras intentaba cerrar su bota.

—¡Por Cristo redentor y sus clavos! ¿Qué clase de pacto tengo que hacer para ser más puntual? Juro que me van a despedir y voy a tener que vivir debajo de un puente pidiendo limosnas en las esquinas.

Josie se limpia las manos llenas de masa de galletas y pone los ojos en blanco antes de caminar hasta donde está Tate tirada en el piso rogando a todas las divinidades que conoce para no llegar tarde al trabajo.

—Deja el drama, Tate —le dice Josie a su hermana mientras pone una mano en su hombro—. Es domingo.

—Dios, me has mirado a los ojos...—canta Tate con emoción—. Esperen un momento, ¿por qué no me detuvieron hace media hora? Ustedes mujeres crueles me dejaron sufrir por media hora corriendo por toda esta casa tratando de arreglarme para llegar puntual al trabajo —ella nos señala a Josie y a mí—. En el infierno hay un lugar reservado con su nombre.

Yo muerdo mi labio para evitar reírme de la expresión y tono dramático de Tate, y veo como ella se levanta del piso con la poca dignidad que le queda y sube las escaleras hasta su habitación. Lo más seguro es que ella se volverá a dormir y se levantará después de unas siete horas, porque si hay algo que ella ama, es dormir.

Josie regresa a la cocina y sigue colocando la masa de galletas en la bandeja para ponerlas en el horno.

—Seguro que cuando se despierte pensará que todo fue solo un sueño —le digo a Josie.

Mi prima se ríe y dice que no duda que sea así.

Mi teléfono suena por segunda vez esta mañana y miro la pantalla que se ilumina con el nombre y una imagen de Vladimir. Paso mi mano por mi cabeza y dejo que el teléfono siga sonando, cuando levanto mi mirada me doy cuenta que Josie estaba mirando de reojo la pantalla, pero no dice nada al respecto, ella solo termina de poner la masa de galletas y las lleva al horno.

—Te puedo pedir algo.

Aparto mis ojos del periódico que estoy leyendo y miro a Josie que se está secando las manos en su delantal.

—Sí, por supuesto, dime.

Ella se sienta frente a mí en la mesa y me sonríe con cariño antes de hablar.

—Si alguna vez hago o digo algo que te llegue a lastimar, por favor, dímelo.

Si no fuera por el tono serio que ella ha utilizado ahora y que pocas veces utiliza para hablar, creería que solo me va a decir una broma.

No entiendo a qué se debe su petición.

—¿Por qué me pides eso?

Veo como ella duda en responder.

—Porque, aunque no lo digas o lo demuestres, sé que te molesta y aún te hiere que Vladimir se haya ido a Montana y aún siga amando a Stella.

—No...

—Está bien, Romi, tienes todo el derecho de sentirte de esa manera, lo que no está bien es que lo culpes a él por eso, porque sí, él aun la quiere y eso te lastima, lo entiendo, pero no es como si él supiera lo que está haciendo, Vladimir no tiene idea lo que está sucediendo con tus sentimientos, no es como si ustedes antes de eso hayan hablado sobre ser algo más o tú le hayas insinuado algo. Hay una diferencia en empezar a salir con alguien como amigos y empezar a salir con alguien cuando ambos saben que quieren algo más.

Ella tiene un buen punto ahí, no lo voy a negar, pero hay momentos donde uno no puede evitar ser irracional o dejarse llevar bajo ciertas emociones.

—Lo sé, pero eso no evita que siga estando molesta con él. Es absurdo, pero... así es como me siento. Estoy molesta con él y su forma de ser, ¿por qué tiene que ser siempre el perfecto caballero mandándome flores todos los días?, mandándome mensajes y haciéndome sentir especial.

Él me ha mandado a dejar un ramo de narcisos de diferentes colores todos los días, con pequeñas notas recordando que no debo olvidarme de sonreír, que no camine ignorando el mundo y que me extraña. Yo estoy agradecida por el gesto, por su forma de ser, pero al mismo tiempo me sentí molesta, porque su forma de ser no ayuda a que yo dé un paso hacia atrás y me aleje de los sentimientos que estoy empezando a tener por él.

Sí él tan solo fuera menos Vladimir, todo sería más sencillo.

—Te entiendo, pero si sigues haciendo eso, no solo lo vas a lastimar a él, también te lastimarás a ti —ella se levanta de donde está sentada, se para a mi lado y pasa su brazo por mis hombros mientras habla—. No lo culpes por no sentir lo mismo que tú y no te culpes a ti por como él se siente.

Empezarme a sentir atraída por Vladimir fue una mala idea, lo sé ahora, lo sabía antes, lo he sabido siempre, y a pesar de eso, no pude evitarlo, sucedió y aquí estoy ahora, sentada la mañana que él regresa de Montana, ignorando sus llamadas y sin contestar sus mensajes desde el miércoles, porque estoy molesta con él por ser como es y por hacer que me guste más de lo que puedo manejar, incluso aunque sé que esa no fue su intención, a pesar que tampoco fue mi elección.

Aunque si me detengo a pensar —cosa que prefiero no hacer—. Puede que empezara a sentir atraída por él, haya sido una elección consciente, por muy masoquista que suene, porque Vladimir es el tipo de hombre del cual no es difícil sentirse atraída. No, no es difícil caer en sus encantos, en realidad, es muy sencillo.

—¿Podemos hablar de otra cosa? —le pregunto a Josie.

—Por supuesto, lamento si lo que dije te molesto, esa no era mi intención.

Ella suena y se ve muy apenada, por lo que yo me apresuro a tranquilizarla, porque la conozco muy bien como para saber que solo hay buenas intenciones detrás de lo que ella me acaba de decir. Pero, sobre todo, la tranquilizo porque tiene razón en lo que me ha dicho.

—No, tienes razón, no estoy siendo justa con él.

—Cuéntame, ¿cómo te fue en tu cita con Jeremy? —me pregunta Josie con una sonrisa cómplice para cambiar de tema.

Mientras tomábamos café el lunes, descubrí que él va a la misma cafetería todos los días, justo unos minutos después que Vladimir y yo, que pudimos toparnos innumerables veces, pero yo siempre me iba antes que él llegará o él se iba justo antes que yo terminará mi última clase del día.

Él también dijo que fue el destino el que nos hizo encontrarnos ese día.

No sé si tenga razón, pero me hizo sonreír cuando dijo eso. Ese día también descubrí que él es bueno contando historias, que es muy encantador y divertido, que es una persona extrovertida y que sabe llenar los silencios para que no se vuelvan incómodos.

—Bien, dime Romina, ¿cuál es tu película favorita entre todas las películas que has visto? —me pregunta Jeremy.

Le dije que estamos un poco viejos para jugar a las veinte preguntas y él me preguntó, ¿de qué otra manera podríamos conocernos? Cuando no tuve una respuesta a su pregunta, él sonrío y me hizo la primera pregunta del día y así hemos seguido por varios minutos.

—El origen, la adoro, ¿y la tuya?

Él sonríe de oreja a oreja antes de responder.

—Mira otra cosa que tenemos en común, mi película favorita también es una de Leonardo DiCaprio. Es Titanic.

No puedo evitar reírme por la expresión dolida con la cual él responde.

—Que cruel, Romina, ¿qué tiene de graciosa mi respuesta? Es una gran película con majestuosas actuaciones y un trágico final que te marcará de por vida. Porque había espacio en esa tabla para los dos, lo sé y cualquiera que la haya visto lo sabe.

Alejo mi mente de ese recuerdo, pero sigo sonriendo al pensar en Jeremy y su amor por la película. Él me dijo que un cine retro iba a estar reproduciendo la película el sábado y me invitó a ir a verla, yo acepté y a pesar que se sentía como una cita, yo no la vi de esa manera. Tampoco pensaba comentárselo a nadie, pero Josie me escucho hablando con Jeremy sobre estar lista para ir a ver la película, así que le dije a dónde iba y con quién.

—Bien, me divertí mucho a pesar que vimos Titanic, él también me invitó a salir de nuevo el viernes.

Josie empieza a dibujar corazones en el aire y yo me rio de sus payasadas.

—Dime que aceptaste, porque te mataré si no lo hiciste.

—Acepté, él es...

No encuentro la palabra para describirlo y Josie se da cuenta.

—Ibas a decir el perfecto caballero, pero esa palabra utilizas para describir a Vladimir y no sientes correcto utilizarla con alguien más ¿Verdad?

—Sí, así es —le digo a Josie—, Grace lo llamó mi ángel guardián.

Josie repite aquel apodo y sonríe.

—Ángel guardián, me gusta. Pero no nos apresuremos, recién van a tener su segunda cita y aún no se han besado. Guardemos el apodo para después de su segundo beso. —me dice ella con seriedad.

Mi teléfono vuelve a sonar, esta vez es un mensaje.

Le hago una seña a Josie para que no diga nada y ella simula cerrar sus labios y lanzar la llave imaginaria.

—Está preocupado por mí, cree que sucedió algo que me tiene mal y por eso lo he estado evitando —le digo a Josie—. Vladimir es así.

Miro las flores que están en medio de la mesa, son hermosas. Los narcisos vienen con su propio florero porque le dije que no tengo floreros donde ponerlos y él hizo que la florería me mandara a dejar los narcisos con hermosos floreros con temas de ballet.

Su última nota decía te extraño, nos vemos el domingo.

Sin detenerme a pensar mucho en todo esto tomo mi teléfono y llamo a Isabella, ella contesta casi enseguida y yo le pido los datos del vuelo de Vladimir. Le pregunto a Isabella si ella va a ir a recogerlo y ella me dice que no, que él dijo que tomaría un taxi desde el aeropuerto. Cuando termino la llamada miro a Josie, esperando que diga algo, pero ella permanece en silencio.

—Ahora agradecería un comentario de tu parte, Josie.

—No, mis labios están sellados, esto es todo tuyo.

Tal vez ir a recogerlo es demasiado, él solo se fue una semana, no hay porque hacer tanto alboroto y yo estaría convencida de eso si no fuera por el hecho, que, si las situaciones se invirtieran, él me iría a recoger al aeropuerto, incluso aunque yo hubiera estado solo un día lejos.

—Iré a arreglarme porque debo ir a recoger a mi amigo al aeropuerto —le digo a Josie.

Le saco la lengua a Josie mientras me levanto de la mesa y me dirijo a mi habitación.

Cuando ya estoy lista, le pido a Josie las llaves del auto de Tate y le digo que es momento que alguien más en esta casa tenga un auto, porque uno solo no es suficiente. Josie me da la razón y una caja con galletas para Vladimir.

—La última vez le encantaron —es todo lo que dice Josie.

Josie tiene esa forma casi silenciosa de preocuparse por los demás y demostrarles a otros que le importan, ella puede que no lo diga porque es algo tímida, pero pasará horas haciendo tu postre favorito solo para alegrar tu día.

Cuando llego al aeropuerto saco mi teléfono para revisar la información que me mandó Isabella con la puerta y la hora de llegada del vuelo de Vladimir. Cuando reviso la información me dirijo a revisar los vuelos y veo que su vuelo acaba de llegar.

Por alguna razón me siento nerviosa mientras veo cómo las personas empiezan a salir. Camino por la pared de vidrio tratando de distinguir su avión —aunque sé que eso no es posible—. Solo intento mantener mi mente ocupada en cualquier cosa para intentar apaciguar los nervios que me están carcomiendo y no entiendo la razón ¡él solo se fue una semana! ¿Cuánto puede cambiar alguien en una semana?

—Estoy siendo tan absurda —me digo en un susurro.

Me paso mis manos por mi cabello y busco en mi bolso algo para poder recogerlo.

—¡Mina! —me llama Vladimir cuando me ve.

Levanto la mirada y enarco una ceja mientras lo veo caminar hacia mí arrastrando una maleta negra detrás de él, muerdo mi mejilla para evitar sonreír de oreja a oreja al verlo acercarse a mí.

—Mina, no tenías que venir a verme.

Ninguno de los dos es fanático de las demostraciones públicas de afecto, yo incluso puedo contar con la mano las veces que nos hemos abrazado, pero algo en la forma en que él me mira, algo en su sonrisa, todo lo que ha sucedido en esta semana y toda la vorágine de emociones, me hace estirar mis brazos para un abrazo que él no duda ni un segundo en corresponder. Sus brazos se envuelven alrededor de mi cintura y antes que yo pueda alejarme, él me levanta en el aire y me hace girar en sus brazos.

—Vladimir, detente, estamos haciendo un espectáculo —le digo mientras golpeo su espalda.

Él se ríe, pero no me baja enseguida y cuando finalmente lo hace su sonrisa es aún más amplia que antes.

—Para eso son los aeropuertos, Mina, para efusivas demostraciones de afecto.

Hasta que no lo vi saliendo por esas puertas y caminando hacia mí con una sonrisa, no era consciente de lo mucho que lo había extrañado.

—Realmente te extrañé —me dice él cuando empezamos a caminar fuera del aeropuerto.

—¿De verdad?

—Sí, pero sobre todo extrañé el café de Filadelfia —me responde él.

Yo golpeo juguetonamente su brazo y le saco la lengua, él se ríe por el gesto y me da una de sus sonrisas que se me hace inevitable no sonreír de regreso. Esas sonrisas que pueden iluminar incluso mi día más oscuro, y él ni siquiera es consciente del poder que tiene su sonrisa en mí.

—Gracias por venir a recogerme, Mina, no tenías que hacerlo.

Él acomoda su maleta en la cajuela del auto y después camina hasta el lado del pasajero para subirse.

—Es lo menos que puedo hacer por todas las flores que recibí esta semana —le digo—. Gracias por eso.

Él sabe que es más que un simple agradecimiento por los ramos de narcisos, él entiende, sin que yo tenga que mencionarlo, que es un agradecimiento por considerarme y preocuparse lo suficiente por mí como para asegurarse que yo sepa que, aunque él está lejos, se sigue preocupando por mí, y me manda a dejar un ramo de narcisos que se van a marchitar a más tardar en dos semanas, pero que lo hace solo porque yo le dije que jamás nadie me había regalado flores. Es un agradecimiento por sentir la necesidad de recordarme con pequeños detalles que yo le importo —incluso si no es de la manera que yo quiero—. Un agradecimiento por ser mi amigo.

—No hay nada que agradecer, Mina.

Veo como Vladimir empieza a cambiar la música, siempre que viajamos juntos él se encarga de la música, a mí me da igual, pero según él la música que suena en el auto mientras uno viaja es fundamental para tener un viaje agradable.

Él se detiene en una música de Kodaline y yo sonrío cuando reconozco que la música es Wherever You Are y me encanta.

—Siempre me sorprende lo versátil que eres al momento de escuchar música —le digo a Vladimir.

Él golpea sus dedos rítmicamente contra sus piernas y tararea la música.

—Esta música me recuerda a nosotros —le digo sin pensarlo.

Muerdo mi labio y concentro mi vista en el camino cuando siento los ojos de Vladimir fijos en mí.

Escucho con atención la letra de la canción y estoy segura que él está haciendo lo mismo.

—Tienes razón, me recuerda a nosotros —me dice él—. Porque yo iría a donde sea que tú vayas.

Donde sea que estés, juró que ahí estaré —dice el coro de la música.

Él semáforo se pone en rojo y eso me permite apartar mis ojos del camino y buscar sus ojos color miel, que por supuesto, ya me están mirando. Lo que sea que yo le iba a decir muere en mis labios porque me encuentro perdida en su mirada y solo aparto los ojos cuando escucho el sonido de otro auto para que avance porque el semáforo ya se ha puesto en verde.

—Sí, no hay duda que esa es nuestra música, Mina.

Es un simple comentario que me hace sonreír y momentáneamente feliz, pero en el fondo sé que eso no es suficiente, quiero más, y es algo que no me gustaría pensar porque su comentario es todo lo que alguien podría esperar de un buen amigo y eso debe ser suficiente.

—Yo también iría a donde sea que tú vayas, Vladimir.


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