14. Amores no correspondimos y corazones rotos

https://youtu.be/5Ipg_Aof1SM

"Érase una vez un cuento de hadas moderno donde el Caballero sin la brillante armadura estaba enamorado de alguien más".

Una de las primeras cosas que Vladimir me dijo fue lo fascinante que es la forma en que las personas cruzan sus caminos entre sí, sin tener en cuenta el impacto que tendrán esas personas en la vida del otro. Recuerdo que yo le pregunté si él pensaba que tendría un impacto en mi vida y él solo dijo que no era lo que estaba intentando decir, pero unos meses después, aquí estamos, provocando un impacto en la vida del otro.

Debí saber que él pondría mi mundo de cabezas, que me haría cuestionarme algunas cosas y cambiar otras.

Nunca le he preguntado sobre la primera vez que me vio, sobre el momento que dejé de ser solo un cuerpo más entre la multitud. Porque ahora, ambos disfrutamos gratamente de la compañía del otro, somos amigos y me parece increíble que hace solo unos meses atrás éramos dos desconocidos, porque siento que lo conozco desde siempre y asumo que él se siente igual. Ambos podemos burlarnos mutuamente de forma natural con la seguridad que el otro no se va a enojar o sentir agraviado. Como su manía de mezclar nuestros helados y de decirme Cenicienta. Yo le dije que él es una persona muy fácil de leer una vez que lo llegas a conocer. Me resulta interesante como siempre quiere estar hablando, sin importar cual sea su estado de ánimo a Vladimir le gusta hablar, y una vez que él se siente en confianza con alguien, no debes preguntarle cómo se siente, porque él no va a dudar en decirlo.

—Cada cosa que dices, me hace solo querer saber más de ti, pero dime una cosa, Mina, ¿te gusta estar sola o te has convencido de que así estás mejor? porque son dos cosas muy diferentes.

—Yo no tengo amigos, Vladimir, solo a ti.

Veo como él se inclina un poco hacia adelante y sus ojos color miel se vuelven tan claros que casi puedo ver mi reflejo en ellos.

Me siento fascinada por la forma camaleónica que tienen sus ojos de cambiar de color.

—Bueno, Mina, trataré de ser el mejor amigo que alguien podría tener, especialmente porque tú mereces lo mejor, y más.

Cuando estaciono el auto frente a su casa, veo que tengo un mensaje de él con el código de acceso de la casa para dejarme entrar.

Cuando entro en la casa, soy recibida por una suave y melancólica música. Es un sonido muy hermoso y lento, que viene de alguna parte de la casa. Yo cierro la puerta de la entrada sin perder mi concentración en la música y me dispongo a seguir el sonido hasta una puerta frente a la sala que se encuentra entreabierta e iluminada tenuemente por solo una lampara que se encuentra en la esquina más alejada de la habitación.

La música me resulta vagamente familiar, pero mi mente no puede ponerle un nombre o letra a la melodía.

Sé que es Vladimir quien está tocando el piano, ¿quién más podría ser? Él ya me había dicho antes que su madre lo llevaba a clases cuando era niño, pero que después de unos años dejó de asistir, aunque aún recuerda como tocar y leer partituras. Entonces no me sorprende que sea él quien este tocando, lo que si me deja un poco sorprendida es cuando él empieza a cantar.

—Siempre he preferido dar conciertos para una audiencia de una sola persona —me dice él para hacerme saber que es consciente de mi presencia.

Yo no digo nada y él sigue cantando.

Siempre me ha gustado escucharlo cantar, Vladimir siempre canta cuando vamos en su auto o cuando caminamos suele tararear alguna música, pero jamás lo he visto cantar de esta manera, porque esta escena frente a mí parece tener un trasfondo que me estoy perdiendo. Él está ahora algo triste, melancólico, lejos de la forma feliz que usualmente tiene de cantar.

—¿Cómo estás, Mina?

Él siempre me pregunta eso.

—Bien, y tú, ¿cómo estas, Vladimir?

—No tan bien como me gustaría, pero bien —me responde él—. Supongo que solo necesito más tiempo.

Entro en la pequeña habitación y camino hasta el piano.

Este ambiente se siente muy íntimo, como si él supiera de antemano para que he venido aquí, pero sé que eso no es posible, así que me obligo a dejar de darles vueltas a esta situación en mi cabeza y decirle lo que he venido repitiéndome en el trayecto hasta aquí.

Aunque una cosa es decirlo en mi cabeza y otra muy diferente decirlas en voz alta ante Vladimir.

Cuando levanto la mirada y analizo su perfil, su postura y la forma en que suspira con cansancio cuando termina de cantar, me doy cuenta que él no está bien, algo ha sucedido.

—¿Qué sucede, Vladimir? —le pregunto—. Tienes una mirada extraña en tu cara.

Él deja de tocar y se ríe entre dientes, aunque no hay nada de humor o felicidad en su mirada.

Esa es una de las cosas que más me desconciertan de él y me costó mucho familiarizarme con eso cuando recién lo empecé a conocer, porque él siempre está sonriendo, siempre parece muy feliz como para estar luchando contra penas y demonios del pasado. Vladimir siempre parece demasiado feliz, con una sonrisa en su rostro y una luz interna que puede llegar a iluminar una habitación. Él tiene demasiada luz que a veces me olvido que él también está luchando contra su propia oscuridad.

—No es nada —me dice él.

Lo veo levantarse del banco frente al piano y hacerme una seña para que lo siga hasta la sala, me dice que espere un momento y veo como se sirve un vaso con whiski, él me pregunta si deseo un trago y yo le digo que no, porque necesito tener mi mente lo más despejada y clara posible.

Él mueve el vaso y veo como analiza el líquido mientras se sienta en el otro extremo del sofá donde yo estoy sentada, parece que él necesita mantener la distancia esta noche.

—Estoy bien, Mina —me dice él.

Veo que se ha terminado su trago y ahora sostiene el vaso vacío mientras observa la alfombra oscura que cubre una parte del piso de la sala.

—Conozco ese bien, Vladimir. Tú siempre estás "bien" ¿verdad? Mira, entiendo si no quieres hablar de eso, pero no me mientas y me digas que estas bien cuando es obvio que estas mal.

—Es solo que... a veces no todo es tan fácil como parece, porque hay días donde el recuerdo duele. A veces duele y a veces no, el problema es que cuando uno se rompe ante el recuerdo, todo se oscurece y es un poco difícil salir de esa oscuridad.

No es así como tenía planeado que vaya esta noche, pero las cosas nunca resultan como uno las planea, yo debería saber eso mejor que nadie.

Había sonado como un plan perfecto mientras lo conversaba con mis primas, pero con siempre, aquel plan ideal, fracasó. Y yo debería saber que algo así sucedería porque después de una vida entera de planes perfectos e infalibles que han salido mal, alguien más hubiera dejado de hacer planes, pero yo no, yo seguí planeando y esperando, incluso aunque nada jamás ha sucedido tal y como lo espero. ¿Por qué lo sigo haciendo?

Todo comenzó cuando era pequeña, exactamente a mis seis años cuando estaba ensayando para mi primer solo importante, yo me estaba esforzando mucho más de lo normal porque quería impresionar a mi papá, quería que él se sienta orgulloso de mí. Así que practiqué hasta muy tarde, le pedí a mi niñera de aquel momento que me ayude con mi peinado y mi vestuario, ella a regañadientes me ayudo y me advirtió que no me haga ilusiones, pero yo no la escuché, creía que cuando mi padre me viera bailar y ganar, se daría cuenta que podría al menos merecer un poco de amor. Es por eso que memoricé mi baile a la perfección y quería que todo sea perfecto, porque en mi cabeza creía que después de eso, mi padre me abrazaría y seríamos una familia.

Obviamente no sucedió así.

Yo estaba detrás del escenario emocionada, esperando mi turno para bailar cuando mi niñera me dijo que mi papá no había venido y que no iba a venir. Al final de la competencia conseguí el segundo lugar y me dije que era mejor que él no hubiera asistido, aunque pensé que un segundo lugar no sería tan malo. Pero cuando llegué a casa me recibieron con la noticia que mi padre se había comprometido con Dalia.

—Tú siempre estás cuidando de otras personas, Vladimir y a veces me pregunto si alguna vez alguien te ha cuidado. Me pregunto si hay alguien que te cuide ahora.

Le digo antes de volver a mirarlo y ver como él respira hondo y piensa en lo que acabo de decir. No me responde de inmediato, solo nos miramos, y esto es algo que se está convirtiendo en un hábito entre los dos.

—Lo hubo —me dice él—. Stella cuidaba de mí.

Veo como lleva sus dedos de forma semi inconsciente hacia su argolla matrimonial y veo como la hace girar alrededor de su dedo.

Él se queda en silencio después de eso, tal vez porque siente que aún es un tema delicado, que ha revelado demasiado de algo que prefiere no hablar.

—Y ahora ella se ha ido —finaliza él con cierto pesar.

Eso es difícil de escuchar porque Vladimir siempre ha sido una persona desinteresada, dando lo mejor de sí y lo que está en sus manos para ayudar a los demás, dando más de lo que puede dar. Es algo que yo he tenido la oportunidad de presenciar, cuando él habla de las consulta pro bono que realiza porque hay personas que no las pueden pagar o la clínica ambulante gratuita que están pensando abrir.

Veo como él deja el vaso en el piso y levanta su mirada hacia mi rostro.

—Mañana hubiera sido el cumpleaños de Stella —me dice él de pronto. Suena roto y muy dolido cuando esas palabras salen de sus labios, como si con el simple hecho de decirlas, la herida que aún está fresca se vuelve abrir—. Siempre íbamos a Montana por su cumpleaños porque ella es de allá, yo no iba a ir este año, pero no lo sé, no se siente correcto si no voy.

Y es en ese momento cuando finalmente cae el otro zapato.

Debo dejar de esperar a que suceda algo que siento que es inevitable—me digo en mi mente.

—¿Aún la amas? —le pregunto.

Veo como de nuevo él me mira con sus ojos color miel que a veces endulzan demasiado mi vida y ahora, al verlos, me provocan una amarga y lenta agonía. Porque sus ojos revelan cosas que me gustaría no saber, esos ojos que al mirarme no necesito palabras para saber lo que él quiere decir, como si fuera normal que unos ojos hablaran de esa manera, que unos simples ojos trasmitieran tanto.

Pero eso parece ser normal entre los dos, el podernos comunicar sin necesidad de palabras. El poder decir todo con una simple mirada o gesto, aunque eso ahora no sirva de nada.

—Sí, la he amado por tanto tiempo que no sé cómo dejar de hacerlo y a veces pienso que no quiero.

Ante su respuesta, puedo escuchar y sentir como se rompe mi corazón, pero yo me mantengo estoica y no demuestro cuánto me duele escucharlo decir eso.

Él no me ama, nunca me amó y jamás tuvo la intención de hacerlo y está bien, él no está obligado amarme de la misma manera que yo lo podría querer. ¿Por qué no me di cuenta antes de eso? ¿Por qué no noté que él seguía amando a Stella? Debí verlo, no debí tener esperanzas o creer que al decirle como me siento hacia él, algo iba a cambiar. Yo debo dejar de correr detrás de los sentimientos que tengo hacia él, porque es una carrera perdida. Él sigue amando a su difunta esposa y yo no voy a sentarme a su lado a esperar que él decida dejar de amarla, a que él decida que es momento de continuar.

Yo merezco mucho más que eso, merezco dejar de luchar por conseguir el amor de los demás. Porque estoy tan cansada de siempre tener que demostrarles a los demás que yo soy alguien que vale la pena amar.

—¿No quieres dejar de amarla? —le pregunto casi en un susurro.

Él había dicho que Cenicienta y el caballero de la brillante armadura sonaba como un gran cuento de hadas para él, pero él se olvidó decir que éramos personajes de un cuento donde no había un final feliz.

¿Cenicienta y el caballero de la brillante armadura? No, nunca estuvimos destinados a suceder.

—Ella merece ser amada y si yo no lo hago, ¿quién lo hará, Mina?

Lo miro mientras abro mis labios para decirle algo, pero nada sale de ellos y luego los vuelvo a cerrar cuando me doy cuenta que no sé exactamente qué debo decir, así que simplemente suelto un suspiro y copio su postura encorvada colocando mis codos sobre mis piernas y descansando mi cuerpo hacia adelante.

—Pero ella ya no está —digo después de un momento.

—Créeme, lo sé, sin embargo, eso no lo vuelve todo más sencillo, al contrario, todo es aún más complicado.

No digo nada porque no tiene sentido discutir con lo que él siente, con lo que él cree que es lo correcto. No digo nada porque me doy cuenta que él no está interesado en el amor que yo le puedo dar, porque él sigue amando a Stella y no está interesado en dejarla de amar.

De todas formas, yo he tenido el corazón roto antes, muchas veces y supe cómo lidiar con esa situación, aprendí a vivir y superar aquello, esta vez no será diferente y es mejor empezar desde ahora, porque no sirve de nada albergar esperanzas por algo que no va a suceder, porque el otro zapato finalmente cayó, demostrándome que los finales felices solo son parte de los cuentos de Disney y que en la vida real no sucede igual.

O tal vez se deba a que yo no soy una princesa.

—¿No tienes algún consejo que darme? —me pregunta él.

Casi sonrió por la ironía de su pregunta, porque, ¿qué le puedo aconsejar? Podría ser egoísta y decirle que está perdiendo su tiempo amando a alguien que jamás volverá, que debería dejarla ir y seguir adelante, pero ella ha sido su mejor amiga por años, hay tanta historia entre ellos que yo desconozco y no solo eso, ella es el amor de su vida y Vladimir tiene todo el derecho de seguir amándola si quiere, de seguir recordándola, porque nadie, absolutamente nadie puede decirle a otra persona como es la mejor manera de lidiar con el dolor y la perdida, o cuanto tiempo debería doler.

Pero a pesar de todo y de mis sentimientos, él es mi amigo y justo ahora está pasando por un mal momento, él está herido y dolido, ¿qué clase de amiga sería si no lo ayudo ahora?

—¿Sabes lo que es el entrelazamiento cuántico? —le pregunto a Vladimir.

Él me mira desconcertado y algo curioso por mi pregunta.

Vladimir niega con la cabeza y yo me dispongo a contarle lo mismo que me dijo Tate y al final le digo que él y Stella son 1 en 40 millones, porque ese porcentaje nunca fue nuestro, nunca fuimos nosotros, porque cuando Tate analizaba y sacaba las estadísticas sobre los dos se olvidó analizar el factor más importante de todos y es que Vladimir no siente lo mismo por mí, que es Stella su 1 en 40 millones, mientras que yo soy solo su amiga.

—¿Sabes una cosa, Mina? Me alegra haberte conocido.

Cuando muevo mi cabeza que sigue apoyada en mis manos, él está sonriendo, es una sonrisa suave y algo cansada, pero muy diferente a sus sonrisas anteriores porque esta sí logra llegar a sus ojos y supongo que eso es un gran avance por cómo han ido las cosas esta noche.

Yo asiento en silencio.

—¿Vas a estar bien, Vladimir?

Él me mira con sus ojos color miel llenos de sinceridad y amabilidad, dos cosas que lo caracterizan a él.

—Sí —me responde él—, estaré bien porque te tengo.

—Sí, me tienes.

Aunque yo no te tengo —agrego en mi mente—. Y nunca te tendré.

Nunca tuve una oportunidad de tener su corazón, porque él ya se lo dio a Stella hace mucho tiempo.

Al final, lo único que consigo es la tristeza de un corazón partido, las lamentaciones de lo que pudo haber sido y lo que jamás será. Porque al final, sin importar cuanto lo quiera y desee, yo nunca consigo al príncipe, o en este caso, al caballero sin la brillante armadura.

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