13. Entrelazamiento cuántico y la paradoja del amor

https://youtu.be/RQVThP-UUZw

"Érase una vez una Cenicienta sin corona que tiene miedo de abrir su corazón y confesar sus sentimientos".

Mi cuerpo se mueve al ritmo de Move together de James Bay. La melodía es suave y mis movimientos se acoplan al ritmo, mi cuerpo se mueve en perfecta sincronía con el ritmo de la música, no titubeo en ningún acorde, como si mi cuerpo ya supiera exactamente que acorde vendrá a continuación.

Me muevo por el estudio vacío expresando y liberando algunas cosas que he venido cargando estos días, porque esa es una de las cosas que me gusta de la danza contemporánea, que a pesar de no ser un baile que practico con frecuencia, si lo bailo en ciertas ocasiones, como ahora, nos permite expresarnos con mayor libertad y eso es como una bocana de aire fresco.

En la danza contemporánea se enfatiza el proceso de la composición sobre la técnica y no se rige por reglas o, vaya la redundancia, técnicas. En este género de baile se utiliza todo el cuerpo para desarrollar y poder enfatizar la expresión más auténtica de movimiento

—¿Acaso estás pensando en dejarme sin trabajo? —me pregunta Katie.

Ella y Leroy dan clases de danza contemporánea aquí en mi estudio los fines de semana y ayudan a entrenar a quienes van a competir en esa categoría.

Me levanto del piso y niego con la cabeza.

—No podría engañar a mi ballet clásico de esa manera —le respondo—. Solo necesitaba desestresarme un poco.

Camino con ella hasta mi escritorio y empezamos a coordinar las clases de esta semana, porque ella y Leroy van a entrenar a un nuevo grupo de chicas para una competencia y debemos coordinar los horarios de entrenamiento, porque, aunque ella y Leroy suelen entrenar, ensayar y dar toda la clase, yo vengo a supervisar los avances y dar el visto bueno.

—¿Por qué hay un hermoso ramo de narcisos amarillos en un balde de agua? —me pregunta Katie.

Yo sigo con la mirada hacia donde ella está mirando y sonrío al ver el ramo de narcisos que Vladimir me mandó a dejar hoy en señal de disculpa porque no podrá venir para tomar café como hacemos todos los días.

Y entonces recuerdo la conversación que tuvimos hace unos días.

Salimos de la heladería y nos dirigimos al parque que queda a dos cuadras. Es una hermosa tarde de verano típica de estos días de julio, el sol brilla tanto que hubiera sido lamentable quedarnos en casa, por eso le dije a Vladimir para venir por un helado y caminar por el parque para disfrutar este día.

—¿Cuál es tu flor favorita? —me pregunta él.

—Los narcisos, sé que son una flor común y sencilla, pero me gustan. En especial los narcisos amarillos, son muy bonitos.

Los narcisos son el tipo de flor que la mayoría de personas ignora, la flor que al estar rodeada de otras flores hermosas y exóticas pasa desapercibida, pero tiene algo que me gusta, algo que ante mis ojos la hace la flor más hermosa de todas.

—Aunque solo me gustan verlas, no me gusta comprarlas.

Veo como Vladimir se quita las gafas de aviador oscuras que cuelgan de su camisa blanca y se las coloca sobre sus ojos para cubrirlos del sol.

—¿Por qué? —me pregunta él con genuina curiosidad.

Yo muerdo un poco el cono de mi helado de chocolate antes de responder a su pregunta.

—No veo lo fascinante de gastar mi dinero en algo que inevitablemente, sin importar cuanto cuidado les pongas, van a morir. Es dinero que podrías invertir en otra cosa, como helado o comida.

Él sonríe un poco por lo que yo digo.

—Aunque le suelo llevar rosas amarillas a mi mamá —le sigo contando—. Mi tía dice que a ella le gustaban, que adoraba que mi papá le regale flores. Yo creo que ni siquiera tengo un florero donde colocarlas.

Nos sentamos en una banca que está cubierta bajo la sombra de un enorme y robusto árbol.

—A mí nunca me han regalado flores —le cuento.

Él se baja las gafas y me mira directamente a los ojos.

—¿Nunca nadie te ha regalado flores? ¿Ni siquiera el inepto de Roger?

La forma en que dice el nombre de Roger me hace sonreír.

—No, nadie, ni siquiera él.

—¿Le pediste que no te regalaran flores?

—No, te dije que no me gusta comprarlas, no me opondría a que alguien me las regale —le respondo con una media sonrisa—. Aunque, como te dije, nunca nadie me ha regalado flores.

Él choca su cono de helado con el mío para mezclar los sabores, yo le digo que me molesta un poco cuando hace eso, pero él me ignora y lo sigue haciendo.

—Me han dicho que regalar narcisos significa que consideras que esa persona tiene una belleza deslumbrante, muy superior a las demás y que te sientes totalmente atraído hacia ella, que los narcisos amarillos representan la fortaleza y simbolizan la superación de los obstáculos, la llegada del éxito y las riquezas —me cuenta Vladimir. —. Y creo que si hay alguien a quien deberían regalarles esa flor, es a ti.

Vuelvo a mirar el ramo de narcisos amarillos que están en un balde porque cuando recibí el ramo no tenía un florero donde colocarlas.

Vladimir ha sido la primera persona en mi vida en regalarme flores. Dudo que pueda olvidar eso y también dudo que quiera olvidarlo.

—No hay floreros aquí en el estudio y no quería que se marchitaran, son muy bonitas —le digo a Katie.

Ella mueve sus cejas pobladas de manera sugerente y me da una sonrisa llena de picardía antes de empezar a reírse.

—¿Te las mandó Vladimir?

He sido amiga de Vladimir por cinco meses y a estas alturas de nuestra amistad es inevitable que las personas que están en mi vida, como Katie o Leroy, no sepan de él, en especial porque Vladimir suele traerme un café casi todos los días cuando termino de dar mis clases.

Katie lo llama el viudo doctor de amor o solo doctor amor.

—Sí, y no es difícil de adivinar porque no es como si yo tuviera una larga fila de personas esperando para regalarme flores.

—No me sorprende Romi, porque tú puedes llegar a ser muy distante sobre tu vida personal, siempre sueles mantener todo en privado.

Me empiezo a quitar mis zapatillas de ballet y masajeo mis pies con cuidado.

—Sueno como un fenómeno antisocial.

Katie se ríe y hace un gesto con la mano en señal de negativa.

—No lo diría así, más bien eres una mujer reservada, incluso podrías decir que eres misteriosa.

Le hago una seña a Katie para que me espere y tomo mi bolso para caminar hacia los vestidores y ponerme mi vestido floreado con las zapatillas blancas.

Cuando termino de cambiarme suelto mi cabello y lo peino con mis dedos antes de poner el bolso en mi hombro y salir de los vestuarios. Cuando salgo veo a Katie practicando su rutina de baile. La veo moverse por la pista completamente sumida en el baile, absorta en sus movimientos y en total control de su cuerpo. Al verla ahora puedo darme cuenta que ella será una gran bailarina porque tiene la dosis justa de talento y pasión.

—Cuando haces este movimiento —le digo mientras imito el giro que ella hizo en mitad de la coreografía—, no se ve tan fluido, debes trabajar en eso, pero el arco que formas con tus brazos casi al final es hermoso.

Ella escucha lo que le digo y me dice que va a practicar e intentar corregir esa parte de la coreografía y que si la puedo volver a revisar el sábado para que yo vea su avance. Yo por supuesto le digo que no hay ningún problema con eso y me despido de ella después de cerrar el estudio de baile y guardar la llave en mi bolso.

Cuando llego a casa veo a Tate acostada en el sofá absorta leyendo un enorme libro.

—Hola, Tate.

Ella al escucharme se sienta en el mueble y golpea el asiento a su lado para que yo lo ocupe, veo que tiene ese brillo en su mirada y el entusiasmo en su rostro que me dice que ha leído algo fascinante.

—Primero debo poner estos narcisos en un florero. ¿Tenemos un florero?

Me dirijo al armario a buscar uno y noto que Tate me sigue con su libro, lo que sea que haya leído debe ser muy fascinante para ella.

—Estaba leyendo este libro sobre entrelazamiento cuántico y, ¿sabes que aprendí? —me pregunta ella, aunque no espera ninguna respuesta de mi parte y se apresura a responder su propia pregunta—. Sobre las coincidencias y las casualidades, que, si bien ambas nos pueden resultar algo fantástico, asombrosas e interesantes de relatar, no hay tal cosa como las coincidencias o las casualidades. Todo eso es solo un conjunto de probabilidades, un estudio de estadísticas y números lo corroboran. Es fascinante porque siempre pensamos que cuando algo bueno nos sucede, no nos va a volver a pasar, pero al leer esto te puedes dar cuenta que esas cosas van a volver a suceder otra vez.

A veces ella no puede evitar sacar su lado nerd.

Tate ama leer y aprender datos interesantes y curiosos para después plasmarlos en sus pinturas.

—Y tú me dirás, ¿qué tiene que ver eso con el entrelazamiento cuántico? Bueno, como sabes, el entrelazamiento cuántico es también conocido como la paradoja EPR y consiste en la posibilidad de que dos objetos que se encuentran físicamente separados, inclusive por millones de kilómetros entre sí, se puedan comunicar.

Por la forma en que su voz se vuelve un poco más chillona casi al final de su oración puedo suponer que ella está llegando a la parte crucial de lo que quiere decirme.

—Lo que se resume, en que no importan los millones de kilómetros que los separen, dos objetos pueden compartir la misma información y de esa manera alterar su estado, aunque tan solo uno de los dos objetos sea el afectado.

Ella me cuenta que esto se debe a que esos objetos están entrelazados y ya no es posible separarlos.

—Sucede algo similar cuando nos enamoramos, ¿no lo crees así? Porque cuando te enamoras e interactúas con una persona, y no hablo de un enamoramiento pasajero, hablo del amor de nuestra vida, hablo del único y correcto, donde no importa el tiempo que ha estado esa persona en tu vida, o si esa persona se va y ambos se separan, nada de eso importa, porque siempre van a estar entrelazados, y hay un futuro, según la paradoja EPR, donde ustedes se van a volver a encontrar. ¿No es acaso eso mejor que un cuento de hadas?

Entonces Vladimir tenía razón, nada es inevitable, porque no hay tal cosa como el azar en nuestras vidas y mucho menos las causalidades, porque aquello que llamamos destino es solo parte de un análisis sincronizado de estadísticas que rigen nuestras vidas. Aunque yo le seguiré llamando destino, porque me gusta cómo suena de esa manera.

Regreso a la sala y pienso en lo que me acaba de decir Tate sobre el entrelazamiento cuántico y su analogía sobre el romance. Pienso que ella está en lo correcto al decir que eso es mejor que un cuento de hadas, porque aquello de lo que ella habla es algo que podemos comprobar, mientras que los cuentos de hadas son fantasías a los que nos acogemos para evitar nuestra realidad.

—De todas formas, me siguen gustando algunos cuentos de hadas —le digo a Tate—. Pero sí, lo que acabas de decir suena muy bonito.

La puerta se abre y entra Josie con una caja blanca en su mano.

Ella nos saluda y deja la caja en la mesa redonda frente al sofá y la abre muy despacio revelando donas griegas, nuestras favoritas.

Josie se sienta en el suelo y toma una de las donas mientras señala con el mentón el libro que Tate estaba leyendo.

—¿Ya te habló sobre ese libro? —me pregunta Josie—. A mí me llamó a la pastelería para hablarme sobre eso.

—Porque es muy interesante, además, cuando les hablé de eso, la persona en la que ustedes pensaron es en quien están enamoradas y no mientan, sé que pensaron en alguien —dice Tate con sus ojos oscuros fijos en mí.

Josie se frota las manos para limpiarlas de los residuos de las donas y observa los narcisos amarillos con una sonrisa, ella sabe, sin necesidad de preguntar, que son mías y que me las dio Vladimir.

Y mi mente regresa a él. Vladimir.

Él ha conseguido robar mi corazón y Vladimir ni siquiera tenía la intención de hacerlo, pero lo consiguió con sus comentarios peculiares, sus diálogos notables, su bondad y sus bromas absurdas que casi siempre consiguen hacerme reír. Lo ha conseguido con respuestas agiles a cualquier pregunta, con nuestras conversaciones profundas mientras bebemos café, sobre la forma que tiene de preguntarme como estoy y la forma que habla sobre los problemas que la vida nos ha lanzado.

—Creo que me estoy enamorando de Vladimir —les digo con un tono que va entre la sorpresa y el pánico.

—Y eso es malo, ¿por qué? —me pregunta Josie con entusiasmo.

Ellas se miran entre sí y lucen como si fueran a levantarse y ponerse a bailar en medio de la sala.

—No me malinterpreten, en otras circunstancias estaría feliz de enamorarme de él. Pero estas circunstancias no son buenas. —les explico.

—¿De qué estás hablando? —me pregunta Tate—. Tú estás soltera y él esta soltero, se llevan bien y pasan casi todo el tiempo que pueden juntos. Las circunstancias me parecen muy buenas.

Pero ellas no lo entienden.

—No, ¿no lo ven? No me puedo enamorar de alguien que está enamorado de alguien más. Sí, ella está muerta, lo que vuelve todo esto aún peor de lo que ya es, porque no me quiero enamorar de alguien que podría llegarme amar, pero incluso si lo hace, yo solo seré la sombra de su gran amor Stella. Ella era el amor de su vida y yo solo seré la segunda opción, la mujer que intentará llenar el vacío que ella dejó y yo no quiero eso.

Porque para conseguir ser el amor de la vida de Vladimir, tendría que retroceder en el tiempo y hacer que él me conozca primero, asumiendo que estamos en un planeta alterno donde no existe Stella. Y eso no es probable, lo único probable aquí es que ella es el amor de su vida y creo que, si existen otras vidas, él la amaría en todas esas vidas.

Él aun lleva esa argolla de matrimonio. ¿Qué posibilidades puedo tener?

—¿Saben lo que quiero?, quiero ser el amor de la vida de alguien, la única opción, la correcta y jamás seré eso para Vladimir, porque él aun suspira por Stella y yo no puedo amarlo mientras espero a que él la olvide y se enamore de mí. Porque por una vez, tan solo una vez y sé que no es mucho pedir, no quiero tener que mendigar amor.

Lo hice toda mi vida con mi padre y el dolor de su rechazo aun me provoca un ardor en mi pecho y un nudo en mi garganta.

Tate suspira y me mira seria.

—Romina, ninguna de nosotras es una experta en romance y esas cosas, pero lo que si te puedo decir es que los sentimientos son algo poderosos, que no siempre podemos comprender y que nunca debemos dar por sentado los sentimientos de los demás —me dice Tate— Si no haces nada, si callas, él buscará seguir adelante con otra persona y no deberías arriesgarte a que eso suceda.

Asiento lentamente asimilando lo que Tate me está diciendo.

—¿Y que se supone que debo hacer? —les pregunto.

Tate se levanta y toma las llaves de su auto antes de ponerlas en mis manos.

—Ve y dile como te sientes, dile que te gusta y te estas enamorando de él —me responde Tate.

Tomo las llaves con cierta duda y las observo por un momento mientras aclaro mis pensamientos.

Saco mi teléfono para escribirle un mensaje y preguntarle si está en su casa y si puedo ir a visitarlo.

Su respuesta es casi inmediata.

Vladimir (mi caballero sin la brillante armadura): Sí, estoy en mi casa y tú no necesitas preguntar si puedes venir, eres mi amiga, siempre eres bienvenida aquí. Te espero.

—¿Qué pasa si él no siente lo mismo por mí y arruino una bonita amistad?

Josie mira a Tate y veo como le hace una seña para que sea ella quien responda mi pregunta.

— Hay 780 pares que puedes hacer en un grupo de 40 personas —me empieza a decir Tate—. Si nos basamos solo en un par específico de personas, ¿sabes cuáles son las posibilidades de que A se enamore de B en un corto período de tiempo y que B se enamore de A durante aproximadamente el mismo período de tiempo? La respuesta es, aproximadamente 1 en 40 mil millones —ella hace un gesto como si le explotara el cerebro—. Es algo casi improbable, sin embargo, tú y Vladimir lo han conseguido, así que no dejes pasar este momento.

1 en 40 mil millones —repito en mi cabeza.

Fuimos ese uno en cuarenta mil millones y solo espero que sea suficiente.

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