1. El inicio de una nueva historia
https://youtu.be/rMKyCz9rFWs
Cuentan algunas historias, que hay personas que nacen con una estrella de la suerte sobre sus cabezas, y los astrólogos dicen que quienes tienen la dicha de nacer bajo la luz de una estrella iluminando sus vidas, están destinados a tener una vida feliz y plena. Yo no soy una de esas personas, lamentablemente para mí, nací sin estrella de la suerte.
Entonces podemos decir que tenemos dos opciones: Nacemos con una estrella, o nacemos estrellados.
Yo obviamente nací estrellada.
Nací una madrugada del 3 de marzo, aún era invierno y por lo que me cuenta mi tía Marina, la hermana mayor de mi mamá, era un invierno muy frio, mucho más de lo normal. Esa debió ser una señal divina de lo que me esperaba en la vida. Pero nadie pensó en señales mientras mi madre ingresaba al hospital para tenerme, porque todo estaba normal, todo estaba bien... hasta que yo nací. El doctor le dijo a mi tía que no lloré al momento de nacer, yo nací en silencio y con los ojos ligeramente abiertos, eso fue algo que les sorprendió y les preocupo al mismo tiempo. Porque es muy importante el primer llanto de un bebé, ya que es ese primer llanto el que ayuda a la expulsión del fluido amniótico y da comienzo a la respiración autónoma del bebé.
Y yo no lloré cuando nací.
Entonces el doctor levanto su mano para darme una palmada y producir el llanto, pero antes que pudiera incluso acercar su mano a mí, los monitores de mi madre empezaron a sonar y yo lloré. Empecé a llorar de pronto, pero no hubo tiempo para analizar la razón de mi llanto, porque las maquinas a las que estaba conectada mi madre aún seguían sonando. Una enfermera le contó a mi tía que mi llanto fue tan fuerte que se podía escuchar por encima del ruido de los pitidos de las maquinas, ordenes de doctores y voces de las enfermeras. Por unos minutos, todo el quirófano era ruidoso, había personas moviéndose por todas partes, siguiendo órdenes y haciendo algo para mantener con vida a la mujer que estaba acostada en aquella mesa del quirófano tres. Hasta que el sonido de la misma máquina que empezó todo el caos y alboroto, hizo que el ruido y caos se detengan, y solo se podía escuchar mi llanto.
Hora de la muerte 3: 47 am
Mi madre murió solo cuatro minutos y treinta y dos segundos después de mi nacimiento. Jamás me llegó a ver, abrazar o saber que yo estaba bien. Ella ni siquiera me pudo escuchar llorar. Y yo jamás la llegué a conocer. Mi tía me cuenta que era una buena mujer, amable y dulce, también me dice que me parezco mucho a ella y no solo en lo físico, y que no importa lo que pase, mi madre me cuida desde el cielo. Porque según mi tía, mi madre es la estrella más brillante que hay en el firmamento.
Desearía que no hubieras muerto mamá —me digo en mi mente—. Desearía que estuvieras ahora aquí conmigo.
A veces me gusta imaginar la vida que hubiera tenido si mi madre no hubiera muerto. Todo sería muy diferente. Mi padre no me odiaría y culparía por la muerte del amor de su vida, yo hubiera crecido junto a mis padres, en lugar de crecer en casa de mi tía Marina. Pero, sobre todo, no hubiera conocido a Dalia y sus dos hijas, Grace y Josselyn. Dalia es la nueva esposa de mi padre, él la conoció cuando yo tenía cinco años y aún vivía con él. Yo tenía seis cuando ellos se casaron y mi padre me llevo a casa de mi tía Marina, porque me dijo que estaba empezando una nueva historia en su vida y yo no podía ser parte de esa historia. Cuando eso sucedió, recuerdo que yo corrí y llore detrás de su auto diciéndole que sería una buena hija, que, por favor, no me abandone. Pero él no detuvo el auto o miró hacia atrás, simplemente siguió conduciendo y se alejó de mí.
Dalia y sus hijas lo cambiaron todo.
No es que mi vida hubiera sido perfecta y un cuento de hadas antes de su llegada, pero cuando ellas aparecieron todo fue incluso peor porque me tocó ver como mi padre sonreía, reía y era un padre para dos niñas que eran completas extrañas, tuve que ver como él les daba a ellas el amor que yo quería y necesitaba. Pero, sobre todo, tuve que soportar las burlas, desplantes e insultos por parte de ellas. Porque una es peor que la otra. Grace tiene veintisiete, es mayor que yo solo por un par de meses, porque yo cumpliré veintisiete en solo un mes y medio. Físicamente no hay muchas diferencias entre las dos, ambas tenemos pelo castaño oscuro, ojos color chocolate y tanto estatura, como compleciones similares. Josselyn es tres años menor que Grace, de pelo castaño casi rubio, ojos color miel y una completa falta de empatía por los demás.
La madrastra malvada y las dos hermanastras aún más malvadas.
La historia de mi vida tiene los ingredientes perfectos para ser un cuento de hadas, excepto que esta es la vida real y no hay príncipes que vengan a mi rescate, un hada madrina que trasforme mi vida o un felices por siempre. De un cuento de hadas solo tengo las partes trágicas, a veces me gusta creer que las partes buenas aún no han sido escritas, que pronto llegaran nuevos capítulos con momentos más felices. A veces no puedo evitar ser demasiado optimista, incluso si sé que al final solo me terminaré decepcionando cuando nada de lo que espero, sueño y anhelo se llegue a cumplir.
Mis pensamientos y recuerdos se ven interrumpidos por la llegada de mis estudiantes de ballet. Ellas llegan con sus características sonrisas y buenas vibras a pesar de ser un domingo en la mañana, pero a esa edad si es lunes o domingo no importa mucho.
—Buenos días, señorita White —me saluda una de ellas mientras entra en el estudio.
—Buenos días, Abby.
Otras niñas llegan casi después de Abby y se sientan en el piso de madera del estudio para acomodarse sus zapatillas de ballet.
Cuando todas las niñas de este grupo han llegado, empiezo con los calentamientos habituales y les pregunto si han estado entrenando en casa, la mayoría me dice que sí y otras pocas me sonríen y dicen que no, pero que lo van hacer.
—En el ballet una de las cosas más importantes es la línea del cuerpo, la perfección de los movimientos que en su mayoría requiere que estemos en total control de nuestro cuerpo. En el ballet cada paso cuenta, cada movimiento debe estar codificado y cada salto debe ser perfectamente ejecutado —les digo a las niñas de mi clase mientras ellas están en la barra practicando su plié—. Debemos poder tener control de todo nuestro cuerpo, desde la cabeza, hasta las puntas de los dedos del pie, todo debe ir en sincronía con la melodía y la historia que queremos relatar mediante el baile.
Me acerco a una de ellas y le digo que debe posicionar su pelvis para mantener su sacro y pubis siempre rectos. Me paro junto a ella y le enseño como debe hacer, ella me sonríe mientras copia mis movimientos.
—Cuando en el ballet saltas y caes, se llega a soportar tres veces nuestro peso —les sigo explicando —. Y para tener un buen salto, una buena caída y buenos movimientos, debemos saber hacer un plié correctamente. Parece sencillo ¿verdad?
Las niñas de ocho y diez años dicen que sí a coro mientras siguen practicando su plié en la barra.
Yo me especialicé en danza clásica donde la ligereza de los movimientos es la clave para todo, porque lo que caracteriza al ballet clásico son los movimientos etéreos de sus bailarines. Aunque, por supuesto, no hay que olvidar la precisión rítmica ¿Qué es un bailarín sin precisión rítmica? Nada, no es nada y es de lo que yo ahora carezco. Perdí el control de mi cuerpo y mis movimientos ya dejaron de ser perfectos, ya no puedo saltar y sentir que por un momento puedo llegar a volar y caer sobre mis pies con gracia y delicadeza.
Como un pájaro sin alas, así es un bailarín sin precisión rítmica.
En el ballet la colocación del torso es lo que genera estabilidad en los movimientos de desplazamiento de la pierna que ejecuta el movimiento y mientras eso sucede, la pierna de apoyo se estira hacia arriba. Y es ahí donde recae mi problema, porque mi rodilla sufrió una severa lesión que me impide volver a bailar ballet, al menos ya no de forma profesional.
—Para aprender hacer correctamente un plié, primero deben estar en posición, abrir las rodillas hacia afuera lo más que puedan y extender. Deben recordar que un plié no consiste solo en bajar y doblar las rodillas, deben abrir las rodillas y mantener la resistencia.
Me paro junto a la barra y coloco mi mano derecha en la barra para realizar un plié.
La resistencia es muy importante en el ballet.
—Bien sigan así, muy bien —les digo.
No puedo evitar observarlas y pensar en cuantas de ellas llegaran a ser grandes bailarinas y cuales dejaran esto en el pasado. Porque todos tenemos algo que nos apasiona, algo para lo que somos buenos. Algunos sienten pasión por el arte, otros por la música, algunos por el deporte y lo mío siempre fue el ballet, pero para algunas de estas niñas, esto es solo un pasatiempo y eso me parece muy bien, y solo espero que puedan encontrar aquellos que les apasiona.
—Ahora futuras grandes bailarinas del mañana, vamos a realizar un gran plié. Todas a primera posición —a ellas siempre les gusta cuando les digo así. —Cuando hacemos gran plié, los talones se levantan y primero debo poner talones en el suelo, resistiendo y después extender las rodillas.
Les muestro como se debe realizar un gran plié y recuerdo la primera vez que yo realicé este tipo de movimientos hace ya varios años atrás.
El ballet es lo que siempre me apasionado y para lo que era buena. El ballet fue mi refugio seguro, aquello que me daba confort y seguridad, porque mientras bailaba, no me sentía sola o que no era suficiente, mientras bailaba me sentía feliz, completa y segura. Todo estaba bien mientras yo bailaba, hasta que sufrí un accidente y ya no pude bailar más.
—Bien, ahora niñas, vamos a segunda posición —les digo. Observo la forma en que separan sus pies, porque eso es fundamental al momento de realizar el gran plié—. Recuerden activar y poner a trabajar sus músculos isquiotibiales, porque son esos músculos los que nos ayudan a flexionar las rodillas.
Mi lesión en la rodilla no fue del todo un accidente, ella me empujo del escenario adrede, ya que yo había conseguido entrar en el ballet de New York y ella no. Mi hermanastra Grace, esperó a que yo terminara de ensayar mí solo y subió al escenario, para empezar a decirme que yo no era suficiente y que no merecía estar ahí, yo le dije que lo merecía y que me había esforzado por eso y que, a diferencia de ella, yo tenía talento. Eso la enfureció y yo siempre he sabido que ella no es una blanca paloma, pero jamás hubiera esperado que ella me lanzara del escenario sin siquiera pestañear y de esa forma ella logró quitarme no solo mi sueño de ballet, sino también lo único que tenía, lo único que me pertenecía.
—Bien, hermosas y fantásticas bailarinas del mañana, es todo por la clase de hoy. No se olviden calentar antes de practicar sus ejercicios. Que tengan un excelente día.
Las madres de las niñas, como todas las clases, las esperan en la parte trasera del estudio, junto a los casilleros donde las niñas ponen sus bolsos.
Las veo correr a tomar sus cosas y saludar a sus madres. Una a una las niñas van saliendo del estudio junto a sus madres y se despiden con la mano antes de salir por la puerta. Cuando todas las niñas se han ido y el estudio está vacío, cambio la música y pongo Waltz of the Flowers. La música es suave y cierro los ojos mientras empiezo a girar por el estudio e imagino que estoy de regreso en el escenario, siendo iluminada por los reflectores y observada por un público que mira fascinado hacia el escenario y los bailarines que lo ocupan.
El dolor de mi rodilla me regresa a mi realidad. Dejo de soñar despierta y apago la música antes de empezar a recoger mis cosas. Camino hasta el pequeño vestuario y me pongo mi vestido gris sobre mi maillot negro y me cambio mis zapatillas de media punta por unos botines negros. Me suelto el cabello y lo peino con mis dedos mientras salgo del vestuario, tomo mi bolso, apago las luces y salgo del estudio.
—Y así, de nuevo, la vida nos vuelve a juntar —me dice una voz detrás de mí—. ¿No es eso fantástico, Cenicienta?
Guardo las llaves del estudio en mi bolso antes de girar y encontrarme cara a cara con él dueño de esa voz, que es nada más y nada menos que Vladimir Black.
—Sabía que te vería hoy—me dice él—. Todos los domingos te he visto salir de este estudio.
—¿Acaso me estas acosando? —le pregunto.
Él se ríe y niega con la cabeza.
—No, Cenicienta, pero esta es la hora del almuerzo y yo usualmente bebo un café ahí. —me dice él mientras señala la cafetería que queda frente al estudio.
Él me habla con mucha familiaridad como si nos hubiéramos conocido de toda una vida en lugar de hace solo un día, aunque en realidad ha sido menos que eso, porque lo conocí ayer en la noche.
—Vamos, déjame invitarte un café. Yo invito y tú pagas.
Su descarada propuesta me hace sonreír.
—¿Por qué aceptaría eso?
—Bueno, me lo debes, te recuerdo que te ayude anoche con tu zapato perdido. Imagina lo terrible que hubiera sido tu vida sin aquel zapato.
Él irradia tanta jovialidad y tiene una personalidad tan brillante, que me resulta casi inevitable no sonreír ante lo que él dice.
—¿Y quieres que te pague aquel gran favor con un café?
—No, pero, para empezar, un café suena bien.
Suspiro y le hago una seña para empezar a caminar hacia la cafetería. A veces vengo aquí por café cuando debo dar más de tres clases en un día.
—¿Qué tan caro me va a salir aquel favor? —le pregunto mientras nos dirigimos a la caja para realizar nuestro pedido.
Él se para a mi lado y ahora puedo darme cuenta lo alto que es, porque incluso con mis botines le llego hasta los hombros.
—Ya veremos, por ahora, concentrémonos en este café.
Él pide un café negro, sin crema o azúcar. Yo me pido un vainilla late, como siempre.
Cuando tenemos nuestros cafés en manos, caminamos hasta los banquillos que están frente a la pared de cristal que da a la calle, y nos sentamos ahí.
Me sorprende un poco que el silencio no sea incómodo entre los dos.
—Anoche en la fiesta, un poco después que te fuiste, uno de los invitados que ya estaba pasado de copas, hizo un baile muy interesante que terminó con él encima de una de las mesas —me cuenta él—. La cara de Grace fue invaluable cuando descubrió que ese invitado era nada más y nada menos que su futuro esposo.
No puedo evitar escupir un poco de mi café por la risa cuando él termina de contar la historia. Vladimir también se ríe y saca un pañuelo gris de su bolsillo y me lo da, y al igual que ayer, cuando quiero devolvérselo, él niega con la cabeza.
—Creo que voy a empezar a coleccionar tus pañuelos —le digo —, ya tengo el gris y él blanco en mi colección.
—Te tomará un tiempo coleccionarlos todos, tengo uno para cada día del año.
No dudo que eso sea verdad.
Paso mis dedos por la suave tela del pañuelo y veo que este también tiene bordadas sus iniciales.
—¿De dónde viene esta costumbre de cargar un pañuelo?
Su postura no cambia, y un mejor lector de personas podría notar las micro expresiones de parte de Vladimir, cuando yo realizo esa pregunta, aparentemente inocente, pero yo no veo nada de eso, excepto la forma en que su mirada adquiere un tono un poco más oscuro, como si se hubiera empañado por un recuerdo amargo.
—Mi esposa, ella me hizo adquirir la costumbre, pero me gusta.
Él dice la palabra esposa con amor y solemnidad, las mismas emociones que puedo ver reflejadas en su mirada.
—¿No le molestara a tu esposa que yo robe tus pañuelos?
Él baja la mirada un momento hacia el anillo en su dedo anular.
—No, a ella no le molestará —me responde él—. Dijo que un caballero siempre debe llevar un pañuelo, porque no sabe el momento en que una hermosa dama lo va a necesitar.
En mi cabeza empiezo a crear una imagen de la esposa de Vladimir Black, imagino a una mujer hermosa, dulce y amable, debe ser alguien muy especial por la forma en que Vladimir habla de ella.
—Dile a tu esposa que tiene la razón sobre eso.
Él me da una media sonrisa antes de asentir lentamente.
—Lo haré.
Yo le devuelvo la media sonrisa mientras me levanto de la silla y tomo mi café, noto de reojo que él me sigue hasta la acera, afuera de la cafetería.
—¿A la misma hora mañana? —me pregunta.
—¿Por qué aceptaría eso?
Él se encoje de hombros antes de responder.
—Porque dijiste que ibas a empezar a coleccionar mis pañuelos —me responde él con naturalidad—. El de mañana será marrón, como tus ojos.
Mis ojos van hacia la argolla dorada que brilla en su dedo anular y pienso una vez más en la imagen de su esposa que he creado en mi mente.
—Ya veremos —es todo lo que le digo antes de girar e irme.
Pero en el fondo sé que sucederá mañana.
Mientras camino por la acera pienso en lo que él me dijo anoche.
Era inevitable —dije.
Nada es inevitable —me respondió él.
Tal vez y Vladimir Black tenga razón, pero al mismo tiempo, espero que él se equivoque.
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