parte única.

Aún me encuentro completamente cuerdo y soy capaz de demostrarlo. Si tan solo siguiera en este mundo conmigo, estoy seguro de que mi amado Fyodor me hubiera dado la razón. Aunque nunca fuese demostrado públicamente, él siempre estuvo junto a mí cuando lo necesité.

Recuerdo cuando ambos vivíamos juntos en aquel fúnebre orfanato de condiciones cuestionables. Yo era un chiquillo de actitud nerviosa y extrovertida, demasiado travieso para el gusto de nuestros cuidadores.

Al carecer de un diagnóstico, fue dado por hecho que simplemente hacía todo esto para molestar o llamar la atención, lo que los llevó incluso a castigarme sin comer en muchas ocasiones.

Y en todas esas ocasiones él aparecía, como si la personificación de mi salvación se tratase, pasándome la comida que me correspondía en silencio, sin que nadie más se percatara.

Entonces me susurraba con cariño, contándome todas las cosas que quería oír, diciéndome que yo no era culpable de lo que había sucedido, que él me conocía bien y sabía que mis intenciones nunca fueron malas.

Tan increíble desde una edad tan temprana, Fyodor fue aquel que ganó mi más devota y sincera admiración, pues su ayuda no era únicamente ofrecida cuando estaba castigado, sino que siempre la recibía cuando más la necesitaba.

No importaba si era para estudiar, para hacerme conocer información interesante o recomendarme cantidades de libros (que leí uno por uno y comenté junto a él), entre muchas cosas más.

A modo de agradecerle por su amena compañía, yo intenté apoyarlo en aquellas cosas en las que flaqueaba, como por ejemplo, el deporte.

Mi Fedya sufría anemia, por lo que puedo decir que era un joven enfermizo y frágil (su condición física era lamentable). Su cuerpo soportaba tan poco que yo sentía la necesidad de permanecer junto a él para cuidarlo, y no simplemente para agradecerle por su hospitalidad, porque al fin y al cabo, él era mi mejor amigo y a quien más quería en mi vida.

La adolescencia llegó antes de que yo me diera cuenta, forzándome a sufrir un cambio en mi vida para el que en ese momento aún no estaba preparado, incluso tras haber sido literalmente criado para ello.

Cuando nos encontramos en aquella institución en la que se hacían cargo de jóvenes hasta sus 20 años (pues al cumplir los 15 era obligatorio el cambio y nos prohibían permanecer en nuestro antiguo orfanato), ambos nos vimos envueltos en un ambiente completamente nuevo.

No obstante, para entonces, mi Fyodor ya se había visto involucrado en varios problemas antes. Algunas veces había vuelto al orfanato con algunos rastros de sangre en sus puños o en su rostro (especialmente la nariz), y otras era preso del silencio absoluto. Únicamente se lanzaba a abrazarme, buscando un refugio en mí, refugio que siempre le proporcionaba.

“Destrozaremos el sistema para reconstruir esta sociedad de mierda”, solía susurrarme con desprecio.

En cuanto comprendí todo el significado tras aquellas palabras quise detenerlo, mas acabé siendo arrastrado por él. ¡Oh, el amor! ¡Qué locuras me hizo cometer solo para proteger a ese joven que había robado mi corazón!

Además, resultó inevitable para un corazón tan débil como el mío cuando vi sus hermosos orbes violáceos refulgir apasionadamente en cuanto acepté su propuesta. E incluso tras haber caído al más profundo abismo, al ser junto él, nunca me importó.

Porque, efectivamente, ambos nos vimos atrapados en lo más profundo del pozo que eran nuestras vidas, allí donde la luz llegaba a través de un débil hilo que luchaba por permanecer con vida, donde el nevado suelo enfriaba nuestros cuerpos y las ratas paseaban inquietas de un lado a otro, buscando algún lugar para esconderse y sobrevivir algunos días más.

Su mirada pronto se tornó vacía y muerta en vida. Aquel leve brillo que alguna vez lo acompañó había optado por desaparecer, borrando todo rastro de aquella débil esperanza que hasta hacía tan solo un poco antes había existido.

Aunque, curiosamente, aún había un pequeño sentimiento que seguía existiendo en su corrompido corazón: el amor.

El amor que únicamente yo recibía. Fui privilegiado el poco tiempo que lo nuestro duró.

Nos encontrábamos adrede vagando por los angostos pasillos de aquel lugar al que nos atrevíamos a llamar hogar, donde su vacía mirada que vagaba por la oscuridad en busca de mi silueta cobraba un ligero brillo que me devolvía toda la vida, logrando que mi corazón y travieso cuerpo saltasen al unísono, llevándome directo al lugar en el que él esperaba en silencio por mí.

Normalmente tomaba sus manos y lo besaba con cariño, buscando iniciar alguna conversación que se llevase todas sus preocupaciones, o al menos, lograse hacerlas más ligeras.

Él sonreía con dulzura y aceptaba charlar conmigo cariñosamente, entrelazando nuestros dedos en silencio y buscando unir nuestros labios cada vez que podía.

Todas aquellas acciones que hablaban por él me volvían loco y me hacían querer más. Su felicidad era mi felicidad, por lo que jamás pensaba dejarlo caer por completo.

Debía luchar por él y era consciente de ello.

Ambos vivíamos en un perfecto equilibrio. No me atrevo a decir que era dependencia emocional, pues siento que nuestros sentimientos iban más allá. Podíamos vivir sin el otro, aunque luego siempre nos necesitábamos para tener un hogar, un refugio al que regresar para descansar, conscientes de que siempre seríamos recibidos por el amor.

Y de esta forma, llegó la adultez. Un pequeño comienzo, ambos en nuestros 20, con tantas cosas por hacer que la presión era sorprendente.

Pues él se convirtió en un rey y yo en su más preciado bufón.

Entonces se presenta el momento en el que nuestra relación llegó a su punto de inflexión más alto.

Todo el amor, el deseo y la pasión se desbordaron por completo aquella noche en la que ambos nos entregamos en cuerpo y alma al contrario, aquella noche donde las dulces muestras de amor que ambos nos dábamos en antaño pasaron a ser algo más profundo.

Pese a todo, ambos dimos ese paso para ocultarlo a toda la humanidad por el resto de la eternidad.

A excepción de este joven, Sigma, quien fue aquel que más nos ayudó durante todo el tiempo que supo de nuestra relación, joven al que heredaré mi voluntad y todo lo que dejaré atrás si acepta mi propuesta.

Por esto mismo, a ojos de la gente, nuestra relación nunca cambió. Reitero; un rey y su preciado bufón (así considerados en el bajo mundo al que pertenecíamos). Juntos con el fin de cumplir su objetivo. Un objetivo político.

Nuestro amorío no era más que una prohibición, un deseo que había de permanecer en secreto siempre y cuando fuera posible, pues hacerlo público podía acabar con nuestras vidas. Era lo que les sucedía a las parejas homosexuales rusas en antaño... Aunque no sé qué será de eso en el futuro. Espero que haya cambiado, al menos.

Un amor que falleció injustamente.

Un amor que nos hacía escabullirnos en secreto a nuestras zonas secretas, allí donde ambos nos refugiábamos juntos en el “mundo” que creamos. Un mundo secreto en el que éramos solo nosotros dos.

Uno en el que teníamos todo lo que no pudimos tener en esta vida.

El tiempo lentamente se escapaba entre mis dedos como si de arena se tratase. Nuestro amorío seguía, y su plan de cambiar la sociedad también. Y aunque seguía sin gustarme todo esto, en el fondo tenía algo especial.

Tal vez así sería yo capaz de encontrar aquella libertad que tanto ansiaba, y tal vez así Fyodor lograría cambiar la sociedad que le hizo sufrir durante años.

Aunque el mundo no estuvo de nuestro lado, y uno de los súbditos que le tenía rencor al rey quiso acabar con su vida.

Habiendo descubierto el secreto de nuestra relación, lo sacó a la luz, logrando que Fedya saliera en mi defensa, queriendo salvarme de ser descubierto.

Y aquello arruinó nuestra vida.

Fukuchi arruinó nuestra vida. Aunque su nombre ya no importe, pues él ya está muerto. Con mis propias manos, yo mismo me encargué de ponerle fin a aquella vida que arruinó la nuestra.

Aquella vida que acabó con el amor de la mía.

Fue mi venganza por arrebatarle parte del sentido a mi vida. Por un odio que jamás lograré comprender.

Llegados a esta altura, he de admitir que no puedo evitar sentirme culpable por lo que voy a hacer. Tal vez no sea lo correcto y me esté equivocando, pero, al fin y al cabo, este bufón no es nada sin su rey.

Porque sé que él me dio algo irreemplazable y quiero acompañarlo en cuanto antes.

Esta es mi despedida, la última memoria que dejaré en el mundo antes de irme de una vez.

Y antes de finalmente descansar, quise dejar nuestra huella. Para nunca ser olvidados.

— Hacia el fin del mundo, para Fyodor Dostoyevski.
De parte de Nikolai Gógol, el bufón que siempre lo amará.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top