C A P Í T U L O Ú N I C O

Una canción lo empezó todo. Una canción para mí, que me abrió el corazón, haciéndome sentir indescriptibles maravillas.

Todo comenzó en otoño.

Las redes sociales son una gran herramienta para compartir diversas opiniones y diversos gustos. Jamás esperé que de una conversación trivial sobre una canción vieja en un grupo de Facebook se creara un grupo sólido de amistades.

Poco a poco la timidez se esfumó como arena al viento y empezamos a frecuentarnos. Éramos seis chicas con personalidades distintas, pero compartiendo un mismo gusto. Ese pequeño detalle que nos unió y forjó un lazo tan fuerte que nos sorprendió descubrir meses después.

Pamela, Cristel, Niara, Marisol, Eliana y yo, Irina.

Entre bromas y risas, fuimos compartiendo más de nosotras... Nos llegamos a conocer como amigas de toda la vida. Conocimos las metas de cada una, los sueños y nuestros más profundos deseos.

Pamela seguía en secundaria, era la menos de las seis; iba por el penúltimo año y aún no sabía qué estudiaría cuando acabara. Lo único en lo que ella pensaba era en escribir, contar sus fascinantes que te engatuzaban desde la primera frase, cautivándote hasta el final.

Cristel iba en su último año de colegio, le preocupaba lo que pasaría luego de acabar el colegio, pues sus papás querían que estudiara algo que ella no deseaba. No les contó que lo que ella quería era dedicarse a la natación profesionalmente, que su sueño era nadar.

Marisol tenía su camino trazado: ella quería enseñar historia. Le gustaba muchísimo aquella materia en el colegio y ahora que había logrado ingresar a la universidad que se propuso, no podía estar más que contenta. Esperaba lograr desempeñarse bien en lo que eligió a pesar de no haber sido la mejor en su etapa escolar. A veces actuaba como la mamá de las otras cinco.

Niara tenía casi toda su vida planificada. Desde su primaria se mentalizó y esforzó para ser la mejor en lo que hacía, lo cual la llevó a ganarse una beca completa y terminar el colegio con el primer puesto de su grado con las más altas notas. Estudiaría ingeniería, aunque en realidad, se debatía internamente sobre lo que realmente deseaba seguir: el baile.

Eliana era la mayor de todas. No estudiaba, pero trabajaba para ayudar a su familia. No le iban tan mal económicamente, pero con tres hermanos pequeños la cosa se complicaba. No ahondaba mucho en aquella desición que tomó y no insistiríamos si ella no deseaba hablar.

Y al final estaba yo. No fui especial en secundaria, no resalté en ningún área, mis notas eran apenas aceptables; y aún así, era tan caradura como para decir que mi sueño era estudiar música.

La colisión entre personalidades fue increíble, una sensación de otro mundo. Personas tras la pantalla en las que confiaba tanto o más que las que tenía a mi lado a veces.

Explorar diversos puntos de vista como lo hacía con ellas me abrió los ojos a muchas cosas, incluso encendieron una chispa en mi interior que quedó extinta mucho tiempo atrás: la pasión. Pasión por aprender, por iniciar de nuevo, por seguir adelante a pesar de todo.

Pasión por vivir.

Y como notas musicales, mi camino y mi atención se entretejió con el de una de ellas, creando una perfecta melodía para mis oídos.

Niara era casi todo lo opuesto a mí en muchas cosas. A veces me abrumaba su madurez y compromiso. En el fondo, sabía que la envidiaba un poco por aquella responsabilidad que mostraba a todo el mundo.

Niara era tenía grandes propósitos, justo como el significado de su nombre.

La admiraba demasiado, tanto que llegó un punto en el que quise esforzarme por mi cuenta para seguir su ejemplo, pero esa fugaz iniciativa se esfumó con los días. ¿A quién engañaría? Si no había cambiado en tantos años, ¿cómo podría hacerlo de la noche a la mañana?

Pronto me di cuenta que mi admiración se transformaba en algo más profundo, más complejo. No fue hasta que empezamos a tomarnos más confianza que me di cuenta de cómo mis latidos se aceleraban como tamborileos de una tarola y una sonrisa extraña torcía mis labios con cada mensaje suyo.

Me estaba enamorando de ella, de forma lenta y saboreando cada detalle con gula.

Me estaba enamorando de su madurez, sus bromas, su peculiar risa y la forma de arrugar la nariz cuando sonreía. Me estaba enamorando de su esencia, de todo su ser.

Pero supe que sería imposible cuando, con ilusión, nos contó que la persona que le gustaba empezaba a reaccionar a sus mensajes.

Sentí las cuchillas del dolor enterrarse en mi pecho. No fue tan dramático como en las películas, pero ese dolor me hizo abrir los ojos, pues estuvo claro desde el primer segundo en que cruzamos palabras ella no sería mía, no sería mi amante, no sería nada... Nada más que una amiga.

De todos modos, resistiendo al nudo en mi garganta, lo acepté.

Niara siempre me vería como una amiga, y yo estaba dispuesta a aceptar esa visión solo para tenerla cerca de mí. Prefería eso a distanciarnos por culpa de un amor unilateral sin futuro, ese amor podía ser mi perdición y deseaba que ese amor se extinguiera a no volver a tenerla.

Mensajes tras mensajes, días tras días, bromas y charlas hasta el amanecer fueron recuerdos que atesoré con ella. Cada pequeño momento compartido lo me encargaba de guardarlo muy bien en el mismo cajón donde había encerrado mi corazón. Disfrutaría de estar a su lado sin importar mi dolor, porque sabía que si ella se iba, solo me quedaría eso como una constante señal de que alguna vez llegó a mi vida y me inspiró a ser mejor. Solo quedarían las cenizas de ese fuego abrazador que me calcinaba el interior.

Porque Niara no fue solo mi gran amor, fue también mi gran motor. Y creo que yo también la ayudé un poco a cambiar ciertas cosas.

Las desveladas conversando sobre nuestros futuros me hicieron dar cuenta que ella necesitaba un pequeño empujón, ese algo que la frenara antes de tomar una de las desiciones más importantes de su vida: sus estudios.

No sé cómo ocurrió, pero una mañana me escribió diciendo que gracias a mí, decidió parar y hacer lo que su corazón le exigía. Ella quería bailar.

Fue complicado, su orgullo y la presión de sus papás no ayudaban, hasta que finalmente logró escuchar un buen consejo.

No pude estar más feliz por ella.

Y fue ahí cuando mi corazón se detuvo al leer su invitación a una cena como agradecimiento. Finalmente la vería de frente, sin una pantalla de por medio.

No me ilusionaría, no lo haría, me repetí mil veces aquello. Llevaba un tiempo controlando esos inquietos sentimientos, cuando el candado se quebró con aquella inocente petición.

No me haría ilusiones.

No me las hice.

Conocerla cara a cara fue lo mejor, observar de cerca sus pecas, los reflejos rojos de su corto cabello y el rosa de sus delgados labios... No me ilusioné, salvo por un segundo en el que me permití imaginar, solo por un segundo, que era yo quien acariciaba esos preciosos labios. Solo fue un segundo, y por ese segundo estuve a punto de romper en llanto.

No me percaté de lo perdida que estaba por Niara hasta que me permití un segundo de libertad para soñar despierta con ella, tomando su mano mientras recorríamos los irregulares senderos de la vida.

Gracias a ese pequeño segundo de libertad me di cuenta de todo el daño que ese amor me hacía. Me esmeré tanto en mantenerlo en las sombras, que cuando asomó apenas, desató una tempestad interna.

Un amor no correspondido, una historia que nunca comenzó.

Perdí desde el primer momento en que le otorgué mi atención. Perdí desde el momento en que la conocí. Perdí desde el primer instante en que decidí que Niara formaría parte de mi vida.

Perdí. Lo perdí todo, solo que no me había percatado porque no quería ver la desgracia en la que había caído.

Perdí porque fui la única que deseó al más, aún sabiendo que sería imposible.

Perdí, porque eso también es el amor: perder. Perder y dejar ir era lo que hacía con Niara todo el tiempo.

Jamás se lo conté porque es mejor tener cerca a la persona que quieres, que perderla para siempre.

Niara es como una canción constante, pegadiza, que resuena en mi corazón y alegra mis días, pero también los entristece a más no poder, quebrando cada hueso en mi interior.

Niara es una bella canción que me acompaña cada mañana y suena en los mejores y peores momentos para mí.

Ella es una hermosa canción... Mi canción.

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